Me parece bien la idea y me gustaría, como ya intenté en mi añadido a tu reflexión, que no sólo fuera critica de los demás sino reflexiones sobre lo que no hacemos bien nosotros mismos,
Me desagradaría y además sería inoperante, a mi juicio, que quedase en cuestionar sin ofrecer alternativas.
Y eso no es fácil en el discurso analítico ya que no tiene respuestas universales. Incluso las respuestas “generales” (en el sentido de Peirce) nos colocan siempre en el límite de nuestro discurso.
Me explico un poco más. Cuando dialogamos con los discursos que se basan en el del Amo (o Maestro) más el Universitario, que son fundantes uno y dominante el otro, es muy difícil no responderle desde el mismo tipo de discurso. Y eso porque nosotros nos movemos con el discurso Histérico, como condición de la clínica, y el discurso Analítico como sostenedor de nuestro trabajo.
Es una pregunta que me he hecho muchas veces. ¿Como hacerlo desde nuestros dos discursos y no desde los otros? En el plano de doctrina algo he aportado a ello pero en la intervención en “Lo social o político” no tengo idea de como hacerlo sin que el resultado sea peor que la no intervención.
Muchas veces he escuchado intervenciones bien fundadas de colegas prestigiosos, pero el efecto producido es “leído” desde dicho Social como una intervención de “Antropología Trasnochada”. Algo así como le pasó a Freud con “Tótem y tabú”
Una pequeña respuesta que me he dado a veces es que hay que “pinchar” un poquito la subjetividad actual. Y cuando digo pinchar no me refiero a “interpretarla”, que no suele servir de nada. Sino que voy en la línea de mantener algo abierto, marcar algunos imposibles que los ideales se empeñan en sostener, y como tú muy bien marcabas, la cuestión de la falta.
Si clínicamente el mantenerla abierta tiene ese efecto pacificador y relanzador del deseo, ¿cómo hacerlo en lo social cuando los otros dos discursos, a los que hacía mención, son como una apisonadora en su afán de suturar dicho Universo de la falta? Y sobretodo aportando objetos taponadores por no estar pasados por ella.
Un caso que me explicaron ayer es ilustrativo, una muchacha de 27 años, hija de médicos, viene tomando un antidepresivo desde los 15 años porque tiene angustia. Su pareja, que es quien me lo relata, me indica que son sus padres los que se los suministran, ni un Psiquiatra intervine ahí. Evidentemente la chica se toma por su cuenta cocaína y anfetaminas a go gó. Y cuando él le indica que vaya a terapia ella se queda sorprendida porque eso “no sirve para nada”. Obviando que este muchacho siempre desea “salvar mujeres”, lo que sí pudo escuchar es esa irresponsabilidad a la que hacía mención en mi anterior correo.
Es verdad que podríamos llevar incluso a los juzgados a estos kamicazes de progenitores, pero lo importante, mas allá del caso, que no está bajo nuestra responsabilidad (al menos de momento), es ¿cómo hacemos un agujero ahí que sirva para que al menos otros progenitores, menos salvajes, dejen un pequeño espacio al deseo de sus hijos y no gocen tanto de ellos? Que se castren un poquito estos progenitores, la mayoría de nuestra generación, que con la excusa bienpensante y políticamente correcta de los Ideales de la Educación para todos y la felicidad y el bien, gozan de los hijos muchísimo más que aquellos que tal vez los dejaban un poco en la estacada de la vida y las cosas no iban tan mal. El mundo se ha construido alrededor del deseo creado por dicho Universo de la falta. Ese goce es el que se vuelve muy mortífero y es el que desean aplacar por la vía de la intervención en lo real del cuerpo. Es decir, por la vía de aplacar al organismo que hay bajo el narcisismo. ¿Y qué vemos? que el goce (pulsión freudiana) sigue haciendo estragos. Esperemos que en este caso no intervenga otro y meta neurolépticos para domesticarla.
Carlos Bermejo