Después de haber escrito valiosos libros sobre el psicoanálisis
de niños y sus protagonistas, desde Anna Freud y Melanie Klein
hasta las argentinas Arminda Aberastury y Telma Reca, y luego de
haber escudriñado profundamente en la anorexia y la bulimia, todos
libros hermosos, ampliamente leídos y agotados, ahora la talentosa
Silvia Fendrik se anima a internarse en un tema tan apasionante
como poco frecuentado, la sexualidad del varón, del hombre, no
menos enigmática que la de la mujer, mucho más estudiada.
De sus vastas lecturas de la bibliografía psicoanalítica, Fendrik
se va a apoyar en esta aventura intelectual en dos autores que
conoce a fondo, Freud y Lacan, para ver si con ellos puede acercarse
a la sexualidad del varón. Para esto fija su mirada en personajes
arquetípicos, Hamlet, Don Juan, Casanova y Fausto, que encarnan
un fértil campo de estudio y de reflexión.
Todos ellos, sin duda, son el hombre frente (o junto) a la
mujer; pero muy distintos entre sí, tal como los entiende esta mujer,
cuestionadora e inquieta que es Silvia Fendrik.
Estos personajes, bien conocidos por la cultura y por el
psicoanálisis, le sirven a Fendrik para exponer las ideas de Freud y
de Lacan desde su propia y singular perspectiva.
Hamlet es la tragedia del deseo. Quiere y no quiere matar a
Claudio, pero no puede hacerlo hasta que muere Ofelia (oh falo) y
entonces se le abre al príncipe la oportunidad de acceder al trono de
Dinamarca, que está ocupado por el ambicioso Claudio, y salvarse
del incesto con la madre, la reina Gertrudis, la mujer sexual que
Hamlet no puede soportar. Es cierto, como dice la autora, que
Shakespeare pinta una y otra vez a la madre como una mujer voraz
que Hamlet teme, aunque ese deseo sin límites de la mujer sexuada
sea también el propio deseo de Hamlet proyectado.
De todos modos, Fendrik dice que el deseo sexual masculino
no puede escapar a su destino trágico, a la muerte en la tragedia de
la madre sexual.
Freud trató de resolver este dilema del hombre entre la madre
y la puta a costa de la disociación. Fendrik pone el acento en la
madre sexuada que no reconoce límites a su deseo genital. Este
deseo sexual de su madre horroriza a Hamlet, que teme caer en sus
lujuriosas garras, ser la próxima víctima de su pasión incestuosa:
más el deseo de la madre que el deseo por la madre.
La división con la que Freud intenta dirimir el dilema del
hombre entre la madre y la puta lo lleva a reconocer una degradación
de la vida erótica.
La confrontación con la madre sexuada es siempre aterradora
y sólo se atenúa con la función paterna de dar la castración. Por
alguna razón esto le habrá fallado al rey Hamlet —se pregunta la
autora— el padre espectral que reclama justicia y venganza.
La muerte de su enamorada le permite a Hamlet hacer el
duelo de Ofelia como falo, el objeto perdido, y llevar adelante la
venganza encargada por su padre, matando a Claudio y asumir así su
masculinidad y hacerse, simultáneamente, príncipe de Dinamarca.
Sin embargo, concluye Fendrik, no es el trono ni el
cumplimiento de la venganza del espectro lo que mueve a Hamlet
sino, más bien, su intento de escapar del deseo de su genital y
aterradora madre.
Si ésta es la tragedia de Hamlet, distinto es el camino que
recorre Don Juan, que es la representación del falo como un
hombre sin nombre, que está más inclinado a deshonrar a la mujer,
violando el tabú de la virginidad, y que le hace perder a la mujer su
filiación como hija del padre.
Casanova es muy distinto a Don Juan, porque ama a las
mujeres que conquista y ellas lo aman a él y se entregan con un
amor infinito. La figura del padre no cuenta para Casanova y, como
Don Juan, no tiene descendencia, mientras que Edipo, tiene padre
y tiene hijos. A diferencia de Don Juan y de Casanova, Fausto
encuentra su camino hacia la mujer en un pacto con el diablo y
así logra, a la vez, el acceso al placer sexual, sin renunciar al saber.
El saber no puede alcanzarse sin el goce. La premisa universal es la
existencia del falo como referente en los dos sexos.
La sexualidad del varón, afirma Fendrik, es tan enigmática
como la sexualidad de la mujer, y ambos intentan responder a la
eterna disyunción madre-puta.
La de Casanova es una entrega sin cálculo y algo del amor
está conjugado, no disociado, con la sexualidad, aunque este logro
sea fugaz y nunca permanente, porque cuando da todo sobreviene
la pérdida y tiene que volver a empezar. Casanova sabe que la
condición de su libertad es perder a la mujer amada, para así recomenzar, donde el amor como dice Lacan es dar lo que no se
tiene a alguien que no lo es.
Casanova ama a las mujeres porque responden al placer con el
placer. Las mujeres de Casanova sienten la sinceridad de su pasión
y de la misma forma se la entregan.
La reflexión de Silvia Fendrik culmina con un bello ensayo
sobre Antígona, y es así una mujer la que cierra este estudio sobre
la sexualidad del hombre.
Fendrik comienza con un dato inesperado, poco conocido:
Sófocles escribió Antígona veinte años antes que Edipo Rey y treinta
antes que Edipo en Colono, que es la tragedia póstuma de Sófocles.
Se trata aquí del tiempo lógico de Lacan más que del tiempo
cronológico. En Edipo en Colono, Antígona es el bastón de un
Edipo ciego y desterrado. Pero el Edipo en Colono maldice a sus
hijos, y en especial a Polinices, por su destierro. Antígona se opone
con indomable decisión a que el cadáver de Polinices quede a la
intemperie, sin sepultura, y entonces vuelve a Tebas con los ojos de
Edipo clavados en ella, cargada de soberbia.
Lacan describe a Antígona como fascinante y, sin dejarse fascinar,
Silvia Fendrik concluye que, en la tragedia de Antígona, lo que marca
el punto culminante es la mirada de Edipo sobre la belleza de su hija
adolescente. Edipo escópico lo llama. Más que el padre es su mirada
lo que sanciona el incesto. Hay que hablar —concluye Fendrik —
de la mirada del padre, del deseo del padre, en las vicisitudes de la
sexualidad masculina.
Del prólogo de Horacio Etchegoyen.