Niños, vínculos y desconfinamiento

Javier Bolaños, Julieta Lucero (LEAP y Fundación Salto)*

El confinamiento ha dejado en evidencia, al contrario de lo que podía suponerse, que podemos soportar más amablemente la distancia que la cercanía. Lo más llamativo de esto es que, si se pensaba el vínculo con el otro como lo que definía intrínsecamente al ser humano, tal vez hoy debamos, a partir de los últimos acontecimientos, poner en cuestión la vigencia de dichas nociones. Es más, tal vez la distancia pueda, en algunos casos, como hemos observado, oficiar de solución. Es que —también lo hemos presenciado— la necesidad, o el empuje incesante al vínculo, puede llevar a lo peor.

Es posible pensar que se avecina una era donde los lazos con el otro adquirirán un nuevo estatuto. De hecho está sucediendo: la planificación de un futuro sostenido en lazos virtuales; habrá más tiempo y más espacio para enfrentarnos a la pregunta de qué va a hacer cada uno consigo mismo. Precisamente el trabajo del psicoanálisis con niños nos enseña al respecto: la incitación a que un niño salga de su soledad y establezca lazos, ¿conduce necesariamente a que haga algo con el otro? Debemos repensar el para qué de un vínculo. Y al preguntarnos el para qué, nos preguntaremos también por el cuándo. No solo está comprometido el espacio en nuestro porvenir, sino que del mismo modo lo está el tiempo. La percepción que hemos tenido sobre este último se halla notoriamente en jaque.

Pensar el destino del quehacer con uno mismo, que indefectiblemente tiene consecuencias en lo que se hace con el otro, se vuelve crucial cuando vislumbramos que los niños de hoy probablemente sean educados por máquinas. Y, quizás, el problema no sea la intervención de una máquina en la vida del niño, sino que, al ser esta quien estaría encargada de gran cantidad de actividades con él, habría aún menos posibilidades, en términos de espacio y de tiempo, de que padre y madre sean quienes incidan en la orientación de la vida de su hijo. Es ineludible contar con padres atentos a efectuar esta tarea.

En concreto, la salida de este confinamiento es un momento oportuno para advertir, en cada caso, tanto lo que realmente hemos perdido en  circunstancias críticas como estas que atravesamos con el COVID 19, como también lo que, tal vez sin saberlo, continuamos reproduciendo. Un ejemplo habitual en este sentido son los problemas de conducta de nuestros niños que parecen resultar inabordables para los padres, al menos en nuestras latitudes, desde mucho antes del confinamiento.

En este escenario, más que pensar en lo que podrá recuperarse al culminar el encierro, sostenemos esencial definir cómo se va a continuar y, a la vez, dónde se va a detener cada uno. La ubicación clara del lugar de cada uno es la que se ha desdibujado. A eso nos referimos con la pregunta sobre qué hace cada uno consigo mismo. Incluso se trata de analizar qué tiene confinado cada uno y qué hacer con ello.

En este sentido, el trabajo con límites, operación que atañe también a padres y a hijos, permite esclarecer dónde se encuentra cada uno en relación al otro. El psicoanálisis es precisamente una praxis que se dedica a establecer, con alguien, la distinción entre los límites en los que se juega una vida y lo que está más allá de ella.

Agregamos algunas puntualizaciones más. Consideramos de vital importancia para la vida del niño, y no menos del adulto, crear espacios, y destinar tiempo, para la emergencia de estos planteamientos, puesto que, ahora más que nunca, las estructuras habituales en las que nos apoyábamos para funcionar se han visto sacudidas, cuando no desmoronadas, por la pandemia. El vínculo con el otro, en consecuencia, ya no podemos, ni debemos, darlo por hecho. De manera que cada uno tendrá que abocarse a la tarea de producir nuevas soluciones y los vínculos entre ellas, a partir de la conformación de nuevos límites. 

Nuestra pregunta, casi urgente, considerando las alteraciones sociales y económicas que la pandemia introdujo en nuestro modo de vivir, y de vincularnos, se reduce a precisar qué hacer con los niños en este contexto. 

Arriesgamos una primera respuesta: a un niño, probablemente, no deba protegérselo de los límites, que son los suyos, por supuesto, porque así solo prolongaremos su estado de ingenuidad al respecto; en su lugar, tal vez debamos acompañarlos a advertir cuáles son los mismos, cuáles de ellos lo constituyen en concreto, y cómo, con eso, establecer su vida con otros.

Javier Bolaños, Julieta Lucero (LEAP y Fundación Salto)

*NB.: Este artículo es producto de las reuniones de trabajo con Román Pérez Burin y Ana Molinaro Maturano, de Intervenciones en la infancia (Espai Freud).