El bloc de la Casa de la Paraula sorgeix d’una iniciativa d’Antonio V. Cardoso que va proposar -a l’antic fòrum dels Amics de la Llibreria Xoroi- la creació d’una revista digital que apostés per la publicació d’articles creatius i innovadors sobre psicoanàlisi, psicoteràpies i els malestars contemporanis. La proposta d’Antonio i els comentaris que va suscitar van ser el primer article d’aquest bloc.
Entre todos los
profesionales del campo “psi”, como se dice hoy en día, los sucesores de Freud y de Lacan son los únicos que no
se contentan con un diploma para autorizarse a ejercer su práctica teniendo
como objeto lo que siguen llamando todavía el Inconsciente.
Sino
que lo que ellos consideran como una condición sine qua non es el haber hecho ellos
mismos, y a sus expensas, un
psicoanálisis profundo, convencidos de que los estudios y los diplomas no
bastarían para ello: no son universitarios sino unos artesanos del análisis,
una práctica que busca un saber, pero que no se obtiene en la Universidad sino
a través de una experiencia crucial: aquella de poder constatar hasta qué punto
uno no es el amo en su propia casa.
No es dominando un campo del saber, mediante una enseñanza
que valide una competencia, que se llega a ser psicoanalista, sino
aprehendiendo la vida mediante un manejo sagaz de una transferencia, experiencia que permite
rememorar su existencia a medida que uno la cuenta a
un tercero privilegiado, para evitar repetir sus impasses.
Se
llega a ser psicoanalista y se procura quedarse tal, sin poder nunca refugiarse
detrás de un título, si y solamente si un análisis ha sido llevado
suficientemente lejos para permitirle a un sujeto lograr que otras personas
puedan beneficiarse de la experiencia adquirida de su inconsciente, al
confrontar la formación que ha extraído de su análisis propio, con otros
colegas que compartan el mismo recorrido, y
que deberá continuar desarrollando, poniéndola en cuestión toda su vida de
ahora en adelante.
Con
ese fin, las asociaciones de analistas han sabido desde el principio alimentar
y suscitar la formación continua de sus miembros a lo largo de su práctica
profesional. Más allá de sus diferencias, estos colectivos que siguen las
huellas de los pasos de Freud y de los refundadores de su discurso, constituyen
verdaderos laboratorios de investigación, de los que las numerosas
publicaciones dan testimonio.
¿Con
qué fin mantener vivo el psicoanálisis? ¿Por
qué dirigirse a un psicoanalista cuya oferta consiste precisamente en no
plegarse a esa demanda, cuando de entrada se suele dirigir a un especialista de
salud mental o a algún psicoterapeuta, ocupándose ambos de restablecer un
bienestar perturbado por los avatares de la existencia?
Importa, en efecto, ser claro a este propósito más que ser clérigo1. Es en el juego con un malentendido y arreglándoselas para levantarlo en el curso de lo que se sigue llamando una “cura”, que Freud debió de colarse en el modelo de la medicina y de la psicopatología, mientras que lo que proponía consistía en ofrecer a un sujeto la posibilidad de comprometerse con una palabra consistente en decir en voz alta, sin seleccionar y como a vuelapluma, lo que pasara por su cabeza.
Ahora bien,
lo que se obtiene por el sesgo de
esta práctica del lenguaje no es de ninguna
manera que alguien se haga cargo de uno quedando pasivo y sometido a sus cuidados, sino la decisión de no atribuir
más su sufrimiento solamente
al otro o a las circunstancias, intentando comprender porqué se ha instalado
este padecimiento, y por
otros medios que los tratamientos que proporcionan los medicamentos o los
buenos consejos. Un psicoanalista no será ni médico ni cura, escribió
Freud al pastor Pfister.
Nos
parece que hoy por hoy ha llegado el momento de dar un paso adelante
y de arrancarnos la máscara.
Puesto que la mayor parte de los gobiernos europeos, dada
la extensión cada vez más generalizada del
malestar que genera la
civilización tecnocrática, al no ofrecer
más que ventajas materiales, desean proponer una psicoterapia también
generalizada a sus ciudadanos, hace
falta marcar en qué reside
la diferencia. Si los políticos
entienden que para realizarlo han de legislar en este dominio, tanto en
lo que concierne al título de psicoterapeuta como sobre los métodos a aplicar,
es importante decir ahora, alto y fuerte, que el psicoanálisis no se debe
clasificar intrínsecamente en el marco de lo médico ni de lo sanitario y que
desea por eso mismo ni ser encuadrado ni reconocido por el Estado.
Dada
la sociedad de control en la que vivimos, si es preciso, sin embargo, que los
psicoanalistas se sometan, también ellos, a un control al que nadie puede o
debe verdaderamente escapar, si es necesario
a cualquier precio concederles un Estatuto, no sería
pues ni del Ministerio de Sanidad ni del de Educación que debería depender el que obtengan una autorización.
En nuestra opinión, ese estatuto debería caer bajo la competencia del Ministerio de Cultura, en el mismo grado
que los escritores o los actores,
los pintores o los
músicos. Consta que los psicoanalistas se entregan a una investigación solamente emparentada con las de la ciencia o de la filosofía, pero que depende
más bien de cierta
sabiduría, dado que ellos no pueden prometer
los resultados previsibles y calibradores que se esperan de la aplicación de una técnica, pero sí preconizar para su práctica(1) las reglas a las cuales
se someten y que no dejan de reajustarse en función de las personas,
de modo que una aplicación de las mismas,
por parte de aquellos a quienes por eso llaman
analizantes, les permita
tratar más directa
y específicamente todo lo que
cojea en una vida, porque
cae bajo los efectos del inconsciente.
Su primera competencia consiste en todo caso en no abusar de la transferencia de la que se benefician y en analizar suficientemente el hecho de que se trata de una ficción que se despliega y no de una relación que se engendra, para que un psicoanálisis llegue a ser una escuela de libertad reencontrada. Para asegurarlo, no demandan más que reconocerse en el seno de sus asociaciones, para confirmar el hecho
de que uno u otro entre ellos ha podido hacer de su existencia una obra digna
de inscribirse en la tradición, exigente y fértil, de la vía abierta por Freud
y sus continuadores.
Al mismo título que los escritores para sus
lectores, los psicoanalistas no desean obtener otro reconocimiento que el de
los analizantes que les han dado la suficiente confianza para que se vuelvan sus psicoanalistas, durante el tiempo contado y medido de unas sesiones que no serán requeridas para durar toda una vida, como puede ser el caso con un buen terapeuta.
Continuarán
a tal efecto, y siempre que sea necesario, exigiendo que la segunda i griega
del nombre que los designa (en francés) no se sustituya por error con una i
latina como suelen hacerlo los empleados de los ayuntamientos, y tratarán de
que se admita que el alma (la psyché), al
que se dedica su forma de análisis, no se vea por tanto reducible a la
obligación de ser inscrita en una “lista” por un rasgo o una calificación
asignable desde el exterior, con el fin de ser tomada en cuenta por la
administración estatal.
(Texto traducido del francés por Francisco Rodríguez Insausti y revisado por su autor)
El titulo original de este manifiesto es en francés: “Los psicoanalistas no son clérigos”, que es el antónimo de laico y que, en tanto palabra suelta, introduce el equívoco añadido de la palabra “clairs”, queriendo decir: claros. Se trata precisamente en este intento de ser un poco más claro en relación al oficio no codificado de esta profesión no reglamentada, como se lo reconoce en el caso, por ejemplo, de los traductores.
Nota 1: Estas reglas conciernen a la duración de las sesiones, su precio o la medida a guardar respecto a la no reciprocidad entre el analizante y su analista del conocimiento mutuo o del trato a evitar entre las personas concernidas y sus relaciones, con el fin de asegurar el secreto y la limitación a la única palabra que debe quedarse dirigida a un desconocido. Verdadero punto de apoyo para la palanca de su acto analítico.
Hace poco se ha votado en Las Cortes la “Ley Trans”, que legisla la plena autodeterminación del género, y contempla la posibilidad del a-género, o del no-binario hombre-mujer. Cada vez hay más sujetos que NO quieren inscribirse bajo el significante de su anatomía. Aflora una fractura, o varias, en el discurso amo vigente durante siglos. Los analistas, que no estamos al servicio del discurso amo, podemos analizar la cuestión desde nuestra óptica y pensamiento crítico. ¡Igualdad! como Ideal, deviene un significante amo. Esta es la bandera que se enarbola, a veces, con una ligereza que desconoce la complejidad de la construcción subjetiva, y del inconsciente que determina los modos de goce. La identidad líquida actual tiende a apuntalarse en el goce, como si este fuera su determinación para una suplencia subjetiva. Esta confusión -entre sujeto y goce- explica, en parte, la multiplicación trans y las agrupaciones actuales que se fortifican en su modalidad de goce. Hay una VARITÉ (verdad y variedad) de los goces, que ya no son patologías. ¿Acaso son suficientes para el apuntalamiento subjetivo? A su vez, el innatismo de la ciencia -discurso amo- nos devuelve a la certeza de un destino inscrito en la bío-genética y no en la elección de una diferencia subjetiva. En eso tenemos algo por decir. No hay Ley universal para todos, hay la peculiaridad y particularidad de cada sujeto a quien sería imprescindible darle la palabra antes de pasar al acto.
Daniela Aparicio, psicoanalista.
En la revista electrónica VOLANT, de la EPFCL, Fòrum Psicoanalitic Barcelona.
Siempre
duerme temprano, mira la hora y espera. Y pasan lentos los minutos.
Adora
arrebujarse entre las sábanas con olor a jazmín, o a rosas, o a algo que sepa a
limpio y agradable. Disfruta de esa suavidad.
Sueña
intensamente, se entretiene luego recordando los colores de esas imágenes; las
clasifica, las rememora con afán, las compara con hechos cotidianos. Y cada
día, invariablemente, se sumerge con ilusión renovada en ese mundo fantástico
de olas desbordantes, de personajes cambiantes y complejos. Son sus compañeros.
Ignora desde cuando el sueño ocupa
ese lugar en su vida. Será el hartazgo y la repetición de lo cotidiano, las
tareas aburridas y rutinarias, el futuro incierto, el presente descorazonador.
No lo sabe bien. No sabe desde cuándo el sueño se ha convertido en su auténtica
forma de vivir, de sentir que algo nuevo puede ocurrirle, que el tiempo no pasa
de una forma tonta e inocua.
Antes soñaba despierta, imaginaba encuentros románticos, ahora en cambio, su espacio soñador se ha convertido en un momento delicioso y verdadero, más sólido y tangible que el día a día.
¿Cuánto tiempo hace que empezó el gran
encierro? Ya ni lo recuerda. Primero fue
la pandemia, luego un bicho raro que aparecía en ciertos alimentos, las razones
comenzaron a complicarse de tal forma que decidió desentenderse del asunto,
renunció al torrente de información contradictoria, y se separó, se divorció
del mundo y sus semejantes. Levantó una barrera infranqueable entre ella y lo
que la rodeaba. Inadvertida, lenta y suavemente, sin ni siquiera decidirlo dejaron
de interesarle primero las noticias, los dimes y diretes de sus colegas, los
vecinos, hasta los amigos más cercanos. Parecía intuir las palabras y las
frases que iban a pronunciar, y ya le aburrían de antemano. Imaginaba los encuentros, los consideraba en su cabeza
previamente y de una forma u otra decidía descartarlos. Con la excusa más
trivial se disculpaba y encerraba en un placentero descanso a diferentes horas del
día, buscando el sol, pero siempre huyendo del gentío de las playas.
El mundo había cambiado mucho en poco tiempo, y a ella había dejado de interesarle. Sin embargo, a hurtadillas, no deja de indagar ciertas noticias que se le antojan extravagantes. “Es preciso que sepa lo que hacen estos locos para evitarlos, pero debo estar al tanto” —Se dice a si misma para justificarse.
Se entera entonces que un grupo de gente —su núcleo afectivo más cercano—, hartos de quejarse y con gran nostalgia de la vida anterior, se han organizado de forma clandestina en pequeñas “células”. Por medio de claves se comunican por teléfono o internet. Esta cuestión les entretiene y sienten que burlan la autoridad. ¡Cuánto alborozo! El placer inusual de cruzar los límites para quienes han encanecido hace lustros es prodigioso. Pocas cosas les complace más que el abrazo prohibido, huir de las medidas de prevención, el tímido contacto corporal. Profesan unas creencias mezcla de ritos varios, orientales algunos, con tradición cristiana otros. Deben cumplir de forma ordenada y minuciosa todos los ceremoniales indicados para librarse de “todo mal”. Una gurú venida de la India guía sus pasos y orienta los rezos según un pequeño librito que siempre lleva entre los pliegues de un exótico y colorido atuendo. Las bebidas alcohólicas están permitidas, siempre y cuando no sobrepasen los límites de tres copas que la vestal india y una ayudante local controlan con esmero.
Las infusiones de todo tipo abundan
por doquier. En pequeños hornillos hierben las teteras y una mezcla de olores
intensos invade la sala donde suelen reunirse periódicamente. Pastas, dulces,
almendrados, las manos habilidosas se esmeran en preparar apetitosos y variados
platillos .
Ha sabido también que entre los jóvenes la cuestión es diferente: ellos no pueden evitar las reuniones ruidosas con música rock. Las autoridades, para que no llamen demasiado la atención, son tolerantes y les dejan pernoctar en medio de los bosques, en las afueras de los núcleos urbanos. Amantes de la naturaleza y la ecología, cultivan huertos mientras resucitan costumbres atribuidas a los hippies: el intercambio de parejas, el amor libre. Todo ello tomando algunas precauciones que un joven enfermero del grupo, a pesar de ser un tanto negacionista, considera imprescindible como prevención de las pandemias varias.
Sin embargo, todo esto le interesa
escasamente. Es como un paisaje que viera alejarse poco a poco de su mirada y
en la medida que la distancia se agranda, también lo hace la apatía. Eso es, el
mundo humano que le rodea la deja perpleja, sin preguntas, todos sus
interrogantes sobre la gente y sus costumbres han perdido la intensidad de
antaño. No obstante, necesita saber en qué se habrán convertido los niños, esos
seres que tanta ternura le despiertan. ¿Habrán conservado la curiosidad, la
alegría, el deseo de jugar espontáneo? Teme averiguarlo.
Las pocas noticias de las nuevas
disposiciones educativas le han parecido tan enrevesadas e incomprensibles que
están destinadas a eso, a que no las entienda nadie, como muchas medidas de
precaución vigentes en las calles de pueblos y ciudades. Contradictorias,
confusas, irracionales.
Con fuerza creciente día tras día,
noche tras noche, alimenta los personajes de sus sueños, les inventa una
historia, los pasea por esa maravillosa casa imaginaria con las columnas azules
de ese azul turquesa inconfundible, de lapislázuli. Y fantasea, ¿por qué no?
Lee cuentos antiguos para estimular sus visiones nocturnas, imagina mundos aún
desconocidos.
Cuando pase el miedo, cuando pase el encierro, cuando todo esto acabe… —se dice a veces.
Desde que empezó la pandemia he estado atendiendo pacientes con diferentes demandas, o demandas miles, como fue mencionado en mi escrito anterior “Experiencia en confinamiento: Inicio y durante. El después está por llegar…” Dejé abierto el después… pues bien, el después ya está aquí y las “demandas” de esta última semana… no encuentro palabras para describirlas.
Chico
joven, cuando le pregunto qué le sucede para ver cuál es su motivo de
consulta, no sabe qué responder, yo insisto y le pregunto: ¿Qué es lo
que lleva a pedir una sesión? La respuesta del chico es “Quiero comer”.
Mujer
de mediana edad, presenta síntomas en el cuerpo, temblor de manos,
dolor de cabeza y se le duermen las piernas etc… No obstante, consulta
porque termina de hacer un cartel y se ha puesto a mendigar, le inunda
la vergüenza que siente al hacerlo. Después de un rato hablando le
pregunto ¿Cómo crees que podría ayudarte? Y dice: “ya lo estás haciendo,
me estás escuchando”.
Chico
adolescente, me pide hacer una sesión y le doy hora, pero a la hora de
la sesión está en el metro, le digo que mejor hablaremos cuando llegue a
su casa, con la idea de hacer la sesión sin tanto ruido y me dice: “ese
es el problema, no tengo casa vivo en un albergue y en dos meses estaré
en la calle”.
¿Qué respuesta dar ante ese tipo de “demandas”? El dispositivo es el mismo, lo que está cambiando es la “demanda”, el apremio, o grito de socorro, pasa por las necesidades básicas de cualquier ser humano como son: el alimento y un techo donde vivir.
Amigos,
acabo de escuchar, en un canal de TV, una voz que reclamaba: “¡una
vacuna contra la depresión!” Y me pregunto, ¿y una vacuna contra lo
humano? Llegará, no se preocupen, será proporcional a la estupidez
humana, que, esa sí, no para de crecer y de multiplicarse; muchos son
los testimonios que lo ratifican.
El
materialismo y un desconocimiento de la ciencia -el pensamiento mágico-
han logrado este efecto destructivo. Lo que no se ve no existe y,
cuando despunta, hay que eliminarlo.
Asistimos
pues a una eliminación sistemática de los síntomas que dan cuenta de
nuestra subjetividad, de nuestros vínculos, o de nuestras palabras,
cuando dicen nuestro dolor de existir. Eso último solo requiere una
escucha cercana, alguien que de fe de mi existencia y acuse recibo de mi
demanda desesperada. Eso alivia y alienta, eso nos humaniza. Y si no,
¿qué sería de este sujeto extraviado que deambula solo por un mundo
desertizado, dejado de la mano de Dios y del hombre?
Todo
el mundo se pregunta qué va a pasar, pero eso ya está pasando. Se ha
instalado la civilización del Selfie. Cada uno con su móvil comunicado
con mil otros, pero sin ninguno, o sea solo, con su goce y su tristeza a
cuestas, ¡callado!
En tanto
psicoanalistas, tratamos a cada sujeto uno por uno, para darle un lugar
propio y devolverle su palabra propia. La depresión ha existido desde
siempre. De hecho, en mayor o menor medida la depresión existe en todos
los pacientes que vemos, es el síntoma más frecuente. Podemos decir que
las depresiones dan cuenta de esta cara oscura de nuestra intimidad
contemporánea, cuya otra cara es el ideal del éxito y la obligada
felicidad-para-todos. De hecho, la depresión es un fenómeno de la época,
que representa su estado de ánimo, es la enfermedad del discurso
capitalista, como la llaman algunos, que denuncia sus efectos sobre el
sujeto actual. Exacerbada, por supuesto por la plaga del covid que ha
tirado de la manta para desvelar lo siniestro de nuestras vidas.
Hace
años que el pronóstico de la Organización Mundial de la Salud nos
advierte: “Se espera que en el 2020 los trastornos depresivos ocupen el
segundo lugar entre las patologías responsables de la muerte y
discapacidad a escala mundial”. ¡Ya hemos llegado!
Recuerdo
que eso empezó hace unos 25 años, aproximadamente, o más. Estaba en un
servicio público y empezaba a percatarme de que se multiplicaban los
diagnósticos de “depresión”, que se convertía así en un cajón de
sastre. Quiero decir que teníamos que estar muy alertas al diagnóstico y
poder discriminar.
Tres causas fundamentales se barajaban en este fenómeno:
1- El
boom de los antidepresivos. Para muchos, el antidepresivo, o algún
ansiolítico, se ha convertido hoy en algo parecido a un complemento
vitamínico.
2- Se
imponían los Manuales de diagnóstico (DSM-IV, etc.). La histeria, que
era el termómetro de su época, era tachada del Manual. En su lugar
aparecían las depresiones y la fibromialgia, entre otras. Todo se
aplanaba y se banalizaba. La estupidez y la ignorancia también ganaban
terreno en nuestro campo.
3- De-presión,
la presión se imponía como modo de vida, el estrés. Así, nos
deprimíamos todos un poco ante la pesadumbre del mundo que nos ha tocado
vivir. Y algunos tiraban la toalla.
He visto -veo-
pacientes que llegan con la etiqueta de “depresión crónica”,
cronificada por muchos años de medicación. Llegan con el pronóstico
“abandonad toda esperanza”, y, sin embargo, vienen. Una paciente joven
me contaba que para ella la depresión era como la diabetes: ella y su
fármaco, de por vida. Otra persona mayor me decía hace poco que se
estaba enterrando viva… Muchos años de silencio y de fármacos solo
tienen una salida: la cronificación. Acaso podemos hablar de un
denominador común, algo del depresivo que deviene un paradigma del
sujeto actual globalizado, atiborrado, desvitalizado o irresponsable,
muy paranoide y maltratado; todo está fuera y el sujeto deviene objeto,
víctima del maltrato ajeno.
Y aquí es donde aparece la “vacuna contra la depresión”, para salvarnos de una muerte anunciada.
Y,
sin embargo, o por eso mismo, seguimos aquí, nuestra ética da un giro
radical a la queja: lo que es queja o coartada deviene una
responsabilidad. Es lo que llamamos rectificación subjetiva. Como
psicoanalistas situamos al sujeto donde le corresponde estar, en la
responsabilidad que le toca asumir, para poder algún día recuperar sus
recursos propios y su deseo. Imposible sustraerse a eso.
Lo siento, amigos, no hay vacuna contra la depresión y, si la hubiera, les recomiendo antes de tomarla servirse una copa de cicuta, que nos asegura una muerte mas digna.
Javier Bolaños, Julieta Lucero (LEAP y Fundación Salto)*
El confinamiento
ha dejado en evidencia, al contrario de lo que podía suponerse, que podemos soportar
más amablemente la distancia que la cercanía. Lo más llamativo de esto es que, si
se pensaba el vínculo con el otro como lo que definía intrínsecamente al ser humano,
tal vez hoy debamos, a partir de los últimos acontecimientos, poner en cuestión
la vigencia de dichas nociones. Es más, tal vez la distancia pueda, en algunos
casos, como hemos observado, oficiar de solución. Es que —también lo hemos
presenciado— la necesidad, o el empuje incesante al vínculo, puede llevar a lo
peor.
Es posible pensar que se avecina una era donde los lazos con el otro adquirirán
un nuevo estatuto. De hecho está sucediendo: la planificación
de un futuro sostenido en lazos virtuales; habrá más tiempo y más espacio para enfrentarnos
a la pregunta de qué va a hacer cada uno consigo mismo. Precisamente el trabajo
del psicoanálisis con niños nos enseña al respecto: la incitación a que un niño
salga de su soledad y establezca lazos, ¿conduce necesariamente a que haga algo
con el otro? Debemos repensar el para qué de un vínculo. Y al preguntarnos el
para qué, nos preguntaremos también por el cuándo. No solo está comprometido el
espacio en nuestro porvenir, sino que del mismo modo lo está el tiempo. La
percepción que hemos tenido sobre este último se halla notoriamente en jaque.
Pensar el destino del quehacer con uno mismo, que indefectiblemente tiene
consecuencias en lo que se hace con el otro, se vuelve crucial cuando
vislumbramos que los niños de hoy probablemente sean educados por máquinas. Y, quizás,
el problema no sea la intervención de una máquina en la vida del niño, sino
que, al ser esta quien estaría encargada de gran cantidad de actividades con
él, habría aún menos posibilidades, en términos de espacio y de tiempo, de que
padre y madre sean quienes incidan en la orientación de la vida de su hijo. Es
ineludible contar con padres atentos a efectuar esta tarea.
En concreto, la salida de este confinamiento es un momento oportuno para advertir,
en cada caso, tanto lo que realmente hemos perdido en circunstancias críticas como estas que
atravesamos con el COVID 19, como también lo que, tal vez sin saberlo, continuamos
reproduciendo. Un ejemplo habitual en este sentido son los problemas de
conducta de nuestros niños que parecen resultar inabordables para los padres, al
menos en nuestras latitudes, desde mucho antes del confinamiento.
En este escenario, más que pensar en lo que podrá recuperarse al culminar
el encierro, sostenemos esencial definir cómo se va a continuar y, a la vez, dónde
se va a detener cada uno. La ubicación clara del lugar de cada uno es la que se
ha desdibujado. A eso nos referimos con la pregunta sobre qué hace cada uno
consigo mismo. Incluso se trata de analizar qué
tiene confinado cada uno y qué hacer con ello.
En este sentido, el trabajo con límites, operación que atañe también a
padres y a hijos, permite esclarecer dónde se encuentra cada uno en relación al
otro. El psicoanálisis es precisamente una praxis que se dedica a establecer, con
alguien, la distinción entre los límites en los que se juega una vida y lo que
está más allá de ella.
Agregamos algunas puntualizaciones más. Consideramos de vital importancia para la vida del niño, y no menos del adulto,
crear espacios, y destinar tiempo, para la emergencia de estos planteamientos, puesto
que, ahora más que nunca, las estructuras habituales en las que nos apoyábamos
para funcionar se han visto sacudidas, cuando no desmoronadas, por la pandemia.
El vínculo con el otro, en consecuencia, ya no podemos, ni debemos, darlo por
hecho. De manera que cada uno tendrá que abocarse a la tarea de producir nuevas
soluciones y los vínculos entre ellas, a partir de la conformación de nuevos límites.
Nuestra pregunta, casi urgente, considerando las alteraciones sociales y
económicas que la pandemia introdujo en nuestro modo de vivir, y de vincularnos, se reduce a precisar qué hacer con
los niños en este contexto.
Arriesgamos una primera respuesta: a un niño, probablemente, no deba protegérselo de los límites, que son los suyos, por supuesto, porque así solo prolongaremos su estado de ingenuidad al respecto; en su lugar, tal vez debamos acompañarlos a advertir cuáles son los mismos, cuáles de ellos lo constituyen en concreto, y cómo, con eso, establecer su vida con otros.
Javier Bolaños, Julieta Lucero (LEAP y Fundación Salto)
*NB.: Este artículo es producto de las reuniones de trabajo con Román Pérez Burin y Ana Molinaro Maturano, de Intervenciones en la infancia (Espai Freud).
Esta es una reflexión sobre nuestro paisaje actual, en tanto que terapeutas de la psique.
A
los pocos días de empezar el confinamiento, con unos colegas
psicoanalistas, difundimos una oferta de soporte gratuito para quien
pudiera necesitarlo. Un oscuro manto había caído sobre nuestra rutina,
vínculos y modus vivendi, y era de prever que esa conmoción traumática
podía desatar trastornos de todo tipo.
No
les voy a hablar de las personas que seguían su análisis empezado
previamente; con ellos la continuidad era casi natural, ¡gracias al
bendito teléfono!
Me
refiero a los nuevos, personas que no conocía para nada y que empezaban
a llamar o a escribir por WhatsApp. Venían sin nombre, con un
diagnóstico o varios, y abundaban los trastornos bipolares y límites. Se
presentaban con la etiqueta puesta —“soy bipolar”— y con su
correspondiente receta.
Un
joven de 18 años (actualmente tiene 28) es etiquetado como psicótico
tras una decepción amorosa. Le recetan neurolépticos y le explican que
tiene un trastorno químico que el fármaco va a subsanar. Lo ve un
psicólogo conductista que confirma la opinión del galeno y recomienda
pensar en positivo. Se “vuelve loco”, literalmente, según me relata, y
decide dejar la medicación. Su odisea continúa, de psiquiatra en
psiquiatra, una «anda-dura» de diez años, con recetas de antidepresivos
que producen una fuerte dependencia. Cada vez que deja el fármaco,
recae. No tiene otros recursos para elaborar sus duelos; no hay acceso a
la palabra; enmudece en su confinamiento personal.
Lo
que venía ocurriendo desde hace años en nuestro campo de trabajo me
golpea con su evidencia, una pesadilla que domina la psicoterapia
actual.
Llaman
personas —unas quince— que no saben nada de su propia vida subjetiva,
su mundo interior; ¡su historia o memoria no existe o está prohibida! No
hay permiso para la separación, el duelo, ni para la palabra. Es
evidente: son los nuevos seres bioquímicos, bautizados así —diagnóstico y
farmacopea— por el mandato de la ciencia.
Si
esa es la ética de la psiquiatría actual, y lo es, como he podido
observar desde mi pequeña parcela, ¡vamos listos! En poco tiempo veremos
colas de bipolares, en fila y tragando su pastilla, como la hostia consagrada, y otros poniendo a prueba todo el Vademecum —su salvavidas—.
Otra
observación que me llena de estupor en esa corta investigación son los
sujetos que ya no quieren hablar, o no pueden, y solo quieren escribir
por WhatsApp. Cuando propongo hablar, lo rechazan con el argumento de la
vergüenza o, literalmente, con una incapacidad para hablar. Insisto
pero no retrocedo y leo entre líneas las palabras de una lengua perdida.
Los errores de ortografía y sintaxis lo delatan.
¿Acaso ha menguado la palabra que nos humaniza y sostiene nuestros vínculos?
La
COVID, entre otras cosas, ha revelado lo velado que aparece a cielo
abierto, si queremos verlo. Escucharlo será mas difícil. Algunos sujetos
se esconde detrás de su pantalla, que les protege del mundo y de sí
mismos; han olvidado su nombre, no saben cómo manifestar sus emociones.
Tampoco
saben a quién se lo dicen. ¿Quién es el otro que está del otro lado?
¿Será sometido a un juicio superyoico? ¿Será condenado a una etiqueta
perpetua con medicación? Se ha perdido, y a veces con razón, la
confianza en el otro profesional de la psique. La transferencia hace
aguas y reconducirla no resulta fácil, aunque tampoco es imposible. Si
llaman, hay demanda y sufrimiento, no saben cómo decirlo ni a quién se
dirigen. El reto para mí era cómo disolver la paranoia para plantear un
otro tolerante, atento y sin prejuicios, que es lo único que podía
garantizar un lazo de continuidad.
Si
pierde la novia, se le muere la madre, lo atropella un coche y todo es
químico, tendremos que concluir que se nos fue la humanidad al
laboratorio, ¡o al carajo!
El supuesto Homo Deus, como le llama Yuval
Harari —aunque de “homo” ya le queda poco— es finalmente un esclavo de
la ciencia, un pobre diablo que ha perdido su esencia.
Hace tiempo que empezó la “nueva” normalidad, y no habíamos caído en la cuenta.
En el marc de les activitats #FREUD2020BCN per commemorar els 100 anys de la publicació del text de Freud: Més enllà del principi de plaer, Espai Freud i la Filmoteca de Catalunya van programar un cicle, interromput per la crisi de la Covid19, sota el títol de 100 anys de Més enllà del principi de plaer. The Virgin Suicides, presentada per Mercè Coll, va ser l’última sessió.
Primer
llargmetratge de Sofia Coppola, realitzadora i autora del guió de la pel·lícula.
La història és una adaptació de la primera novel·la de Jeffrey Eugenides
(Detroit, 1960), que va obtenir, des de
la seva publicació en 1993, un gran reconeixement per part d’un ampli sector de
la joventut nord-americana.
És una història d’amor i de mort, una història
tràgica que anunciava la descomposició d’un sistema de vida, considerat model
de benestar econòmic i emblema dels valors defensats per la democràcia
nordamericana. Està localitzada en els primers anys de la dècada dels 70 del
passat segle, en un barri residencial d’una ciutat dels Estats Units. Els seus protagonistes son uns joves adolescents perdudament enamorats de les
germanes Lisbon, les verges suïcides esmentades en el títol. Són 5 germanes: Cecilia
(13 anys), Lux (14 anys), Bonnie (15 anys), Mary (16 anys) i Therese (17 anys)
que viuen sota la severa autoritat de la mare i el consentiment passiu del
pare.
Un relat en suspensió
La
història està relatada des dels records que conserven els adolescents
protagonistes sobre les 5 germanes, a partir del moment en que Cecilia va
intentar morir tallant-se les venes a la banyera. Tot el film està construït com un extens
flashback conduït per una veu narradora, que tracta d’explicar els fets que van
desencadenar el tràgic final. L’intriga no es basa en descobrir el desenllaç,
perquè des de l’inici sabem com acabarà la història, sinó en poder explicar les
causes del que sabem que va succeir.
A mida que avança la trama, aquesta pregunta inicial va
adquirint una significació més amplia sobre el sentit de la vida, com posa de
manifest el narrador que en un moment donat es lamenta de que les 5 germanes no
van saber trobar aquest sentit. La pregunta que queda suspesa en l’aire és si
ells mateixos l’han trobat o s’aferren cegament a la seva passió amorosa per les
germanes, com un ideal de vida que pugui
guiar les seves expectatives de futur.
La idealització de l’amor els hi permet somiar una vida
diferent de la que els hi ofereixen els adults, però el problema sorgeix quan
aquesta esperança queda anul·lada per la mort de les germanes. La seva
desaparició suposa una pèrdua dels seus anhels i amb ells el sentit de la vida
que creien tenir.
L’evocació dels records de les germanes els hi permet
mitigar, en part, el dolor de la seva
absència, al mantenir-les com imatges guardades en la memòria, però sempre sota
l’amenaça de desaparèixer amb el pas del
temps. Per evitar aquest oblit tracten de reforçar la memòria a través d’una
pregunta reiterada sobre els motius que van tenir per prendre la seva decisió.
Aquesta recerca és la que guia el seu relat i la que els hi permet assegurar
les imatges de les Lisbon. La resposta definitiva no la trobaran mai i potser
per això, com explica el narrador, cada cop que es troben en la seva vida
adulta rememoren els fets, buscant una explicació del perquè no van poder
entendre que ells les podien salvar.
Finalment es produirà el reconeixement de no poder trobar una resposta
satisfactòria, i la pregunta inicial queda suspesa en l’aire. Es tanca el relat
amb les següents paraules: “No
importa la edad que tuvieran o si eran chicas, sino que las amábamos y que no
nos oyeron llamarlas… ni nos oyen fuera de esta casa donde siempre estarán solas y
donde nunca encontraremos las piezas para encajarlas”.
El trajecte narratiu acaba amb les mateixes imatges amb
les que començava. La càmera inicia un moviment vertical entre els arbres fins
apuntar a un cel blanquinós, que inunda tota la pantalla, i la resposta a
l’interrogant inicial es dilueix entre els núvols, deixant el rastre nostàlgic d’un any de la
seva adolescència en el que van creure que tot era possible.
Les imatges dibuixen un moviment en bucle, que ens permet
completar el sentit de la resposta de Cecilia a la pregunta del metge i
entendre que aquest diàleg condensa el sentit de tota la història:
¿Qué haces aquí bonita? Aún no puedes saber lo mala que és la vida.
Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una chica de 13 años.
La mirada desafiant de Cecilia, en un primer pla frontal
mirant a càmera, clarament apunta a una resposta que el metge no podia
escoltar, i que els nois tractaran de desxifrar.
Un
recorregut per la representació
La pel·lícula es presenta com una comèdia lleugera
d’amors adolescents, que segueix les pautes del gènere en la descripció dels
fets i la caracterització dels personatges. Malgrat això en el títol mateix
emergeix un malestar que va aflorant, cada cop més, al llarg del relat, com si
la mort anunciada de les 5 germanes fos el començament d’un procés de
descomposició de la societat. La crònica inicial dels fets derivarà poc a poc
en faula moral de contorns poc definits, enterbolida i opaca, com l’aire
contaminat que envaeix les cases i els carrers al final del relat.
Tot es fa visible a la superfície de les imatges, tot
aflora, però aquesta visibilitat no és clara, no podem identificar els contorns
de les coses i el sentit queda suspès al no poder estabilitzar la significació
de les imatges,ni la seva credibilitat.
Ens movem en el domini de la il·lusió de
realitat i en la veracitat de l’univers ficcional però la nostra situació en aquest
univers no és estable i va canviant per la varietat de registres que adopta el
relat. La nostra creença en la realitat de les imatges oscil·la en funció dels canvis
que es produeixen respecte al model genèric utilitzat i, amb aquest moviment
basculant, no acabem de trobar un lloc estable per elaborar una comprensió
clara de la història. No sabem que ens ha volgut dir la directora: ha volgut
fer un retrat de l’adolescència?, una visió crítica d’un sistema de vida i dels
valors que el fonamenten?; és la crònica d’uns fets reals o possibles?, la
recreació d’unes fantasies adolescents?…
Apuntem
dos exemples d’aquesta indeterminació de la pel·lícula respecte a la veracitat
de les imatges en el model narratiu convencional. El primer és respecte a la
caracterització dels personatges que es mouen entre el naturalisme i l’estereotip,
entre un model afí a la nostra experiència empírica de la realitat i aquell
model basat en la parodia d’altres obres cinematogràfiques. Amb aquest moviment
entre-dos les imatges parlen d’elles mateixes, del procés de significació que
posen en marxa per a construir la realitat que mostren i la seva versemblança.
Un dels exemples es el retrat del Sr. Lisbon, elaborat
amb el traç gruixut de la caricatura. En la majoria de les escenes la interpretació
del personatge està excessivament accentuada en gestos i actituds, que recorden
la comicitat de l’època muda. La seva identitat com a personatge queda reduïda
a un conjunt de reaccions i accions sense entitat pròpia.
L’altra exemple es la presentació del jove Trip, el gran
seductor enamorat de Lux, que mostra els seus encants pels passadissos de l’
institut i el suposat mèrit de ser el màxim consumidor de marihuana de tots
l’alumnat. La identitat d’aquest personatge també queda diluïda en els gestos i
el moviment del cos, sobretot en la seva presentació per part de la veu
narradora. Al llarg de la pel·lícula agafarà una certa consistència com a
personatge que culminarà quan, ja adult, es dirigeix a la càmera com
interlocutora d’una suposada entrevista, per declarar que no pot explicar el
perquè va abandonar a Lux en el camp de futbol, però, malgrat la seva acció, sí
pot dir que mai ha tingut una experiència amorosa com la que va viure amb ella
i que mai l’ha pogut oblidar.
El tractament de les germanes Lisbon és més complexa,
però manté també una certa ambigüitat
respecte a la seva funció narrativa com a personatges centrals de la història.
La caracterització de les germanes oscil·la també entre els dos models, el que hem
anomenat naturalista i el fantàstic, en tant que son personatges de la
memòria dels adolescents protagonistes.
En la representació visual de les germanes intervenen uns
models de bellesa estereotipats, que podem veure naturalitzats en nombroses
pel·lícules, sobretot en les de la indústria nordamericana. Per contra, a Las vírgenes suicidas aquests models no
es naturalitzen com atributs objectius dels personatges, sinó que es presenten com
a tals models, que donen un sentit precís a les figures representades. No tenen una funció paròdica, ni metafòrica o
simbòlica; són, més aviat, una cita a peu de pàgina de les imatges a les que
fan referència. De nou ens movem en aquest entre-dos,
dos models de representació que instauren una determinada significació de les
imatges.
Les germanes es mostren com figures idealitzades i
sublimades pels nois protagonistes. No tenen consistència pròpia com a
personatges amb els que podríem establir uns vincles identitaris. La seva
realitat es clarament fantasmagòrica, són pures imatges creades per unes
fantasies compartides i evocades com a records.
El seus cossos no són tangibles, no poden ser percebuts
en la seva fisicitat, sinó tot el contrari. En molts moments les veiem des de
la fascinació que immobilitza la mirada i atura qualsevol apropament cap a
elles. La seva atracció es converteix en una pura contemplació que les
transforma en representacions divines i a la seva presència en aparicions.
Un exemple clar d’aquest tractament de les germanes el
trobem en l’escena del seu retorn a classe, després d’una absència perllongada
per la mort impactant de Cecilia. L’entrada de les 4 germanes està filmada des
de la sorpresa, per la seva sobtada aparició, i pel desconcert que provoca veure-les avançar
pels passadissos com si res hagués passat, No hi ha cap senyal en els seus
rostres del terrible suïcidi de Cecilia i avancen com deesses, indiferents a
les mirades dipositades en elles. Res altera la seva majestàtica presència, i
el moviment al ralentí dels seus cossos encara intensifica més la força
d’atracció de la seva bellesa seductora i enigmàtica.
Clarament són imatges que contemplem des de la visió dels
nois que les recorden, imatges, per tant, que no responen a una experiència
perceptiva empírica, objectiva, sinó a un
punt de vista subjectiu que transfigura les imatges en visions. El seu
significat el podem reconèixer i identificar fàcilment gràcies a la semblança
que tenen amb altres imatges incorporades a la nostre memòria i que formen part
de la constel·lació d’imatges de la nostre cultura audiovisual.
Concretament ho podem veure en la similitud entre la
visualització de les 4 germanes i les figures de les Nimfes, aquestes deesses
adolescents representants de les forces de la naturalesa, que apareixien
sobtadament entre les aigües o els arbres, despertant intenses passions a qui
les observava , fossin deus o homes. Figures mítiques representades en la tradició de les arts literàries i visuals, que
el cinema ha incorporat en unes figures inoblidables, que s’han convertit en
autèntiques icones d’aquestes figures adolescents. Recordem la St. Kubrick (Lolita, 1962) o la
d’Elia Kazan (Baby Doll, 1956)[1]
Per uns moments les imatges es desvinculen del
punt de vista que les ha originat i es mouen per si mateixes cap a altres
representacions acumulades en la nostra memòria.
Són moments en que la mirada queda suspesa en la
representació i les figures visualitzades s’immobilitzen i detenen el temps narratiu.
La major part de les imatges de les Lisbon tenen aquest
caràcter inaprehensible. Són imatges que no podem captar, tocar amb la mirada, sinó
solament contemplar a distància i admirar-les. En la seva bellesa es
materialitzen uns clissés i la fisicitat dels seus cossos desapareix, juntament
amb la seva identitat com a personatges.
Son imatges projectades com a visions que contemplem des de la mirada d’altres
personatges o bé que veiem de forma opaca per altres imatges que reverberen en
elles.
En moments puntuals podem observar-les i
detectar el seu dolor i la seva solitud. Escoltem les súpliques desesperades de
Lux, quan la mare li fa destruir els seus discos preferits o quan la veiem
eixugar-se les llàgrimes, refugiada amb les seves germanes en el lavabo del
centre; però en cap d’aquestes escenes hi ha un apropament de la càmera o un
muntatge de plans que permeti introduir la nostra mirada en l’escena representada.
Solament hi ha mirades furtives sobre el que fan o volen, mirades a distància i
que la majoria de vegades ens situen en els marges de la representació. Ens
convertim en simples observadors, sense poder habitar el seu món, com els
adolescents protagonistes que les contemplen des dels seus records.
Relació
entre cinema i fotografia
Hi ha una escena particularment il·lustrativa de l’ús fotogràfic de les imatges, que sense trencar els moviments narratiu, s’insereixen en el muntatge. És la visita del capellà de la parròquia a la casa dels Lisbon, preocupat i encuriosit per saber com estan les germanes, que des de fa moltes setmanes ningú les ha vist. Efectivament les 4 germanes estan tancades a casa sense cap contacte amb l’exterior i ni tant sols poden sortir al jardí o al terrat. Aquest confinament ha estat imposat i vigilat estrictament per la mare, com a càstig pel comportament de Lux en el ball de promoció.
La càmera segueix el recorregut del capellà des de
l’entrada a la casa fins i a la porta de l’habitació de les germanes. La càmera
es situa darrera del capellà en el moment en que obre la porta i contempla les
4 germanes estirades al llit i mig assegudes a terra. Formen una composició que recorda la
utilitzada per certs pintors i fotògrafs que han representat l’atractiu mòrbid
dels cossos adolescents, que lànguidament expressen una melancolia infinita. Es
una imatge transformada en fotografia instantània pel contrast entre la immobilitat de les germanes i el ràpid
tancament de la porta per part del capella.
El contrast entre imatge fixa i mòbil està present al
llarg de tota la pel·lícula, i és un dels principals factors que
desestabilitzen la nostra posició d’espectadors. Al utilitzar els paràmetres fotogràfics en la composició i
muntatge dels plans es produeix una suspensió del fluid narratiu, que posa en evidencia la composició orgànica
del muntatge narratiu. La mirada no pot fluir entre les imatges, ni ser
conduïda per la càmera. És una mirada que, en certa manera, queda expulsada de
la representació i, per tant, dels mecanismes de la identificació narrativa.
L’interstici entre els plans passa a ser el nou lloc
ocupat per la mirada i la seva funció esdevé la simple observació del que
succeeix a la pantalla.
En el pròleg, abans del títol de la pel·lícula, s’utilitza
aquest mecanisme per condensar les característiques del marc físic i social en
el que transcorrerà la història. Aquest segment inicial té una durada
aproximada de dos minuts i es composa de diverses escenes descriptives de l’entorn,
i fragments del rescat de Cecilia que condensen el temps de les accions
realitzades. Aquest pròleg actua com sumari il·lustratiu del sistema de vida
característic de la societat on es desenvoluparan els fets. Amb el seguit de
plans breus, presentats com les fotografies d’un àlbum familiar, podem
fàcilment reconèixer que són escenes de vida quotidiana d’un barri de classe
mitja benestant, amb cases sòlides i jardins frondosos. El so d’una sirena
d’ambulància trenca la placidesa de l’entorn i introdueix l’element que
desajustarà l’harmonia de l’ordre d’aquest petit món.
La realitzadora organitza les imatges com una suma
seriada de fotografies, que es despleguen davant la nostra mirada. Son imatges
enquadrades a distancia i enllaçades sense cap vincle de continuïtat més enllà
de la seva pròpia serialitat.
El muntatge del diversos segments no es guia per la
continuïtat habitual utilitzada en el cinema narratiu, per a composar una
unitat dramàtica. Habitualment els plans s’enllacen a partir de la direcció de
la mirada i el moviment a través d’un enllaços (raccords) que garanteixin aquesta
continuïtat i l’homogeneïtat dels diferents fragments amb que s’ha composat
l’escena.
En molts moments del film aquesta homogeneïtat es trenca.
Les accions o els fets es mostren a partir d’un muntatge que prioritza l’autonomia
de cada pla. En general els plans són tractats com a vistes, com a punts de
vista autònoms que mostren una acció determinada, un gest, un detall o
fragment, que alteren la dinàmica del relat dirigida per la veu narradora. Amb
un major o menor grau la visió “fotogràfica” del film contrasta amb el trajecte
narratiu de la mirada o de la veu narradora.
Clarament Sofia Coppola estableix un contrast entre la
representació fotogràfica i la cinematogràfica per a qüestionar una forma de
narrar basada en la plena correspondència entre les imatges i la realitat que
representen. La seva proposta és una reflexió sobre els mecanismes que han fet
possible aquesta correspondència i apunta a noves relacions que modifiquin els
models narratius instaurats, per a poder ampliar l’horitzó visible que el
cinema ha projectat sobre la realitat.
De què tracta el film? Del suïcidi de les germanes
Lisbon, sens dubte, però també de la forma que li dona a la història. Dos
aspectes indestriables, que solament poden diferenciar-se en l’anàlisi precís
dels mecanismes formals, que es posen en joc per construir el relat de la
història. La història del suïcidi de els germanes és també la d’un cinema que busca noves formes de relatar
que ampliïn la nostra percepció de la realitat i mobilitzin el nostre
pensament.
Mercè
Coll
[1] Respecte a les figures de
les nimfes recomano dos llibres excel·lents, que han intervingut en
l’escriptura del meu comentari:
– CALASSO, Roberto: La locura que viene de las ninfas y otros ensayos, México,
Sextopiso, 2004.
Bien pudiera decirse que el nuevo libro de José María Álvarez: Principios de una psicoterapia de la psicosis, es la continuación de su anterior trabajo: Hablemos de lalocura. Allí nos habló de la relación entre la locura, la libertad y la creación, de la lógica y función del delirio, de las fronteras de la locura o de si son tan antagónicas la neurosis y la psicosis, de la locura normalizada y, finalmente, del trato con el loco y el tratamiento de la locura. Pues bien, allí donde lo dejó en su último capítulo es donde ahora lo retoma ampliándolo en formato libro.
Principios de una psicoterapiade la psicosis es un texto clínico y bibliográfico, ya que combina la experiencia clínica de su autor con la de los clínicos pioneros en la terapéutica de la locura. Con ellos dialoga nuestro autor porque les reconoce una experiencia institucional de la que teóricos lacanianos de las psicosis carecen. Es evidente que la experiencia clínica gana en profundidad cuando se adquiere –como nos recuerda Álvarez– «en primera línea del frente, esto es, en los CSM, las Unidades de hospitalización, rehabilitación, comunitarias, las instituciones de media o de larga estancia o manicomios, etc.». En el caso concreto del autor que nos ocupa, su perspectiva de la locura y su terapéutica está modulada por su lugar de trabajo: la asistencia pública, y más concretamente «en la Unidad de Psicoterapia Especializada, en el marco de un Servicio de Psiquiatría y Psicología clínica, dentro de un hospital general. (…) En nuestro caso, la UPE se asienta sobre una base asistencial comunitaria, en la que un equipo está con y acompaña a los pacientes y les sirve de referente para facilitarles las cosas de la vida cotidiana y sobre todo para estar cerca de ellos siempre que lo necesiten o más alejados, pero relacionados. (…) Aunque adquiera formas distintas, el soporte comunitario más la psicoterapia es el modelo predominante en los países punteros de Europa septentrional continental, como el que Yrjö Alanen comenzó a desarrollar en el hospital psiquiátrico en Turku, Finlandia, a partir de 1969. Hoy día, las casas Soteria (salvación o liberación) funcionan actualmente en Suecia, Finlandia, Alemania, Suiza, Hungría, Estados Unidos y algunos otros países». Por situar la modalidad del trabajo de la UPE, Álvarez lo sitúa más cerca de la Soteria suiza de Luc Ciampi que de la Soteria de Loren Mosher. En todo caso, es importante resaltar que el acompañamiento y la psicoterapia suponen una alternativa mucho más eficaz que el tratamiento único: farmacológico, de la cada vez menos hegemónica psiquiatría oficial, como lo demuestra que el Consejo Superior de Salud de Bélgica se acaba de posicionar en contra del DSM y la CIE y favor de un cambio de paradigma, en cuanto que dichas clasificaciones internacionales definen las diferentes sintomatologías psíquicas como enfermedades biomédicas sin evidencia científica alguna. Por otra parte, tanto la British Psychological Society como la organización Mental Health Europe y la ONU han abandonado el modelo biologicista y apuestan por el modelo psico-social.
Principios de una psicoterapia de la Psicosis –cito al autor– se abre con una introducción que da cuenta de qué es la psicoterapia de la psicosis y expone su aplicación en el contexto de nuestro trabajo hospitalario. En la segunda parte, le siguen diez capítulos que desarrollan sendos principios, los que me sirven hoy de guía: la locura como defensa; su variada expresión clínica; la necesidad de la psicopatología para la psicoterapia, y viceversa; la relación de la transferencia y la soledad, y de ésta y la locura; las diferencias entre la transferencia neurótica y la psicótica; el poderío de la transferencia; las características de las relaciones transferenciales con arreglo a los distintos polos de la psicosis; la sugerencia de no interpretar al loco; y, por último, cerrando el círculo, la recomendación de no perturbar la defensa, menos aún con esas interpretaciones que pretenden sacar a la luz las entretelas de la historia de un sujeto que apostó por rechazarlas como si jamás hubieran existido».
Estos
principios dice el autor haberlos escrito en función de su experiencia clínica
más que en lo leído en los libros de los pioneros de la terapéutica de la
locura: Paul Federn, Harry Stack Sullivan, Frieda Fromm-Reichmann, Herbert
Rosenfeld, Wilfred Bion, Harold Searles y Sivano Arieti. De éstos Álvarez ha
podido separar el grano de la paja, como por ejemplo, «que la relación
transferencia era mucho más resolutiva que las técnicas empleadas» y el abuso
de las interpretaciones, y pese a que «emplean un lenguaje rancio, de los que
echa para atrás». Algunos de estos pioneros fueron psicoanalistas de
inspiración freudiana y kleiniana y
«vinculados a a dos clínicas señeras: la Chestnut Lodge (Maryland) y la
Tavistok (Londres)».
Sostiene
nuestro autor que la idea que se tiene de la locura repercutirá en su
terapéutica. «Si la psicosis se concibe principalmente como una alteración de
la relación con la realidad, la tendencia del clínico consistirá en intentar
restablecer el orden de la realidad y devolver al paciente a ese marco
referencial desvirtuado por la locura. Si, por el contrario, la locura se
comprende esencialmente como una defensa necesaria y los síntomas como muletas
imprescindibles, el tratamiento se orientará hacia un reequilibrio, se adapte o
no a la realidad imperante y se amolde o no a los ideales de cada momento», o a
la normalidad normativa.
El modelo
psicopatológico que nos propone Álvarez parte de que «las formaciones
patológicas son el resultado de procesos y mecanismos defensivos». La clínica
bajo transferencia del caso por caso nos marcará cuándo, cómo y con quién tenemos que apuntalar o desmantelar sus
defensas. Así es una clínica diferencial
entre la locura y la neurosis. Si la locura es una defensa radical hay
que ir con mucho tiento, pues aunque nos valemos de palabras, sus efectos
terapéuticos dependen por entero de la transferencia conseguida. Aunque tampoco
hay que estirarla más de la cuenta, pues aunque el loco pueda soportar un quántum
de nuestras palabras de más, siendo la transferencia una cosa de dos, el
profesional hará bien en tener muy claro lo que de ninguna manera tiene que
decir y en que terreno minado no pisar. En palabras del autor: «Una cosa es
acotar ciertos acontecimientos y avatares de la historia personal (como los
desencadenantes de sus crisis) y otra bien distinta es ahondar en lo que está
bajo el cemento de la forclusión».
¿De qué se
defiende el loco de manera tan radical? Álvarez nos dice: «Representaciones
intolerables, sexualidad, pulsión o castración serán algunas de las referencias
que motivarán la defensa, los topes que indican lo que un sujeto puede y no
puede soportar». Y cita a S. Arieti: «La psicosis puede considerarse como el
último intento por parte del paciente para resolver sus dificultades». Y
también a O. Fenichel: «Cuando el paciente necesita su delirio para fines de
defensa, el analista debe respetar este hecho».
Como se lee,
psicopatología, clínica y ética son la base del arte de la acción pero sobre
todo de la omisión del profesional. Nuestro autor nos pone un ejemplo: «¿En qué
beneficiaremos a Luis Francisco, un hombre joven al que estamos dedicando
muchas horas de nuestro trabajo, si lo confrontáramos con la realidad y le
explicáramos machaconamente todo ese rollo patatero de las distorsiones
cognitivas? Cuando él se plantea: “Soy Dios, porque o soy Dios o soy
esquizofrénico”, vamos nosotros y lo desnudamos diciéndole que es esquizofrénico
porque lo otro es imposible. ¿Eso le puede ayudar a reequilibrarse? ¿Se volverá
a levantar pronto al día siguiente y hará unos cuantos kilómetros por caminos y
callejuelas, entre la lluvia y el frío del otoño, para venir a vernos, tomarse
un café con nosotros y pasar allí unas horas, mientras «las paranoias»
(autorreferencias) se lo permiten?».
Insistir
sobre la importancia de la transferencia en el trato y tratamiento de la
locura será porque no nos viene dada
sino que hay que construirla desde las primeras entrevistas preliminares y,
porque a diferencia de la transferencia en la neurosis, en la locura hay más
certeza que amor y deseo. Aun así, Álvarez nos dice que «la transferencia del
neurótico y la del psicótico no son lo contrario; son dos formas diferentes de
relación». No hay que tomar por opuesto lo meramente disímil.
De las
aportaciones de Lacan que aparecen a lo largo del texto de Álvarez, vale la
pena destacar las que hacen referencia a la transferencia, pues son capitales para entender la
diferencia entre la transferencia que se da en el psicoanálisis de las neurosis
y la transferencia que se consigue en la psicoterapia de las psicosis. Así como
para entender la transferencia psicótica. Cito a Álvarez: «Seguramente la mejor
caracterización de la transferencia psicótica corresponda a la que Lacan
hiciera sobre la erotomanía»…. en la paranoia. Pero como la paranoia es un
polo de la psicosis, Álvarez amplia las transferencias psicóticas a los tres
«polos de la psicosis: la indiferencia en la esquizofrenia; la ambivalencia y
la dependencia exigente en la melancolía; la erotomanía en la paranoia». Por otra parte, y para frenar el furor
interpretativo, tanto en el análisis del neurótico como en la psicoterapia de
la locura, Álvarez trae a colación
alguna de las ideas que Lacan dejó
dichas sobre el uso y abuso de las interpretaciones, no vaya a ser que nos pase
como a Rocío Jurado con el amor, que se nos gaste la efectividad de la
interpretación de tanto usarla.
Volviendo a
la psicoterapia de la locura, lo que posibilita la transferencia con el loco es
la extrema soledad del trastornado, ya que, sitiado en su torre de defensa por
sus perseguidores o con la única compañía de sus voces, poco lazo social puede
llevar a cabo. Lo que le defiende, le aprisiona a partes iguales. «Esa
incomodidad de la soledad por excelencia deja un pequeño resquicio, un ahogado
grito de socorro por el que los terapeutas nos colamos» para ofrecernos como un
interlocutor posible. Ser el secretario del alienado para, desde dentro de la
relación, actuar como contrapeso a su exceso de goce. Con nuestra presencia y
escucha no perseguimos su curación, puesto que las experiencias psíquicas no
son enfermedades, sino procurar el reequilibro, la compensación, la creación de
síntomas soportables, así como ayudarlo a encontrar suplencias creativas, ya
«sean musicales, literarias, políticas, psicológicas, científicas o lo que sea,
a condición de que favorezca la creación de una obra» que actúe como contrapeso
a su autodestrucción. «En cualquier caso, como sucede en cualquier terapéutica,
lo que se busca es mermar el empacho de goce y aminorar su poder adictivo».
Arte y oficio que requiere del profesional «tener curiosidad, mostrarse en
falta, habituarse al sinsentido y al exceso de sentido, prescindir del sentido
común y dejarse usar».
Para ajustar
aún más nuestra acción y omisión ante las diferentes posiciones subjetivas o
polos de la psicosis, Álvarez nos recomienda: «con el esquizofrénico, debido al
encierro interior, al desgobierno del lenguaje y al sindiós de la fragmentación
corporal, lo mejor es no comprender; con el melancólico, a consecuencia
de la falta de deseo y la ausencia de todo soplo de vida, se recomienda no
desfallecer; con el paranoico, tan infatuado, narcisista y ciego de
certeza, lo que conviene dar a entender es no saber».
A fin de
comprender las variadas y particulares experiencias de la psicosis que nos
podemos encontrar en nuestra clínica diaria, nuestro autor nos dice que: «la
profundización en el entendimiento del pathos incide directamente en la
terapéutica, y ésta, a su vez, supone un penetrante conocimiento de la
psicología patológica». Como a partir de Freud la psicopatología clásica se
enriqueció con la psicopatología psicoanalítica o psicología patológica,
Álvarez nos exhorta a coaligar ambos enfoques: lo objetivo –semiología– con las
experiencias singulares de un sujeto –la subjetividad–, a fin de «orientar la
dirección adecuada de la psicoterapia de la locura y del psicoanálisis de la
neurosis». Como la psicopatología clásica o descriptiva es necesaria pero
insuficiente, necesitamos las aportaciones de la clínica psicoanalítica sobre
los mecanismos psíquicos que determinan las experiencias singulares de cada
sujeto, particularidad que se evidencia en la relación con el paciente o
clínica bajo transferencia.
El último
capítulo del libro que nos ocupa, lo titula su autor: «Homenaje a Freud», pues
a pesar de que el padre del psicoanálisis se atrevió más con el análisis de los
aspectos psicológicos de la locura que con su terapéutica, tampoco dejó la
puerta totalmente cerrada a su tratamiento. Álvarez rescata lo que dejó dicho
Freud en 1905 en: Sobre psicoterapia. «Las psicosis, los estados de
confusión y de desazón profunda (diría: tóxica), son, pues, inapropiados para
el psicoanálisis, al menos tal como hoy lo practicamos. No descarto totalmente
que una modificación apropiada del procedimiento nos permita superar esa
contraindicación y abordar así una psicoterapia de las psicosis». Esa puerta
hacia la psicoterapia de la psicosis ya está totalmente abierta y la han
atravesado, modificando el dispositivo, cuantos se han atrevido a explorar
nuevos territorios terapéuticos con la infancia, la adolescencia y la locura. Y
es que, «gracias a él la locura dejó de considerarse una enfermedad similar a
las demás y empezó a entenderse como una defensa que algunas personas
necesitan. (…) De no haber sido por Freud, tocante al tratamiento de la locura
seguiríamos merodeando sin rumbo, como así había sido con anterioridad. La
autoridad de su legado se convirtió en un referente insoslayable. Unos la
critican de arriba abajo. Otros la seguimos con mayor o menor fidelidad, pero
con suma admiración y agradecimiento. Sea como fuere, en el ámbito de los
tratamientos anímicos, Freud continúa siendo el faro al que todavía miramos,
aunque sea con el rabillo del ojo».
En palabras
del autor: «Ningún libro soluciona el cuerpo a cuerpo de la clínica. Confío, no
obstante, en que éste aporte algunas claves. Y me gustaría que allanara el
camino a muchos principiantes para aligerarles los sinsabores que hemos pasado
otros».
El título tiene el
propósito de interrogar nuestra práctica, buscando respuestas en torno a las
particularidades que adquiere el trabajo con los niños y su familia hoy. Para
ello estableceré tres puntualizaciones que servirán de ejes orientadores:
En
primera instancia quisiera proponer como necesario el esclarecimiento de lo que
entendemos por un niño o, para alcanzar mayor precisión, ¿qué es el niño hoy?
La pregunta no debe ser respondida tan rápidamente, puesto que nuestro paciente
ya no es el niño producto del objeto de deseo de los padres, ni el niño
producto de la herencia de una tradición familiar que lo marca de un modo u
otro. Tampoco se trata del niño del desarrollo de la psicología evolutiva, ni
se trata del niño pleno de derechos del campo jurídico, cómo tampoco se trata
del niño del DSM. Si bien no podemos desconocer que estos campos también abordan
al infante, es necesario despejar el estatuto que tiene para nosotros ese niño
que nos consulta.
Como punto de
partida recurro a Kant en ¿Qué es la
Ilustración? para oponer el niño a la minoría de edad según él la define: “(…)
la
incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin la guía de otro. Uno
mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en
la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para
servirse por sí mismo de él sin la guía de otro”. Me interesa el acento puesto
en la decisión y no en la edad cronológica, pues no sería factible pensar un
psicoanálisis sin ella. Es decir, al niño es necesario suponerlo como un
analizante cuyo advenimiento está vinculado a la posibilidad de decidir su
ubicación (lugar a donde lógicamente lo acompañamos como analistas). Por
supuesto es posible también encontrarnos con pacientes adultos que, ubicados
como menores de edad, esperan en el consentimiento del otro la oportunidad para
actuar. La decisión siempre implica soportar el costo de la misma.
Como segundo punto abordaré lo que denomino como un
trabajo de nudo. Por trabajo de nudo me refiero a la posibilidad de tomar como
hilos a las demandas en juego para privilegiar, allí, los tejidos convenientes a
la continuidad de la vida del niño. Esto implica que el psicoanálisis con niños
pueda alojar a ese analizante, situado en un entramado de estructuras, demandas
y necesidades que, si bien no le son propias, lo marcan e inciden en su vida y
en el tratamiento mismo. Precisamente, como el niño de la época es tan
evanescente, y tan presente a la vez según cuántos discursos lo conceptualicen,
lo más probable es que haya necesidad de trabajar con la familia, la escuela, los
institutos de rehabilitación y demás. Como resultado de este entramado de
saberes y prácticas sobre el niño, considero que recibir a un infante en
análisis es recibir también a ese nudo con el que habrá que resolver de qué cuerda
tirar cada vez (sin ser nosotros quienes terminemos absorbidos por ese nudo).
Por último, quisiera terminar de
desarrollar la pregunta del inicio. En 1969 Lacan advirtió, a propósito del fracaso de las utopías
comunitarias y de las implicancias que esto tiene para la función de la
familia, un lugar de residuo en la transmisión de un deseo que no sea anónimo,
es decir, decididos a encarnarlo. Me pregunto entonces si realmente es posible,
y de ser así qué coordenadas adquiriría, sostener un psicoanálisis a la altura
de la época. En razón de esto mi incesante búsqueda sobre qué hacemos con los niños,
qué política define nuestros actos si, por un lado, asistimos a una
sobre-oferta de intervenciones sobre el infante, y por el otro lado, los padres
refieren no tener casi nada para transmitir a sus hijos que oficie de
orientación vital. En este sentido pienso en la importante decisión de los
psicoanalistas de salir de los consultorios para entablar discusiones con otras
prácticas que trabajan con niños, como pueden ser la educación y la salud, así
como la difusión del psicoanálisis como un método de trabajo eficaz en la
escucha y orientación de ciertas problemáticas de la infancia. Sin embargo,
esto sitúa otra dificultad que se agrega a la mencionada anteriormente: la
trasmisión de trabajo psicoanalítico a otros sin perder el horizonte de nuestra
práctica y sosteniendo lo específico de nuestro trabajo, el deseo y la palabra.
He aquí, que los esfuerzos de los psicoanalistas en decirle algo que valga al
Otro de la época, tal como el que vienen llevando a cabo nuestros colegas de
Espai Freud desde Intervenciones en la
Infancia, resultan un punto de partida para el problema que el
psicoanálisis transita hoy: el establecimiento de una clínica psicoanalítica propiamente
dicha.
Quizás el psicoanálisis, frente a este contexto, deba trabajar con el niño para brindarle la posibilidad de emergencia de una pieza nueva que funde alguna variabilidad en la solución social que se espera, para permitirle, al niño, continuar sin que sea esa misma espera quien lo haga desaparecer.
Por último, entiendo que sosteniendo
nuestro trabajo en este recorrido, que implica un análisis con niños, tal vez
alcancemos claridad necesaria en la orientación de aquello que tenemos para
ofrecer.
*Psicoanalista. Vicepresidente de Fundación Salto. Directora de Instituto de Fundación Salto.
Bibliografía
Lacan, J. (2012). Nota sobre el niño. Otros Escritos. Buenos
Aires: Paidós.
* En el número de marzo de 2019 de Quimera. Revista de literatura, Javier Alonso Prieto publicó esta reseña de Oráculo de tristezas, la melancolía en su historia cultural (del blog La Otra psiquiatría).
La
literatura comparada ha de dirigirse a las obras literarias como
manifestaciones culturales que tienen un significado más amplio que las
propias cuestiones textuales. Las preocupaciones que en ellas se
incluyen son síntomas para entender la cultura, la sociedad y por ende
al ser humano. De este modo, en la literatura se pueden desentrañar las
claves de la cultura y su alcance en el pathos humano. La
melancolía está irremediablemente unida a la angustia existencial de los
“animales despiertos”, como dice el David Pujante poeta, que diferencia
como especie al ser humano. La melancolía sintetiza la antinomia de la
muerte desde la vida, existencialmente es freno y espuela al mismo
tiempo, por eso la risa y el llanto caracterizan tanto nuestra infancia
como nuestra vejez.
En el ensayo Oráculo de tristezas, David Pujante (Cartagena, 1951) ahonda en sus trabajos de tematología comparada. Tras su enciclopédico y magnífico Eros y Tánatos en la cultura occidental (Calambur, 2017), ahora se enfrenta a otro de los temas clave de nuestra cultura: la melancolía. Si como profesor e investigador de teoría de la Literatura y Literatura Comparada era reconocido por sus trabajos en retórica y análisis del discurso, con estos dos volúmenes sienta las bases para la literatura comparada del siglo XXI. Las prácticas actuales han de huir del comparatismo decimonónico, que simplemente examinaba los tópicos desde diferentes autores y lenguas, y recoger todas las herramientas ofrecidas por los estudios culturales (postcolonialismo, feminismo, teoría queer…) que permiten al investigador llegar al centro del espíritu humano.
Oráculo de tristezas es una obra intensa e invita a la lectura completa del volumen para entender y afrontar la melancolía desde nuestra instalación cultural en el mundo. No es casual que los terapeutas clínicos de La Otra psiquiatría le hayan invitado a su catálogo para analizar una de las afecciones mentales más extendidas. David Pujante no desatiende las implicaciones patológicas de la tristeza, pero indaga su configuración cultural y propone una aproximación humanista y constructiva de la melancolía que sustituye a las visiones esencialistas de la psiquiatría positivista. La melancolía afecta al ser humano y desde su experiencia se ha construído la misma y la manera de combatirla.
La
dualidad clásica que recupera Pujante, enfrentando el llanto de
Heráclito a la risa de Demócrito, sirve para enmarcar las aproximaciones
a la melancolía como hecho cultural desde los albores clásicos de la
civilización occidental hasta las manifestaciones artísticas del siglo
XXI. El primer capítulo sigue el tópico de los dos filósofos
presocráticos a lo largo de la Antigüedad clásica, el Renacimiento, el
Barroco, el clasicismo francés, el racionalismo y las vanguardias.
Pujante dedica los once capítulos restantes a realizar un recorrido
diacrónico de la tristeza humana y su impronta en las artes y el
pensamiento occidental.
A partir del Siglo de Oro, Pujante dedica
un espacio protagonista a la melancolía en la cultura hispánica. Goya,
Blanco White, García Lorca, Leopoldo María Panero o David Nebreda le
sirven para entender la melancolía desde el irracionalismo, el
romanticismo, la noción de genio. Estos capítulos consiguen abrir nuevas
puertas a los hispanistas, obligándolos a mirar más allá de los
dominios académicos de la filología y de la historia del arte.
Al finalizar la lectura de Oráculo de tristezas el lector no se angustia por su tristeza, comprende que la melancolía es una característica de su comunidad humana y es más fácil sobrellevarla, sobre todo si se deja contagiar por el entusiasmo con el que David Pujante acomete la escritura ensayista.
Intervención de José Carlos Palma en el ciclo Fantasmagories del desig (La casa de la paraula – Filmoteca de Catalunya)
“Mi infancia transcurrió en Nueva Inglaterra y la historia de esta región siempre ha estado presente en mi conciencia, sobre todo durante mi niñez. Crecí en una zona rural caracterizada por sus antiguas casas en ruinas. En el colegio, siempre aprendíamos las mismas lecciones y estábamos tan obsesionados con las historias sobre brujas que siempre formaron parte de los juegosque imaginaba de niño. Los primeros sueños que puedo recordar son pesadillas relacionadas con las brujas (…) La mayoría de las pesadillas relacionadas con brujas que tuve cuando era pequeño se parecían al personaje de El mago de Oz. Esa bruja me daba miedo cuando tenía cuatro años. (…) Mi idea era crear la típica historia de terror sobre brujas ambientada en Nueva Inglaterra, algo que llevase a la gente al pasado. Cómo si pudieras introducirte en la pesadilla de un puritano y hacer que la audiencia quede inmersa en ella.”
Robert Eggers, director de la película.
Dos ejes que cruzan la película: la pesadilla y el juego.
En un texto de 1907 titulado El creador literario y el fantaseo, Sigmund
Freud sostiene: “¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del
quehacer poético? [Sustituyamos aquí “quehacer poético” por “realización de
películas”] (…) todo niño que juega se comporta como un poeta [sustituyámoslo
por “director de cine”], pues se crea un mundo propio o, mejor dicho inserta
las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada.”[1]
Según nos dice Freud, la equivalencia
del juego infantil en la vida adulta es el fantaseo. Si las fantasías son para
la mayor parte de adultos motivo de vergüenza, la excepción la consituyen el
poeta y el novelista -añadámosle el realizador cinematográfico-, que hacen de sus fantasías la base de sus obras.
Es a través de la creación artística que las fantasías dejan de ser secretas y
esdevienen motivo de deleite estético para cierto púbico. En La bruja, Robert Eggers parte de la figura
causante de pesadillas y juegos en su niñez para construir su primera película.
Qué mejor modo de aúnar los miedos y los juegos infantiles con un filme de
género fantástico, género que hace del terror un entretenimiento. Tengamos en
cuenta además: el molde del que se sirve el Eggers niño para las brujas de sus
pesadillas es una bruja cinematográfica. Filmes y productos del inconsciente se
retroalimentan: una película da lugar a una pesadilla y viceversa.
-La pesadilla
En La pesadilla (1910), el psicoanalista británicoErnest Jones investiga la relación entre ciertas figuras
vinculadas a supersticiones medievales y las pesadillas. La figura de la bruja
ocupa todo un capítulo en el ensayo de Jones.
“Las maléficas actividades de las
brujas variaban entre los fastidios más triviales y los más graves daños,
incluyendo la muerte misma. Un examen cuidadoso de daños revela, en mi opinión,
que el temor escondido tras la creencia en el maleficio era el miedo,
fundamental para la humanidad, de llegar a la incapacidado elfracaso en las relaciones
sexuales.”[2] Esta afirmación
de Jones tiene su reflejo en el film que nos ocupa: cuando su propia familia la
toma por bruja,Thomasin reprocha al padre su impotencia como causa de los males
que a ella se le imputan. Le acusa de no ser sincero ante la madre y de no
saber hacer nada para alimentarles salvo cortar leña.
Un padre impotente frente a su mujer,
puesto que no se hace lo bastante presente como para apaciguar los celos de
ella hacia Thomasin, y frente a la naturaleza, ya que fracasa al intentar conquistar la tierra en la que han ido a
vivir. En ese sentido, cuando finalmente el Diablo se presente ante Thomasin,
las satisfacciones que le promete a la muchacha apuntan sutilmente a su goce sexual:
saborear la mantequilla no sólo hace
alusión a la obtención de alimentos naturales sino también a la fertilidad
masculina.
Al final del capítulo que Jones
dedica a las brujas, ofrece una definición que nos sirve igualmente para
ilustrar aspectos clave en la película: “El concepto de bruja es una
exteriorización de lasimágenes
inconscientesde una mujer acerca de
ella misma y de la madre, y ésta es una de las razones por las cuales las
brujas, en su mayoría, eran muy viejas o bien muy jóvenes y hermosas. (…) en
relación con el festín sabático, la fornicación con el Diablorepresenta una fantasía inconsciente
de incesto.”[3]
Siguiendo a Jones, no parece casual
que en el último tramo del filme, la bruja con apariencia de mujer vieja y la
madre -tras haber sellado su pacto con el Diablo- rían maléficamente al
unísono. Después, una vez el padre haya sido derribado por el macho cabrío, la
madre tomará definitivamente como rival a Thomasin e intentará asesinarla. “¿Crees que no te he visto mirarlo,
hechizándolo como una puta [a su hermano Caleb]?” (…) “¡Y a tu padre!”,
dice la madre mientras forcejea con su hija mayor. En efecto, con su juventud y
su belleza, Thomasin ha arrebatado a la madre su lugar privilegiado de mujer
frente a su marido y su hijo adolescente. Esto es a lo que la madre hace
referencia realmente cuando después le grite: “¡Me los has quitado!”, más que acusar a Thomasin de causar la
muerte del padre y de Caleb. Librada de la madre, Thomasin hará suya la
condición de bruja y acudirá al encuentro con el Diablo. Ahora puede desear
libremente aquello que le habían prohibido y sumarse al aquelarre que un padre
potente le ofrece.
El deseo incestuoso atraviesa las
relaciones entre los personajes:
.El de Caleb hacia su hermana Thomasin,
que encontrará una suerte de realización en el encuentro de Caleb con una bruja
joven y hermosa -como Thomasin-, que ofrece con su escote lo que Caleb anhela
ver en su hermana. Tras el encuentro, será Thomasin quien halle a Caleb
desnudo, embrujado por la pulsión.
.El de la madre hacia Caleb: aquello
que la madre desea, y que el Diablo usará para convertirla en su sierva, es la
imagen de Caleb en el lugar del padre, con el pequeño Sam en el regazo.
.El de Thomasin hacia su padre
(recordemos cómo le desviste) y hacia Caleb: advierte sus miradas de lascivia y
genera un momento de arrumacos y cosquillas.
La premisa freudiana, el sueño es un
cumplimiento de deseo, no se produce en las pesadillas. Pues el deseo no
encuentra representación en imágenes y lo que surge en su lugar es la angustia,
que termina despertando abruptamente al soñante. Sin embargo, podemos decir que
La Bruja es una pesadilla que
concluye con la realización del deseo de Thomasin, no sin antes haber pasado
por la angustia. O quizá el final del filme es el sueño de Thomasin frente a la
pesadilla que supone su propia existencia.
-El juego
Retomando la cita de Eggers que abre
este texto, las brujas estuvieron también presentes desde el principio en sus
juegos infantiles. Precisamente, en La Bruja
los únicos personajes que no están tocados por la desgracia (significante que usa el padre para referirse a la
desaparición de Sam, y primero de una serie de eventos traumáticos que van a
poner en jaque a la familia en su exilio), son los niños, los mellizos Mercy y
Jonas.
La madre aparece marcadamente
melancolizada tras la desaparición de su hijo, apenas hace otra cosa que rezar
en un susurro agónico. Ha dimitido de su función materna y exige a Thomasin que
la cumpla por ella. El padre queda sin respuestas, la fe en la voluntad de Dios
no alcanza para explicar lo que están viviendo, y es incapaz de enunciar la
verdad frente a su mujer. Por su lado, Caleb trata de encarnar al padre para su
hermana mayor. Pero es demasiado joven -el deseo apenas ha empezado a manifestarse
en él- como para cumplir tal función.
Los mellizos Mercy y Jonas parecen
conjurar el miedo que atenaza a su familia con sus canciones y juegos alrededor
del macho cabrío, al que llaman Black Phillip. Estos juegos son otra manera de
nombrar aquello a lo que los padres no pueden enfrentarse y tratan de atribuir
a un mal diabólico o a la voluntad divina. Como Black Phillip, que había pasado
inadvertido hasta ahora, pero se convierte en una presencia siniestra tras la
desaparición de Sam pues se sospecha que el Maligno habita en él. Lo que permanecía desapercibido en esta
familia, y que el paso de una vida cómoda en Inglaterra al exilio hostil en las
colonias americanas hace insoportablemente presente, es el deseo incestuoso entre sus miembros. Un deseo como efecto del
aislamiento y el encierro, no sólo geográfico sino también el que suponen
creencias religiosas tan férreas que eluden toda responsabilidad subjetiva.
Prestemos atención a las
consecuencias que tienen los momentos de juego en este filme, y cómo se
vinculan a lo maléfico.
En primer lugar, el pequeño Sam
desaparece en medio del “cucú-tras” que su hermana mayor le hace. Un momento de
risas y júbilo queda interrumpido de forma abrupta cuando Thomasin hace
alegremente de madre (y esposa).
En segundo lugar, Mercy interrumpe el
juego de cosquillas entre Caleb y Thomasin. Ofendida como si la hubiesen
sorprendido con su amante, Thomasin asusta a su hermana pequeña asegurándole
ser “la bruja”. Afirmación que hará suya en el tercio final tras matar a la
madre, lista para realizar su deseo incestuoso con el Padre-Diablo.
En tercer lugar, cuando la muerte de
Caleb desencadene una serie de acusaciones cruzadas entre los miembros de la
familia, el padre asegurará entre risas negadoras “no estar para juegos de niños”. Los juegos de niños, con su alusión
a Black Phillip, equivaldrán finalmente a pactos con el diablo. Después de
haber encerrado a Thomasin y a los mellizos, el padre los disculpará en su
desesperada oración a Dios, asegurando que “no
pueden domar sus maldades naturales”. Con sus juegos, los hijos tratan de
defenderse de la culpabilidad y el goce en el sufrimiento que aplasta a sus
padres. Están más cerca del deseo. Pero para la pareja parental, el juego y el
deseo son sinónimos de un mal que sólo trae desgracias.
A modo de conclusión, recordemos que La Bruja comienza con unos susurros. Más tarde, comprobaremos que corresponden a los melancólicos rezos de la madre. Al final del filme, esos susurros evolucionarán hasta los gritos del aquelarre a los que se suma Thomasin como nueva bruja. Así, la película de Robert Eggers traza un arco desde la culpa que aplasta al deseo hasta la realización del mismo. Un deseo inaceptable, pero precisamente por ello es un deseo.
José Carlos Palma, psicólogo clínico. Trabaja en el ámbito del autismo y la psicosis en la infancia.
Barcelona, 12 de febrero de 2019
[1] Freud, S. “El creador literario y el fantaseo” (1907). Disponible en http://gruposclinicos.com/el-creador-literario-y-el-fantaseo-sigmund-freud-1907/2013/08/
[2] Jones, E. “La pesadilla”, en “Obras
escogidas”, RBA, Barcelona, 2006.
[3] Jones, E. “La pesadilla”, en “Obras
escogidas”, RBA, Barcelona, 2006.
Hablemos de la locuraes el nuevo texto de José María Álvarez y el séptimo título de la colección La Otra psiquiatría, editado por Xoroi edicions y con prólogo de Fernando Colina. Si en su anterior libro: Estudios de psicología patológica, Álvarez nos decía que «la inercia de la retórica de las enfermedades mentales es tan potente que conviene combatirla rebajando la densidad y el poder de los términos que emplea», en las palabras previas del libro que se presenta nos dice que hablemos de locura no de enfermedad mental, pues aunque psicosis, locura y enfermedad mental remiten a un referente común, tenemos que tomar partido a favor del término que menos perjudique a quien la padece, pues como cita el autor el decir de un paciente: «bastante tengo con estar loco, como para aguantar además que me llamen enfermo mental».
Varios son los motivos que nuestro autor esgrime para que nos posicionemos a favor del término locura, como por ejemplo: «que no hay locura sin razón ni razón sin locura»; que la locura –como la razón– siempre es parcial porque ambas: locura y cordura, forman parte de la condición humana en una proporción variable que depende en y de cada sujeto, pues no hay pathos sin ethos, es decir, sin responsabilidad subjetiva en la elección de la locura como remedio de lo peor, ya que «la locura es ante todo una defensa necesaria para sobrevivir».
Hablemos de la locura, escribe Álvarez, para mantener vivo el interés por el estudio de la locura ayudados de la historia, la epistemología y la clínica del día a día. Clínica no tan polarizada como el pensamiento binario sobre el que se ha construido la psicopatología. Clínica en diálogo y transferencia con el loco que nos permite saber sobre la lógica y la función del delirio. Lógica del contrabalanceo del loco dentro de su locura y la función estabilizadora de su delirio. Casos como el de Schreber, Wagner y Aimée le sirven al autor para mostrarnos con nitidez «ese movimiento que parte de la maldad del Otro y se dirige hacia la asunción de una misión por parte del sujeto»: de la persecución a la megalomanía en el perímetro de la paranoia.
Las diferentes posiciones subjetivas del sujeto no pueden ser consideradas enfermedades mentales, alegando un determinismo neuroquímico y genético inexistente. En palabras de nuestro autor: «se necesita mucha osadía para explicar cómo una alteración de la química cerebral hace a aquel loco oír tal palabra y no otra, o a ese fóbico angustiarse ante las cucarachas y no ante las culebras»; o para publicar perlas cientificistas (ver la revista digital Sanitaria) como estas: «Vinculan la placenta con el desarrollo de la esquizofrenia y el TDAH (…) Revelan 50 regiones del genoma implicados en el desarrollo de esquizofrenia». Por mucho que insista la invidencia científica, la realidad clínica es más tozuda y evidencia que los sambenitos psiquiatrico-psicológicos no se basan en el código genético de los pacientes sino en su código postal.
En resumen y como dice Álvarez: «Solo a condición de considerarla un oxímoron, la expresión “enfermedades mentales” puede usarse de forma cabal». Ídem de ídem para lo que diantres signifique salud mental. Sigamos pues, hablando de la locura, tal y como hace nuestro entorno cultural, aunque nuestro lenguaje esté excesivamente medicalizado y sea más bio, menos psico y menos social. En este sentido, dice Colina en el prólogo de este libro: «Es lamentable, pero es un síntoma revelador de lo que está sucediendo, que hasta la Real Academia de la Lengua se permita una definición de la palabra esquizofrenia realmente tendenciosa.(…) En vez de definirnos la palabra, como es su cometido, nos da una lección más propia de un manual que de un diccionario de la lengua. Y encima lo hace recurriendo a los antojos más gratuitos sobre la enfermedad, como son sostener que es propia de la pubertad, que genera demencia y que es incurable».
Mejor sigamos hablando de locura como lo hace la filosofía, la literatura y el decir de los pacientes; o como nos propone Álvarez: de la relación entre la locura, la libertad y la creación; de la lógica y función del delirio: del caso Wagner, el impuro; de Aimée, la elegida; de las fronteras de la locura o de si son tan antagónicas la neurosis y la psicosis; de la locura normalizada; y finalmente, del trato con el loco y el tratamiento de la locura.
Locura, libertad y
creación.
Álvarez sintetiza las divergencias y convergencias entre locura y libertad en lo dicho por Henri Ey, para quien el loco es un enfermo privado de libertad –y nunca mejor dicho–, mientras que para Lacan «el loco es el hombre libre», aunque su decisión de serlo sea insondable. Epicuro, Spinoza y Freud son para nuestro autor pensadores que «se decantan hacia el determinismo pero que a la vez salvaguardan un espacio irreductible a la capacidad de decisión, es decir, a la subjetividad». María Zambrano lo dijo así: «Las circunstancias no fuerzan sino al que ya ha elegido». La aportación de Álvarez a esta cuestión viene de la mano de F. Colina. Juntos y por separado hace ya veinte años que empezaron a pensar «los cambios de posición subjetiva o cambios que el loco realiza dentro de los tres polos esenciales de la psicosis»: la melancolía, la paranoia y la esquizofrenia. «Esta aportación –sigo citando al autor– no despeja por completo “la insondable decisión del ser”, pero ilumina la presencia de un sujeto en la locura, un sujeto al que se le pueden seguir los pasos de sus decididos movimientos en busca de equilibrio». Y cita como ejemplo el caso Schreber en el que se puede seguir su paso de la melancolía a la esquizofrenia, después a la paranoia y de nuevo a la esquizofrenia. Para las espaldas plateadas de la psiquiatría biológica y la psicología que le da coba, se trataría de alguien que tiene tres enfermedades: depresión mayor, esquizofrenia y trastorno de ideas delirantes. Para La Otra psiquiatría implica que el loco: «es capaz de decidir y elegir, al menos un poco, sea para bien o para mal. (…) Bien es cierto que quien elige eso, a menudo es para escapar de algo peor».
Sobre las relaciones entre la locura y la creación, nuestro autor repasa a quienes nos han precedido y encuentra pensadores que destacan la relación positiva entre ambos términos. Séneca, por ejemplo: «No hay gran fuerza imaginativa sin mezcla de locura». Así lo dijo Zaratustra: «Hay que llevar verdaderamente el caos dentro de sí para poder engendrar una estrella danzarina». La visión negativa estaría representada por las especulaciones de Cesare Lombroso, para quien el genio es un enfermo, un degenerado genéticamente tarado; sin más. Y una tercera visión considera que «no se puede estar loco y al mismo tiempo ser un creador, y menos aún un genio». Álvarez considera que «el tormento anima a la creación» y se alinea con lo dicho por Colina en su potente trabajo de investigación: Locas letras (Variaciones sobre la locura de escribir) donde evoca la función de la escritura como pharmakon. Y nuestro autor concluye diciendo que, aunque ignoramos la quintaesencia de la creación, conocemos la capacidad creativa del loco, sea a través de la escritura, el delirio o de lo que sea, y que más allá de su valor estético la creación tiene una función equilibrante para el loco.
Lógica y función deldelirio
«Nuestra clínica está ligada a las buenas preguntas», nos dice Álvarez. Y a las que nos propuso en su anterior libro antes citado: «de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva); para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función)»; en esta ocasión añade una nueva para guiar nuestra escucha: «cómo se explica el paciente lo que le sucede».
Para saber de la lógica y función del delirio, nuestro autor retoma la pregunta que se hizo Achille Foville y su posterior debate: ¿por qué muchos perseguidos se vuelven megalómanos? La respuesta que se da Foville en forma de silogismo: si me persiguen es porque soy alguien importante, no está a la altura de la hondura de la pregunta, nos dice Álvarez, quien añade: «no se trata de una mera transformación del tema del delirio, como proponía Foville y discutieron Garnier y Séglas, entre otros. Lo que pretendo mostrar es que la invención delirante puede proporcionar un cambio de la posición del sujeto, es decir, el paso de un estado pasivo de objeto de goce de la maldad del Otro a un estado activo en el que asume una misión, a menudo salvadora». Para nuestro autor «la persecución y la megalomanía corresponden a esos dos extremos del columpio que representa el polo paranoico de la psicosis», cuyo contrabalanceo puede suponer una mejoría si el cambio de posición subjetiva es más sufrible. Fue Freud, nos dice Álvarez al analizar su interpretación del caso Schreber, quien confió en los efectos terapéuticos del delirio, «cuando la locura dejaba de ser una afrenta y se convertía en una misión»; y lo hizo pensando a contracorriente de lo que se sostenía en su tiempo: «el mal pronóstico derivado de la expansión del delirio y la incurabilidad de la paranoia». Y es que, como dice Carl E. Schorske en Viena fin-de-Siècle, Freud «comenzó separando los fenómenos psíquicos de los amarres anatómicos a los que la ciencia de su época los había atado».
Veinte años después de lo escrito en el prólogo del libro El caso Wagner, de Robert Gaupp, y de las vueltas de tuerca que le dio en Estudios sobre la psicosis y otros textos, Álvarez vuelve con nuevos argumentos para mostrarnos «la mixtura melancólico-paranoica del caso». Hasta ahora, nuestro autor había destacado la importancia de que Gaupp defendiera la paranoia de Wagner, porque la existencia clínica de «formas delirantes que sobrevienen a consecuencia de avatares vitales, que pueden comprenderse, tratarse y algunas hasta curarse», cuestiona la transformación de la locura tradicional en enfermedades mentales. Del análisis de los escritos donde Wagner plasmó sus experiencias, Álvarez evidencia que éstas «oscilan entre las autoacusaciones (melancolía ) y las autorreferencias (paranoia)». Esta locura sin elaboración delirante es la que hace de Wagner una persona aparentemente normal, antes y después de su paso al acto criminal. Necesitó años para construirse el delirio de que el escritor Franz Wefel le plagiaba. Que éste fuera judío y que en esos años se apostara por la pureza de la raza exterminando al diferente, sin duda ayudó a que Wagner se hiciera con un delirio paranoico a la medida de su impureza melancólica, que Álvarez sitúa en la impureza de sus pulsiones y la impureza del dialecto suabo familiar respecto del alemán, claro. Luchar contra la judaización de la literatura alemana y a favor de la pureza de la lengua alemana le supuso una misión redentora y una mejoría. Para nuestro autor, el caso Wagner nos enseña además: «que toda locura discurre sobre las negras aguas de la melancolía. Y de este fondo turbio e inerte, el sujeto trata de emerger braceando hacia la esquizofrenia o hacia la paranoia».
Con respecto a Aimée, la elegida, también por Lacan para elaborar su tesis doctoral sobre la paranoia de autocastigo, Álvarez va más allá, lo vuelve a analizar y lo interpreta siguiendo el esquema anterior, es decir: la parte ruidosa de la locura corresponde al contrabalanceo de la persecución: «quieren matar a mi hijo» a la megalomanía: «una misión que suaviza la verdad insoportable propia del axioma delirante».
De la otra parte de la locura no ruidosa por silenciosa, discreta, no desencadenada, ordinaria, o como le gusta decir a nuestro autor: locura normalizada, nos hablará en el capítulo VIII para recordarnos que sigue siendo un proyecto de investigación, y que por lo tanto, en ausencia de una semiología clínica que permita un diagnóstico diferencial, hemos de ser cautos a la hora de decantarnos por la locura, justamente cuanto más se acerca a la normalidad. Mejor reconocer los límites de nuestro saber que forzar diagnósticos y fronteras.
Fronteras de la locura
Se/nos pregunta nuestro autor si la neurosis y la psicosis son tan antagonistas como nuestra percepción binaria de la realidad. Parece ser que el saber sobre el pathos se ha edificado sobre «pares antitéticos propios del pensamiento binario. (…) De los antiguos binarios como locura general-locura parcial, manía-melancolía, agudo-crónico, hemos pasado a neurosis-psicosis, neurosis de transferencia-neurosis narcisistas, histeria-obsesión, paranoia-esquizofrenia, etc. (…) La inercia de esta modalidad de elaboración ha contribuido a concebir como pares opuestos ciertas realidades clínicas que, aun siendo diferentes no son antagónicas».¿Acaso todo lo que no es blanco es negro? La cuestión es que seguimos sometidos al pensamiento binario: cordura-locura, cuando solo admitimos un sí o un no a la pregunta de si alguien está loco, aun y cuando, según el experimento de Rosenhan, no sabemos distinguir a los cuerdos de los locos, como lo demuestra que los diagnósticos sean estadísticos y no clínicos, y a resultas de que el binomio cordura versus locura dio paso a cordura versus enfermedades mentales, al negar la existencia de las locuras parciales. En paralelo, Freud construyó con términos ya existentes, aunque redefiniéndolos, el binomio neurosis-psicosis. «En el ámbito de la neurosis –dice Álvarez– se ha consolidado hasta el presente, sobre todo en el mundo psicoanalítico, el antagonismo entre la histeria y la obsesión; y en el de la psicosis, la disparidad se establece entre las locuras de la razón (paranoia-esquizofrenia) y las del humor (melancolía-manía)». Para nuestro autor la diferenciación entre neurosisy psicosis «debe mantenerse y perfeccionarse, puesto que este binomio es preferible a la inclusión de un tercer elemento y preferible también al corrimiento arbitrario de la frontera, movimiento al que se recurre cuando el oxímoron de la locura normal amenaza con echar por tierra el edificio. (…) Sin embargo, aún siendo partidario de mantener la frontera artificial que separa la cordura de la locura, o la neurosis de la psicosis, no lo soy de establecer dentro de ellas barreras infranqueables». Sin duda, la concepción unitaria de la psicosis y la neurosis permite escuchar los pasos de quien se mueve en busca de su equilibrio y no tomar por opuesto lo meramente disímil.
Como se lee, queda mucho por saber. Mejor seguir hablando, escribiendo y debatiendo sobre la locura, es decir: sobre nuestra compleja, plural y mestiza condición humana.
La conocida carta de 14 de mayo de 1922 de Freud a Schnitzler (extraordinario documento sobre la relación del psicoanálisis con la literatura):
“Le voy a confesar alqo que, por consideración hacia mí, le ruego no comparta con nadie más, ya sea amigo o extraño. Me atormenta un interrogante: ¿por qué durante todos estos años nunca he intentado ponerme en contacto con usted y mantener una conversación? […] La respuesta a este interrogante implica una confesión que es, a mi parecer, demasiado íntima. Creo que he evitado su persona por una especie de temor o recelo a encontrar en usted a mi doble. No porque me sienta inclinado fácilmente a identificarme con otro o porque haya querido pasar por alto la diferencia de talento que me separa de usted; pero al sumergirme en sus espléndidas creaciones siempre me pareció encontrar, tras la apariencia poética, hipótesis, intereses y resultados que coincidían justamente con los míos. Su determinismo y su escepticismo —que la gente llama ‘pesimismo’—, su obsesión por las verdades del inconsciente, por los instintos humanos, su disección de nuestras certidumbres culturales convencionales, el examen minucioso del amar y del morir, todo ello despertaba en mí un inquietante sentimiento de familiaridad (en un pequeño ensayo escrito en 1920, Más allá del principio del placer, intenté demostrar que el Eros y el anhelo de morir son las fuerzas básicas cuya interacción domina todos los enigmas de la existencia). Tuve así la impresión de que usted conocía intuitivamente —o, más bien, como consecuencia de una sutil autopercepción— todo lo que yo descubrí en el transcurso de un laborioso trabajo con los demás. Creo, sí, que en el fondo es usted un auténtico investigador de las profundidades psicológicas, más sinceramente imparcial e intrépido que nadie hasta ahora”.
“He presentado mi manera de acercarme a la subjetividad para entenderla y de esta manera atender su sufrimiento. Que discurra como un diálogo interpersonal no quiere decir que sea una conversación cualquiera como la que se tendría con un amigo; que no esté cuantificada no reduce su rigurosidad ni que no registre repeticiones de las causas y en los efectos. La dirección de un proceso terapéutico no es un acto aleatorio ni de buena voluntad, está sostenida por el rigor de una teoría coherente, contrastada y rectificada cuando nuevas experiencias son analizadas e incorporadas a la teoría y a la práctica. Que no use los métodos de las ciencia biológicas lo que indica no es falta de cientificidad sino que su objeto es otro: el sujeto psíquico en toda su complejidad, en el que se articulan lo biológico, lo psíquico y lo social. Por supuesto que todo lo que el ser humano hace, piensa o siente se sostiene por su cerebro y su sistema neurológico. No habría subjetividad sin neuronas, pero existen otras diversas maneras de acercarse a la subjetividad. Yo prefiero acercarme desde la humanidad de lo humano”.
El proyecto de revista digital europea y el ensayo que considero necesario hacerles llegar por medio de nuestra red, no salieron de nada. Me parece en efecto indispensable poner a los psicoanalistas de Barcelona y de España al tanto de lo que sucede en Italia, donde psicoanalistas laicos son denunciados por otros colegas de la Orden de los psicólogos, acabando siendo severamente multados e incluso encarcelados.
Extraigo el texto siguiente para los que no tengan el tiempo o la curiosidad de proseguir:
“Necesitamos estudiar nuestra historia reciente, al menos la del Novecientos, si queremos tener más inteligencia sobre el presente.
En el caso de España, donde la psicoterapia puede practicarse sólo con el título, reconocido por el Estado, de psicólogo clínico, durante muchos años ha sido a nivel social -y no jurídicamente- que el psicoanalista ha estado «fuera de juego», porque se lo ha considerado un charlatán y el psicoanálisis una práctica no científica, un engaño al que nadie quiere recurrir.
Pero es el caso italiano el que hoy puede proporcionar los mayores elementos de reflexión, donde la ley sobre psicoterapias no es, en definitiva, mala porque el psicoanálisis, al no ser contemplado, fue excluido – y en el nivel legislativo sigue siendo así, porque la ley nunca ha cambiado –, y el psicoanalista no puede ser procesado. En los últimos diez años el poder judicial ha impuesto el enjuiciamiento penal del psicoanalista, luego de que la Orden de Psicólogos impusiera, incluso a nivel judicial y gracias a la complicidad de las grandes asociaciones lacanianas, la equivalencia entre psicoterapia y psicoanálisis con la consideración de que este último es una cura y, por lo tanto, un acto médico.”
Una situación tal induce a la reflexión e incluso a una radicalización benéfica para todos los psicoanalistas encerrados en sus asociaciones y dormidos en el sueño dogmático de su posición de epígonos satisfechos.
Algunos colegas italianos, que no han cedido a la presión de la ley y de los institutos de psicoterapia creados por las grandes asociaciones lacanianas para contornearla, pero no han logrado oponerse al ocaso del psicoanálisis en ese país, van a intentar crear en Bruselas un “Colectivo de los psicoanalistas laicos en Europa” que intentará ofrecer, a dichos psicoanalistas perseguidos, un amparo que no sea solamente jurídico, sino efectivo por su ubicación heterotópica (para retomar aquí el concepto de Foucault) en el trabajo teórico que se verá capaz de producir para fundamentar su posición y legitimar su existencia, si se quiere propiciar un porvenir al psicoanálisis que no sea ilusorio.
Jacques Nassif
Para leer el texto de Giovanni Sias, pulsar sobre el título:
Se cumplen cuarenta años de la celebración en Barcelona del II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, donde su presidente, el Dr. Obiols, marcó la política a seguir: «La Psiquiatría Biológica no aspira a ser una parte de la Psiquiatría, sino toda la Psiquiatría». No es poco lo que ha conseguido durante todos estos años: copar la Academia y Clínica oficiales; sin embargo, sus méritos no son otros que haberlo conseguido por devenir en una disciplina de poder. En paralelo, son muchas más las psiquiatrías y psicologías que se están desmarcando del reduccionismo biológico como pensamiento único.
Como prueba de que hay conocimiento más allá de los discursos oficiales, se presenta la publicación porXoroi Edicions de un nuevo libro de su colección La Otra psiquiatría –dirigida por J.Mª Álvarez y F.Colina– y que lleva por título Cosas que tu psiquiatra nunca te dijo. En este trabajo, escrito al alimón por Javier Carreño y Kepa Matilla, no hay puntada sin hilo en beneficio del rigor de las ideas a las que van llegando, tras el estudio de la historia y clínica de las sintomatologías psíquicas. Son ideas li(e)bres). Ideas libres que corren como liebres. Ideas liebres porque corren libres de grasa ideológica y conflictos de intereses extra clínicos. Ideas libres porque son como liebres: pura fibra para huir veloces de las servidumbres del cientificismo, pues son ideas que van más allá de las guías clínicas oficiales y protocolos de obligado cumplimiento que amordazan el criterio propio de la experiencia clínica. Los autores quieren «mostrar lo que tu psiquiatra no te dice, pero sí publica en las revistas científicas más prestigiosas. Por tanto, solo intentamos acercar a un público más general las conclusiones de dichos trabajos que, precisamente, ponen en cuestión las supuestas certezas y evidencias del campo de la psicopatología».
J. Carreño y K. Matilla sostienen que «la locura y la neurosis son defensas ante la angustia, formas de estar en el mundo, en el lenguaje y la cultura». Posiciones subjetivas, más o menos estables a lo largo de la historia, que manifiestan el malestar inherente a la condición humana. Malestar que ha sido relatado, estudiado e interpretado por tirios y troyanos. Montaigne, por ejemplo: «Entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no olvidemos ésta: el ser humano no es capaz, ni siquiera con el deseo, de encontrar lo que necesita; no ya con la posesión sino ni siquiera con la imaginación, podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por satisfechos». En el capítulo II nos refieren la inconsistencia de los diagnósticos de nuevo cuño –«etiquetastop», escriben los autores– en los que han sido agrupados –con más ideología que teoría– las manifestaciones sintomáticas del malestar. En los capítulos III y IV se cuestiona la aplicación de la medicina basada en la evidencia al estudio y tratamiento del padecer subjetivo, cuyo resultado es la ciencia ficción que pretende dar carta de naturaleza a las 500 enfermedades mentales que figuran en el nuevo DSM. En el capítulo V, los autores nos refieren otros posibles diagnósticos más acordes con la fragilidad del ser humano. Y en el capítulo VI se dedican a la elucidación de los tratamientos: los ansiolíticos, los neurolépticos, los antidepresivos, la Terapia Electroconvulsiva y, finalmente, nos hablan sobre la eficacia de las psicoterapias, centrándose en el psicoanálisis por ser la referencia teórica y clínica de los autores.
Rebobinando. De los síntomas históricos que expresan la aflicción consustancial de la vida, nuestros autores destacan la locura, la tristeza y la angustia, y nos refieren cómo su psiquiatrización los ha elevado a la categoría de enfermedades mentales que requieren ser medicalizadas. Dicho y hecho. El remedio, los antidepresivos, por ejemplo, han conseguido llamar depresión a la tristeza, incluso cuando no se supera y ya es melancolía. Otro tanto ha pasado con la angustia que se ha diluido en la ansiedad porque el remedio se llama ansiolítico. Sin embargo, como señalan los autores, la angustia ha sido siempre la protagonista de toda la psicopatología. Se expresa en el cuerpo, en la obsesión, en las fobias, en la anorexia, la bulimia y los suicidios. Cito a los autores: «Es frecuente y conocido desde la antigüedad que enfermedades de la piel como la psoriasis, los eccemas, las dermatitis suelen estar desencadenadas y mantenidas por la angustia. (…) También la piel de dentro, el ectodermo de las mucosas del aparato digestivo o incluso el epitelio de las vías espiratorias son nichos para la angustia. Famosas son las gastritis, las colitis, el asma o el reciente síndrome de colon irritable que florecen con la angustia. Lista a la que podemos añadir las cefaleas, los dolores genitales, los dolores generalizados y las contracturas musculares e incluso la fibromialgia, un dolor absoluto, errante, fluctuante, irregular… ».
Las «etiquetas top», a las que se refieren nuestros autores, son los nuevos nombres de enfermedades mentales o sambenitos que, lejos de estar en la naturaleza del ser humano han salido de la chistera de la ideología biomédica: esquizofrenia, trastorno bipolar, TDAH y la patología dual. Dicen nuestros autores: «La llamada esquizofrenia con la que nos formamos, la de los pacientes crónicos que atendemos desde el principio de nuestra práctica, no es en realidad el verdadero rostro de la locura, sino el rostro de una locura maquillada de neurolepsis. Una locura barnizada con el colorete de lo colinérgico, los labios de la acatasia y el rímel del aturdimiento. Una locura de un déficit provocado por los cosméticos. Una enfermedad no hereditaria sino adquirida… ».
¿Dónde está la evidencia científica en hacer de cada síntoma o síndrome una enfermedad mental con marcadores biológicos no demostrados? Para argumentar las posibles respuestas, Carreño y Matilla nos dicen que han recurrido a los estudios publicados en las revistas más prestigiosas de las psiquiatrías. «Nuestra sorpresa ha sido mayúscula cuando hemos comprobado que gran parte de las opiniones imperantes en las psiquiatrías, que tanta evidencia habrían encontrado, también atesoran otros tantos estudios que demuestran que dichas opiniones no son más que falacias. Estas son las cosas que tu psiquiatra nunca te dijo, aquellos estudios que ponen en cuestión la ideología vigente». Analizando las escalas, los ensayos clínicos, la supuesta fiabilidad de los diferentes DSM, así como la trastienda de los consensos entre sus redactores, nuestros autores llegan a la conclusión de que «no podemos decir que los DSM estén sustentados en la evidencia científica (…) En psiquiatría no hay pruebas de laboratorio mediante las que decidir si alguien padece o no un trastorno. Todos los estudios sobre marcadores biológicos han resultado ser una pérdida de recursos y de tiempo.(…) Esto hace que los diagnósticos dependan de juicios subjetivos fácilmente influenciables por diversos grupos de presión».
Respecto de la elucidación de los tratamientos, los autores nos recuerdan que no curan porque no restablecen equilibrio químico alguno, ya que no existen desequilibrios en las causas sino en las consecuencias de paliar los síntomas con dosis de phármakon que no tienen en cuenta la lábil frontera entre remedio y venero. A esta iatrogenia inicial hay que sumarle la que se deriva de los tratamientos de por vida. Tratamientos que, no simplemente cronifican el malestar sino que ignoran el abc de toda droga: su principio psicoactivo es puntual y a partir de allí cada vez hay que tomar más para sentir cada vez menos. En el decir de los autores: «Los antipsicóticos, incluso los modernos, provocan la misma anormalidad en el cerebro que la droga conocida como polvo de ángel».
Del estudio de los trabajos publicados sobre los neurolépticos, Carreño y Matilla nos refieren que existen muchos mitos en el tratamiento de la locura: el mito de la base biológica de la locura, el mito del desequilibrio químico, el mito de la evolución deficitaria, el mito de que los antipsicóticos facilitaron el vaciado de los manicomios cuando es a la inversa, el mito de la eficacia de los antipsicóticos, el mito de la medicación a largo plazo. Después de la lectura de lo que sus autores llaman «la verdad de los efectos secundarios», se evidencia que hay un mayor conocimiento de las nefastas consecuencias de los remedios que de sus causas, pues los efectos biológicos negativos de los psicofármacos son un hecho comprobado y comprobable, es decir, un hecho científico; mientras que la causalidad biológica de la psicopatología sigue sin serlo. A lo sumo es una expectativa de la medicina basada en mitos con la que se pretende vender la piel del oso antes de cazarlo.
«Como resume Bentall, –escriben los autores– si los antipsicóticos producen gravísimos efectos secundarios, si a muchos pacientes con un primer episodio les va bien sin medicación, si otros tantos no responden a ella a pesar de que se aumente y si los pacientes que la toman durante años se han vuelto mas sensibles al estrés, ¿por qué los servicios psiquiátricos modernos siguen teniendo tanta fe en los antipsicóticos? (…) Los clínicos deberían valorar la utilidad del efecto sedativo de los neurolépticos en determinadas circunstancias, limitar su uso en el tiempo y, sin duda, explorar el camino de la psicoterapia y la cura por la palabra».
Sobre los antidepresivos, y al hilo de las investigaciones analizadas, nuestros autores llegan a la evidencia de que hay dos hechos incontestables: no hay pruebas científicas de que el síndrome depresivo se deba a ningún estado deficitario y, por lo tanto su medicalización no restablece el equilibrio químico sino que lo altera, «abriendo la posibilidad de un enorme efecto rebote tras la retirada del fármaco», y no como recaída del paciente por desadherirse del remedio que no es tal, pues su efectividad es equivalente al placebo e inferior a la psicoterapia. «Pero ademas, –cito a los autores– al ser drogas activas, tienen una serie de efectos secundarios un tanto desagradables como la tensión, la extrañeza, la agitación y la inquietud que pueden llevar a un sujeto a cometer actos violentos como el suicidio o el homicidio». En paralelo, la medicalización sine die del síndrome depresivo, está generando un nuevo problema de salud pública al hacerse refractario al tratamiento, más cíclico y, por lo tanto, crónico.
Puestos a ficcionar un manual que refleje la realidad de los nuevos problemas psiquiátricos, los autores consideran que bien podría escribirse un «Manual xenodiagnóstico de trastornos en homo sapiens», con un importante subgrupo: «Trastornos debidos al consumo de psicofármacos en humanos». Un trastorno grave seria «la neuroleptofrenia. Es decir, un cuadro abigarrado de psicosis crónica, distonías, discinesias, aumento de peso, bradipsiquia y apatía fruto del mantenimiento sine die de tratamientos neurolépticos y el trato institucionalizado». En segundo lugar figuraría el «trastorno mundo benzo», basado en «problemas de memoria, abulia, torpeza y sedación… ». Además de las benzodiacepinas también entrarían en este trastorno «los antidepresivos más sedantes participando en el cortejo sintomático con una suerte de anorgasmia, disfunción de la libido y anestesia afectiva». Un subgrupo podría denominarse «benzo en abuelas. Una pléyade de caídas, deterioro cognitivo, torpezas, fracturas de cadena, agitaciones y alucinaciones se han cebado con los mayores siendo en ocasiones peor el remedio que la enfermedad. (…) En tercer lugar, la extraña proliferación de desórdenes afectivos unidos a tratamientos. Se podría llamar el trastorno tripolar, ya que por encima de la clásica división manía-depresión ha sobrevenido sobre la especie humana cuadros de cicladores rápidos, reacciones maníacas, cuadros mixtos e intentos de suicidio extempóreos quizás cebados por antidepresivos, litio y sus combinaciones a veces enloquecidas». Como dijo Abel Novoa desde la plataforma NoGracias: «La biomedicina se ha convertido en un enorme fracaso social y en un problema de salud pública».
De perdidos al rio podría ser el subtítulo del capítulo que los autores dedican a estudiar las posiciones a favor y en contra de la Terapia Electroconvulsiva. Resulta paradigmático que oficialmente se diga que la química es efectiva pero que si no lo es se pruebe con la seguridad y efectividad de la física. Máxime cuando «muchos de los promotores de la TEC tienen vínculos económicos con empresas que fabrican estas máquinas». Después de la investigación realizada, nuestros autores concluyen diciendo: «Nos cuesta trabajo comprender cómo en la actualidad, en la mayoría de los hospitales, al menos en nuestro país, se sigue aplicando con gran entusiasmo. Está claro que siempre se aduce un criterio pragmático basado en la experiencia práctica de quienes la utilizan: “cuando nada funciona con determinadas personas, la TEC produce efectos extraordinarios”. Sin duda, hemos mostrado cómo la pérdida de memoria y la deshumanización gracias al daño cerebral que provoca, parece ser la responsable de que uno se olvide incluso hasta del dolor que le produce la existencia. Por eso, resulta sorprendente que con estos datos encima de la mesa se siga pensando que puede ser mínimamente beneficiosa».
A la hora de medir la eficacia de las psicoterapias, y en especial la del psicoanálisis, hay que tener en cuenta dos preliminares. Uno: la metodología científica aplicable a un fármaco no tiene tan fácil traslación a las terapias de la palabra. La subjetividad es de cada cual y no tiene cabida en las escalas, los ensayos y las mediciones. Dos, y en el caso concreto del psicoanálisis, ¿cómo compararlo con los tratamientos biomédico-congnitivos-conductuales, si no parte ni comparte con ellos que la eficacia clínica se acote a la eliminación sistemática de los síntomas? Sin embargo, nuestros autores aportan los estudios que demuestran la eficacia del psicoanálisis en el tratamiento de todo tipo de síntomas psíquicos, incluida la psicosis. Al tiempo que desmontan las críticas de que es un tratamiento caro y largo: «El NIMH, por ejemplo, comprobó que si bien la medicación y dos tipos de terapia breve resultaban beneficiosos, con el paso del tiempo ese beneficio iba decreciendo», mientras que el psicoanálisis es eficaz a largo plazo. «Cuando se ha comparado la psicoterapia psicoanalítica a largo plazo con el psicoanálisis, se ha descubierto que la primera producía mejores resultados tras tres años mientras que el segundo mostraba ser superior después de cinco años de seguimiento. (…) El trabajo que se realiza sesión tras sesión suma para que en un futuro las cosas que le puedan ocurrir al sujeto las viva de otra manera». El trabajo requiere tiempo, pero no porque el tiempo lo cure todo, sino porque toda cura necesita tiempo. Y en nuestro quehacer psi ese tiempo, por excelencia, es el tiempo de elaboración.
En sus palabras finales, Carreño y Matilla nos dicen que esperan que su libro quede «como un informe en minoría que junto a otros trabajos pueda ir configurando una opinión mayoritaria para la construcción de una disciplina más humana y sensata». Teniendo en cuenta la muy extensa bibliografía de la que han tomado los hilos argumentales para construir, puntada a puntada, un discurso propio, bien puede decirse que ni están solos ni en minoría, ya que, por nombrar a los más críticos con lo que los focos no iluminan, les acompañan D. Healy, J. Read, L.R. Mosher, R.P. Bentall, J. Moncrieff, S. Timimi, G. Berrios, R. Whitaker, P.C. Gotzshe, J. Friedberg, P.R. Breggin, H. Sackeim, R. Warner, I. Kirdch, etc., así como a los que reconocen como sus maestros: Chus Gómez, J.M. Álvarez y F. Colina. Y como dicen éstos dos últimos en el prólogo de este libro, «son cada vez más los estudios que denuncian la falacia del discurso cientificista en el terreno psi. Todos sus principales apoyos son cuestionados y se cimbrean más de lo previsto: unos denuncian el artificio de las clasificaciones internacionales, otros la turbiedad de las investigaciones neurobiológicas y la mayoría ponen en entredicho la prometida eficacia de los tratamientos psicofarmacológicos y cognitivos».
Alberto Manguel, en su ensayo La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias, nos anima «a seguir el consejo de Kafka de aspirar sin poseer, de construir sin trepar a la cima: es decir, de saber sin exigir la posesión exclusiva del conocimiento. Quizá seamos todavía capaces de tales cosas».
CICLE FANTASMAGORIES DEL DESIG. FILMOTECA DE CATALUNYA
EL DESIG COM A LLEGAT
Què els pits siguin eterns, Kinuyo Tanaka, 1955.
Mireia Iniesta*
Després d’una llarga carrera com a actriu en la qual va treballar amb directors tan importants com Ozu, Mizoguchi i Naruse, entre d’altres, rodant al voltant de dues-centes pel·lícules, Kinuyo Tanaka va començar una carrera com a directora, convertint-se en la segona dona en dirigir en la història del cinema japonès (la primera va ser la Sakane Tazuko), Pechos eternos (1955) és un biopic basat en la vida de la poetessa de versos Tanka, Fumiko Nakajo.
El film narra la vida de la Fumiko, una mestressa de casa, mare de dos fills i casada amb un maltractador psicològic. En el seu temps lliure, la Fumiko escriu versos Tanka al voltant de la seva desgraciada vida matrimonial, que després comparteix amb un grup de poetes i poetesses. Un espai que visita amb l’única intenció de veure en Hori, un altre poeta aficionat, del qual la Fumiko està enamorada, i el marit de la seva millor amiga. Després de confessar-li el seu amor, en Hori mor i la Fumiko descobreix que està malalta de càncer. A partir d’aquest moment, a mesura que la salut de la Fumiko empitjora, la seva carrera com escriptora millora de forma meteòrica.
En el seu assaig Lejos de mí el filòsof Clément Rosset fa un estudi al voltant de la identitat i distingeix entre la identitat personal i la identitat social. Tanmateix, tot i reconèixer l’existència d’aquestes dues identitats aferma:
Siempre he considerado la identidad social como la única identidad real, y la otra, la presunta identidad personal, como una ilusión total y perseverante, ya que todos consideramos la personal como la única real.
I es refereix a l’amor com l’única oportunitat per arribar a aquesta suposada identitat real:
El amor pleno, es decir correspondido, es una reconstrucción de la identidad perdida, o sea, una ocasión, la primera, y a veces también la última, de conocer por fin la sensación de la identidad personal (…). El amor pleno se trata de una circunstancia en la que, de repente, el individuo se ve (o se cree) dotado, más allá de la identidad social que conocía, de una identidad personal que aún no conocía. Encontramos un yo en el otro, en detrimento del otro.
La pel·lícula que estem analitzant posa de manifest l’existència d’aquestes dues identitats. Es podria dir que a la primera part de la pel·lícula la identitat que veiem de la Fumiko és la identitat social. La protagonista no ho sembla pas, té molt poca rellevància, apareix en molts plans grupals i subordinada a la resta de personatges, sempre en l’entorn rural o domèstic i sempre servint o bé als fills o bé al marit. Molt sovint en segon terme o d’esquenes i gairebé mai sola. Aquesta primera part ens fa veure la Fumiko entre els altres. Això comença a canviar quan decideix fugir del casament del seu germà i anar a visitar el Hori. La seva dona va a una reunió de professors i la Fumiko té una secuencia on comparteix una estona mirant fotos antigues amb el Hori. Per primer cop veiem un pla contraplà de la Fumiko amb un altre personatge i diversos primers plans de la dona. És a dir, la seva identitat personal emergeix a través del seu amor pel Hori. En tornar a casa, l’home l’acompanya a la parada de l’autobús, allà el personatge de la Fumiko torna a brillar. Durant el seu passeig en un generós travelling lateral, veiem com la protagonista confesa el seu amor al Hori. Aquest travelling és la representació de la unió entre l’eros i el thanatos que pren forma amb la mort d’en Hori, just després de la confessió amorosa de la Fumiko.
Abans de rebre la notícia de la mort del seu amant, arribem per tall al pla d’un passadís fosc, el de la casa del germà de la Fumiko. A partir d’aquest moment, els passadissos apareixeran de forma constant en la pel·lícula, com una mena d’impuls de repetició que condueix a la pulsió de mort. De fet quan ella descobreix el tumor que té es desploma en aquest mateix passadís, i aquest moment es pot llegir com un altre vincle entre ella i el Hori. Tant els familiars de la Fumiko com els periodistes que van a visitar-la hauran de recórrer el passadís que porta a la seva habitació. El cercle es tancarà quan el cadàver de la Fumiko, seguit pels seus fills, faci el mateix recorregut pel passadís del dipòsit de cadàvers.
Durant la malatia de la Fumiko, els seus desitjos, especialment els sexuals, passen a ser els veritables protagonistes de la seva vida, la seva identitat personal es radicalitza. El seu canvi és radical i ella comença a ser el centre de la narració, i la resta de personatges giren al seu voltant. La planificació es torna més complexa que a la primera part de la pel·lícula. Apareixen molts travellings que contribueixen al fet que fer el film més envoltant, i molts primers plans de la Fumiko reflectint la seva subjectivitat.
En aquesta segona part, ella es torna molt més seductora i sensual. Per començar, decideix complir el seu últim desig: banyar-se on es banyava el Hori. És una escena anàloga a una altra en la que apareix el Hori banyant-se, el mateix dia de la visita de la Fumiko, aquesta es banya en la mateixa banyera, i la viuda del Hori li escalfa l’aigua tal com va fer pel seu marit. En un moment donat, la dona obre el finestró i veu el cos de la Fumiko sense pits, aquesta visió la fa cridar de por. Tot i l’ensurt de l’amiga, la Fumiko gira sobre si mateixa orgullosa del seu cos, dient que el seu últim desig era banyar-se on ho feia el Hori perquè estava enamorada d’ell, en una recerca sexual i immaterial del cos de l’amat. Rosset ens recorda que Lacan afirma que: el yo extrae toda su esencia del tú que se le otorga. Amb aquest gest, podem afirmar que la Fumiko recupera la seva autoestima corporal, perduda per l’extirpació dels pits, gràcies a aquesta unió “sexual” amb el Hori a la banyera. A més, quan la seva amiga obre el finestró la càmera reenquadra a la Fumiko, en un primer pla que no fa més que reafirmar la seva identitat personal.
Quan la Fumiko descobreix el seu tumor al pit fent-se una exploració davant un mirall rodó, també estem assistint a la vinculació entre el cos i la identitat. Després d’aquesta imatge dels pits malalts de la Fumiko al petit mirall circular, entrem en el quiròfan i observem tot un seguit de plans-detall d’objectes rodons (les llums del quiròfan, la seva cara en primer pla), fins a culminar en un primer pla dels pits de la Fumiko. Acabem d’entrar dins el món de la malaltia, associada al cos i a la identitat.
Al casament del germà de la Fumiko, la seva mare li demana que es canviï el kimono, ella diu que no vol, que no li agrada ser observada, no obstant això, quan el periodista Otsuki li fa la primera visita, observem tot un ritual de bellesa abans de rebre’l en una sèrie de picats i contra picats del seu cos on es veu com fa servir uns pits postissos, per finalment rebre l’Otsuki elegantment vestida i en un primer pla amb el cabell curt, fent tota una declaració d’intencions.
Quan es fica al llit per fer l’amor amb ell, arribem per tall a un pla detall dels sostenidors abandonats a un racó sense els pits postissos. Tota una metàfora de la recuperació de la identitat personal a través de la sexualitat i el desig. L’endemà el sol entra per la finestra i veiem com la Fumiko es reflecteix per primer cop en el seu petit mirall circular en el qual hem vist reflectides al llarg de la pel·lícula les cares d’altres persones. Després d’emmirallar-se, la dona mou el mirall cap al seu amant, l’Otsuki també es veu reflectit, amb aquesta doble identificació el cercle queda tancat i la Fumiko abraça la seva identitat personal, no a través de l’home, sinò del propi desig.
* Mireia Iniestaés llicenciada en Filologia Romànica i Filologia Italiana per la Universitat de Barcelona. Màster en Cinema i Audiovisual Contemporani per la UPF. Vicedelegada de Camira a Espanya. Representant del cine club Trentanou Escalons. Membre de CIMA. Professora de cinema i gènere en Educa tu Mirada. Actriu en L'Acadèmia de les Muses, de José Luis Guerin i en el curt Aniversari, de Judith Collel.
Hace un tiempo ya que este periodista intrépido, Jordi Évole, nos abre las puertas cerradas de un universo que se resistía a la divulgación y al deseo de saber. Por eso lo hemos seguido, casi incondicionalmente. Esta vez no. ¡Toca decir basta! No todo es posible.
El tratamiento superficial que hizo en su último programa Salvados, de gran audiencia, es como mínimo deprimente y puede tener efectos colaterales muy graves. Me refiero al programa del domingo 28 de Enero, emitido en la Sexta sobre la depresión (y que se puede ver aquí):
Estoy en desacuerdo con su tratamiento y sospecho que muchos colegas psicólogos clínicos y psicoanalistas coinciden conmigo. Las razones de mi indignación son varias:
-La falta de información adecuada y asesoramiento a la hora de tocar un terreno tan complejo y delicado como la intimidad y el sufrimiento personal.
-Nuestra ética no nos permite exhibirlo todo, aunque el exhibicionismo desvergonzado campe a sus anchas.
-Tratar la depresión como una “enfermedad”, y amenazar con una presente y futura epidemia, hablar del suicidio como estadística, todo ello basado en estadísticas pseudocientíficas que lo justifican todo, supone una banalización muy grave de la problemática, que puede contribuir al contagio y multiplicar los afectados.
–La cura de la depresión no puede ser fundamentalmente la hipermedicalización y la adicción organizada a varios fármacos, que se multiplican con la dependencia, y que van desde el Prozac hasta las nuevas generaciones de antidepresivos. Si a eso le añadimos el electroshock y la lobotomía, ¡apaga y vámonos! Todo ello obedece a una concepción superficial y banalizadora del sujeto humano, entendido como un todo homogéneo, sin faltas ni diferencias, y todos a tragar la misma pastilla y a engrosar los casilleros diagnósticos.
-La psicoterapia se enuncia muy de pasada y se dice que no puede responder a la problemática debido a la escasez de psicólogos. ¡Consulten por favor las cifras de psicólogos en el paro para corregir su información!
Lo siento, señor Évole, mas de cuarenta años de práctica clínica me han enseñado cosas muy distintas a las que propone usted en su programa. El psicoanalista confrontado con el dolor de existir orienta la cura con su ética, que es la que abre para cada sujeto un acceso particular a su diferencia y a su deseo.
Para algunas terapias el sujeto no existe. Existe el mandato del “traga y calla”. No hay historia, no hay memoria que sitúe al sujeto en sus vínculos y en sus coordenadas simbólicas. ¿Cuál es su inscripción? Ninguna. Se actúa sobre un sujeto anónimo, sobre su cuerpo, que deviene un saco que se llena, o se vacía. Reducir a los pacientes a una ecuación biológica y tratarlos como tales equivale a decapitarlos, literalmente.
Los psicoanalistas no pensamos en términos de “epidemia”, por el contrario, tratamos a cada sujeto uno por uno para darle un lugar propio y devolverle la palabra.
La depresión ha existido siempre. De hecho, en mayor o menor medida la depresión existe en todos los pacientes que vemos; es el síntoma mas frecuente.
¿Cuál es su rasgo diferencial actual y cómo actualizarla?
Podemos decir que las depresiones dan cuenta de esta cara oscura de nuestra intimidad contemporánea, cuya otra cara es el ideal del éxito y de la obligada felicidad-para-todos. Es la enfermedad del discurso capitalista, como la llaman algunos, que denuncia sus efectos sobre el sujeto actual.
Recuerdo que eso empezó hace unos treinta años, aproximadamente. Estaba en un servicio público y empezaba a percatarme de que se multiplicaban los diagnósticos de “depresión”, que de este modo se convertía en un cajón de sastre. Esto implicaba que estábamos obligados a estar muy alertas con respecto al diagnóstico, para poder discriminar. Tres eran las causas fundamentales que se barajaban en este fenómeno:
1- El boom de los antidepresivos. Para muchos, el antidepresivo, o algún ansiolítico, se han convertido hoy en algo parecido a un complemento vitamínico.
2- Se imponían los manuales de diagnostico (DSM-III, etc.). Todo se aplanaba y se banalizaba.
3- “De-presión”, o la presión que se imponía como modo de vida. Así, nos deprimíamos todos un poco, ante la pesadumbre del mundo que nos ha tocado vivir.
Algunos tiraban la toalla. He visto y veo personas que llegan hoy con la etiqueta de “depresión crónica”, cronificada por muchos años de medicalización. Llegan con el pronóstico “abandonad todo esperanza” y sin embargo, vienen. Una paciente joven me contaba que para ella la depresión era como la diabetes: ella y su fármaco, de por vida. Otra persona mayor me decía hace poco que estaba enterrada viva… Muchos años de silencio y de fármacos solo tienen una salida: la cronificación. Cuando eso es concebido así, cuando una madre o un médico contemplan la cuestión como un “traga y calla”, no duden que allí está la clave de su patología, de su gravedad y cronificación, puesto que atenta contra la esencia misma del ser hablante. Atenta contra la subjetividad.
Hemos llegado a cotas de ignorancia deprimentes que nos anuncian una epidemia masificada de estupidez muy preocupante. Esta sí que no tiene cura y es un insulto a la inteligencia.
Dos viñetas memorables de El Roto, vienen como anillo al dedo para presentar y dar cuenta del espíritu de la época en el que José María Álvarez ha escrito su nuevo libro: Estudios de psicología patológica. En una de las viñetas se ve a un grupo de personas caminar en un único sentido, y una de ellas pregunta «Si todos vamos en la misma dirección ¿cómo sabemos que no hay otra?». En la otra viñeta aparecen en fila india personajes con igual fisonomía y comportamiento. Caminan muy juntos, con las manos pegadas a las espaldas del que le antecede y con la cabeza gacha. Uno de estos androides dice: «Antes de empujar todos en la misma dirección, convendría averiguar a dónde vamos». Y el que tiene delante le replica: «¡Tú empuja y calla!»
«Este libro de José María Álvarez es un testimonio de signo contrario. Es un ejemplo público de que la mejor forma de oponerse al reduccionismo biológico es profundizar en el estudio de la psicopatología» Dixit Fernando Colina en el prólogo de estos ocho estudios, y a quien su autor le dedica el libro, reconociéndolo como su maestro. También los profesionales que ya son el recambio generacional de La Otra psiquiatría, han estado presentes en la confección de esta monografía con vocación ecuménica (en el sentido de querer sumar, que no restar); así como los futuros psicoanalistas, psicólogos clínicos y psiquiatras, a cuya formación les dedica buena parte de su quehacer. Esta pasión por trasmitir el saber que destila la clínica y los textos de los grandes clínicos que nos han precedido, hacen que también en este libro se palpe su querencia por la claridad que se manifiesta en un estilo sobrio, firme y riguroso por fundamentado.
A diferencia de la patología descriptiva, que supone tantas enfermedades mentales como síntomas y síndromes logra medicalizar, la psicología patológica que nos propone el autor es radicalmente analítica e interpretativa. Y en este orden, cito al autor: «a partir de la observación y del análisis de las manifestaciones clínicas colegimos un tipo de funcionamiento psíquico. Por tanto, el plano fenomenológico –en el sentido kantiano– antecede a la elaboración teórica». Y esto es así porque «nuestro ámbito no es el de los hechos de naturaleza sino el de las invenciones discursivas. De ahí que hablemos de la invención de las enfermedades mentales; de ahí también que situemos a las clasificaciones psiquiátricas en el apartado de la ciencia ficción».
Si la psicopatología psiquiátrica es ateórica, la psicología patológica tiene los sólidos fundamentos de «la clínica clásica (elaborada por los pensadores señeros de la psicopatología) y el psicoanálisis, de manera que sobre los fundamentos precisos de la clínica clásica se erige la explicación y la interpretación psicoanalítica». En definitiva, «esta visión de la psicología patológica pretende establecer una continua dialéctica entre un plano objetivo (semiología clínica) y otro subjetivo (las experiencias o modos particulares de vivir el malestar y la función que cada sujeto atribuye a su síntoma)». Es decir, de lo general a lo singular y viceversa.
Sostiene el autor que, en tanto sometidos al imperio del binario significante, el saber sobre la condición humana y su pathos se vale de oposiciones. «Quiere esto decir que no podemos elaborar un conocimiento si no es mediante la oposición de dos significantes (locura versus cordura, psicosis versus neurosis, melancolía versus manía, continuo versus discontinuo, uno versus múltiple, categoría versus dimensión, parcial versus general, agudo versus crónico, etc.)». Esta oposición tiene sus ventajas en la construcción nosográfica pero también sus limitaciones, ya que, en la realidad de nuestro quehacer clínico es observable que los contrastes de las manifestaciones clínicas no siempre son tan antagónicos, contrapuestos e incompatibles como los pensamos. De allí que nuestro autor nos proponga trabajar, tanto con el recurso de las categorías o estructuras clínicas como desde la perspectiva continuista o elástica.
«Los conceptos de la psicología patológica están bien fundamentados cuando gozan a la vez de amplitud y profundidad. En el caso de las categorías clínicas, son preferibles aquellas que dicen cosas esenciales de un mayor número de sujetos, esto es, las que dan cabida a más personas y muestran de ellas sus características intrínsecas. De seguir esta propuesta, elegiremos una categoría clínica que detalle los signos morbosos y su jerarquía (semiología clínica), que sea precisa desde el punto de vista descriptivo (nosografía), que proponga una articulación entre las manifestaciones clínicas y los mecanismos psíquicos que las conforman (patogenia), que diga algo coherente y fundamentado sobre la causa (etiología), que aporte una explicación cabal sobre esa alteración y delimite las diferencias con otras (nosología), y que procure, por último, una orientación terapéutica lo más específica posible».
Hasta aquí el resumen de algunas de las muchas ideas sobre psicopatología que el lector encontrará a lo largo de estos ocho estudios. Estudios que siguen el método de articular tres tipos de análisis: la historia, la epistemología y la clínica.
I– El primero de los ocho estudios se refiere a la Neurosis: historia, psicopatología y clínica. Gracias al discurso psicoanalítico la neurosis mantiene su vigencia y es un referente fundamental de la psicología patológica. Máxime cuando «los sustitutos con los que se ha intentado desbancarlo –en especial “trastorno” y “trastorno de la personalidad”– carecen de algún principio organizador que les dé coherencia». La neurosis es una sólida categoría clínica en la medida «que dice algo consustancial de la condición humana y se aplica a un amplio grupo de sujetos, los cuales, salvo aspectos particulares, comparten un mismo denominador común tanto en las manifestaciones clínicas como en el tipo de funcionamiento psíquico».
Tal y como dice nuestro autor, «si hasta Freud las neurosis no eran otra cosa que enfermedades nerviosas un tanto dispersas, complejas de describir e imposibles de explicar, con él die Neurose –escrito en singular gracias a la coherencia con la que la caracterizó– traspasó las fronteras de la patología y se convirtió en el modelo desde el que analizó la condición humana»; siendo su phatos de tipo psicológico y su causa biográfica, de las vivencias infantiles, para más señas. En el análisis de la pluralidad de las manifestaciones clínicas fue donde Freud encontró la unidad, es decir, un mismo mecanismo psíquico defensivo: la represión. Siendo los síntomas la solución de compromiso entre la defensa y la pulsión… que en el mejor de los casos, insiste.
«Al hilo de estos comentarios (nos dice Alvarez) podemos plantear –como hemos hecho respecto a la psicosis– una concepción unitaria de la neurosis con dos polos principales (histeria y obsesión), marco dentro del cual el sujeto se desplaza en su continua búsqueda de equilibrio». En el caso de la histeria el conflicto entre afecto y representación se desplazaría al cuerpo –de allí histeria de conversión – y en el caso de la neurosis obsesiva se desplazaría al pensamiento, produciendo las ideas obsesivas. Por nuestro quehacer clínico sabemos que ambas neurosis pueden presentarse en estado puro, ser mixtas y, a lo largo de la dirección de la cura, acercarse o alejarse de uno de dos polos, en función de que el paciente histérico logre, o no, elaborar la insatisfacción de su deseo y el obsesivo la imposibilidad de su deseo.
Después de analizar el antes y después de Freud respecto de la neurosis obsesiva, Álvarez concluye con estas palabras: «La trabazón que aporta el psicoanálisis entre la semiología, la patogenia y la etiología es de una solidez incomparable, y la conjunción que consigue entre la patología y la ética roza la belleza».
II– El segundo estudio de este libro lleva por título Elogio de la histeria y se ocupa de la interacción entre la clínica y la historiografía de la histeria. Sus cuatro mil años de existencia dan para mucho pero tanto en su historia como en su clínica la histeria ha insistido en sus cuatro conceptos fundamentales: «los desplazamientos, el desafío al saber y al poder, la permanente referencia al cuerpo y la insatisfacción». También las teorías de la histeria se desplazaron del útero al encéfalo gracias a la neurología; siendo el profesor J.M. Charcot un referente de ese desplazamiento, así como del intento fallido de localizar la lesión anatómica de la histeria. «Al final, atrapado en su propio discurso, tuvo que recurrir a la noción de “lesión dinámica”, glorioso oxímoron según el cual la lesión cambia de lugar tan pronto el investigador creía localizarla». Por otra parte, lo que empezó suponiendo ser una afectación particular de las mujeres, se ha encontrado en lo general del deseo insatisfecho que anida en la condición humana.
Si la ciencia es sin sujeto, la clínica que le bebe los vientos se ha especularizado de tal manera con la patoplastia de la histeria, que no ha parado hasta borrarla del mapa de su Devocionario de la Salud Mental. De ahí que sean los médicos de primaria, los del dolor, los reumatólogos y especialistas varios, los que tienen que vérselas con algunas de las nuevas manifestaciones clínicas de la histeria, como por ejemplo: los dolores reumáticos inespecíficos y los malestares típicos de quienes padecen el abatimiento de su deseo, y acaban medicalizados por el sambenito de depresión, elevada a la categoría de enfermedad mental por un supuesto déficit de serotonina. En paralelo, el psicoanálisis mantiene vigente la teoría de que en la neurosis de conversión histérica las representaciones reprimidas hablan a través del cuerpo. Amén de una clínica con un sujeto en transferencia al que se hace corresponsable, tanto de la causa de su pesar como de la dirección de su cura. Clínica analítica y teoría interpretativa que conjuga el pathos y el ethos de un sujeto atravesado por el lenguaje. «Tal es la razón –dice Alvarez al final de este elogio– que me ha dado pie para reivindicar la pertinencia actual de la histeria y desearle larga vida en compañía del psicoanálisis».
III– Al hilo del último párrafo, el tercer estudio se ocupa de las confluencias entre histeria y depresión. No debe ser ajeno al éxito de la comercialización de los antidepresivos, la desaparición de la histeria a partir del DSM-III y el aumento de casos diagnosticados de depresión; como si se quisiera hacer de ella la neurosis de nuestros días y un problema de salud pública o epidemia que requiere vacunarse de por vida. Sin embargo, «tan erróneo es considerar que la histeria de ayer es la depresión de hoy, como que no existen relaciones entre una y otra». En todo caso, las confluencias a las que se refiere nuestro autor son entre una sólida categoría clínica y un síndrome clínico, pues así define la depresión, como un «conjunto de manifestaciones transnosográficas que pueden observarse en distintas estructuras clínicas y tipos clínicos. Al conjuntar la patogenia histérica y el de la depresión como síndrome, se pone de relieve que la histeria puede expresarse mediante una sintomatología depresiva y el síndrome depresivo puede manifestarse en el marco de una neurosis histérica. (…) El deprimido y el histérico son hoy día los sujetos que representan el fracaso de los ideales modernos. El histérico-deprimido tiene una contundente manera de decir “no” a las exigencias del capitalismo y al saber de la ciencia», aun a costa de poner en punto muerto el motor de la vida: el deseo… y de instalarse en la tristeza.
IV– Sobre la tristeza y sus matices trata el cuarto estudio. «En lo tocante a la tristeza, ninguna guía mejor que la aportada por poetas, dramaturgos y escritores. A estos profundos conocedores del alma humana –como los califica Freud–, añadimos los filósofos morales, tradicionales estudiosos de las pasiones», pues poco nos ayuda la psicopatología a la carta del capital, cuando establece una tristeza normal y otra patológica. Medicalizar-psicologizar la falta moral –pues así llamaban los autores clásicos a la tristeza– tiene sus beneficios pero no para quienes, como nuevos enfermos mentales, se les desahucia de la responsabilidad en el regocijo de su propia tristeza y de elaborar tanto su causa como su remedio. Para Álvarez la tristeza tiene muchos matices y en este estudio profundiza sobre los siguientes: duelo, soledad, creación, inutilidad, goce, mal, inacción, cobardía, mentira y egoísmo.
V– Para una clínica diferencial, conocer estas diez aristas de la tristeza que nos propone el autor es de vital importancia, pues la condensación morbosa de la tristeza se da en la melancolía, y sobre ella trata el quinto estudio. Reivindicarla para devolverle la sustancia y sus fronteras, que las clasificaciones internacionales han diluido en las depresiones, es el logro de este estudio. «En el mejor de los casos, la melancolía es hoy día un tipo básico de la enfermedad depresiva, una categoría que hay que preservar debido a la inconsistencia nosológica de la depresión mayor. En el peor de los casos, la melancolía se reconvirtió –tras el DSM-III– en un mero subtipo clínico de la depresión unipolar». En paralelo a este despropósito la melancolía conserva todo su vigor entre psicoanalistas y psicopatólogos de inspiración clásica; Fernando Colina, sin ir más lejos y su potente texto Melancolía y paranoia, Madrid. Síntesis, 2011.
Sigue el estudio y nuestro autor echa mano «de algunos casos ejemplares, extraídos de los grandes tratados y monografías en los que Freud y Lacan se inspiraron, textos aún vibrantes que se escribieron en la época dorada de la psicopatología». Casos que le sirven a nuestro autor para hablarnos de los tipos clínicos más habituales de la melancolía: simple, ansiosa, delirante y estuporosa. Así como para hacer suyo lo que dijera Hubertus Tellenbach hace cuarenta años, «Tiene sentido justificado, sentido que reside en la misma cosa, denominar “melancolías” a las psicosis sobre las cuales aquí tratamos –siguiendo la diferenciación de Freud– y no hablar de “depresiones”, término que en su uso casi ubicuario se ha ido haciendo cada vez más indefinido y con ello cada vez más inespecífico».
VI– El sexto estudio trata sobre la clínica diferencial entre la melancolía y la neurosis obsesiva, donde su autor analiza de forma pormenorizada las propuestas que se defienden y los argumentos en que se apoyan, tanto desde la psicopatología psiquiátrica como desde la psicoanalítica. «De acuerdo con este proceder se indagarán las afinidades y diferencias entre la neurosis obsesiva y la melancolía. (…) Por último, admitiendo la diferencia estructural neurosis versus psicosis propondré que en la melancolía y en cualquier otro cuadro clínico pueden darse elementos sintomáticos de tipo obsesivo, sobre todo los surgidos de mecanismos destinados al control de la angustia, pero eso no justifica mezclar la neurosis obsesiva con la psicosis melancólica».
El discurso cientificista –ya no tan hegemónico en la psiquiatría y psicología clínica, pues es insostenible una clínica donde el paciente ni está ni se le espera– también plantea debates similares pero con términos ad hoc. Neurosis obsesiva, melancolía y paranoia han sido sustituidos por el TOC, T. bipolar y esquizofrenia. Tras el análisis de los estudios que relacionan el TOC con la esquizofrenia, Álvarez concluye diciendo que el discurso cientificista «es más heterogéneo y embrollado de lo que cabría esperar».
Y el estudio continua, «se trata ahora de mostrar las diferencias entre la melancolía y las obsesiones, tanto las llamativas como las sutiles, de manera que al contrastarlas se perfilarán sus esencias y se acotarán sus contornos. Para ello, adoptaré una perspectiva contraria según la cual la condición humana sustituye a la naturaleza y el enfermo prevalece sobre la enfermedad». De nuevo la historia, la epistemología y la clínica, en un continuo movimiento de ida y vuelta. Si con Freud podemos perfilar las diferencias, para hablarnos de las afinidades Álvarez sigue a Karl Abraham, referente del continuum psicopatológico que posteriormente desarrollaría Melanie Klein. A diferencia de otros puntos de vista dimensionales, Abraham respeta las fronteras nosológicas al tiempo que señala que «las afinidades estructurales se observan en la clínica por el hecho de que una puede dar paso a la otra y la otra a la una. Que exista esta movilidad no niega algunas diferencias, sobre todo la más evidente: la melancolía sobreviene siempre a consecuencia de una pérdida imposible de perder, cosa que no sucede en la neurosis obsesiva». En su empeño por sumar, Álvarez termina este estudio animándonos a que iluminemos la oscuridad de la melancolía, tanto con el foco o perspectiva estructural como con el modelo continuista, pues las manifestación clínicas obsesivas tanto se dan en la unidad de la neurosis y la psicosis como en la pluralidad de las formas de ambas.
VII– El séptimo estudio trata sobre la locura normalizada. «La hipótesis que aquí se propone tiene en cuenta estas coordenadas: la psicosis ordinaria es un efecto inevitable del modelo de las estructuras clínicas, cuyo binomio neurosis versus psicosis obliga a introducir una categoría intermedia o a correr la frontera que las separa y redescribir su perímetro. Eso mismo sucedió hace casi doscientos años, cuando la locura se opuso frontalmente a la cordura y surgió al instante la figura de la semilocura, la locura lúcida, la locura razonante y una prolija serie de nombres a los que se suma nuestra psicosis ordinaria». En tanto que «los modelos del pathos son constelaciones de palabras con las que nos acercamos a lo real del drama humano», nuestro autor fundamenta la elección de locura antes que psicosis porque «la inercia de la retórica de las enfermedades mentales es tan potente que conviene combatirla rebajando la densidad y el poder de los términos que emplea». Por otra parte, el término popular de locura resta estigmatización y cronicidad. «Tampoco es caprichoso el calificativo normalizada», ya que resalta el oxímoron y describe el semblante de hipernormalidad con el que se viven las «experiencias con el vacío, la vacuidad y el escaso arraigo del deseo y las pasiones genuinas de la condición humana. Este vacío se opone al relleno delirante y alucinatorio del que echa mano el psicótico enloquecido para acometer el agujero originario». La aportación de Álvarez al debate sobre la locura normalizada se basa en el análisis de cuatro de sus signos clínicos: el psitacismo, la discordancia, la mímesis y la desvitalización.
VIII– El último estudio lleva por título Diagnóstico para principiantes, aunque también será de mucha utilidad a los profesionales psi que se atrevan a diagnosticar a mano alzada en vez a plantilla. Es decir, al margen de los protocolos, pruebas que se dicen objetivas o al dictado de las clasificaciones internacionales, que a lo sumo proporcionan un diagnóstico estadístico que nada dice la particularidad de cada cual. El DSM, por ejemplo, se descalifica solo. Álvarez cita a Peter C. Gøtzsche, quien sostiene que es un documento de consenso, «y por lo tanto los documentos que incluye tienen poco rigor científico y son arbitrarios. Una ciencia verdadera no decide la existencia o la naturaleza de un fenómeno por medio de votaciones, con intereses particulares y con la ayuda económica de la industria farmacéutica». También cita a Allen Frances, quien a toro pasado del DSM-IV –del que fue su coordinador–, confesó: «nuestro grupo se esforzó por ser conservador y cuidadoso, pero contribuyó inadvertidamente a tres falsas epidemias: el trastorno por déficit de atención, el autismo y el trastorno bipolar en la infancia. Nuestra red fue claramente demasiado lejos y capturó a muchos “pacientes” que podrían haber estado mucho mejor sin que hubieran entrado en el sistema de salud mental». Con la inflación diagnóstica del DSM-V es pertinente la pregunta que se/nos hace Álvarez «si todo el mundo está trastornado, ¿dónde queda la normalidad? Esta pregunta, que muestra el esperpéntico mundo de la psicología y la psiquiatría científicas, es decir, de ciencia ficción, comienza a hacer aguas y son más numerosos cada día los que nos oponemos a la falacia de la seudociencia psiquiátrica, que tanto daño hace a los pacientes, a los psiquiatras, psicólogos clínicos y psicoanalistas que mantienen los pies en el suelo y no se dejan sobornar por esta medicina basada en la evidencia a la que Berrios, sin pelos en la lengua, calificó de “chantaje moral”».
«Gran parte de los desacuerdos habituales –sigue diciendo Álvarez– con respecto a los diagnósticos radica en la confusión entre síntoma, síndrome y estructura. Hoy día el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, el trastorno del espectro autista, la anorexia, el trastorno límite de la personalidad, la depresión y el trastorno bipolar –por citar sólo algunos– se toman por categorías nosológicas o enfermedades médicas, cuando en realidad son meros síndromes, es decir, conjuntos sintomáticos carentes de soporte patogénico que se puede observar en sujetos de los más variado. (…)
Un diagnóstico bien hecho es el que contiene lo general y lo particular, es decir, el que combina en un mismo sujeto numerosas características propias de la condición humana con algo suyo que le es exclusivo». El método clínico que nos propone el autor es simple y se limita a las preguntas hipocráticas de siempre: «de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva), para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función)».
Si el diagnóstico clínico ya es de por sí arte y oficio, llevar a cabo dobles diagnósticos –como nos propone Álvarez– roza la excelencia. Sin embargo Freud así lo hizo: «Un caso de neurosis. Caso del Hombre de las Ratas», «De la historia de una neurosis infantil. Caso del Hombre de los Lobos». «Como se ve, –dice Álvarez– el genio de Freud asigna un diagnóstico estructural y un diagnóstico particular que lo hace diferente a cualquier otro». A lo dicho, arte y oficio donde «el diagnóstico pone en juego el saber psicopatológico, la pericia clínica y el compromiso ético» de evitar que sea para el paciente ni su refugio ni su estigma.
Por último, recordar que este libro es el cuarto de los publicados bajo el sello de Xoroi Edicions en su colección La Otra psiquiatría. Siendo los tres anteriores: Estudios sobre la psicosis, de J. Mª Álvarez, Las voces de la locura, de J. Mª Álvarez y F. Colina, y Otra historia para otra psiquiatría de R. Huertas.
Llibreria especialitzada en psicoanàlisi des de 1980
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