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Psicoanalistas en la ciudad

(Ponencia presentada en las III JORNADAS DE LA FUNDACIÓN EUROPEA PARA EL PSICOANÁLISIS. Barcelona, abril de 2000)

Hace algunos años tuve ocasión de oír la queja de un importante gestor cultural de esta ciudad. Decía el hombre -entre irritado y deprimido- que era imposible discutir con los psicoanalistas porque acaban con cualquier controversia por el método del lanzamiento de una interpretación terminante que hace callar al oponente. Debo decir que no me sorprendió su experiencia, aunque si me hizo pensar en lo paradójico que resulta que los psicoanalistas se distinguieran por hacer callar a alguien al presentarse como detentores de saber. La paradoja estriba -es evidente- en que el lugar que hay que suponerle a un psicoanalista es aquél que causa la palabra y que el saber que se le supone es el que le permite, desde esta posición, maniobrar para que aquella pueda ser escuchada.
Por otra parte es un lugar común decir que el psicoanálisis está poco arraigado en nuestra sociedad y atribuir tal debilidad a las enormes resistencias de las formas que toma la cultura hoy en el mundo. Si bien comparto el juicio sobre la débil implantación del psicoanálisis hoy y aquí, no comparto la hipótesis que lo atribuye a la resistencia del medio. No quiere esto decir que yo desconozca que el medio es resistente, desde luego lo es. Lo que me llama la atención es la homogeneidad del enunciado “el medio es resistente” con aquel que atribuye toda la resistencia en el análisis a los analizantes. Que uno y otros resistan no debería sorprender a nadie: resiste el discurso y los psicoanalistas también resisten. Me parece que es con la propia resistencia con lo que cada quien puede operar como medida imprescindible para tratar de la presencia del psicoanálisis en el mundo.
Sabemos que, desde el principio, despertó la desconfianza, el temor, la burla y la irrisión. Plantear la existencia de la otra escena en el reino del Yo debe, necesariamente, provocar reacciones intensas -como ha sido el caso a lo largo y a lo ancho de la historia- aunque también hay que decir que ha tenido valedores de gran peso intelectual y una indudable influencia en el mundo de las artes. No es ése el caso hoy. Para seguir avanzando debo decir que, a mi modo de ver, el lugar deseable para el psicoanálisis, no está en el centro de la cultura, sino que estaría más acorde con su potencialidad subversiva situarse en un margen. (Matizaré este punto más adelante).
Sucede que, aquí y ahora, se puede decir que está más allá de los márgenes, casi fuera del campo, lo que es muy otra cosa ya que atenta a la posibilidad de transmisión y de progreso en la producción teórica.

Hay, sin duda, una relación entre el lugar que ocupa el psicoanálisis en una cultura y la posición que toman los psicoanalistas en la misma. Para empezar se puede reconocer en el psicoanalista sabelotodo una figura más abundante de lo que sería de desear. Para éste y, a pesar de las severas advertencias de Freud en sentido contrario, el psicoanálisis es una “Welstanchaung“, una concepción del mundo, un todo-terreno hábil para transitar por cualquier territorio. Se hacen hasta predicciones que desmienten que quien las hace sepa que, si bien se puede reconstruir un camino que parte del síntoma para llegar – tras no pocos meandros- al fantasma que lo causa, no se puede, sin embargo, hacer el camino en sentido contrario. Dicho en palabras llanas, nadie sabe en qué adulto se convertirá un niño aquejado, como todos, de unos padres que fallan. El psicoanálisis como método y como teoría no debe cumplir las funciones de decodificador, aunque esa sea la demanda que recibe de lo social que no se distingue en eso de la demanda del consultante: -“explíqueme, déme sentido”-. -“Explique, de sentido”-.

Hay, a mi modo de ver, una correspondencia estricta entre la posición que quiere atribuir a un psicoanalista un saber sobre “todo” y las manifestaciones de algunos psicoanalistas que parecen creer que tienen un instrumento para dar razón de cuanto ocurre en el mundo. Se puede decir que hay un fantasma compartido desde ambos lados: es la esperanza de que “todo” se pueda decir, que “todo ello” se pueda explicar.
Si esta es una cara de la moneda de la presencia de los psicoanalistas en la cultura, no es desde luego, la única: hay muchos que trabajan, regularmente, fuera del dispositivo tradicional y reciben ahí otra versión de la misma demanda: se les piden técnicas que reduzcan el malestar que promueve la cultura en nuestro tiempo. Este malestar está presente, por ejemplo en las múltiples versiones de lo que se llama “familias desestructuradas”: encontramos sujetos perdidos en la miseria económica y en la desesperanza moral, oímos hablar de niños que afirman que de mayores quieren ser delincuentes porque ése es el mejor futuro que se les alcanza imaginar. No voy a hacer un catálogo de situaciones de pobreza, soledad y desesperanza, baste con decir que el margen, aquello que se consideraba lo marginal de la sociedad y por ende de la cultura se ha ensanchado mucho y parece tender a seguir creciendo peligrosamente. Ahí en ese espacio creciente algunos psicoanalistas trabajan como clínicos y también en lo que se conoce como tareas de formación: supervisiones, asesorías, cursos, etc. Trabajan con los que trabajan en ese margen: psicólogos, educadores, maestros, profesores, enfermeros, cuidadores, personal de limpieza, trabajadores sociales… Todos ellos, sometidos a una enorme presión, piden recursos: qué hay que hacer, cómo y cuándo hay que hacerlo.

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Psicoanalistas en la ciudad.

Pilar Gómez

De críticas y resistencias


Siete críticas habituales al psicoanálisis y a la cura analítica
Manuel Baldiz

(Fragmento ligeramente modificado del capítulo 10 del libro “El psicoanálisis y las psicoterapias”, Biblioteca Nueva, colección Diván el Terrible, 2007)

Las críticas que vamos a examinar y tratar de rebatir son críticas que aparecen no solamente desde aquellos que abominan de todo lo que suene a psicoterapéutico en general, sino que surgen incluso con cierta frecuencia en la boca y en la pluma de algunos representantes de las más diversas psicoterapias.
Las reduciremos a siete:
1-Que es demasiado caro.
2-Que es demasiado largo.
3-Que no es científico ni evaluable.
4-Que lo reduce todo a la sexualidad.
5-Que lo intelectualiza todo y no tiene en cuenta las emociones y los sentimientos.
6-Que lo remite todo al pasado.
7-Que no sirve para las verdaderas enfermedades mentales sino solamente para los “problemas de la vida”.

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¿Puede el psicoanálisis ser políticamente correcto?


1.Psicoanálisis y sociedad.

La relación del psicoanálisis con la sociedad en la que analistas habitan y operan es estructuralmente conflictiva. Su naturaleza intrínsecamente cuestionadora, su vocación por poner en duda certidumbres y el constante apuntar a la falta cada vez que el narcisismo cristaliza, hacen que sus vínculos con el discurso dominante sean siempre tensos e impiden que el psicoanálisis sea aceptado por los portavoces de dicho discurso.
Cuando el psicoanálisis ha adquirido el carácter de corriente predominante en el pensamiento oficial, más que aceptado ha sido fagocitado, ya que ha sido al precio de una renuncia a los principios básicos que constituyen su núcleo ético, a saber su carácter subversivo, su naturaleza cuestionadora: lo más cortante su filo en tanto herramienta conceptual.
Así sucedió en USA, en las décadas de los 40 y de los 50. El psicoanálisis fue plenamente aceptado por la psiquiatría oficial, en la forma de Ego Psychology, porque era congruente (en sus objetivos adaptativos) con la apuesta por el “American way of life” de una medicina al servicio de la consolidación de un sistema.
Aún quedan muchas huellas de ese psicoanálisis en los tratados americanos de psiquiatría actuales basados en el sistema de clasificación de la American Psichiatric Asociation (DSMIV) – el Talbott, por ejemplo – de extenso uso en todo el planeta. Esas huellas no señalan una apertura de dichos sistemas clasificatorios a los principios del psicoanálisis, sino que al contrario, enseñan como algunos conceptos extraídos de esa particular manera de entenderlo (la Ego Psychology) han sido convertidos en una herramienta conceptual más de la línea que objetivante del sujeto.
En su intento de adaptarse, en su deseo de ser aceptado por la medicina oficial, el psicoanálisis acabó formando parte del arsenal teórico de una psiquiatría objetivante – véase “medicina basada en la evidencia”, y aplíquese a lo psíquico – y pretendidamente ateórica.

2.El Discurso Médico.

En gran medida la imagen que la sociedad tiene de nuestra práctica depende de la que le ofrece el “Discurso Médico”, cuya manifestación más clara es, por el territorio que comparte con nuestra práctica, el de la psiquiatría oficial. Es erróneo confundir dicho discurso con las personas de los médicos, ya que éstos – si bien son sus agentes – son también sus primeras víctimas.
El Discurso Médico es un instrumento de dominio de carácter ideológico, que no sirve a médicos y pacientes, sino a un sistema que apunta a su propia perpetuación. En esa perspectiva, objetiva no solo enfermedades, síntomas y signos, sino también a médicos y pacientes.
En función de sus particulares “criterios de productividad” promueve, por ejemplo, que los médicos dispongan de un promedio de cuatro minutos por paciente para pasar consulta en la atención primaria.
Los médicos no se identifican necesariamente con ese discurso. Hay ya un movimiento que responde a lemas como “queremos volver a ser médicos” o “diez minutos por paciente” que da curso a su disconformidad.

3.El problema de las resistencias

De la misma manera que puede confundirse ese tipo particular de Discurso Médico con los sujetos que son su correa de transmisión y aún sus víctimas, también puede confundirse al psicoanálisis con un tipo particular de estilo discursivo de cierto psicoanálisis. Por ejemplo, cuando un psicoanalista se presenta pretendiendo ser portavoz de un Saber absoluto, cerrado e incuestionable, y atribuye cualquier crítica que se le formula a las ya célebres resistencias al psicoanálisis.
Si el psicoanálisis se mantiene afilado, no cabe la menor duda de que generará resistencias allí donde sea aplicado. En cierto sentido, más resistencia cuanto mejor se aplique. De la misma manera que en la clínica, y como Freud lo demostrara en sus escritos técnicos, es al aproximarse al núcleo reprimido – patógeno, decía Freud – cuando la resistencia se pone de manifiesto, y su fuerza inversamente proporcional a la distancia de ese núcleo: cuanto más cerca, mayor es la resistencia. Es lógico: cuando cuestiona los criterios economicistas, cuando se opone a la objetivación de los sujetos que el discurso médico propone, o cuando apunta a la división de un sujeto unificado imaginariamente por dicha objetivación (sea el paciente, sea el médico) el psicoanálisis despierta resistencias.
Pero, como en cada cura, los analistas operamos. Pensar que la imagen negativa que del psicoanálisis tiene la sociedad, la cultura o la medicina se debe a las resistencias que genera en los potenciales interlocutores es lavarse las manos, y confundir el análisis de las resistencias con un pulso con el paciente para que renuncie a ellas es un grave error técnico. ¿Qué lo justifica, entonces, en lo que hace a la incidencia del psicoanálisis en la sociedad?
El doctor Julio Vallejo, autor de uno de los manuales de mayor circulación en nuestro medio de “Introducción a la psicopatología y la psiquiatría”, dedica el segundo capítulo de dicha obra a revisar las distintas escuelas y corrientes de pensamiento dentro de la psiquiatría, y al psicoanálisis entre otras (página 29).
Sintetiza, al final del correspondiente apartado, las críticas que “con mayor o menor razón” – son sus palabras – han incidido sobre el modelo psicodinámico, después de formular sus principios (como lo hace respecto a las demás corrientes). Aunque algunas de estas críticas son ya muy conocidas, me parece útil presentar la lista:

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Mario Polanuer