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Para una clínica de la locura, por Carlos Rey

Hablemos de la locura es el nuevo texto de José María Álvarez y el séptimo título de la colección La Otra psiquiatría, editado por Xoroi edicions y con prólogo de Fernando Colina. Si en su anterior libro: Estudios de psicología patológica, Álvarez nos decía que «la inercia de la retórica de las enfermedades mentales es tan potente que conviene combatirla rebajando la densidad y el poder de los términos que emplea», en las palabras previas del libro que se presenta nos dice que hablemos de locura no de enfermedad mental, pues aunque psicosis, locura y enfermedad mental remiten a un referente común, tenemos que tomar partido a favor del término que menos perjudique a quien la padece, pues como cita el autor el decir de un paciente: «bastante tengo con estar loco, como para aguantar además que me llamen enfermo mental».

 Varios son los motivos que nuestro autor esgrime para que nos posicionemos a favor del término locura, como por ejemplo: «que no hay locura sin razón ni razón sin locura»; que la locura –como la razón– siempre es parcial porque ambas: locura y cordura, forman parte de la condición humana en una proporción variable que depende en y de cada sujeto, pues no hay pathos sin ethos, es decir, sin responsabilidad subjetiva en la elección de la locura como remedio de lo peor, ya que «la locura es ante todo una defensa necesaria para sobrevivir».

Hablemos de la locura, escribe Álvarez, para mantener vivo el interés por el estudio de la locura ayudados de la historia, la epistemología y la clínica del día a día. Clínica no tan polarizada como el pensamiento binario sobre el que se ha construido la psicopatología. Clínica en diálogo y transferencia con el loco que nos permite saber sobre la lógica y la función del delirio. Lógica del contrabalanceo del loco dentro de su locura y la función estabilizadora de su delirio. Casos como el de Schreber, Wagner y Aimée le sirven al autor para mostrarnos con nitidez «ese movimiento que parte de la maldad del Otro y se dirige hacia la asunción de una misión por parte del sujeto»: de la persecución a la megalomanía en el perímetro de la paranoia.

https://www.lacasadelaparaula.com/llibreria/la-otra-psiquiatria/19210-hablemos-de-la-locura.html

 Las diferentes posiciones subjetivas del sujeto no pueden ser consideradas enfermedades mentales, alegando un determinismo neuroquímico y genético inexistente. En palabras de nuestro autor: «se necesita mucha osadía para explicar cómo una alteración de la química cerebral hace a aquel loco oír tal palabra y no otra, o a ese fóbico angustiarse ante las cucarachas y no ante las culebras»; o para publicar perlas cientificistas (ver la revista digital Sanitaria) como estas: «Vinculan la placenta con el desarrollo de la esquizofrenia y el TDAH (…) Revelan 50 regiones del genoma implicados en el desarrollo de esquizofrenia». Por mucho que insista la invidencia científica, la realidad clínica es más tozuda y evidencia que los sambenitos psiquiatrico-psicológicos no se basan en el código genético de los pacientes sino en su código postal.

En resumen y como dice Álvarez: «Solo a condición de considerarla un oxímoron, la expresión “enfermedades mentales” puede usarse de forma cabal». Ídem de ídem para lo que diantres signifique salud mental. Sigamos pues, hablando de la locura, tal y como hace nuestro entorno cultural, aunque nuestro lenguaje esté excesivamente medicalizado y sea más bio, menos psico y menos social. En este sentido, dice Colina en el prólogo de este libro: «Es lamentable,  pero es un síntoma revelador de lo que está sucediendo, que hasta la Real Academia de la Lengua se permita una definición de la palabra esquizofrenia realmente tendenciosa.(…) En vez de definirnos la palabra, como es su cometido, nos da una lección más propia de un manual que de un diccionario de la lengua. Y encima lo hace recurriendo a los antojos más gratuitos sobre la enfermedad, como son sostener que es propia de la pubertad, que genera demencia y que es incurable».

Mejor sigamos hablando de locura como lo hace la filosofía, la literatura y el decir de los pacientes; o como nos propone Álvarez: de la relación entre la locura, la libertad y la creación; de la lógica y función del delirio: del caso Wagner, el impuro; de Aimée, la elegida; de las fronteras de la locura o de si son tan antagónicas la neurosis y la psicosis; de la locura normalizada; y finalmente, del trato con el loco y el tratamiento de la locura.

Locura, libertad y creación.

 Álvarez sintetiza las divergencias y convergencias entre locura y libertad en lo dicho por Henri Ey, para quien el loco es un enfermo privado de libertad –y nunca mejor dicho–, mientras que para Lacan «el loco es el hombre libre», aunque su decisión de serlo sea insondable. Epicuro, Spinoza y Freud son para nuestro autor pensadores que «se decantan hacia el determinismo pero que a la vez salvaguardan un espacio irreductible a la capacidad de decisión, es decir, a la subjetividad». María Zambrano lo dijo así: «Las circunstancias no fuerzan sino al que ya ha elegido». La aportación de Álvarez a esta cuestión viene de la mano de F. Colina. Juntos y por separado hace ya veinte años que empezaron a pensar «los cambios de posición subjetiva o cambios que el loco realiza dentro de los tres polos esenciales de la psicosis»: la melancolía, la paranoia y la esquizofrenia.    «Esta aportación –sigo citando al autor– no despeja por completo “la insondable decisión del ser”, pero ilumina la presencia de un sujeto en la locura, un sujeto al que se le pueden seguir los pasos de sus decididos movimientos en busca de equilibrio». Y cita como ejemplo el caso Schreber en el que se puede seguir su paso de la melancolía a la esquizofrenia, después a la paranoia y de nuevo a la esquizofrenia. Para las espaldas plateadas de la psiquiatría biológica y la psicología que le da coba, se trataría de alguien que tiene tres enfermedades: depresión mayor, esquizofrenia y trastorno de ideas delirantes. Para La Otra  psiquiatría implica que el loco: «es capaz de decidir y elegir, al menos un poco, sea para bien o para mal. (…) Bien es cierto que quien elige eso, a menudo es para escapar de algo peor».

Sobre las relaciones entre la locura y la creación, nuestro autor repasa a quienes nos han precedido y encuentra pensadores que destacan la relación positiva entre ambos términos. Séneca, por ejemplo: «No hay gran fuerza imaginativa sin mezcla de locura». Así lo dijo Zaratustra: «Hay que llevar verdaderamente el caos dentro de sí para poder engendrar una estrella danzarina». La visión negativa estaría representada por las especulaciones de Cesare Lombroso, para quien el genio es un enfermo, un degenerado genéticamente tarado; sin más. Y una tercera visión considera que «no se puede estar loco y al mismo tiempo ser un creador, y menos aún un genio». Álvarez considera que «el tormento anima a la creación» y se alinea con lo dicho por Colina en su potente trabajo de investigación: Locas letras (Variaciones sobre la locura de escribir) donde evoca la función de la escritura como pharmakon. Y nuestro autor concluye diciendo que, aunque ignoramos la quintaesencia de la creación, conocemos la capacidad creativa del loco, sea a través de la escritura, el delirio o de lo que sea, y que más allá de su valor estético la creación tiene una función equilibrante para el loco.

Lógica y función deldelirio 

«Nuestra clínica está ligada a las buenas preguntas», nos dice Álvarez. Y a las que nos propuso en su anterior libro antes citado: «de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva); para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función)»; en esta ocasión añade una nueva para guiar nuestra escucha: «cómo se explica el paciente lo que le sucede».

Para saber de la lógica y función del delirio, nuestro autor retoma la pregunta que se hizo Achille Foville y su posterior debate: ¿por qué muchos perseguidos se vuelven megalómanos? La respuesta que se da Foville en forma de silogismo: si me persiguen es porque soy alguien importante, no está a la altura de la hondura de la pregunta, nos dice Álvarez, quien añade: «no se trata de una mera  transformación del tema del delirio, como proponía Foville y discutieron Garnier y Séglas, entre otros. Lo que pretendo mostrar es que la invención delirante puede proporcionar un cambio de la posición del sujeto, es decir, el paso de un estado pasivo de objeto de goce de la maldad del Otro a un estado activo en el que asume una misión, a menudo salvadora». Para nuestro autor «la persecución y la megalomanía corresponden a esos dos extremos del columpio que representa el polo paranoico de la psicosis», cuyo contrabalanceo puede suponer una mejoría si el cambio de posición subjetiva es más sufrible. Fue Freud, nos dice Álvarez al analizar su interpretación del caso Schreber, quien confió en los efectos terapéuticos del delirio, «cuando la locura dejaba de ser una afrenta y se convertía en una misión»;  y lo hizo pensando a contracorriente de lo que se sostenía en su tiempo: «el mal pronóstico derivado de la expansión del delirio y la incurabilidad de la paranoia». Y es que, como dice Carl E. Schorske en Viena fin-de-Siècle, Freud «comenzó separando los fenómenos psíquicos de los amarres anatómicos a los que la ciencia de su época los había atado».

 Veinte años después de lo escrito en el prólogo del libro El caso Wagner, de Robert Gaupp, y de las vueltas de tuerca que le dio en Estudios sobre la psicosis y otros textos, Álvarez vuelve con nuevos argumentos para mostrarnos «la mixtura melancólico-paranoica del caso». Hasta ahora, nuestro autor había destacado la importancia de que Gaupp defendiera la paranoia de Wagner, porque la existencia clínica de «formas delirantes que sobrevienen a consecuencia de avatares vitales, que pueden comprenderse, tratarse y algunas hasta curarse», cuestiona la transformación de la locura tradicional en enfermedades mentales. Del análisis de  los escritos donde Wagner plasmó sus experiencias, Álvarez evidencia que éstas «oscilan entre las autoacusaciones (melancolía ) y las autorreferencias (paranoia)». Esta locura sin elaboración delirante es la que hace de Wagner una persona aparentemente normal, antes y después de su paso al acto criminal. Necesitó años para construirse el delirio de que el escritor Franz Wefel le plagiaba. Que éste fuera judío y que en esos años se apostara por la pureza de la raza exterminando al diferente,  sin duda ayudó a que Wagner se hiciera con un delirio paranoico a la medida de su impureza melancólica, que Álvarez sitúa en la impureza de sus pulsiones y la impureza del dialecto suabo familiar respecto del alemán, claro. Luchar contra la judaización de la literatura alemana y a favor de la pureza de la lengua alemana le supuso una misión redentora y una mejoría. Para nuestro autor, el caso Wagner nos enseña además: «que toda locura discurre sobre las negras aguas de la melancolía. Y de este fondo turbio e inerte, el sujeto trata de emerger braceando hacia la esquizofrenia o hacia la paranoia».

Con respecto a Aimée, la elegida, también por Lacan para elaborar su tesis doctoral sobre la paranoia de autocastigo, Álvarez va más allá, lo vuelve a analizar y lo interpreta siguiendo el esquema anterior, es decir: la parte ruidosa de la locura corresponde al contrabalanceo de la persecución: «quieren matar a mi hijo» a la megalomanía: «una misión que suaviza la verdad insoportable propia del axioma delirante».

De la otra parte de la locura no ruidosa por silenciosa, discreta, no desencadenada, ordinaria, o como le gusta decir a nuestro autor: locura normalizada, nos hablará en el capítulo VIII para recordarnos que sigue siendo un proyecto de investigación, y que por lo tanto, en ausencia de una semiología clínica que permita un diagnóstico diferencial, hemos de ser cautos a la hora de decantarnos por la locura, justamente cuanto más se acerca a la normalidad. Mejor reconocer los límites de nuestro saber que forzar diagnósticos y fronteras.

Fronteras de la locura

 Se/nos pregunta nuestro autor si la neurosis y la psicosis son tan antagonistas como nuestra percepción binaria de la realidad. Parece ser que el saber sobre el pathos se ha edificado sobre «pares antitéticos propios del pensamiento binario. (…) De los antiguos binarios como locura general-locura parcial, manía-melancolía, agudo-crónico, hemos pasado a neurosis-psicosis, neurosis de transferencia-neurosis narcisistas, histeria-obsesión, paranoia-esquizofrenia, etc. (…) La inercia de esta modalidad de elaboración ha contribuido a concebir como pares opuestos ciertas realidades clínicas que, aun siendo diferentes no son antagónicas».¿Acaso todo lo que no es blanco es negro? La cuestión es que seguimos sometidos al pensamiento binario: cordura-locura, cuando solo admitimos un sí o un no a la pregunta de si alguien está loco, aun y cuando, según el experimento de Rosenhan, no sabemos distinguir a los cuerdos de los locos, como lo demuestra que los diagnósticos sean estadísticos y no clínicos, y a resultas de que el binomio  cordura versus locura dio paso a cordura versus enfermedades mentales, al negar la existencia de las locuras parciales. En paralelo, Freud construyó con términos ya existentes, aunque redefiniéndolos,  el binomio neurosis-psicosis. «En el ámbito de la neurosis –dice Álvarez– se ha consolidado hasta el presente, sobre todo en el mundo psicoanalítico, el antagonismo entre la histeria y la obsesión; y en el de la psicosis, la disparidad se establece entre las locuras de la razón (paranoia-esquizofrenia) y las del humor (melancolía-manía)». Para nuestro autor la diferenciación entre neurosisy psicosis «debe mantenerse y perfeccionarse, puesto que este binomio es preferible a la inclusión de un tercer elemento y preferible también al corrimiento arbitrario de la frontera, movimiento al que se recurre cuando el oxímoron de la locura normal amenaza con echar por tierra el edificio. (…) Sin embargo, aún siendo partidario de mantener la frontera artificial que separa la cordura de la locura, o la neurosis de la psicosis, no lo soy de establecer dentro de ellas barreras infranqueables». Sin duda, la concepción unitaria de la psicosis y la neurosis permite escuchar los pasos de quien se mueve en busca de su equilibrio y no tomar por opuesto lo meramente disímil.

 Como se lee, queda mucho por saber. Mejor seguir hablando, escribiendo y debatiendo sobre la locura, es decir: sobre nuestra compleja, plural y mestiza condición humana.

Carlos Rey

Lo que los focos no iluminan, comentario de Carlos Rey

LO QUE LOS FOCOS NO ILUMINAN

Se cumplen cuarenta años de la celebración en Barcelona del II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, donde su presidente, el Dr. Obiols, marcó la política a seguir: «La Psiquiatría Biológica no aspira a ser una parte de la Psiquiatría, sino toda la Psiquiatría». No es poco lo que ha conseguido durante todos estos años:  copar la Academia y Clínica oficiales; sin embargo, sus méritos no son otros que haberlo conseguido por devenir en una disciplina de poder. En paralelo, son muchas más las psiquiatrías y psicologías que se están desmarcando del reduccionismo biológico como pensamiento único.

Como prueba de que hay conocimiento más allá de los discursos oficiales, se presenta la publicación por Xoroi Edicions de un nuevo libro de su colección La Otra psiquiatríadirigida por J.Mª Álvarez y F.Colina– y que lleva por título Cosas que tu psiquiatra nunca te dijo. En este trabajo, escrito al alimón  por Javier Carreño y Kepa Matilla, no hay puntada sin hilo en beneficio del rigor de las ideas a las que van llegando, tras el estudio de la historia y clínica de las sintomatologías psíquicas. Son ideas li(e)bres). Ideas libres que corren como liebres. Ideas liebres porque corren libres de grasa ideológica y conflictos de intereses extra clínicos. Ideas libres porque son como liebres: pura fibra para huir veloces de las servidumbres del cientificismo, pues son ideas que van más allá de las guías clínicas oficiales y protocolos de obligado cumplimiento que amordazan el criterio propio de la experiencia clínica. Los autores quieren «mostrar lo que tu psiquiatra no te dice, pero sí publica en las revistas científicas más prestigiosas. Por tanto, solo intentamos acercar a un público más general las conclusiones de dichos trabajos que, precisamente, ponen en cuestión las supuestas certezas y evidencias del campo de la psicopatología».

  1. J. Carreño y K. Matilla sostienen que «la locura y la neurosis son defensas ante la angustia, formas de estar en el mundo, en el lenguaje y la cultura». Posiciones subjetivas, más o menos estables a lo largo de la historia, que manifiestan el malestar inherente a la condición humana. Malestar que ha sido relatado, estudiado e interpretado por tirios y troyanos. Montaigne, por ejemplo: «Entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no olvidemos ésta: el ser humano no es capaz, ni siquiera con el deseo, de encontrar lo que necesita; no ya con la posesión sino ni siquiera con la imaginación, podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por satisfechos». En el capítulo II nos refieren la inconsistencia de los diagnósticos de nuevo cuño –«etiquetas top», escriben los autores– en los que han sido agrupados –con más ideología que teoría– las manifestaciones sintomáticas del malestar. En los capítulos III y IV se cuestiona la aplicación de la medicina basada en la evidencia al estudio y tratamiento del padecer subjetivo, cuyo resultado es la ciencia ficción que pretende dar carta de naturaleza a las 500 enfermedades mentales que figuran en el nuevo DSM. En el capítulo V, los autores nos refieren otros posibles diagnósticos más acordes con la fragilidad del ser humano. Y en el capítulo VI se dedican a la elucidación de los tratamientos: los ansiolíticos, los neurolépticos, los antidepresivos, la Terapia Electroconvulsiva y, finalmente, nos hablan sobre la eficacia de las psicoterapias, centrándose en el psicoanálisis por ser la referencia teórica y clínica de los autores.

Rebobinando. De los síntomas históricos que expresan la aflicción consustancial de la vida, nuestros autores destacan la locura, la tristeza y la angustia, y nos  refieren cómo su psiquiatrización los ha elevado a la categoría de enfermedades mentales que requieren ser medicalizadas. Dicho y hecho. El remedio, los antidepresivos, por ejemplo, han conseguido llamar depresión a la tristeza, incluso cuando no se supera y ya es melancolía. Otro tanto ha pasado con la angustia que se ha diluido en la ansiedad porque el remedio se llama ansiolítico. Sin embargo, como señalan los autores, la angustia ha sido siempre la protagonista de toda la psicopatología. Se expresa en el cuerpo, en la obsesión, en las fobias, en la anorexia, la bulimia y los suicidios. Cito a los autores: «Es frecuente y conocido desde la antigüedad que enfermedades de la piel como la psoriasis, los eccemas, las dermatitis suelen estar desencadenadas y mantenidas por la angustia. (…) También la piel de dentro, el ectodermo de las mucosas del aparato digestivo o incluso el epitelio de las vías espiratorias son nichos para la angustia. Famosas son las gastritis, las colitis, el asma o el reciente síndrome de colon irritable que florecen con la angustia. Lista a la que podemos añadir las cefaleas, los dolores genitales, los dolores generalizados y las contracturas musculares e incluso la fibromialgia, un dolor absoluto, errante, fluctuante, irregular… ».

Las «etiquetas top», a las que se refieren nuestros autores, son los nuevos nombres de enfermedades mentales o sambenitos que, lejos de estar en la naturaleza del ser humano han salido de la chistera de la ideología biomédica: esquizofrenia, trastorno  bipolar, TDAH y la patología dual. Dicen nuestros autores: «La llamada esquizofrenia con la que nos formamos, la de los pacientes crónicos que atendemos desde el principio de nuestra práctica, no es en realidad el verdadero rostro de la locura, sino el rostro de una locura maquillada de neurolepsis. Una locura barnizada con el colorete de lo colinérgico, los labios de la acatasia y el rímel del aturdimiento. Una locura de un déficit provocado por los cosméticos. Una enfermedad no hereditaria sino adquirida… ».

¿Dónde está la evidencia científica en hacer de cada síntoma o síndrome una enfermedad mental con marcadores biológicos no demostrados? Para argumentar las posibles respuestas, Carreño y Matilla nos dicen que han recurrido a los estudios publicados en las revistas más prestigiosas de las psiquiatrías. «Nuestra sorpresa ha sido mayúscula cuando hemos comprobado que gran parte de las opiniones imperantes en las psiquiatrías, que tanta evidencia habrían encontrado, también atesoran otros tantos estudios que demuestran que dichas opiniones no son más que falacias. Estas son las cosas que tu psiquiatra nunca te dijo, aquellos estudios que ponen en cuestión la ideología vigente». Analizando las escalas, los ensayos clínicos, la supuesta fiabilidad de los diferentes DSM, así como la trastienda de los consensos entre sus redactores, nuestros autores llegan a la conclusión de que «no podemos decir que los DSM estén sustentados en la evidencia científica (…) En psiquiatría no hay pruebas de laboratorio mediante las que decidir si alguien padece o no un trastorno. Todos los estudios sobre marcadores biológicos han resultado ser una pérdida de recursos y de tiempo.(…) Esto hace que los diagnósticos dependan de juicios subjetivos fácilmente influenciables por diversos grupos de presión».

Respecto de la elucidación de los tratamientos, los autores nos recuerdan que no curan porque no restablecen equilibrio químico alguno, ya que no existen desequilibrios en las causas sino en las consecuencias de paliar los síntomas con dosis de phármakon que no tienen en cuenta la lábil frontera entre remedio y venero. A esta iatrogenia inicial hay que sumarle la que se deriva de los tratamientos de por vida. Tratamientos que, no simplemente cronifican el malestar sino que ignoran el abc de toda droga: su principio psicoactivo es puntual y a partir de allí cada vez hay que tomar más para sentir cada vez menos. En el decir de los autores: «Los antipsicóticos, incluso los modernos, provocan la misma anormalidad en el cerebro que la droga conocida como polvo de ángel».

Del estudio de los trabajos publicados sobre los neurolépticos, Carreño y Matilla nos refieren que existen muchos mitos en el tratamiento de la locura: el mito de la base biológica de la locura, el mito del desequilibrio químico, el mito de la evolución deficitaria, el mito de que los antipsicóticos facilitaron el vaciado de los manicomios cuando es a la inversa, el mito de la eficacia de los antipsicóticos, el mito de la medicación a largo plazo. Después de la lectura de lo que sus autores llaman «la verdad de los efectos secundarios», se evidencia que hay un mayor conocimiento de las nefastas consecuencias de los remedios que de sus causas, pues los efectos biológicos negativos de los psicofármacos son un hecho comprobado y comprobable, es decir, un hecho científico; mientras que la causalidad biológica de la psicopatología sigue sin serlo. A lo sumo es una expectativa de la medicina basada en mitos con la que se pretende vender la piel del oso antes de cazarlo.

«Como resume Bentall, –escriben los autores– si los antipsicóticos producen gravísimos efectos secundarios, si a muchos pacientes con un primer episodio les va bien sin medicación, si otros tantos no responden a ella a pesar de que se aumente y si los pacientes que la toman durante años se han vuelto mas sensibles al estrés, ¿por qué los servicios psiquiátricos modernos siguen teniendo tanta fe en los antipsicóticos? (…) Los clínicos deberían valorar la utilidad del efecto sedativo de los neurolépticos en determinadas circunstancias, limitar su uso en el tiempo y, sin duda, explorar el camino de la psicoterapia y la cura por la palabra».

Sobre los antidepresivos, y al hilo de las investigaciones analizadas, nuestros autores llegan a la evidencia de que hay dos hechos incontestables: no hay pruebas científicas de que el síndrome depresivo se deba a ningún estado deficitario y, por lo tanto su medicalización no restablece el equilibrio químico sino que lo altera, «abriendo la posibilidad de un enorme efecto rebote tras la retirada del fármaco», y no como recaída del paciente por desadherirse del remedio que no es tal, pues su efectividad es equivalente al placebo e inferior a la psicoterapia. «Pero ademas, –cito a los autores– al ser drogas activas, tienen una serie de efectos secundarios un tanto desagradables como la tensión, la extrañeza, la agitación y la inquietud que pueden llevar a un sujeto a cometer actos violentos  como el suicidio o el homicidio». En paralelo, la medicalización sine die del síndrome depresivo, está generando un nuevo problema de salud pública al hacerse refractario al tratamiento, más cíclico y, por lo tanto, crónico.

Puestos a ficcionar un manual que refleje la realidad de los nuevos problemas psiquiátricos, los autores consideran que bien podría escribirse un «Manual xenodiagnóstico de trastornos en homo sapiens», con un importante subgrupo: «Trastornos debidos al consumo de psicofármacos en humanos». Un trastorno grave seria «la neuroleptofrenia. Es decir, un cuadro abigarrado de psicosis crónica, distonías, discinesias, aumento de peso, bradipsiquia y apatía fruto del mantenimiento sine die de tratamientos neurolépticos y el trato institucionalizado». En segundo lugar figuraría el «trastorno mundo benzo», basado en «problemas de memoria, abulia, torpeza y sedación… ». Además de las benzodiacepinas también entrarían en este trastorno «los antidepresivos más sedantes participando en el cortejo sintomático con una suerte de anorgasmia, disfunción de la libido y anestesia afectiva». Un subgrupo podría denominarse «benzo en abuelas. Una pléyade de caídas, deterioro cognitivo, torpezas, fracturas de cadena, agitaciones y alucinaciones se han cebado con los mayores siendo en ocasiones peor el remedio que la enfermedad. (…) En tercer lugar, la extraña proliferación de desórdenes afectivos unidos a tratamientos. Se podría llamar el trastorno tripolar, ya que por encima de la clásica división manía-depresión ha sobrevenido sobre la especie humana cuadros de cicladores rápidos, reacciones maníacas, cuadros mixtos e intentos de suicidio extempóreos quizás cebados por antidepresivos, litio y sus combinaciones a veces enloquecidas». Como dijo Abel Novoa desde la plataforma NoGracias: «La biomedicina se ha convertido en un enorme fracaso social y en un problema de salud pública».

De perdidos al rio podría ser el subtítulo del capítulo que los autores dedican a estudiar las posiciones a favor y en contra de la Terapia Electroconvulsiva. Resulta paradigmático que oficialmente se diga que la química es efectiva pero que si no lo es se pruebe con la seguridad y efectividad de la física. Máxime cuando «muchos de los promotores de la TEC tienen vínculos económicos con empresas que fabrican estas máquinas». Después de la investigación realizada, nuestros autores concluyen diciendo: «Nos cuesta trabajo comprender cómo en la actualidad, en la mayoría de los hospitales, al menos en nuestro país, se sigue aplicando con gran entusiasmo. Está claro que siempre se aduce un criterio pragmático basado en la experiencia práctica de quienes la utilizan: “cuando nada funciona con determinadas personas, la TEC produce efectos extraordinarios”. Sin duda, hemos mostrado cómo la pérdida de memoria y la deshumanización gracias al daño cerebral que provoca, parece ser la responsable de que uno se olvide incluso hasta del dolor que le produce la existencia. Por eso, resulta sorprendente que con estos datos encima de la mesa se siga pensando que puede ser mínimamente beneficiosa».

A la hora de medir la eficacia de las psicoterapias, y en especial la del psicoanálisis, hay que tener en cuenta dos preliminares. Uno: la metodología científica aplicable a un fármaco no tiene tan fácil traslación a las terapias de la palabra. La subjetividad es de cada cual y no tiene cabida en las escalas, los ensayos y las mediciones. Dos, y en el caso concreto del psicoanálisis, ¿cómo compararlo con los tratamientos biomédico-congnitivos-conductuales, si no parte ni comparte con ellos que la eficacia clínica se acote a la eliminación sistemática de los síntomas? Sin embargo, nuestros autores aportan los estudios que demuestran la eficacia del psicoanálisis en el tratamiento de todo tipo de síntomas psíquicos, incluida la psicosis. Al tiempo que desmontan las críticas de que es un tratamiento caro y largo: «El NIMH, por ejemplo, comprobó que si bien la medicación y dos tipos de terapia breve resultaban beneficiosos, con el paso del tiempo ese beneficio iba decreciendo», mientras que el psicoanálisis es eficaz a largo plazo. «Cuando se ha comparado la psicoterapia psicoanalítica a largo plazo con el psicoanálisis, se ha descubierto que la primera producía mejores resultados tras tres años mientras que el segundo mostraba ser superior después de cinco años de seguimiento. (…) El trabajo que se realiza sesión tras sesión suma para que en un futuro las cosas que le puedan ocurrir al sujeto las viva de otra manera». El trabajo requiere tiempo, pero no porque el tiempo lo cure todo, sino porque toda cura necesita tiempo. Y en nuestro quehacer psi ese tiempo, por excelencia, es el tiempo de elaboración.

En sus palabras finales, Carreño y Matilla nos dicen que esperan que su libro quede «como un informe en minoría que junto a otros trabajos pueda ir configurando una opinión mayoritaria para la construcción de una disciplina más humana y sensata». Teniendo en cuenta la muy extensa  bibliografía de la que han tomado los hilos argumentales para construir, puntada a puntada, un discurso propio, bien puede decirse que ni están solos ni en minoría, ya que, por nombrar a los más críticos con lo que los focos no iluminan, les acompañan D. Healy, J. Read, L.R. Mosher, R.P. Bentall, J. Moncrieff, S. Timimi, G. Berrios, R. Whitaker, P.C. Gotzshe, J. Friedberg,  P.R. Breggin, H. Sackeim, R. Warner, I. Kirdch, etc., así como a los que reconocen como sus maestros: Chus Gómez, J.M. Álvarez y F. Colina. Y como dicen éstos dos últimos en el prólogo de este libro, «son cada vez más los estudios que denuncian la falacia del discurso cientificista en el terreno psi. Todos sus principales apoyos son cuestionados y se cimbrean más de lo previsto: unos denuncian el artificio de las clasificaciones internacionales, otros la turbiedad de las investigaciones neurobiológicas y la mayoría ponen en entredicho la prometida eficacia de los tratamientos psicofarmacológicos y cognitivos».

Alberto Manguel, en su ensayo La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias,  nos anima «a seguir el consejo de Kafka de aspirar sin poseer, de construir sin trepar a la cima: es decir, de saber sin exigir la posesión exclusiva del conocimiento. Quizá seamos todavía capaces de tales cosas».

Carlos Rey

Psicólogo Clínico y psicoanalista

carlosry@copc.cat

Para una clínica con fundamentos, por Carlos Rey

PARA UNA CLINICA CON FUNDAMENTOS

Dos viñetas memorables de El Roto, vienen como anillo al dedo para presentar y dar cuenta del espíritu de la época en el que José María Álvarez ha escrito su nuevo libro: Estudios de psicología patológica. En una de las viñetas se ve a un grupo de personas caminar en un único sentido, y una de ellas pregunta «Si todos vamos en la misma dirección ¿cómo sabemos que no hay otra?». En la otra viñeta aparecen en fila india personajes con igual fisonomía y comportamiento. Caminan muy juntos, con las manos pegadas a las espaldas del que le antecede y con la cabeza gacha. Uno de estos androides dice: «Antes de empujar todos en la misma dirección, convendría averiguar a dónde vamos». Y el que tiene delante le replica: «¡Tú empuja y calla!»

«Este libro de José María Álvarez es un testimonio de signo contrario. Es un ejemplo público de que la mejor forma de oponerse al reduccionismo biológico es profundizar en el estudio de la psicopatología» Dixit Fernando Colina en el prólogo de estos ocho estudios, y a quien su autor le dedica el libro,  reconociéndolo como su maestro. También los profesionales que ya son el recambio generacional de La Otra psiquiatría, han estado presentes en la confección de esta monografía con vocación ecuménica (en el sentido de querer sumar, que no restar); así como los futuros psicoanalistas, psicólogos clínicos y psiquiatras, a cuya formación les dedica buena parte de su quehacer. Esta  pasión por trasmitir el saber que destila la clínica y los textos de los grandes clínicos que nos han precedido, hacen que también en este libro se palpe su querencia por la claridad que se manifiesta en un estilo sobrio, firme y riguroso por fundamentado.

A diferencia de la patología descriptiva, que supone tantas enfermedades mentales como síntomas y síndromes logra medicalizar, la psicología patológica que nos propone el autor es radicalmente analítica e interpretativa. Y en este orden, cito al autor: «a partir de la observación y del análisis de las manifestaciones clínicas colegimos un tipo de funcionamiento psíquico. Por tanto, el plano fenomenológico –en el sentido kantiano– antecede a la elaboración teórica». Y esto es así porque «nuestro ámbito no es el de los hechos de naturaleza sino el de las invenciones discursivas. De ahí que hablemos de la invención de las enfermedades mentales; de ahí también que situemos a las clasificaciones psiquiátricas en el apartado de la ciencia ficción».

Si la psicopatología psiquiátrica es ateórica, la psicología patológica tiene los sólidos fundamentos de «la clínica clásica (elaborada por los pensadores señeros de la psicopatología) y el psicoanálisis, de manera que sobre los fundamentos precisos de la clínica clásica se erige la explicación y la interpretación psicoanalítica». En definitiva, «esta visión de la psicología patológica pretende establecer una continua dialéctica entre un plano objetivo (semiología clínica) y otro subjetivo (las experiencias o modos particulares de vivir el malestar y la función que cada sujeto atribuye a su síntoma)». Es decir, de lo general a lo singular y viceversa.

Sostiene el autor que, en tanto sometidos al imperio del binario significante, el saber sobre la condición humana y su pathos se vale de oposiciones. «Quiere esto decir que no podemos elaborar un conocimiento si no es mediante la oposición de dos significantes (locura versus cordura, psicosis versus neurosis, melancolía versus manía, continuo versus discontinuo, uno versus múltiple, categoría versus dimensión, parcial versus general, agudo versus crónico, etc.)». Esta oposición tiene sus ventajas en la construcción nosográfica pero también sus limitaciones, ya que,  en la realidad de nuestro quehacer clínico es observable que los contrastes de las manifestaciones  clínicas no siempre son tan antagónicos, contrapuestos e incompatibles como los pensamos. De allí que nuestro autor nos proponga trabajar, tanto con el recurso de las categorías o estructuras clínicas como desde la perspectiva  continuista o elástica.

«Los conceptos de la psicología patológica están bien fundamentados cuando gozan a la vez de amplitud y profundidad. En el caso de las categorías clínicas, son preferibles aquellas que dicen cosas esenciales de un mayor número de sujetos, esto es, las que dan cabida a más personas y muestran de ellas sus características intrínsecas. De seguir esta propuesta, elegiremos una categoría clínica que detalle los signos morbosos y su jerarquía (semiología clínica), que sea precisa desde el punto de vista descriptivo (nosografía), que proponga una articulación entre las manifestaciones clínicas y los mecanismos psíquicos que las conforman (patogenia), que diga algo coherente y fundamentado sobre la causa (etiología), que aporte una explicación cabal sobre esa alteración y delimite las diferencias con otras (nosología), y que procure, por último, una orientación terapéutica lo más específica posible».

Hasta aquí el resumen de algunas de las muchas ideas sobre psicopatología que el lector encontrará a lo largo de estos ocho estudios. Estudios que siguen el método de articular tres tipos de análisis: la historia, la epistemología  y la clínica.

I– El primero de los ocho estudios se refiere a la Neurosis: historia, psicopatología y clínica. Gracias al discurso psicoanalítico la neurosis mantiene su vigencia y es un referente fundamental de la psicología patológica. Máxime cuando «los sustitutos con los que se ha intentado desbancarlo –en especial “trastorno” y “trastorno de la personalidad”– carecen de algún principio organizador que les dé coherencia». La neurosis es una sólida categoría clínica en la medida «que dice algo consustancial de la condición humana y se aplica a un amplio grupo de sujetos, los cuales, salvo aspectos particulares, comparten un mismo denominador común tanto en las manifestaciones clínicas como en el tipo de funcionamiento psíquico».

Tal y como dice nuestro autor, «si hasta Freud las neurosis no eran otra cosa que enfermedades nerviosas un tanto dispersas, complejas de describir e imposibles de explicar, con él die Neurose –escrito en singular gracias a la coherencia con la que la caracterizó– traspasó las fronteras de la patología y se convirtió en el modelo desde el que analizó la condición  humana»; siendo su phatos de tipo psicológico y su causa biográfica, de las vivencias infantiles, para más señas. En el análisis de la pluralidad de las manifestaciones clínicas fue donde Freud encontró la unidad, es decir, un mismo mecanismo psíquico defensivo: la represión. Siendo los síntomas la solución de compromiso entre la defensa y la pulsión… que en el mejor de los casos, insiste.

«Al hilo de estos comentarios (nos dice Alvarez) podemos plantear  –como hemos hecho respecto a la psicosis–  una concepción unitaria de la neurosis con dos polos principales (histeria y obsesión), marco dentro del cual el sujeto se desplaza en su continua búsqueda de equilibrio». En el caso de la histeria el conflicto entre afecto y representación se desplazaría al cuerpo –de allí histeria de conversión – y en el caso de la neurosis obsesiva se desplazaría al pensamiento, produciendo las ideas obsesivas. Por nuestro quehacer clínico sabemos que ambas neurosis pueden presentarse en estado puro, ser mixtas y, a lo largo de la dirección de la cura, acercarse o alejarse de uno de dos polos, en función de que el paciente histérico logre, o no, elaborar la insatisfacción de su deseo y el obsesivo la imposibilidad de su deseo.

Después de analizar el antes y después de Freud respecto de la neurosis obsesiva, Álvarez concluye con estas palabras: «La trabazón que aporta el psicoanálisis entre la semiología, la patogenia y la etiología es de una solidez incomparable, y la conjunción que consigue entre la patología y la ética roza la belleza».

II– El segundo estudio de este libro lleva por título Elogio de la histeria y se ocupa de la interacción entre la clínica y la historiografía de la histeria. Sus cuatro mil años de existencia dan para mucho pero tanto en su historia como en su clínica la histeria ha insistido en sus cuatro conceptos fundamentales: «los desplazamientos, el desafío al saber y al poder, la permanente referencia al cuerpo y la insatisfacción». También las teorías de la histeria se desplazaron del útero al encéfalo gracias a la neurología; siendo el profesor J.M. Charcot un referente de ese desplazamiento, así como del intento fallido de localizar la lesión anatómica de la histeria. «Al final, atrapado en su propio discurso, tuvo que recurrir a la noción de “lesión dinámica”, glorioso oxímoron según el cual la lesión cambia de lugar tan pronto el investigador creía localizarla». Por otra parte, lo que empezó suponiendo ser una afectación particular de las mujeres, se ha encontrado en lo general del deseo insatisfecho que anida en la condición humana.

Si la ciencia es sin sujeto, la clínica que le bebe los vientos se ha especularizado de tal manera con la patoplastia de la histeria, que no ha parado hasta borrarla del mapa de su Devocionario de la Salud Mental. De ahí que sean los médicos de primaria, los del dolor, los reumatólogos y especialistas varios, los que tienen que vérselas con algunas de las nuevas manifestaciones clínicas de la histeria, como por ejemplo: los dolores reumáticos inespecíficos y los malestares típicos de quienes padecen el abatimiento de su deseo, y acaban medicalizados por el sambenito de depresión, elevada a la categoría de enfermedad mental por un supuesto déficit de serotonina. En paralelo, el psicoanálisis mantiene vigente la teoría de que en la neurosis de conversión histérica las representaciones reprimidas hablan a través del cuerpo. Amén de una clínica con un sujeto en transferencia al que se hace corresponsable, tanto de la causa de su pesar como de la dirección de su cura. Clínica analítica y teoría interpretativa que conjuga el pathos y el ethos de un sujeto atravesado por el lenguaje. «Tal es la razón –dice Alvarez al final de este elogio– que me ha dado pie para reivindicar la pertinencia actual de la histeria y desearle larga vida en compañía del psicoanálisis».

III– Al hilo del último párrafo, el tercer estudio se ocupa de las confluencias entre histeria y depresión. No debe ser ajeno al éxito de la comercialización de los antidepresivos, la desaparición de la histeria a partir del DSM-III y el aumento de casos diagnosticados de depresión; como si se quisiera hacer de ella la neurosis de nuestros días y un problema de salud pública o epidemia que requiere vacunarse de por vida. Sin embargo, «tan erróneo es considerar que la histeria de ayer es la depresión de hoy, como que no existen relaciones entre una y otra». En todo caso, las confluencias a las que se refiere nuestro autor son entre una sólida categoría clínica y un síndrome clínico, pues así define la depresión, como un «conjunto de manifestaciones transnosográficas que pueden observarse en distintas estructuras clínicas y tipos clínicos. Al conjuntar la patogenia histérica y el de la depresión como síndrome, se pone de relieve que la histeria puede expresarse mediante una sintomatología depresiva y el síndrome depresivo puede manifestarse en el marco de una neurosis histérica. (…) El deprimido y el histérico son hoy día los sujetos que representan el fracaso de los ideales modernos. El histérico-deprimido tiene una contundente manera de decir “no” a las exigencias del capitalismo y al saber de la ciencia», aun a costa de poner en punto muerto el motor de la vida: el deseo… y de instalarse en la tristeza.

IV– Sobre la tristeza y sus matices trata el cuarto estudio. «En lo tocante a la tristeza, ninguna guía mejor que la aportada por poetas, dramaturgos y escritores. A estos profundos conocedores del alma humana –como los califica Freud–, añadimos los filósofos morales, tradicionales estudiosos de las pasiones», pues poco nos ayuda la psicopatología a la carta del capital, cuando establece una tristeza normal y otra patológica. Medicalizar-psicologizar la falta moral –pues así llamaban los autores clásicos a la tristeza–  tiene sus beneficios pero no para quienes, como nuevos enfermos mentales, se les desahucia de la responsabilidad en el regocijo de su propia tristeza y de elaborar tanto su causa como su remedio. Para Álvarez la tristeza tiene muchos matices y en este estudio profundiza sobre los siguientes: duelo, soledad, creación, inutilidad, goce, mal, inacción, cobardía, mentira y egoísmo.

V– Para una clínica diferencial, conocer estas diez aristas de la tristeza que nos propone el autor es de vital importancia, pues la condensación morbosa de la tristeza se da en la melancolía, y sobre ella trata el quinto estudio. Reivindicarla para devolverle la sustancia y sus fronteras, que las clasificaciones internacionales han diluido en las depresiones, es el logro de este estudio. «En el mejor de los casos, la melancolía es hoy día un tipo básico de la enfermedad depresiva, una categoría que hay que preservar debido a la inconsistencia nosológica de la depresión mayor. En el peor de los casos, la melancolía se reconvirtió –tras el DSM-III– en un mero subtipo clínico de la depresión unipolar». En paralelo a este despropósito la melancolía conserva todo su vigor entre psicoanalistas y psicopatólogos de inspiración clásica; Fernando Colina, sin ir más lejos y su potente texto Melancolía y paranoia, Madrid. Síntesis, 2011.

Sigue el estudio y nuestro autor echa mano «de algunos casos ejemplares, extraídos de los grandes tratados y monografías en los que Freud y Lacan se inspiraron, textos aún vibrantes que se escribieron en la época dorada de la psicopatología». Casos que le sirven a nuestro autor para hablarnos de los tipos clínicos más habituales de la melancolía: simple, ansiosa, delirante y estuporosa. Así como para hacer suyo lo que dijera Hubertus Tellenbach hace cuarenta años, «Tiene sentido justificado, sentido que reside en la misma cosa, denominar “melancolías” a las psicosis sobre las cuales aquí tratamos  –siguiendo la diferenciación de Freud–  y no hablar de “depresiones”, término que en su uso casi ubicuario se ha ido haciendo cada vez más indefinido y con ello cada  vez más inespecífico».

VI– El sexto estudio trata sobre la clínica diferencial entre la melancolía y la neurosis obsesiva, donde su autor analiza de forma pormenorizada las propuestas que se defienden y los argumentos en que se apoyan, tanto desde la psicopatología psiquiátrica como desde la psicoanalítica. «De acuerdo con este proceder se indagarán las afinidades y diferencias entre la neurosis obsesiva y la melancolía. (…) Por último, admitiendo la diferencia estructural neurosis versus psicosis propondré que en la melancolía y en cualquier otro cuadro clínico pueden darse elementos sintomáticos de tipo obsesivo, sobre todo los surgidos de mecanismos destinados al control de la angustia, pero eso no justifica mezclar la neurosis obsesiva con la psicosis melancólica».

El discurso cientificista –ya no tan hegemónico en la psiquiatría y psicología clínica, pues es insostenible una clínica donde el paciente ni está ni se le espera– también plantea debates similares pero con términos ad hoc. Neurosis obsesiva, melancolía y paranoia han sido sustituidos por el TOC, T. bipolar y esquizofrenia. Tras el análisis de los estudios que relacionan el TOC con la esquizofrenia, Álvarez concluye diciendo que el discurso cientificista «es más heterogéneo y embrollado de lo que cabría esperar».

Y el estudio continua, «se trata ahora de mostrar las diferencias entre la melancolía y las obsesiones, tanto las llamativas como las sutiles, de manera que al contrastarlas se perfilarán sus esencias y se acotarán sus contornos. Para ello, adoptaré una perspectiva contraria según la cual la condición humana sustituye a la naturaleza y el enfermo prevalece sobre la enfermedad». De nuevo la historia, la epistemología y la clínica, en un continuo movimiento de ida y vuelta. Si con Freud podemos perfilar las diferencias, para hablarnos de las afinidades Álvarez sigue a Karl Abraham, referente del continuum psicopatológico que posteriormente desarrollaría Melanie Klein. A diferencia de otros puntos de vista dimensionales, Abraham respeta las fronteras nosológicas al tiempo que señala que «las afinidades estructurales se observan en la clínica por el hecho de que una puede dar paso a la otra y la otra a la una. Que exista esta movilidad no niega algunas diferencias, sobre todo la más evidente: la melancolía sobreviene siempre a consecuencia de una pérdida imposible de perder, cosa que no sucede en la neurosis obsesiva». En su empeño por sumar, Álvarez termina este estudio  animándonos a que iluminemos la oscuridad de la melancolía, tanto con el foco o perspectiva estructural como con el modelo continuista, pues las manifestación clínicas obsesivas tanto se dan en la unidad de la neurosis y la psicosis como en la pluralidad de las formas de ambas.

VII– El séptimo estudio trata sobre la locura normalizada. «La hipótesis que aquí se propone tiene en cuenta estas coordenadas: la psicosis ordinaria es un efecto inevitable del modelo de las estructuras clínicas, cuyo binomio neurosis versus psicosis obliga a introducir una categoría intermedia o a correr la frontera que las separa y redescribir su perímetro. Eso mismo sucedió hace casi doscientos años, cuando la locura se opuso frontalmente a la cordura y surgió al instante la figura de la semilocura, la locura lúcida, la locura razonante y una prolija serie de nombres a los que se suma nuestra psicosis ordinaria». En tanto que «los modelos del pathos son constelaciones de palabras con las que nos acercamos a lo real del drama humano», nuestro autor fundamenta la elección de locura antes que psicosis porque «la inercia de la retórica de las enfermedades mentales es tan potente que conviene combatirla rebajando la densidad y el poder de los términos que emplea». Por otra parte, el término popular de locura resta estigmatización y cronicidad. «Tampoco es caprichoso el calificativo normalizada», ya que resalta el oxímoron y describe el semblante de hipernormalidad con el que se viven las  «experiencias con el vacío, la vacuidad y el escaso arraigo del deseo y las pasiones genuinas de la condición humana. Este vacío se opone al relleno delirante y alucinatorio del que echa mano el psicótico enloquecido para acometer el agujero originario». La aportación de Álvarez al debate sobre la locura normalizada se basa en el análisis de cuatro de sus signos clínicos: el psitacismo, la discordancia, la mímesis y la desvitalización.

VIII– El último estudio lleva por título Diagnóstico para principiantes, aunque también será de mucha utilidad a los profesionales psi que se atrevan a diagnosticar a mano alzada en vez a plantilla. Es decir, al margen de los protocolos, pruebas que se dicen objetivas o al dictado de las clasificaciones internacionales, que a lo sumo proporcionan un diagnóstico estadístico que nada dice la particularidad de cada cual. El DSM, por ejemplo, se descalifica solo. Álvarez cita a Peter C. Gøtzsche, quien sostiene que es un documento de consenso, «y por lo tanto los documentos que incluye tienen poco rigor científico y son arbitrarios. Una ciencia verdadera no decide la existencia o la naturaleza de un fenómeno por medio de votaciones, con intereses particulares y con la ayuda económica de la industria farmacéutica». También cita a Allen Frances, quien a toro pasado del DSM-IV –del que fue su coordinador–, confesó: «nuestro grupo se esforzó por ser conservador y cuidadoso, pero contribuyó inadvertidamente a tres falsas epidemias: el trastorno por déficit de atención, el autismo y el trastorno bipolar en la infancia. Nuestra red fue claramente demasiado lejos y capturó a muchos “pacientes” que podrían haber estado mucho mejor sin que hubieran entrado en el sistema de salud mental». Con la inflación diagnóstica del DSM-V es pertinente la pregunta que se/nos hace Álvarez «si todo el mundo está trastornado, ¿dónde queda la normalidad? Esta pregunta, que muestra el esperpéntico mundo de la psicología y la psiquiatría científicas, es decir, de ciencia ficción, comienza a hacer aguas y son más numerosos cada día los que nos oponemos a la falacia de la seudociencia psiquiátrica, que tanto daño hace a los pacientes, a los psiquiatras, psicólogos clínicos y psicoanalistas que mantienen los pies en el suelo y no se dejan sobornar por esta medicina basada en la evidencia a la que Berrios, sin pelos en la lengua, calificó de “chantaje moral”».

«Gran parte de los desacuerdos habituales –sigue diciendo Álvarez– con respecto a los diagnósticos radica en la confusión entre síntoma, síndrome y estructura. Hoy día el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, el trastorno del espectro autista, la anorexia, el trastorno límite de la personalidad, la depresión y el trastorno bipolar –por citar sólo algunos– se toman por categorías nosológicas o enfermedades médicas, cuando en realidad son meros síndromes, es decir, conjuntos sintomáticos carentes de soporte patogénico que se puede observar en sujetos de los más variado. (…)

Un diagnóstico bien hecho es el que contiene lo general y lo particular, es decir, el que combina en un mismo sujeto numerosas características propias de la condición humana con algo suyo que le es exclusivo». El método clínico que nos propone el autor es simple y se limita a las preguntas hipocráticas de siempre: «de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva), para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función)».

Si el diagnóstico clínico ya es de por sí arte y oficio, llevar a cabo dobles diagnósticos –como nos propone Álvarez– roza la excelencia. Sin embargo Freud así lo hizo: «Un caso de neurosis. Caso del Hombre de las Ratas», «De la historia de una neurosis infantil. Caso del Hombre de los Lobos». «Como se ve, –dice Álvarez– el genio de Freud asigna un diagnóstico estructural y un diagnóstico particular que lo hace diferente a cualquier otro». A lo dicho, arte y oficio donde  «el diagnóstico pone en juego el saber psicopatológico, la pericia clínica y el compromiso ético» de evitar que sea para el paciente ni su refugio ni su estigma.

Por último, recordar que este libro es el cuarto de los publicados bajo el sello de Xoroi Edicions en su colección La Otra psiquiatría. Siendo los tres anteriores: Estudios sobre la psicosis, de J. Mª Álvarez,  Las voces de la locura, de J. Mª Álvarez y F. Colina, y Otra historia para otra psiquiatría de R. Huertas.

Carlos Rey

Carlos Rey: La Otra versus la Una

                                LA OTRA VERSUS LA UNA

No es la primera vez que el eminente investigador e historiador Rafael Huertas dice compartir con los Alienistas del Pisuerga la interacción existente entre historia y clínica. De hecho, la monografía publicada en 2012 por la editorial Los libros de la catarata que lleva por título Historia cultural de la psiquiatría, fue su anterior contribución a la apuesta de La Otra psiquiatría. La relación de Rafael Huertas con esa otra clínica que estudia y trata la condición humana data de 1997, que es cuando empezó a participar en los encuentros de La Otra psiquiatría. Los trabajos presentados y discutidos en dichas jornadas –y algunos más–  los ha reunidos bajo el título Otra historia para otra psiquiatría. Editado bajo el sello de Xoroi Edicions, este libro es el tercero de los publicados en su colección La Otra psiquiatría. Recordemos que los dos anteriores títulos fueron Estudios sobre la psicosis, de José María Álvarez y  Las voces de la locura, de José María Álvarez y Fernando Colina.

Esa otra historia que nos presenta R. Huertas  –cito al autor– no es «una historia positivista, descriptiva, acumulativa, complaciente con el pasado y acrítica con el presente, sino otra historia analítica, hermenéutica y crítica, que interpele al pasado para pensar el presente y para actuar o propiciar actuaciones suficientemente fundadas. (…) En definitiva, otra historia comprometida con otra psiquiatría, la que considera necesario cambios epistemológicos profundos sobre la naturaleza del trastorno mental y sobre el papel del experto (psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, etc.) y del propio paciente –cuyo empoderamiento debe ser una prioridad absoluta–» en la clínica de las sintomatologías psíquicas.

La psique y su pathos no puede considerarse patrimonio de un único saber, pues desde la filosofía a la literatura muchas son las ramas del inacabable árbol de la sabiduría sobre la condición humana. «Es esta condición híbrida la que puede explicar las importantes diferencias epistemológicas que se producen en el ámbito de las disciplinas psi: cuerpo y alma; cerebro y mente; materia y pensamiento; neurotransmisor y significante; representan modelos antitéticos desde los que tradicionalmente se han elaborado los acercamientos a “lo mental”». A su vez, estos dos enfoques han producido una historiografía tradicional y otra crítica. La primera se caracteriza por «historias que pretenden mostrar esa evolución “lineal” de la psiquiatría, desde unos incipientes inicios hasta un presente de “máximo progreso”, que se tiende a asimilar con los avances de la biomedicina». En este polo historiográfico se han hecho fuertes las espaldas plateadas de la psiquiatría y la psicología que practican el pensamiento único.

En el otro polo historiográfico R. Huertas nos habla de esa otra historia de la locura, la que va más allá de la historia de la psiquiatría. Otra historia, crítica con el saber que devine en poder sobre el paciente y con las instituciones que se ponen al servicio del control social. Otra historiografía que tiene en cuenta los textos surgidos en el contexto de los años sesenta y setenta del siglo XX: Michel Foucault, Erving Goffman, Franco Bassaglia, Thomas Szasz; así como  las actualizaciones de esos discursos en los años ochenta, noventa del pasado siglo y primera década del actual, con los trabajos de Robert Castel, la historiadora estadounidense Jan Goldstein, el filósofo de la ciencia canadiense Ian Hacking y el historiador británico Roy Porter, quien nos propone una historia desde el punto de vista del paciente: de sus dichos y sus escritos. «Una historia desde abajo». Sobre este aspecto R. Huertas nos dice: «El punto de vista del paciente nos da claves para valorar que lo bio en salud mental no es solo lo biológico, sino también lo biográfico», así como para «comprender la violencia del diagnóstico y del estigma. (…)  La actualización de los discursos de la historia crítica de la psiquiatría, está proporcionando una solidez teórica y empírica a este ámbito de conocimiento, que camina hacia una historia cultural de la subjetividad como opción historiográfica (…) en la que el sujeto (mediatizado por el lenguaje) prima sobre la enfermedad, en la se presta la máxima atención a la subjetividad de la persona y en la que el pathos y el ethos se conjugan en el núcleo mismo del pensamiento psicopatológico».

A destacar, de los estudios que componen este libro, la aportación historiográfica de su autor al actual debate sobre la psicosis única y lo múltiple de sus formas, y sobre la continuidad y discontinuidad; sobre la semiología de la subjetividad, inherente al nacimiento del alienismo; sobre el concepto de perversión sexual en la medicina positivista y la construcción de un modelo médico sobre la delincuencia; así como el antes y después que supuso la publicación de El poder psiquiátrico de Foucault, en la historia de la psiquiatría y, sobre todo, en la historia de la locura.

Y porque la historia no es Una, R. Huertas nos trae a colación La filosofía de la locura, del precursor del tratamiento moral y del movimiento alienista Joseph Daquin, quien fue ninguneado por Philippe Pinel en su famoso Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental. Y eso que el texto de Daquin fue publicado una década antes que el tratado de Pinel.

Juzgue el lector la actualidad de Daquin con esta cita que se reproduce en el libro de R. Huertas: «Quiero que el médico se acerque con parsimonia instruida y reflexionada, que no recete en la primera visita medicamentos enérgicos y demoledores incluso antes de que la enfermedad se haya desarrollado y, sobre todo, que no ofrezca, con la cabeza baja, remedios nuevos, cuyo mérito consiste en anunciarse en los papeles públicos y cuya eficacia estriba en dar dinero a esos voceros y falsos que se llaman inventores».

R. Huertas considera que «la historia de los trastornos mentales no puede ser una mera enumeración positivista de términos y conceptos, sino que es preciso contextualizarlos con esmero desde el punto de vista científico, social y cultural, con el fin de ayudarnos a pensar la locura   –y la clínica–  más allá del dato esquemático recogido y catalogado en la guía diagnóstica de turno».

En los manuales oficiales y académicos es observable la utilización  torticera de la historia. Como por ejemplo, en el intento de sustituir la neurosis obsesiva de la psicopatología clásica por el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) de la invidencia científica, como si fuera una evolución histórica natural, lineal y progresiva hacia el saber definitivo. «Un intento  –dice R. Huertas–  que es, cuando menos engañoso porque, en realidad, lo que hay entre una concepción y otra es una ruptura (de paradigma), pues las obsesiones y las compulsiones han transitado en las últimas décadas desde interpretaciones más dinámicas hacia orientaciones que son claramente biológicas. (…) Todo lo cual ha ido desplazando, cuando no anulando, el interés y las investigaciones sobre aspectos biográficos y culturales, en la génesis de los síntomas obsesivos y compulsivos». Sobre esta cuestión R. Huertas nos ofrece un riguroso análisis de los textos clínicos sobre las obsesiones en el seno del movimiento alienista francés; esto es, desde el nacimiento de la clínica hasta las últimas décadas del siglo XIX;  así como del ruido de fondo o el espíritu de la época –como se le quiera decir al contexto social, político y económico– que interactúa en la construcción de los textos clínicos. «Para el caso francés, parece evidente que la medicalización de las obsesiones, mediante su asimilación al modelo de la monomanía, surge en el momento en el que en la Francia posrevolucionaria tiene lugar el afianzamiento definitivo del poder burgués y el modo de producción capitalista».

Con Freud hay cambios y hay continuidad. «La obra de Freud supone un cuestionamiento del positivismo y el organicismo psiquiátrico», y la neurosis obsesiva es interpretada desde una concepción dinámica. «A partir de la obra de Freud se abre, pues, un camino diferente y fuertemente innovador desde el punto de vista nosográfico, pero también psicopatológico e historiográfico. (…)

El concepto dinámico de neurosis obsesiva se afianzó a lo largo del siglo XX para ser sustituido en el último tercio del mismo por categorías más acordes con las realidades socioeconómicas y con el pensamiento hoy día hegemónico en el ámbito psi; esto es, una psiquiatría biológica, una psicología conductista y una psicopatología estadística».

Resumiendo la importancia de esta novedad editorial que se presenta,  y en el decir del autor: «Sirvan estas páginas como propuesta epistemológica en torno a la necesidad de pensar históricamente determinadas cuestiones psicopatológicas que nos permitan valorar el peso innegable tanto de la clínica clásica, como de los elementos sociales y culturales que, en muy buena medida, contribuyen a elaborar (o construir) las categorías diagnósticas. (…) La existencia de un clínica de la subjetividad ya desde los mismos orígenes de la semiología psiquiátrica me parece incuestionable».

 

            Carlos Rey

Sapere aude, Carlos Rey (comentari a Las voces de la locura)

SAPERE AUDE

Carlos Rey

Psicólogo clínico-psicoanalista

Barcelona

carlosry@copc.cat

Alienistas del Pisuerga, psicopatólogos como la copa de un pino y referentes de la Otra Psiquiatría, Fernando Colina y José María Alvarez han escrito al alimón Las voces de la locura, editado por Xoroi Edicions. Treinta años después de mutua colaboración, estos estudiosos de la condición humana y su psicopatología nos refieren sus reflexiones acerca de las relaciones del lenguaje y la locura desde la perspectiva histórica. Analizando la historia de la subjetividad los autores llegan a la conclusión provisional de que las voces, las alucinaciones verbales o el polo esquizofrénico de las psicosis es un síntoma de la Edad Moderna. Como dicen los propios autores «la hipótesis es bastante osada, e indemostrable», «una hermosa especulación», «con cierta osadía» y «con propuestas quizás atrevidas». Vaya por delante pues, que los autores se sitúan en las antípodas de considerar la esquizofrenia como una enfermedad de la naturaleza, así como de la clínica jerárquicamente prescriptiva, de la ingeniería conductista y de la dichosa psicoeducación. Y, por lo tanto, más allá de la invidencia científica que el hegemónico modelo biomédico ha elevado a la categoría de pensamiento único y único saber posible y/o permitido. Pero vayamos por partes.

Uno

Como si de un programa de mano se tratara, los autores nos empiezan hablando de El automatismo mental. Del lenguaje como sustancia del alma. Y lo hacen marcando los referentes clínicos intemporales de la psicopatología: la histeria, la melancolía y la paranoia, o lo que es lo mismo,  los ingredientes básicos de nuestra condición humana: el deseo, la tristeza y la interpretación. A esta terna le añaden un cuarto elemento: el automatismo mental, a fin y efecto de dar cuenta de la relación del sujeto con el lenguaje. «Pero a diferencia de la histeria, la melancolía y la paranoia, el automatismo mental casi no tiene historia, por lo que suponemos que informa de algún tipo de cambio en la subjetividad».

Los autores rescatan las aportaciones de Séglas, Baillarger y, sobre todo de Clérambault, para preguntarse «si los trastornos del lenguaje son una manifestación de la psicosis o la psicosis es un efecto del desorden de la relación del sujeto con el lenguaje». Ante esta cuestión, los autores consideran que el concepto xenopatía –cualidad de experimentar el propio  pensamiento o los propios sentimientos como ajenos o impuestos–  tiene más recorrido que disgregación, escisión, disociación, discordancia o esquizofrenia, ya que les permite llegar a la xenopatía del lenguaje, para entender mejor la experiencia del sujeto «hablado, fragmentado, interino de sí mismo». Siendo las voces –o el polo xenopático de las psicosis–  coetáneas de la aparición de la omnis scientia y el acabose de un Dios omnisciente, omnipresente y omnipotente, en tanto que la subjetividad humana «se abrió a nuevos tipos de experiencias respecto a las relaciones con el mundo, los otros y consigo mismo». Por todo ello «podríamos concebir la esquizofrenia como un síntoma de la ciencia, en la medida en que señala los límites infranqueables relativos a lo que la propia ciencia ignora de sí misma».

Finalmente, los autores consideran que el automatismo mental articula la clínica clásica con el psicoanálisis. Si con Freud «la división subjetiva se da como hecho constitutivo y el lenguaje la quintaesencia del ser», a partir de la clínica borromea de Lacan podría pensarse la xenopatía como «una experiencia común a todos los hombres, a partir de la cual surgiría la nueva pregunta de por qué no estamos todos locos o por qué no todos experimentamos el lenguaje como un ente autónomo que nos usa para hablar en nosotros y a través de nosotros». Esto sí que supone una vuelta de tuerca, aunque según la dirección de la vuelta, aprieta o afloja la clínica estructural neurosis versus psicosis. Si la afloja daría cabida a una «clínica continuista, en la cual la psicosis sería una experiencia originaria común de la que los neuróticos lograrían zafarse con éxito mediante el empleo eficaz de ciertos mecanismos defensivos».

Dos

En Las voces y su historia: sobre el nacimiento de la esquizofrenia, los autores desarrollan la idea de que la aparición de las voces debe atribuirse a un nuevo desgarrón atribuible a la Edad Moderna. En paralelo a que la ciencia generara un cambio de mentalidad, los espíritus –ángeles y demonios–  dejaron de intermediar entre Dios y los humanos. En esta nueva realidad «se ha ido entreabriendo un hueco que las palabras ya no aciertan a delimitar. La cosa en sí kantiana, la voluntad de Schopenhauer, la oscuridad de Schelling, la pulsión de Freud o lo real de Lacan dan testimonio de esa experiencia radicalmente moderna que conduce al hombre hasta los límites del lenguaje, allí donde la representación no alcanza a revestir el territorio existente». Dicho de otra manera: «La desaparición de los espíritus en nuestro imaginario nos confronta más directamente con los abismos que bordean la pulsión, es decir, con la omnipotencia de lo divino y el núcleo mudo de la realidad. Huérfanos de ángeles y diablos, las palabra del hombre moderno tienen que dar cuenta por sí solas de una divinidad sin Dios y de una realidad sin representación cada vez más descarnada». Por lo dicho, se puede deducir que «la esquizofrenia no puede ser anterior a este tiempo histórico, cuando la subjetividad descubre una incapacidad nueva y radical en el dominio del lenguaje». Siendo las voces respuestas «ante la presencia de ese real que ha surgido ininteligible, peligroso y amenazador».

Desde la perspectiva que aporta la historia, los autores nos llevan de la figura del visionario de Esquirol a la figura del ventrílocuo de su alumno Baillarger, para proponernos la nueva figura del xenópata que rescatan, principalmente, de Séglas y Clérambault. «La voz esquizofrénica representa la presencia ausente del otro que ocupa la escisión como un cuerpo extraño y a la vez impuesto».

Un paso más. En Origen histórico de la esquizofrenia e historia de la subjetividad, los autores escriben: «Las condiciones para afirmar que la esquizofrenia no es una enfermedad natural sino cultural e histórica, propia de la época moderna, no son comprensibles sin plantearnos una historia de la subjetividad». Esa historia nos dice que el representante psíquico de la identidad antes fue conceptualizado como el alma, espíritu, conciencia, yo, y actualmente como sujeto. Sujeto definido por los autores como el que «escucha, obedece y corrige tanto al otro exterior con el que hablamos, como al otro interior que habla y desea en y por nosotros. De manera que el sujeto camina siempre desdoblado en estas dos direcciones». Sujeto también en tanto sujetado a su inconsciente y a los discursos que genera cada época de la historia. «Por eso la locura no puede ser reducida a un hecho natural sino que constituye un acontecimiento histórico, si no el más grave quizá el más genuino de todos los que nos afectan».

Sobre lo dicho por Foucault, como primer historiador de la subjetividad, los autores quieren distinguir «entre lo estrictamente histórico y lo simplemente cultural». Las modificaciones culturales serían «los cambios en la presentación de los síntomas, la evolución de su tratamiento o la influencia que la recepción social ejerce sobre su apariencia». Sin embargo lo histórico es aquello que genera una radical transformación en la subjetividad humana, cuyo ejemplo que nos ocupa es la esquizofrenia como perturbación moderna. Por eso es pertinente, también, hablar de un sujeto histórico, porque no es la naturaleza sino la historia y sus discursos los que establecen «los perímetros de la identidad y la dimensión de los desgarramientos del sujeto que van sucediendo en cada época».

Tres

En Sustancia y fronteras de la enfermedad mental, los autores empiezan recordándonos los paradigmas o grandes modelos que han intentado dar cuenta de la sustancia y las fronteras de la locura, que serían cinco: la alienación, la enfermedad mental, la estructura clínica, el síndrome y la dimensión o el espectro.

Si la psicopatología trata de la sustancia y las fronteras del pathos, los autores nos dicen que actualmente hay dos corrientes, una la lidera el psicoanálisis y su psicología patológica, y la otra la lidera la psiquiatría biológica y su patología de lo psíquico. Ésta última –hegemónica en la academia y clínica oficiales porque es una disciplina de poder y no una ciencia médica– cada vez habla más de trastornos mentales, aunque siga pensándolos y tratándolos como enfermedades mentales o hechos de la naturaleza, y cada vez menos de su sustancia o esencia. Así, por ejemplo, el DSM cada vez es más ateórico

y su taxonomía se ha llevado a cabo sin considerar necesario definir qué es enfermedad o qué diantres es eso de la salud mental. En paralelo, la corriente de la psicología patología «destaca el análisis de las experiencias singulares del trastornado y privilegia el determinismo del inconsciente de los síntomas, su sentido y su causalidad psíquica, los mecanismos patogénicos específicos y la particular conformación clínica que el sujeto imprime en su malestar». Es decir: su responsabilidad y decisión subjetivas, «tanto en la causa, el desarrollo y la curación de su trastorno».

Respecto a la sustancia o esencia de la locura las opciones se reducen a quienes la consideran como un hecho de la naturaleza o una construcción discursiva.

Los límites y fronteras tienen que ver con cómo pensamos lo uno y lo múltiple o lo continuo y lo discontinuo. En definitiva, entre los que establecen o no fronteras entre la cordura y la locura. Si partimos de la base que el sujeto y su locura escapan a la reducción científica, se entiende que los autores afirmen que la «esquizofrenia es tan inexplicable como el genocidio nazi», ya que «ambos representan los límites perplejos de la causalidad y nos obligan a pensar concienzudamente las fronteras».

Los autores nos refieren que resulta llamativo comprobar que quienes tienen diferencias sobre la sustancia o esencia de la locura no las tienen tanto respecto de sus fronteras o discontinuidad. Kraepelin y Freud serían un ejemplo. El psiquiatra Ernst Kretschmen y la psicoanalista Melanie Klein serían otro ejemplo, pues aunque partiendo de tradiciones y argumentaciones diferentes, el primero apuesta por un continuum psicopatológico y para la segunda, «pionera en concebir una forma de psicosis generalizada y originaria, (…) no habría estructuras psicopatológica estables, sino posiciones por las que las personas transitan con relativa facilidad».

Para nuestros autores, tanto la visión discontinua como la continuista del pathos tiene sus ventajas y sus limitaciones. A la primera le sobran los casos inclasificables y «a la psicopatología continuista le faltan distinciones cualitativas y adolece de casos típicos». Dentro de la psicopatología psicoanalítica o estructural, por ejemplo, algunos autores han intentado resolver el problema creando categorías intermedias como los casos límites y las patologías narcisistas. En la primera clínica lacaniana se optó por ampliar el perímetro de las neurosis –locura histérica– y a partir del nudo borromeo el perímetro de las psicosis se ensanchó a fin de incluir en ella formas discretas y normalizadas de locura. «Con esta nueva opción, la rígida perspectiva estructural, partidaria de la discontinuidad, se vuelve más elástica y propende a lo dimensional».

Pareciera ser que, sobre los límites o fronteras entre la normalidad y la locura, actualmente asistimos a un cierto galimatías, ya que tanto el modelo biomédico como el de las estructuras clínicas están configurando el nuevo

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Massimo Recalcati, psicoanalista: “Frente a la evaporación de la figura del Padre-Amo no hay necesidad de sentir ninguna nostalgia”

La colección Mirar con las palabras, de Xoroi edicions, ha publicado recientemente un trabajo esencial de Massimo Recalcati  bajo el título de  ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época hipermoderna, en una excelente traducción de Silvia Grases. Recalcati es, además de uno de los más prestigiosos psicoanalistas italianos, un reconocido articulista y personaje mediático en su país. Por una parte, el psicoanalista italiano ha tratado de lo que llama la Clínica del vacío, que sería una reformulación clínica muy renovadora del malestar contemporáneo. Por otra parte, aunque relacionado con lo anterior, ha profundizado en otro tema que es el del declive del Padre como fenómeno social que se da en el marco del tardocapitalismo y que coincide con el dominio del consumo de mercancías, químicas y tecnológicas, que se convierten en los objetos inmediatos de goce. Esta reflexión conduce a Recalcati a un análisis sobre la crisis de la figura paterna en la sociedad en la que vive (que es la italiana,  pero que tiene claros elementos comunes con la nuestra y con toda la sociedad occidental). Esto le llevará a la sugerente propuesta de lo que llama el  complejo de Telémaco como sustitución del complejo de Edipo. Antes de la publicación de El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor, Massimo Recalcati escribe en el año 2011 el libro que nos ocupa. Es un libro imprescindible que  marca las líneas maestras que le llevan a su propuesta posterior. Un libro, en definitiva, más que recomendable para todos aquellos que quieran entender qué es lo que pasa hoy en esta sociedad que  etiquetamos bajo el tópico de “una sociedad sin valores”.

A partir de la publicación de este libro,  Luis Roca Jusmet entrevista a Massimo Recalcati. Estas son las preguntas y estas son sus respuestas.

¿Qué relación hay entre el declive del padre y lo que llamas la clínica del vacío? Planteas  que la clínica del vacío cuestiona la estructura clínica neurótica del sujeto dividido, la represión y el inconsciente, pero que al mismo tiempo no cuestiona las estructuras clínicas.

La clínica del vacío es una clínica que está caracterizada por el eclipse del deseo. Esta clínica no coincide con la psicosis, pero no se refiere tampoco a la denominada organización borderline de la personalidad. La clínica del vacío es una clínica que funciona en ausencia del inconsciente, en ausencia de lo que podemos llamar el síntoma metafórico, basado en la represión y el retorno de lo reprimido. El ejemplo más evidente de esta clínica del vacío es el de la anorexia: aquí el sujeto custodia un vacío disociado de la falta. Se aniquila el deseo y en esta medida no puede transformar el vacío en falta. Hay un proceso en el que se borra toda huella del sujeto del inconsciente. De esta forma hay únicamente un goce narcisista, un goce uno sin partenaire sexual. Es todo Yo y el sujeto queda totalmente disociado del Otro. Es el paradigma “frío” más puro de la clínica del vacío.

¿Quiere esto decir que la clínica del vacío haría referencia a una estructura clínica perversa o psicótica?

La clínica del vacío tiene en común con la psicosis y la perversión la primacía de lo real y de lo imaginario sobre lo simbólico. Primacía de lo real quiere decir aquí desregulación pulsional. Primacía de lo imaginario  basada en la fetichización del Yo y de sus objetos. Ni lo real ni el yo quedan vinculados al inconsciente. Falla lo simbólico, el Ideal que se transmite por la metáfora paterna,

La figura del padre que defiendes cuando hablas del complejo de Telémaco y que sustituiría a la del que surge del complejo edípico, ¿no es demasiado amable como para ser un agente de la prohibición? ¿Consideras necesario, como hacen algunos, reivindicar la autoridad de este padre en declive para restablecer este orden simbólico en crisis?

Cuando hablamos del padre que está en declive estamos hablando del padre de la ideología patriarcal, que no es otra cosa que el Padre-Amo. ¿Qué queda del padre?No lo podemos idealizar. Su voz es la de una ley que excluye la excepción y la de una autoridad que excluye el deseo. Su pedagogía es de naturaleza fascista. Este padre es el que habita las pesadillas de la neurosis, es el de la ley, que goza al infligir su castigo. La neurosis no deja de ser una interpretación exclusivamente sacrificial de la ley. No capta, por citar una máxima evangélica, que no es el hombre el que está hecho para la ley, sino que es la ley la que está hecha para el hombre. Frente a la evaporación de esta figura de la paternidad no hay necesidad de sentir ninguna nostalgia.

¿Cuáles son las implicaciones políticas de este declive del padre? ¿Es Berlusconi un síntoma político de este declive del padre?

El berlusconismo ha mostrado los efectos de la caída del padre. Ha reducido al padre a la triste  figura del “papi” en la que este aparece con la forma de la farsa. Ha invertido la idea del padre como símbolo de la Ley de la castración, que limita el goce, en la del “papi”. Es la  expresión del goce que deviene la única forma de Ley.

 También el movimiento 5 estrellas, ¿cuál es su papel respecto a este declive del padre?

En el movimiento 5 estrellas la figura de Grillo introduce, por el contrario, la figura de un padre cuya apariencia es la del hermano, pero cuya prepotencia restaura la del padre freudiano de la horda. Él ha generado el movimiento 5 estrellas, él lo puede deshacer cuando quiera. En el movimiento 5 estrellas se predica la igualdad pero, al igual que en la granja de animales de Orwell, hay alguien que es más igual que los otros…

 

Agradecemos a Massimo Recalcati sus breves pero condensadas palabras. Y a Silvia Grases por habernos puesto en contacto con él y haber traducido sus respuestas.

Antonio Pérez-Sánchez, psicoanalista: “No pretendo que el libro sea un manual porque la clínica desborda los manuales.”

El doctor Antonio Pérez-Sánchez, psiquiatra, psicoanalista, miembro y expresidente de la Sociedad Española de Psicoanálisis, y docente del Institut de Psicoanàlisi de Barcelona ha publicado Psicoterapia breve psicoanalítica. Una experiència de psicoanálisis aplicado. Clínica y teoría. (Xoroi edicions, 2014). La actualidad del tema, no sólo para quienes trabajan en Instituciones, y el interés del libro nos ha llevado a entrevistar al doctor Antonio Pérez-Sánchez para La Casa de la Paraula.

Entrevista realizada por Magne Fdez-Marbán

        

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¿Qué le llevó a los estudios de psiquiatría?

Yo diría que mi interés por la psiquiatría tiene que ver básicamente con la tarea profesional que realizó mi padre. Él era practicante en Níjar, provincia de Almería, lo que hoy sería un ATS: ponía inyecciones, asistía partos y era un hombre que sobretodo tenía una muy buena relación con la gente. Él hablaba con la gente y esa capacidad de mi padre para contactar con la gente estaba muy presente en casa, de manera que fue una de las fuentes de mi interés por ayudar a las personas. Otro elemento que interviene de una manera más concreta en mi interés por estudiar psiquiatría y más en concreto por el psicoanálisis tiene que ver con que mi hermano mayor estudió psiquiatría y luego se hizo psicoanalista. Fue una referencia para mí. Todo esto y mi interés por las llamadas humanidades, cuajaron en la idea de estudiar psiquiatría, porque mi interés en curar a la gente a través de la medicina no era suficiente, necesitaba de ese otro complemento de las humanidades; y la psiquiatría conjuntaba las dos, y de manera particular la psiquiatría orientada psicoanalíticamente.

Mi padre fue capaz de escuchar mucho a la gente y de hablar en términos muy sencillos y de compartir situaciones dolorosas con ellos. Creo que fue una de les lecciones no explícitas pero perceptibles en mi infancia que calaron como un punto de referencia muy importante en mi interés para ayudar a otros a través de la psiquiatría y el psicoanálisis.

Un padre que hablaba con la gente y ayudaba a que nacieran niños.

Sí, no se limitaba por ejemplo a poner inyecciones, a asistir partos o a curar determinadas lesiones de pequeña cirugía sino que todo eso él lo acompañaba de una conversación, de una capacidad de establecer una relación que hacía posible que la intervención concreta, de un parto o una cura fuera mucho más viable, mucho más tolerable para sus pacientes.

¿Estaba en contacto con las brujas del pueblo?

La verdad es que no. En este sentido tenía una actitud más bien científica, era racional y era respetuoso con toda la gente del pueblo. Tampoco recuerdo que hubiera curanderas en aquellos años cincuenta en el pueblo.

nijar1 Níjar (Almería)

¿Y ese interés de su padre por lo racional de dónde venía?

Es curioso, en la familia de mi padre eran barberos. Y en las barberías se habla. Es tradición que entre los barberos surja la profesión de practicante. Mi padre empezó como barbero, una profesión que se presta al contacto con la gente, esa fue su primera experiencia profesional y luego se interesó por hacer algo más y estuvo en Granada para conseguir el título de practicante y empezar a ejercer como tal.

¿Y su madre?

Una mujer muy fuerte y con mucho ímpetu. De alguna manera supo salir de su destino en el campo de Níjar de aquellos años. Nació en un cortijo y de pequeña no pudo estudiar. Sin embargo, se trasladó al pueblo, trabajó, conoció a mi padre y nos transmitió el interés por hacer cosas más allá de lo que nos envuelve. Creo que fueron una pareja que se complementaron muy bien.

¿Dónde estudió psiquiatría?

Después de hacer el bachillerato en Almería estudié hasta tercero en la Facultad de Medicina de Granada. En ese momento mi hermano Manolo, que es bastante mayor que yo, ya estaba en Barcelona y había iniciado la especialidad de psiquiatría. Como dije, yo ya estaba interesado en la psiquiatría y hacía tiempo que me atraían las humanidades. En Granada simultaneé la asistencia a la Facultad de Medicina y a la de Filosofía y Letras. Y hubo un momento en el que tuve una cierta crisis vocacional en el sentido de que las letras me tiraban más. Fue en tercero de Medicina, cuando acudí a las clases de filosofía como oyente, pero cuando llegó la época de los exámenes parece que fue más fuerte el sentido de responsabilidad y de obligación, el superyó, diría hoy, y desistí de abandonar en mitad de la carrera de Medicina; asi que me puse a estudiar y curiosamente fue el año que mejor resultado académico tuve, quizá porque fui a los exámenes sin la ansiedad propia del que teme que no aprobará. Allí vi más claro que dar satisfacción a mi inquietud por las humanidades podría canalizarse a través de la psiquiatría, y de manera más concreta por el psicoanálisis, ya que mi hermano estaba empezando en el ámbito psicoanalítico. Y eso me impulsó a venir a Barcelona, a continuar la carrera de Medicina. Una vez aquí, también quise seguir algunas clases de Filosofía, y tuve la oportunidad de asistir a las clases de Emilio Lledó, en esa época ocupala una cátedra en la Universidad de Barcelona. Daba dos materias, Historia (de la filosofía) antigua y Historia de la Filosofía contemporánea. Y acudía a las dos. Terminé la carrera de Medicina claramente orientado hacia el psicoanálisis.

¿Reconoce o tuvo algún maestro en el campo de la psiquiatría?

Acabé la carrera en la Facultad de Medicina de Barcelona, como digo, y empecé la especialidad de psiquiatría en el Departamento de esta especialidad del Hospital Clínico de dicha Facultad. En ese momento ocupaba la cátedra el profesor Ramón Sarró, un hombre que al principio tuvo interés por el psicoanálisis pero que luego, según él decía, quedó decepcionado de su contacto con Freud y de sus inicios de análisis personal en Viena. De todos modos, esa ambivalencia suya le permitió aceptar que los primeros psicoanalistas de Barcelona acudieran a su cátedra y ahí fue donde entré en contacto con el doctor Pere Bofill, fue uno de los fundadores de la Sociedad Española de Psicoanálisis, junto a otros psicoanalistas de generaciones posteriores de los cuales recibí y aprendí mucho. Todos ellos colaboraron en la cátedra de psiquiatría, primero con Sarró y luego con Joan Obiols de otra línea psiquiátrica pero tolerante hacia el psicoanálisis.

¿Empezó a analizarse cuando acabó sus estudios de psiquiatría?

Empecé mi análisis justo al iniciar la especialidad de psiquiatría. Es decir, nada más terminar la carrera de Medicina, al tiempo que hacía el primer curso de la especialidad de psiquiatría. Tenía claro que debía comenzar mi análisis por razones personales; era una experiencia terapéutica que necesitaba, además de por mi interés en la orientación psicoanalítica que quería dar a mi trabajo dentro del ámbito psiquiátrico.

Siempre con el mismo analista

Si, hice mi análisis con el mismo analista y fue una experiencia muy satisfactoria.

¿En qué?

En el sentido de que obviamente el psicoanálisis supuso un antes y un después en mi vida. Son muchos años de estar con una persona compartiendo tus dificultades, tus intimidades y tus problemas y encontrando vías para enfrentar esas dificultades. Pero sobre todo satisfactorio, creo, por la cada vez mayor conciencia, a medida que pasa el tiempo, de que el beneficio del psicoanálisis es algo permanente desde el momento en que terminé el análisis hasta hoy en día. Es decir, me parece una experiencia en la que se fue sembrando mucho durante su realización y que por tanto ha ido dejando una serie de semillas que han ido creciendo, aunque fertilizando en momentos distintos a lo largo de mi vida. Es decir, que el progreso personal no acaba con el análisis sino que sigue ahí, probablemente toda la vida, una vez terminado. Para mí, pues, lo básico de la experiencia analítica es cómo deja ese poso fértil que permite que sigas creciendo con las herramientas y los recursos que te ha dado.

¿Y ha sentido la necesidad de analizarse otra vez?

No, la verdad es que el análisis ha producido las suficientes semillas como para seguir con mi autoanálisis de manera que permita continuar el crecimiento toda la vida, como decía. Y las experiencias de la vida podemos considerarlas como complemento de la experiencia psicoanalítica, el abono para que sigan prendiendo dichas semillas. Una vez finalizada la experiencia analítica con tu analista, uno solo continua mediante el autoanálisis, pero necesita de otras experiencias de la vida, parar retroalimentar ese autoanálisis. Es decir, otras experiencias con las que uno crece. Y esas otras experiencias le hacen pensar a uno porqué son satisfactorias o no, porqué aciertas o te equivocas, contigo y con los demás, de manera que es una actividad inacabable. Por tanto no veo la necesidad de un reanálisis en la medida que puedo continuar adelante con los recursos que me proporcionó para seguir creciendo. Diría que si uno se rodea de personas con las que hay ese estímulo mutuo de seguir aprendiendo no me parece necesario otro análisis. Al menos de momento, no.

¿Acaba sus estudios y empieza su actividad profesional?

Acabo mi formación como psiquiatra en el Hospital Clínico de Barcelona y ese momento, 1975, es una fecha muy particular, tanto desde el punto de vista profesional como sociopolítico del país, porque es la agonía del franquismo, por una parte, y, por otra, es también el período de la revisión crítica de la asistencia psiquiátrica. Es el momento de lo antiinstitucional y de la antipsiquiatría. Los psiquiatras jóvenes que empezamos a trabajar en ese momento en hospitales psiquiátricos de pacientes crónicos, como en mi caso en el manicomio de Sant Boi, iniciamos, junto con otros hospitales psiquiátricos de Cataluña y de España, un movimiento en el ámbito de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN) que tuvo unas consecuencias, entiendo que realmente fructíferas, en el sentido de denunciar la situación de la asistencia psiquiátrica sobre todo de los pacientes psicóticos de larga estancia que vivían en condiciones inapropiadas. Aquella denuncia tuvo como fruto una revisión de la propia asistencia psiquiátrica y unos logros importantes. De manera que los nombres y la obra de Laing, Cooper, Basaglia, en ese momento estaban muy presentes entre los psiquiatras jóvenes. Quienes estábamos orientados en el psicoanálisis tratábamos de no ver contradicción entre esa postura antipsiquiátrica y el psicoanálisis, porque en ese época del franquismo el psicoanálisis constituía también una forma de postura crítica que reivindica el pensamiento libre. En la época de Franco, como es sabido, la psiquiatría oficial tenía una orientación fenomenológica y con elementos muy religiosos, por lo que el psicoanálisis estaba bastante marginado. El psicoanálisis mismo ya era una forma de encarar, de enfocar la salud mental, contraria a la manera oficial de entender las cosas.

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¿Cuando empezó a interesarse o a practicar las psicoterapias breves?

Bueno, yo estoy un tiempo en los hospitales psiquiátricos y como parte de ese movimiento de cambio en la asistencia psiquiátrica se empiezan a crear los centros de Salud Mental en Cataluña. Tuve oportunidad de trabajar en uno de esos centros como coordinador y vivimos una experiencia muy interesante porque fue un momento de mucho entusiasmo por esas posibilidades de cambio; lo cual hizo que el trabajo en equipo fuera un trabajo muy estimulante y muy apasionado. En ese momento, sabíamos que las psicoterapias de larga duración no eran posibles en la asistencia pública y nos interesamos por encontrar formas de terapia también de orientación analítica, pero breves. Tomamos algunas referencias de autores anglosajones como Malan y Balint, y a partir de lo que leímos de ellos empezamos a ponerlo en práctica con los pacientes que atendíamos, pero con una perspectiva que, quizás por el tipo de psicoanálisis que habíamos aprendido, difería un poco de ellos, lo cual nos llevó a una práctica de la psicoterapia breve un poco distinta del modelo anglosajón o británico que fue el modelo inicial de referencia; así que empezamos por introducir una aplicación del psicoanálisis como herramienta terapéutica que tenía que ser a tiempo limitado.

Uno de los resultados del movimiento de crítica de la asistencia psiquiátrica, fue el interés por la asistencia ambulatoria de la salud mental, hasta entonces reducida a los consultorios de la Seguridad Social, donde los neuropsiquiatras debían atender en dos horas un volumen considerable de pacientes. En Barcelona, en convenio con la Diputación, se crearon los primeros seis Centros de Salud Mental. Uno de ellos, con la Fundació Vidal i Barraquer al que le fue asignado al barrio de Sant Andreu en Barcelona donde estuve como coordinador durante más de diez años y luego como consultor y supervisor.

¿Cómo conoce la obra de Balint?

A través de mi formación en el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona, porque a la vez que trabajaba en la asistencia pública estaba realizando mi formación en el Instituto, y en sus seminarios conocí parcialmente la aportación de M. Balint al psicoanálisis. Y luego, por nuestra cuenta, vimos que era importante su contribución al campo de la medicina general y en particular de la psicoterapia focal a través de su trabajo en la conocida Clínica Tavistock de Londres.

¿En el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona ese interés por la psicoterapia breve como fue considerada?

Durante un tiempo, la institución psicoanalítica veía con cierto recelo la práctica, no solamente de la psicoterapia breve sino en general de toda la psicoterapia psicoanalítica, por parte de los psicoanalistas o de los analistas en formación, porque había el temor a perder la pureza psicoanalítica, o a confundir una cosa con otra, cosa que a veces ha sucedido, también hay que reconocerlo. Pero mi experiencia concreta pudiendo simultanear mi trabajo en la asistencia pública con mi trabajo en el diván, permitió por ejemplo, -ya era otra época, en los ‘80- que pudiera presentar en el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona el trabajo que venía realizando en el Centro de Salud Mental al que me refería antes, ya no sólo en psicoterapia sino en el psicoanálisis aplicado al funcionamiento de un equipo de salud mental. La actitud inicial que consideraba que era mejor para los psicoanalistas no mezclarse con la asistencia psiquiátrica, o mejor dicho no reconocerlo, porque de hecho existió siempre entre los psicoanalistas dicha actividad simultánea, se fue modificando, y hoy en día está perfectamente aceptado hasta el punto de que la primera presentación de mi libro que estamos comentando se acaba de hacer en el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona de la Sociedad Española de Psicoanálisis.

psicoterapia breve psicoanalitica

¿Qué supone ese libro para usted?

El libro surge, como decía, de una experiencia concreta, y habría tres elementos a considerar en su génesis: uno es que con el equipo del centro de salud mental de Sant Andreu pensamos que sería útil a la vez que estimulante recoger la experiencia de trabajar con pacientes en psicoterapia psicoanalítica limitada en el tiempo y elaborar mínimamente la teoría que había sustentado esa práctica. Y de allí surgieron tres artículos escritos con compañeros del equipo sobre algunos aspectos fundamentales de la psicoterapia breve. Uno sobre indicaciones, otro sobre focalización y el último sobre el tiempo en dicha psicoterapia. Tras su publicación en la revista Informaciones Psiquiátricas me pareció que ese material teórico y clínico podría ser recogido en una monografía, lo que hice, añadiendo algunos comentarios complementarios, de lo cual surgió Elementos de psicoterapia breve, librito que tuvo buena acogida de manera que se agotó pronto, por lo que al cabo de algún tiempo pensé en editarlo de nuevo y rehacerlo. Pero durante ese ínterin fui adquiriendo más experiencia en la técnica de la PBP porque tuve la oportunidad de participar en un trabajo de investigación que se propuso desde la Fundació Vidal i Barraquer. En esta investigación se trataba de evaluar la disminución del consumo sanitario mediante el uso de la psicoterapia breve al comparar a pacientes con este tratamiento psicoterapia breve con un grupo control y pudo apreciarse cómo disminuía el consumo entre los primeros. Yo no me encargué de esa parte de la tarea. Pero para homogeneizar la investigación primero se realizó un curso introductorio sobre psicoterapia breve psicoanalítica para psicoterapeutas con cierta experiencia en psicoterapia general, siendo la referencia fundamental la monografía antes mencionada Elementos en PBP. Después se continuaba el seminario con el seguimiento de los casos de psicoterapia breve realizados por dichos psicoterapeutas. Hubo dos centros que se ocuparon de esa tarea: El Centro de Salud Mental de Sant Andreu y el Hospital Sant Pere Claver. A mí me pidieron colaborar primero como director del seminario introductorio y luego como supervisor del grupo, de manera que en total mi experiencia con el grupo que yo dirigí duró unos siete años.  La metodología del seminario consistía en que los psicoterapeutas presentaban al grupo cada paciente entrevistado para valorar la indicación y focalización. Los comentarios del grupo y los míos eran recogidos sistemáticamente por el compañero de turno, de manera que en la supervisión siguiente pudiéramos contrastar la indicación y la focalización de ese paciente con las entrevistas posteriores y el curso de la psicoterapia; todo lo cual durante esos siete años dio lugar a un material muy rico que fue lo que me condujo a, en vez de reeditar la monografía, hacer prácticamente un nuevo libro, mucho más rico en material clínico y en desarrollos teóricos. Al mismo tiempo yo personalmente había tenido más experiencia con la psicoterapia breve, incluso en la consulta privada, lo cual me permitía plantear esta psicoterapia como una herramienta más dentro de la gama de psicoterapias y no tan solo como un mal menor debido a la presión asistencial.

¿Con un psicótico también?

No, con los psicóticos descartábamos la psicoterapia breve. La psicoterapia breve requiere unas condiciones como señalo en el libro: sincera capacidad para detectar un problema, cierta capacidad de autoobservación, cierta capacidad para crear un vínculo así como tolerancia para separarse, porque justamente son psicoterapias de tiempo limitado. Y tan importante es la capacidad de vincularse como la de separarse. En un momento del grupo llegamos a esquematizar este planteamiento diciendo que un paciente apto para psicoterapia breve es aquel capaz de decir “hola” y de decir “adiós”.

¿Parece que haya una contradicción entre focalización y asociación libre?

Es uno de los temas que, efectivamente, surge. Desde una orientación psicoanalítica parecería inviable. Si pensamos en la idea de la denominada escucha psicoanalítica, de estar atento a lo que el paciente dice, a la asociación libre, obviamente parecería que eso no es posible en psicoterapia breve. Pero la práctica que hemos desarrollado nos ha mostrado que es factible una escucha del paciente a partir de áreas importantes de sufrimiento. Por otra parte quiero decir que aunque focalizamos algún área conflictiva del paciente la propuesta que le hacemos es que hable de lo que tenga presente, de lo que más le preocupe. En el curso del tratamiento, el paciente, y el terapeuta con él, olvidan el foco, y procuramos no presionar o perseguir al paciente para que hable exclusivamente de aquello que hemos focalizado, sino que esperamos que siga interesado en comunicar aquello que le preocupa en cada momento. Por nuestra parte, como terapeutas, estamos atentos dentro de la actitud de atención libre, flotante, a tener presente que hay una serie de cuestiones que son básicamente las que hemos de tratar. De todas maneras, y particularmente en el libro, trato la focalización de una manera relativa en el sentido que no me preocupa demasiado, porque a diferencia de otros compañeros que hablan de psicoterapia focal y breve yo hablo solamente de psicoterapia breve. Creo que lo importante en este tipo de psicoterapias es la limitación del tiempo; lo cual no quita que sea necesario hacer un esfuerzo por focalizar, pero sin obsesionarse por delimitar rígidamente áreas de conflicto fundamentales; aunque sí tratar de delimitar algún área que luego vamos a ver en qué medida se confirma que es la predominante. Si hemos hecho unas entrevistas diagnósticas suficientemente rigurosas, probablemente nos vamos a aproximar bastante; pero también hemos visto que a veces esta área inicial se desplaza a otras áreas. Entonces, hay que estar atento para saber en qué medida se trata de una nueva área, distinta de la focalizada, o si es algo aparentemente nuevo pero conectado con el foco principal aunque expresado de otra manera. Si surgen una o dos áreas de conflicto, pienso que tienen cabida dentro de la psicoterapia, tal como nosotros lo planteamos que es de un año de tiempo, algo también relativo. Ya digo en el libro que no pretendo que sea un manual porque la clínica desborda los manuales. Por ejemplo, aunque digo que un año es lo aconsejable, también describo pacientes que han estado nueve, quince, seis e incluso tres meses: así que relativizamos el tiempo, así como el foco. Por lo tanto creemos que es compatible esa aparente contradicción de que el terapeuta de orientación analítica tenga una actitud de escucha, de atención flotante, al tiempo que focalice algunas áreas conflictivas de la personalidad del paciente.

 

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¿Dentro de esas entrevistas diagnósticas que decía, es posible en una primera obtener algún cambio de algún paciente?

Por supuesto, de hecho en las primeras entrevistas de una persona que consulta por su sufrimiento, si hay alguien que le escucha y que no se precipita en dar una respuesta inmediata y que tolera el compartir mínimamente aunque sea esa manifestación de sufrimiento, de entrada es ya un alivio esa primera actitud de contención. De hecho en otro libro mío: Entrevistas e indicadores en psicoterapia y psicoanálisis yo hablo de la entrevista como acto terapéutico y explico un caso que atendí en entrevistas diagnósticas que acabaron siendo un tratamiento en el sentido de que las cuatro entrevistas que hicimos las consideramos suficientes en ese momento para ayudar al paciente. Otra cosa es que pretendamos ser más ambiciosos terapéuticamente y, sobre todo, hasta qué punto el paciente está dispuesto a cambiar o necesita cambiar para entonces ofrecerle un tratamiento más largo y ahí habría que acudir a la gama de posibilidades terapéuticas para escoger la que pudiera ser más adecuada para el paciente.

¿Qué otro interés tienen las psicoterapias de inspiración psicoanalítica para usted?

El subtítulo del libro es ‘un ejemplo de psicoanálisis aplicado’. En ese sentido me interesa dejar claro que el psicoanálisis, además del desarrollo fundamental a partir de la práctica clínica psicoanalítica del diván, tiene muchas posibilidades de aplicación, y el de las psicoterapias psicoanalíticas, en general, y la breve en particular, son ejemplos de ello. Y esto es importante para no considerar el psicoanálisis como una cuestión exclusiva, limitada, restrictiva, en cuanto a sus posibilidades de una “psicoterapia para el pueblo” que decía Freud; y además de en este sentido me interesan las psicoterapias de inspiración psicoanalítica para diferenciar que una cosa es la psicoterapia como aplicación y otra cosa es el psicoanálisis propiamente dicho como método específico; que cada una de ellas tiene sus métodos específicos y distintos, como diferente es el método que aplicamos en una psicoterapia breve. Y eso está explícito en el libro.

¿Qué otras aplicaciones cabría del psicoanálisis?

Bueno, aplicaciones además de lo que es el desarrollo de las psicoterapias de orientaión psicoanalítica hay una fundamental que es el enfoque psicoanalítico en el trabajo asistencial. Mi libro Prácticas psicoterapéuticas contiene la idea de qué es el psicoanálisis aplicado a la asistencia pública. Es decir, que tanto el asistente social al realizar su trabajo, el psicólogo al pasar un tests, el psicoterapeuta al hacer psicoterapia o el psiquiatra que da medicación,  pueden  realizar sus respectivas tareas desde una perspectiva psicoanalítica. Luego hay otras aplicaciones, en el campo de la cultura general que ya se nos escapan del objetivo de esta entrevista.

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¿Más allá de la Vidal i Barraquer, en el ámbito de las psicoterapias breves qué contactos mantienen con otras instituciones?

En este momento yo no tengo una dedicación en ese sentido, más bien recojo una experiencia de hace unos años. Por último, algo que querría añadir y que lo advierto en el libro es el riesgo, para todo psicoterapeuta de la superespecialización en una determinada psicoterapia, pues puede conducir incluso a una teoría de la mente en función de dicha técnica. En el caso de la PBP, tenemos el ejemplo de lo que ocurrió con las últimas obras de Malan que acaba ofreciendo una teoría más bien simplista de la psique, `para que encaje mejor en las psicoterapias breves, cuando cada vez tenemos más evidencia de la complejidad de la mente humana al incluir los niveles primitivos y psicóticos.

nijar2 Níjar (Almería). Recreación de Adolfo Pérez Sánchez

Christine Arnaud, escriptora: “Escribir es como revelarte a ti mismo quien eres”.

  • Publicado por Marta Berenguer. Autor de las fotografías: Luis Alatorre González.

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Christine Arnaud obtuvo con La bolita de papel el Premio Internacional Antonio Machado en el año 2007. Buen presagio para empezar su camino entre las letras. El lenguaje siempre la ha acompañado: se declara devota de Chomsky y durante un tiempo ha enseñado la lengua francesa en la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona), el Instituto Francés y varias escuelas de idiomas. Su vida transcurre entre tres culturas: la francesa, la cubana y la catalana. ¿Quedarse con alguna? La riqueza quizás esté en la mezcla. Xoroi Edicions le publica ahora su libro en lengua castellana. Buena ocasión para conversar con Christine Arnaud de lo que ha querido contarnos con su relato autobiográfico.

Padre francés y madre cubana. ¿Cómo fue el encuentro entre sus padres?

En las familias siempre hay partes misteriosas pero en mi caso no hay tanto misterio. Mi abuela fue adoptada por una familia rica de Cuba. Ella se crió con esa familia. Nació mi madre. Mi abuela cubana, sale en algún fragmento del libro, era mestiza, mulata, y mi abuelo canario. Vivieron como reyes porque la familia tenía tierras. Se fueron cuando mi madre tenía 13 años. La misma edad,  aunque con circunstancias completamente distintas, que tenía mi hijo cuando se fue de Cuba.

Mis abuelos se fueron a Madrid y se cruzaron con la guerra civil. Mis tíos no querían estar involucrados en la guerra y por eso se fueron a Marsella, al sur de Francia, donde vivía mi padre.

Y allí se encontraron.

Allí se conocieron con mi padre, sí. Y se enamoraron. Mi madre quería seguir con la familia en París. Allí es donde nacimos todos con toda esa gran mezcla de culturas. Mi abuela que vivía con nosotros no hablaba francés, por eso con ella hablábamos español. Mi madre se había educado de manera autodidacta, tocaba el piano, le gustaba la poesía y Lorca. Se sabía los poemas de Lorca de memoria.

Tiempo después pienso que quizás fue un error irse a París porque ella tenía su vida en Madrid. En esa ciudad vivía rodeada de artistas mientras que en París la vida fue bastante dura. Nosotros éramos muchos hermanos, vivíamos en un piso muy pequeñito y mi madre estaba muy agobiada con la vida que tenía que llevar. Pero bueno, esa es la historia.

¿Esa mezcla ha marcado su historia?

Sobre todo lo que me hizo descubrir es lo que es el racismo. Todo el mundo se extrañaba que mi abuela fuera mulata. Un día mi hermana nos reunió a todos para decirnos que no podíamos decir que teníamos antepasados negros porque para ella era como un desprestigio. Ver esa realidad tan de cerca supongo que me hizo acabar contando la historia en un libro. De esa necesidad de contar nace La bolita de papel. Creo que pasados los 40 años (cuando ya uno ha vivido bastante), aunque no vayas a escribir un libro, es muy bueno preguntarse cuáles son los momentos vividos que se podrían contar o que realmente han valido la pena. Ese es el ejercicio que yo hice con esa edad cuando empecé el libro. Empecé con el primer fragmento: la bolita de papel. Lo escribí porque es muy intenso, un momento de cambio muy importante. Pero luego fui buscando otros trozos. Entre ellos cuento cosas de mi abuelita cubana.

¿Alguna ausencia?

De quien casi no hablo es de mi padre. Podría haberlo hecho pero no sabía e ignoraba en sí cuáles eran los momentos que valía la pena contar. El libro me ayudó un poco a revelarme a mí misma quién era yo. Me enseñó a hablar de cosas que para mí tuvieron importancia. Pero también su por qué.

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París, La Habana, Barcelona. ¿Con qué ciudad se quedaría?

Estéticamente yo diría que París es preciosa, muy variada. Pero no es una ciudad que vea muy cercana. Nunca iría a vivir a París. La Habana estéticamente la encuentro fabulosa. Es una ciudad que, aunque se cae a trozos, tiene un encanto increíble. Es una ciudad bellísima, siete quilómetros de Malecón y el mar tan presente en todas partes. De La Habana me gustan mucho sus construcciones coloniales, los parques, la vegetación que es impresionante pero sobretodo las personas. Cuando llegué me enamoré completamente de La Habana.

Barcelona también me gusta muchísimo. Entonces ¿Qué decir? Ahora mismo ni siquiera me plantearía vivir en la Habana, sé que no podría. En París no quiero vivir, la veo una ciudad poco humana. Así que me quedaría con Barcelona. Tiene un poco de esa cosa más humana que encontré en la Habana y que en París no conocí ni cuando era niña.

Y el mar.

¡Y el mar! El mar está muy presente. Donde no haya mar creo que ya no podría vivir. Aunque en realidad viniendo de esa mezcla creo que no existe un único lugar de donde uno pueda decir que procede. La patria está compuesta de todos estos trozos, de todas las cosas que vives, como las piedras de un edificio. Creo que no hay un lugar del que digas: este es mi lugar o esta mi patria.

¿Qué es para usted un exilio?

Al hecho de irme a Cuba no le pondría ni siquiera esa palabra porque en ese caso fue un viaje decidido, por afición y por deseo, por querer romper con una sociedad que a mí no me satisfacía para nada. Es la época post 68 que en Francia había un rechazo total hacia esta sociedad. Pero yo sigo sintiendo lo mismo. En eso no he cambiado. Entonces fue una elección. El hecho de llegar a Cuba y ver que todo cambia, sí que fue algo muy difícil. Difícil pero a la vez coexistente con las ganas de conocer, de experiencia en Cuba fue como el cambio de piel de una serpiente. Me hubiera querido quedar en La Habana si la situación no hubiera sido tan dura materialmente. En aquel momento en Cuba estaban pasando muchas cosas muy difíciles y complejas.

Y entonces decidieron venir a Barcelona. 

Venir a Barcelona fue una elección un poco más obligada. Allí sí que podría hablar más bien de un exilio. Recuerdo muy bien qué soñaba en esa época. Soñaba siempre en Cuba. Creo que para cualquier persona que se exilia es así. En sueños todo lo que te habla son las cosas del lugar que dejaste. Creo que fue Jorge Amado que dijo que el centro de gravedad de tu vida no para de irse hacia el país que has dejado hasta que se detiene en el lugar donde estás y esto tarda un tiempo. Tarda porque de alguna manera tienes que matar una parte de ti misma. La agonía es que tienes que matar eso que has vivido para volver a nacer. No se puede estar con eso dentro tan vivo. Tienes que encontrar una forma de renunciar a eso y esa es una decisión propia. Me recuerda a esa imagen de las hormigas que van del rosal al árbol, del árbol al rosal y las observas sin levantar la cabeza, incapaz de ver las estrellas que brillan en la noche. De alguna manera yo tuve que abandonar esa fijación en ese movimiento perpetuo del pasado. Quizás lo hice tarde. Alimentaba completamente los recuerdos por lo que sufrí un poco más de nostalgia de la que podría haber sufrido si hubiera sido más valiente en aquel momento.

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Usted vivió un tiempo histórico en Cuba, el de la revolución cubana. ¿Qué aprendió de esa experiencia?

Nosotros íbamos a Cuba con una especie de sueño. Cuba era como una utopía. Fui con el padre de mis hijos que es catalán. Decidimos vivir en La Habana como los cubanos, no íbamos de turistas. Y creo que lo hicimos bien porque nos involucramos, nos entregamos totalmente a lo que se estaba haciendo. A mi modo de ver la sociedad de París iba en contra de mis ideas y de todo lo que me gustaba. Quizás por eso en Cuba descubrí cosas que no sabía que existían, cosas que estaban acorde con lo que yo quería o buscaba: la idea de justicia social, de hacer algo todos juntos para que el país y la sociedad vaya para delante.

Muy diferente a Europa, imagino.

Aquí en cambio residía la cuestión individualista del sálvese quien pueda. Mis padres siempre me decían que tenía que triunfar, casarme con alguien con dinero. Esa era su idea. Pero yo decidí que no era lo que quería. En Cuba aprendí mucho de todo lo que tenía que ver con el interés social, de querer hacer las cosas todos juntos. Creo que tiene mucho valor porque el pueblo cubano realmente merece mucho más de lo que le están atribuyendo. Y es una gran lástima. Tengo un  texto en el libro en el que lo digo: ¿Quién hablará de ustedes? ¿Qué pasará si llega Estados Unidos y logra imponer el mismo sistema capitalista que el que estamos padeciendo ahora? Se presentará el período de la Revolución como catastrófico y nada de lo que se construyó tendrá valor. No es justo. Una de las cosas más valiosas que aprendí de Cuba, espero que lo podamos llegar a vivir aquí, es que uno puede ser actor para cambiar las cosas.

¿Podemos?

Podemos echar a andar en la dirección que queremos. De Cuba también aprendí mucho de la relación con la gente, de su cercanía, de preocuparte por los demás. Los recuerdos que más repiten las personas cuando viajan a Cuba son este contacto humano, esa cercanía, el no ser extraño el uno para el otro, esa preocupación en el barrio… Saber que siempre hay gente o que cuando te enfermas te traen algo, te cuidan. Tú no eres una extraña, puedes ser mi hermana, puedes ser mi amiga, esa cosa profundamente humana. Se vive como se respira. No es algo impuesto. Algo que es tan importante para el ser humano y aquí lo hemos perdido. Aquí, en cambio, parece que siempre tenemos que romper barreras para acercarnos a la gente. Las personas están como muy separadas.

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En su libro usted parece que viaje constantemente entre estas tres ciudades pero ¿por qué ha elegido esta manera de estructurar los capítulos? ¿No desorienta un poco al lector?

Los fui escribiendo sin orden. Cuando acabé no sabía cómo organizarlos: si ponerlos en el orden cronológico o buscar otro orden. Tomé consejo con un amigo profesor de literatura en la universidad. Quizás cronológicamente iba a ser como todo muy previsible, iba a perder ese concepto de búsqueda que quería mantener. Así que decidí romper la cronología y el orden lineal. Cogí cada parte del libro y la puse en un cartón. Empecé a jugar colocando los capítulos de diferentes maneras y a plantearme preguntas. ¿Por qué esta parte la pongo aquí? ¿Qué tiene que ver esto con esto? ¿Qué hilo hay que relaciona las partes del libro?.

¿Y lo encontró?

Sí. Creo que existe un hilo que relaciona los capítulos del libro: el hablar y la lengua, por ejemplo.

Precisamente el lenguaje es uno de los puntos clave que relata en el libro. ¿Qué le debe usted a Chomsky?

A Chomsky le debo mucho. Y creo que antes de escribir La bolita de papel no era tan consciente de ello. La lengua es algo muy decisivo para una persona. Hacer cosas con la lengua sin andar con el miedo de equivocarte. La gramática generativa y transformacional de Chomsky tuvo algo de eso. Fue como una gran revolución en el mundo de la lingüística porque se pasó de una visión más normativa a una manera más libre y creativa de entender la lengua.

Chomsky decía que cada persona que ha nacido en un país posee su lengua y tiene su gramática interiorizada de manera intuitiva. ¡Esa declaración fue un cambio tan brutal! Es como una democratización del lenguaje, de no pensar que hay jerarquías: los que saben más o los que saben menos. La lengua yo siempre la comparo con una casa. Todos estos muebles son míos por lo tanto yo puedo hacer con ellos lo que quiera.

Pero quizás no todo el mundo pensaba lo mismo de Chomsky. ¿Nos puede relatar mejor su experiencia en la Facultad de Letras de La Habana cuando llega una lingüista soviética “marxista” tal como la define usted en su libro?

Cuando empezaban los años 70, tuvo lugar el fracaso de la cifra de los 10 millones de toneladas de caña de azúcar. Cuba se había puesto una meta muy alta y fracasó. Entonces se decidió seguir el modelo económico soviético.  Esa decisión fue, desgraciadamente para Cuba, un gran desastre. Creo que no ser capaces de innovar en ese terreno es de las peores cosas que les pudo haber pasado a Cuba y a muchos otros países. El Che no quería eso pero Cuba se fue por la vía del modelo soviético, del centralismo extremo, del control sobre todas las cosas. En Cuba había que seguir lo que decía el comité central y la ideología marxista concebida de manera dogmática. Yo me considero marxista pero de otra manera.

En este contexto llegó a la facultad donde yo estaba enseñando una lingüista soviética. Hasta ese momento yo tenía un gran reconocimiento. De alguna manera introduje la gramática generativa y transformacional. Era algo que la gente no conocía y todo el mundo, tanto profesores como alumnos, quería saber de Chomsky. Hasta que llegó la lingüista soviética. Digamos que ideológicamente ella era como la autoridad. Si ella decía algo contra Chomsky eso iba a misa, era la versión oficial.

¿Y allí cambió todo?

Chomsky habló de los universales del lenguaje y dijo que para aprender una lengua podía haber una capacidad innata en el ser humano, que si no se desarrollaba antes de cierta edad, como se ve en los niños lobos, luego podía resultar imposible acceder al lenguaje de forma satisfactoria. Para la lingüista recién llegada la idea chomskyiana de lo innato no era posible porque desde un punto de vista “marxista” todo partía de lo social por lo tanto el pensamiento de Chomsky era como minimizar esa parte. Lo social opuesto a lo genético; lo adquirido opuesto a lo innato. No era ideológicamente una persona fiable y tampoco su teoría lingüística que fue puesta en cuestión. Así las cosas me encontré de repente que Chomsky ya no interesaba por la cual cosa llegué yo también a ser sospechosa. Empezaron a buscarme problemas hasta que no me renovaron el contrato. Fue una forma de echarme de la Universidad. Ese fue uno de los peores capítulos que viví en Cuba.

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En un capítulo de su libro usted hace referencia a Lacan cuando habla del amor, por ejemplo. ¿El psicoanálisis tuvo algún papel en su historia de vida?

En mi familia hay mucha tradición de psicoanálisis pero yo nunca pasé por esa experiencia. He leído bastante y siempre me ha interesado. La relación que mi libro pueda tener con este tema quizás sea a través de la palabra. Entre el psicoanálisis y la escritura habría cierta similitud: ser escuchado, comprendido. Creo que habría muchos puentes en ese aspecto.

Supongo que en mi caso quiero escribir porque es una manera que me escuchen. Creo que lo decía Vila Matas que cuando uno escribe lo hace porque está enfermo, porque hay algo que no va bien. Es por eso que la poesía amorosa, por ejemplo, casi siempre es de desamor. Si eres feliz y te va muy bien no escribes poemas. Casi siempre escribes cuando algo anda mal así que sí creo que hay alguna relación con el psicoanálisis.

Escribir es como una vía de expresión que de alguna manera hace que te cures. Escribir es como revelarte a ti mismo quien eres. Quizás ahí habría un enlace con el psicoanálisis. No tanto por la teoría psicoanalítica, que la conozco poco, sino por el hecho de revelar algo de lo subjetivo.

¿Qué nos ha querido contar con La bolita de papel?

Alguien me dijo que era un libro de autoayuda. Yo creo que en cada parte del libro busco algo que, de alguna manera, empuje hacia la vida, que dé un impulso vital. Que me lo dé primero a mí misma pero quizás también a alguien que lo pueda leer. Creo que mis textos reflejan el deseo de buscar e inventar un poco nuestra realidad, en vez de soportarla y sufrirla. Es la búsqueda de cómo hacer para inventar esta realidad, para darle un vuelco.

En mi escritura no es que quiera contar algo que sea tan importante, no creo que haya nada tan importante en lo que cuento. Creo simplemente que se trata de hacer que nuestra realidad se convierta en otra cosa. Quizás sea eso lo que quiera transmitir: que podemos, a pequeña o a gran escala, transformar nuestra realidad.

Dos inminentes novedades en Xoroi edicions

Presentación de Psicoterapia breve psicoanalítica de Antonio Pérez-Sánchez

Àudio de la presentació dels llibres Estudios sobre la psicosis i Sobre la locura

Aquí podeu sentir o descarregar-vos l’àudio del diàleg que van mantenir
Fernando Colina i José María Álvarez
amb motiu de la presentació dels seus llibres 
Estudios sobre la psicosis i Sobre la locura
 En un acte presentat per Magne Fdez-Marban
el 28 de febrer de 2014 al Palau Robert, Barcelona

Presentació dels llibres Estudios sobre la psicosis i Sobre la locura

Us convidem al diàleg que mantindran
Fernando Colina i José María Álvarez
amb motiu de la presentació dels seus llibres:

ESTUDIOS SOBRE LA PSICOSIS

SOBRE LA LOCURA

Presentarà l’acte: Magne Fdez-Marban
divendres, 28 de febrer de 2014
a les 19:00 hores

Palau Robert — Pg. Gràcia, 107. BCN
Entrada Lliure (aforament limitat)

Inminente publicación del Premio Internacional Antonio Machado: La bolita de papel

Ya está a punto de salir de imprenta: La bolita de papel, de Christine Arnaud; obra que obtuvo el Premio Internacional Antonio Machado.Un itinerario vital con enorme fuerza literaria. Una obra que esperamos que os sorprenda.

“De una ciudad a otra siguiendo la estela de un viaje tan poético como real, la mirada de la autora se desliza por los paisajes y los conflictos que encuentra, movida por el afán de desvelar los misterios del mundo y de gozar del inefable placer de vivir.” Rosa Regás.

“Magnífico libro. Lo leí de un tirón.” Eduardo Galeano

Resenya, publicada a El Norte de Castilla, de la presentació d’Estudios sobre la psicosis

 

Estudios sobre la psicosis. Presentación en Valladolid.

Miércoles, 29 de Enero, a las 20:00 horas
Presentación de “Estudios sobre la psicosis” en Valladolid.
Participan: José María Álvarez, Fernando Colina y José Manuel Susperregui.
Hotel Felipe IV, calle Gamazo, 16. Valladolid

La bolita de papel

Premio Internacional Antonio Machado.

“De una ciudad a otra siguiendo la estela de un viaje tan poético como real, la mirada de la autora se desliza por los paisajes y los conflictos que encuentra, movida por el afán de desvelar los misterios del mundo y de gozar del inefable placer de vivir.” Rosa Regás.

“Magnífico libro. Lo leí de un tirón.” Eduardo Galeano

Estudios sobre la psicosis


La publicación de Estudios sobre la psicosis es buen momento para proponer unas breves consideraciones sobre el autor y el libro. A saber:
1 1)   El reconocimiento que hace Jose María Álvarez de sus maestros intelectuales: sean los conocidos personalmente en los años de formación, y aquí la referencia a Fernando Colina es inexcusable, como, de otra manera la de Vicente Palomera, sean aquellos cuyo conocimiento ha sido recibido a través de los libros: Freud y Lacan, però también Cicerón o Joyce por mencionar dos epígonos.
2 2)   La capacidad del autor para participar en la creación de un equipo de trabajo clínico en Valladolid, al amparo de cierta levedad institucional y con un estilo colectivo que trasciende las individualidades. Estilo que se reconoce en la manera de estar y de hacer con los pacientes.
   3)    La facilidad para transmitir un saber, un estilo y una clínica que toman por ejes el respeto a la subjetividad de cada paciente y los campos de interès de cada alumno. Pacientes y alumnos enseñan a los enseñantes y los efectos de enseñanza penetran capilarmente en la polis. Creación de núcleos interesados en el estudio del psicoanàlisis y de la clínica de las psicosis más una labor editorial precisa centrada en los clásicos de la psiquiatría son algunos de esos efectos.
4 4)    La claridad y profundidad en el uso de la lengua. El estilo de José María Álvarez trasluce el amor por la tradición, recoge una elaboración de generaciones. Lejos de las fórmulas estereotipadas y del lenguaje universitario, disfrutamos con frases que, sencillamente, fluyen.
   5)   El conocimiento exhaustivo de los clásicos. Sean los clásicos griegos y látinos o los clásicos de la psiquiatria del XIX y del XX. Y la capacidad para transmitir con claridad las conexiones entre épocas y temáticas aparentemente dispares.
6 6)   Partir de una posición ética: Ni todas las concepciones del mundo proponen las mismas consecuencias ni las distintas concepciones de la psicosis persiguen los mismos fines. Situarse del lado de la responsabilidad subjetiva o a merced de los amos del bienestar tiene consecuencias bien distintas.
   7)  Sobre las novedades de esta edición de los Estudios sobre las psicosis, reescrito en su práctica totalidad, queremos destacar tres capítulos completamente nuevos: Nuestra psicopatologia que tambien podríamos titular Pathos y Ethos: una articulación de Cicerón con Freud en torno al lenguaje como aquello que enferma y alivia. La locura para principiantes: Un recorrido con algunos locos ilustres: Rousseau, Schreber, Nietszche, Nash y una loca sabia, la paciente de Colina primero y Álvarez después. Todos ellos nos hablan de la locura, la maldad y el sujeto que decide.
8  8) Finalmente: Las locuras de Joyce y Lucia. Es un más allá en la obra de Álvarez. Desde Lacan los textos sobre Joyce en el campo psicoanalítico son abundantes,  acaso reiterativos. José María Álvarez abre una puerta, con sencillez y con decisión, y nos enseña, cuidadosamente, un nuevo campo sobre el que deberemos volver.
Al lector le espera una lectura fructífera y agradable; al autor ampliar las lindes del nuevo campo y mostrarnos las futuras cosechas que dispondremos con gusto en la mesa de trabajo.
Magne Fdez-Marban

De próxima aparición: Estudios sobre la psicosis

Catàleg de publicacions

Colecciones que se disparan en múltiples direcciones

PROGRAMA EDITORIAL

col·lecció Calidoscopi
Carme Vilaginès
col·lecció Passatges
Núria D’Asprer
Algunos pasajes y otras meditaciones urbanas

Christine Arnaud

La bolita de papel
(Premio Internacional Antonio Machado)  

col·lecció Mirar amb les paraules

Silvia Fendrik
El falo enamorado.
Mitos y leyendas de la sexualidad masculina

Col·lecció Memòria de l’oblit

Anna Miñarro, Teresa Morandi (comps.)
Trauma y transmisión. 
Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos
en coedició amb FCCSM

col·lecció Schreber

José María Álvarez

Estudios sobre la psicosis
(nova edició reescrita i ampliada)

 

en preparació

Jacques Nassif
El libro de las muñecas parlantes

Massimo Recalcati

¿Qué queda del padre?
La paternidad en la era hipermoderna. 

Col·lecció Psicoteràpies
Antonio Pérez-Sánchez
 
Psicoterapia psicoanalítica breve

Altres col·leccions previstes

Parc Taulí
Espai Freud
 
Revistes:
SPECULUM, Revista del Aula de Psicodrama.
 
La casa de la paraula

La bolita de papel, de Christine Arnaud

Próximo título en Xoroi edicions:

LA BOLITA DE PAPEL
Christine Arnaud


“Camino por la calle con pasos rápidos. Apresurada. Todo es urgente: mi tarjeta de residente, las fotos de identidad, abrir una cuenta, preparar mis clases, dar las clases…. Atravieso las mismas calles sin pensarlo. No tengo tiempo para pensar. Al menos, en cosas que atañen al corazón. Y entonces el corazón se expresa por otra vía. Cuando le dejo algunos segundos, se cuela hasta mi mente y es él quien está ahí, latiendo en el fondo de mi bolsillo. ¿Cuántos días, semanas tal vez, llevo triturando con mis dedos esta bolita de papel? Vaivén incesante, mis dedos amasan la misma bolita, en el fondo del mismo bolsillo, cuando camino por las mismas calles. Pero hoy mis dedos se han vuelto más insistentes o tal vez es que he permitido a mis sentidos aflorar a mi conciencia y, de repente, ya no ha sido posible ignorar mi mano dando vueltas sin cesar a un viejo billete de metro en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta, con tal insistencia que pronto se perderá en el agujero que he abierto en el tejido, sin darme cuenta.”

“De una ciudad a otra siguiendo la estela de un viaje tan poético como real, la mirada de la autora se desliza por los paisajes y los conflictos que encuentra, movida por el afán de desvelar los misterios del mundo y de gozar del inefable placer de vivir.” Rosa Regás.

“Magnífico libro. Lo leí de un tirón.” Eduardo Galeano