Apuntes sobre la proyección de ambas películas en el ciclo “Fantasmagories del Desig”, Filmoteca de Catalunya, 28 de enero de 2016
Desde los muros de Auschwitz, Alain Resnais filmaba el primer documental que miraba de frente el holocausto. Las imágenes en color de los edificios abandonados entre la hierba desafían al espectador alentándole a evocar todo lo que ocurrió allí, de lo que, aparentemente, no ha quedado rastro. La respuesta a este vacío es un trabajo de archivo en el que las imágenes tomadas por los SS y, posteriormente, por los aliados reconstruyen la vida diaria del campo, con la complicidad del guionista Jean Cayrol, que sufrió la deportación en primera persona. Nuit et Brouillard (1955) se erige así como un documento no sólo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, sino de cómo opera nuestra memoria al tratar de retener la historia ante la amenaza constante del olvido.
Entre los planos de las fotos fijas de los campos a pleno rendimiento y las filmaciones de los cuerpos huesudos cayendo a las fosas comunes nuestra mirada es interpelada: hemos llenado el recinto vacío de Auschwitz con la información que nos proporcionan los testimonios, exponiéndose así los mecanismos científicos y fríos que regían la ejecución del exterminio y de trabajo.
Y sin embargo los vacíos siguen ahí, entre las rendijas de los fotogramas que no dejamos de revisar cuando, cada año las efemérides de los periódicos, los telediarios y los post de las redes sociales nos recuerdan con exactitud estudiada que tal día como hoy aquello terminó. Nuestros constantes intentos de preservar el pasado, contándolo una y otra vez nos recuerdan que en Auschwitz la hierba sigue creciendo y que nunca la veremos como aquellos que dejaron su vida allí.
La imagen histórica nace desde un abismo imposible de cruzar pero irresistible a la vez. Si no hay imágenes donde ver el pasado, no importará: las haremos o las encontraremos en otras. Las montaremos dialécticamente como Godard en Histoire(s) du cinéma, las recrearemos como Peter Watkins o Rithy Panh, hurgaremos en los archivos como el propio Resnais o Chris Marker. O quizás un día veremos una película que hará ese vacío más pequeño. No tenemos la imagen del interior de una cámara de gas ni la de los comandantes leyendo la orden de acelerar las ejecuciones al final de la guerra, pero sí tenemos el golpe preciso del matarife en la cabeza de un caballo blanco en La sang des bêtes (1949) de Georges Franju. En ese instante nuestra imaginación actúa como la bisagra de una puerta y lo que vemos nos responde furibundo: ¿acaso no es este orden y precisión de matarife el que no veíamos en las imágenes de los campos de concentración? ¿no es la cadencia ordenada al cortar las patas de los corderos degollados el gesto que no se pudo retener sobre los cuerpos de Auschwitz? ¿no es un gesto horriblemente familiar en el que resuena la responsabilidad colectiva que clama el final de Nuit et Brouillard?
No podemos evitar vernos como las monjas que acuden en busca de grasa al matadero de París que retrata Franju, como parte de un engranaje que trasciende a los campos de exterminio y salpica nuestro tiempo. Al igual que el protagonista de La cuestión humana (2007), responsable de recursos humanos, nos encaramos a que las reglas y métodos que implementamos y aceptamos en nuestro ámbito laboral siguen la misma sistematización de la explotación del matadero y del campo. Así, la relectura del pasado operada desde las imágenes de Nuit et Brouillard y Le Sang des Bêtes se hace escritura, en un movimiento y proceso que nos asimila a la máquina de Hayao en Sans Soleil (1983) de Chris Marker. No podemos evitar mezclarlas y crear patrones entre ellas, regidos por lo que ya sabemos, por nuestro presente y por la experiencia del choque entre los fotogramas. Las montañas de pelo, la piel humana que se usaba como papel en los campos de exterminio son los huesos de las vacas atesorados para hacer maquillaje en el matadero de París, pero también son ser la cifra de desempleo anunciada en las noticias o la última balsa de inmigrantes naufragada, porque todo obedece al mismo sistema: el capitalismo. En la reescritura de la memoria desde la imagen al final estamos nosotros, entre lo que queda hoy de Auschwitz en nosotros.
Mariana Freijomil