- Publicado por Marta Berenguer. Autor de las fotografías: Albert Roig.
Con tan solo 15 años una hermana le regaló un libro de Sigmund Freud. Años más tarde se encontró con el texto de Jacques Lacan mediado en gran parte por Oscar Masotta. Seguramente por ese entonces ni tan siquiera sabía que años después recibiría la batuta de una institución mundial que reúne siete escuelas ubicadas en países tan dispares como España, Francia, Argentina o Brasil con el objetivo de promover el desarrollo del psicoanálisis en el mundo. Miquel Bassols, psicoanalista en Barcelona, ha sido proclamado recientemente en París Presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Desde La Casa de la Paraula hemos querido conversar con él, entre otros temas, de su encuentro con esta práctica, del diagnóstico actual del psicoanálisis lacaniano y de algunos de los retos a los que se enfrenta el mundo contemporáneo.
Usted cuenta en el libro ‘La regla del juego’ que su encuentro con el texto del psicoanalista Jacques Lacan fue lo más parecido a una experiencia traumática: el encuentro de algo que no se comprende pero que a la vez toca lo más íntimo del ser. ¿Cómo percibe ahora después de tantos años ese cruce con el psicoanálisis?
Sigo recibiendo los ecos, las resonancias de ese encuentro. El encuentro con Lacan para mí fue, en efecto, el encuentro con un texto. En el contexto de la Barcelona de los años 75-76 en la universidad casi no se hablaba de psicoanálisis, o muy poco, menos todavía de Lacan, por lo que el encuentro con ese texto -después del de Freud- tuvo para mí un efecto muy fuerte, muy disruptivo que tocó algo de mi experiencia de adolescente. En ese momento yo tenía 15 o 16 años y la dificultad para comprender el texto me hizo entender que ahí había algo por descifrar y que valía la pena descifrarlo. Funcionó como una interpretación muy enigmática sobre puntos que en mi experiencia subjetiva eran también centrales. Visto en perspectiva con lo que ahora sabemos y elaboramos sobre el trauma en Lacan, decir que el encuentro con su texto fue traumático no es nada excesivo. Puede parecer excesivo en el sentido común de la palabra pero si entendemos el trauma como el encuentro con lo más inesperado, con un real vehiculizado por el lenguaje -como puede ser a veces la lectura de un poema, de una novela o de una frase dicha en la vida de una persona que ha marcado su destino- no lo es. Para mí ese encuentro fue algo de un orden radicalmente nuevo, inédito. El texto de Lacan no vino de cualquier manera, ya había una cierta pre lectura de lo que él abordaba. Por supuesto que eso tenía su contexto también en otras lecturas como las de Freud. Pero así como Freud formaba parte del campo del saber, aunque fuera incluso del saber universitario, el texto de Lacan vino desde otro lugar, un lugar radicalmente distinto, para mí tuvo el efecto de una verdadera interpretación. Esto necesitó de un acompañamiento después con muchos colegas y con personas que me orientaron en la lectura de Lacan.
Supongo que Oscar Masotta tuvo un papel importante en ese descubrimiento. ¿Actuó de mediador del texto de Lacan? ¿Cómo fue ese encuentro?
Me parece bien la expresión mediador porque para muchos de nosotros, aquellos que en esa época nos encontramos con el psicoanálisis lacaniano, fue exactamente eso. Nos puso en contacto con un texto que había tenido un efecto muy fuerte para él mismo y nos permitió empezar a trabajarlo, a elaborarlo, a leerlo con un estilo muy particular de Masotta quien tenía una formación muy amplia desde la filosofía, la lingüística o el mismo psicoanálisis. Nos lograba transmitir un discurso totalmente distinto a lo que podíamos encontrar en la universidad. Nada que ver con la exposición de un saber sino con causar un deseo de descifrar el texto. En ese sentido podríamos decir que Masotta fue mediador de la transferencia con el texto de Lacan, de mostrar que en el texto de Lacan había algo muy valioso que había que descifrar. De 1975 a 1979 un grupo de gente estuvimos alrededor de Masotta. Fueron pocos años, ya que en el 79 murió, pero eso bastó para que dejara una marca indeleble de esa transferencia con el texto de Lacan. Como ha dicho alguna vez Jacques-Alain Miller, Masotta es el punto cero del lacanismo en lengua castellana. Realmente, se puede considerar así para muchos de nosotros.
¿Si Oscar Masotta no hubiera pasado por Barcelona la historia del psicoanálisis lacaniano en España sería diferente?
Hubiera sido, sin duda, diferente. En ese momento en España había algunos vínculos pero muy pocos con el psicoanálisis lacaniano. Vínculos muy escasos o en todo caso muy poco elaborados. De modo que sí, yo siempre he dicho que, en efecto, fue una suerte de malentendido sintomático el que permitió que el psicoanálisis lacaniano tuviera que venir desde el otro lado del Atlántico y no a través de los Pirineos. Creo que si Masotta no hubiera estado aquí hubiera sido una historia muy distinta, sin duda.
¿Para qué diría usted que puede servir a alguien pasar por una experiencia de análisis?
Una primera respuesta muy general: para llegar a saber algo de aquello que lo determina en su vida. Para llegar a saber algo de lo que llamamos el inconsciente y que supone una serie de enigmas para cada sujeto. En ese sentido somos un poco como los egipcios, para quienes sus enigmas lo eran en primer lugar para ellos mismos. El inconsciente es el enigma que atraviesa la vida para cada sujeto y que, según el aforismo de Lacan, está estructurado como un lenguaje. Eso permite leerlo y descifrarlo. La experiencia analítica no es solo una experiencia de desciframiento también es una experiencia libidinal donde se juega el deseo, el goce, la satisfacción pulsional de cada sujeto y que modifica de manera radical la relación que uno tiene con esa instancia libidinal, con la pulsión y con el lenguaje mismo. Diría que es en este sentido una de las experiencias éticas más radicales que pueden hacerse. El nacimiento del psicoanálisis es sobre todo el nacimiento de una experiencia ética de la relación del sujeto con su deseo, con los otros, con el goce, con su satisfacción, con su síntoma y con su sufrimiento para hacer con él algo más que querer, simplemente, borrarlo del mapa como si fuera algo inútil. En todo caso se trata de saber encontrar la utilidad de lo que parece más inútil. La extraña satisfacción que habita en el síntoma puede parecernos inútil pero sin duda encierra algo que, una vez descifrado, se nos muestra como muy útil para poder vivir mejor.
Eric Laurent relata también en su testimonio en ‘La regla del juego’ una definición de Lacan del inconsciente como una ciudad. Lacan trabajaba al alba y dijo esto: “Podía ver Baltimore por la ventana y era un instante muy interesante, todavía no había amanecido. Un letrero de neón me indicaba a cada minuto el cambio de hora; naturalmente había mucho tránsito y yo observaba que todo lo que podía ver, excepto algunos árboles lejanos, era el resultado de pensamientos, de pensamientos activamente pensantes, de allí que el rol que interpretan los sujetos no era completamente claro […] La mejor imagen para resumir el inconsciente, es Baltimore al alba. ¿Dónde está el sujeto? ¿Es necesario colocar al sujeto como objeto perdido?”.
¿Lacan era un poeta?
Cuando a Lacan le dijeron que era un poeta dijo que no, que él era más bien un poema. Es una muy buena manera de responder porque quiere decir que un poema hay que leerlo y descifrarlo. Uno, en cualquier caso, es el efecto de ese poema y Lacan, cuando decía eso, se captaba a él mismo como el efecto del poema que transmitía en su relación con el lenguaje. Hay momentos en Lacan que tienen esa fuerza poética, de la poiesis en el sentido de creación, que son realmente impresionantes.
Me he referido algunas veces a este párrafo porque me ha parecido muy enigmático. Por un lado porque sitúa al inconsciente en el exterior; no lo sitúa en el interior, mucho menos en el cerebro ni en ninguna parte del organismo. El inconsciente finalmente tiene poco que ver con lo que llamamos “lo psíquico”. Sé que esta afirmación puede parecer muy extraña pero es una fórmula para empezar a introducirse en el inconsciente tal como Lacan lo sitúa: el inconsciente tiene que ver con la lógica y con el lenguaje que, de entrada, nos vienen del exterior.
Sin duda una de las formaciones más importantes de la civilización es lo que llamamos la ciudad. Una ciudad es también un conjunto de sueños, de fantasmas, de producciones del lenguaje, de órdenes y desórdenes del goce operados por el significante. De modo que situar al inconsciente en Baltimore de buena mañana es ya una manera de situarlo en aquello que nos es exterior pero que nos toca en lo más interior de nosotros mismos. En este párrafo hay, a la vez, la idea de las luces que están parpadeando, tintineando, en el alba y que hacen presente una discontinuidad. No es una foto fija, es algo que introduce una aparición y una desaparición que nos acerca a la idea lacaniana de sujeto. Un sujeto que en relación al inconsciente aparece y desaparece, que está en fading para tomar el término que Lacan utiliza algunas veces. Es cierto que el momento del alba, como el del atardecer, pueden ser momentos muy propicios para la poseía, y a la vez son momentos muy impactantes en algunas culturas. Son incluso momentos de caída depresiva o de gran exaltación porque en esos momentos aparece y desaparece esa representación del sujeto, algo se desvanece o algo reaparece; se da ahí una suerte de fort-da, de aparición-desaparición del sujeto en el lenguaje.
No es casual que esa frase Lacan la diga en Baltimore, en Estados Unidos, una cultura que encontró muy cerrada a la dimensión del inconsciente que él quería transmitir y que estaba elaborando. Su definición del inconsciente es una manera de introducir algo de la división subjetiva en el corazón mismo de la civilización y de las ciudades en las que vivimos. Generalmente pasamos sin percibirla, vivimos durmiendo ante esa dimensión del inconsciente pero de repente nos encontramos con síntomas, con momentos de malestar, momentos en los que aparece algo inesperado, momentos traumáticos donde algo de esa dimensión del inconsciente se nos hace presente. Pues bien, uno puede dejarlos pasar de largo o puede interesarse un buen día en descifrar qué es Baltimore al alba para él mismo.
Usted tiene un libro que tituló ‘Tu Yo no es tuyo’. ¿A quién pertenece ese Yo? ¿Por qué eligió este título?
Como decía Rimbaud a quien Lacan cita en varias ocasiones: Yo es otro. Ese yo se construye a partir del Otro. El psicoanálisis, a diferencia de la psicología, empieza distinguiendo el yo del sujeto. El yo nos viene y se forma a partir del Otro. Fue por ese sesgo y con el famoso estadio del espejo como Lacan se introdujo en el psicoanálisis. Eso que llamamos yo, eso que llamamos la personalidad, eso que ahora también se llama la cognición -término que se ha confundido con el sujeto del cogito cartesiano– no son más que nombres del yo como distinto al sujeto del inconsciente. La frase en castellano ‘Tu Yo no es tuyo’ juega con el lenguaje para designar eso, intenta marcar esa diferencia, ese punto de fractura entre el sujeto y el yo. Ahora que hablamos de la personalidad, de trastornos límite de la personalidad, se puede decir que en realidad el yo, la personalidad, es ya un límite, una identidad que siempre es frágil y que está en cuestión por esa división del sujeto que introduce el inconsciente freudiano y que Lacan reelabora de distintas maneras. Lacan no se va a quedar con la idea de sujeto dividido por el lenguaje sino que va a introducir al final de su enseñanza la noción de sinthoma, el síntoma trabajado por lo más singular en cada sujeto del goce pulsional, para marcar esa división subjetiva desde otra vertiente, desde la vertiente libidinal.
En su experiencia en la clínica y las palabras que escucha nos podría vislumbrar ¿cuáles son los principales malestares del sujeto contemporáneo?
Cuando uno se detiene y escucha el malestar de cada persona se da cuenta muy pronto de que no hay un malestar igual a otro, que el malestar, el síntoma, el sufrimiento, es lo más singular que hay en cada sujeto. En ese sentido, de entrada, deberíamos decir que no hay un malestar igual a otro: a cada sujeto su malestar. Con todo, es cierto que podemos hablar de formas del malestar contemporáneo que aparecen con más frecuencia. Se habla ahora de la angustia bajo el término de ataques de pánico. La clínica de la angustia es algo que encontramos como una epidemia silenciosa cada vez más extendida. Los efectos depresivos, sin duda, también son otras formas en las que aparece ese malestar. Pero si vamos un poco más allá de la fenomenología en seguida nos damos cuenta de que en un punto u otro el malestar de cada sujeto se sitúa con respecto a dos elementos fundamentales que son los que el psicoanálisis descubrió como los ejes de coordenadas de todo síntoma: la sexualidad y la muerte. Cómo experimenta cada uno su relación con el goce sexual, con la no relación entre los sexos, por una parte, y cómo experimenta la relación con su ser mortal, con el hecho de ser mortal, afirmándolo, negándolo, evitándolo, intentando engañar a lo real de la muerte… El síntoma se vincula siempre con esos dos elementos fundamentales. Si somos mortales es porque hablamos y tenemos noticia de ese ser mortal a través del lenguaje. Por la otra parte, encontramos siempre los malestares vinculados al goce y a la sexualidad en sus distintos ámbitos y perspectivas.
¿En una sociedad de transparencia ya no total sino totalitaria la subjetividad, la intimidad del propio sujeto, está en grave peligro?
En las sociedades democráticas occidentales hay un ideal de transparencia que, en efecto, se debate entre ese ideal y la necesidad de mantener la privacidad del sujeto. Es una contradicción insoluble que estamos viendo a nivel político, a nivel social y también a nivel educativo. En todos los ámbitos culturales y sociales esa contradicción entre el ideal de transparencia y la necesidad de preservar la privacidad del sujeto entra en contradicciones, en fricciones continuas y produce toda suerte de problemáticas, de síntomas, distintas formas de malestar. Este ideal de transparencia se acerca mucho al ideal de control social bajo la imagen de lo que fue el panóptico de Bentham, es decir, de una mirada que lo está controlando todo desde un lugar virtual. No sé si es una leyenda urbana, pero recuerdo una imagen captada en la ciudad de Barcelona, en la plaza George Orwell, donde justo al lado del cartelito del nombre de la plaza aparecía una cámara de vídeo que, por supuesto, estaba destinada a vigilar a los ciudadanos que pasean por ese lugar de la ciudad.
Precisamente la plaza George Orwell es la primera plaza de Barcelona donde se instaló una cámara de vídeo vigilancia.
No lo sabía pero ya es un antecedente de la paradoja en la que vivimos; la paradoja de un ideal de transparencia que se pone rápidamente en contradicción con la preservación de la intimidad que, por otra parte, está cada día más en peligro. Suelo citar la frase de El Roto: “por razones de seguridad no hay seguridad”. Nos pasamos el día en un laberinto de códigos, passwords, todo tipo de contraseñas para preservar lo más íntimo y privado y resulta que en cualquier momento todo eso se deshilvana y lo que parecía más resguardado de la intimidad aparece al descubierto, a cielo abierto. A la vez, nos encontramos con el fenómeno inverso: hay también una extraña satisfacción en hacer aparecer la intimidad en lo más público. Evocaba hace poco en un artículo publicado en el suplemento Culturas de La Vanguardia el lapsus de Scarlett Johansonn haciéndose esa selfie que seguirá dando vueltas al mundo durante siglos y que supuso un verdadero acto fallido al hacer aparecer su intimidad en lo más público. Ahí, sin duda alguna, hay un goce, en el que muestra y en el que mira. Pero no debemos olvidar que para el psicoanálisis lo íntimo no lo es solo para el otro sino que es sobre todo íntimo para uno mismo. Lacan tomó de San Agustín una expresión muy bonita, interior intimo meo: lo más interior de mí mismo que de tan interior me es desconocido, ignorado. Es frente a esa intimidad donde nos jugamos el pellejo y la verdad de la relación con los otros y con nosotros mismos. Frente a eso hay que decir que mantenemos siempre una posición hipócrita. Exigimos ser transparentes pero a la vez queremos ocultar. Cuanto más transparentes nos ofrecemos al otro más nos ocultamos, y al revés, cuanto más opacos más hacemos aparecer lo que no queríamos que apareciera. El inconsciente juega con esa intimidad de tal manera que las reglas de juego entre el ideal de transparencia y la preservación de la intimidad ya no funcionan. Desde la perspectiva del psicoanálisis es una paradoja imposible de resolver y es más bien en sus intersticios, allí donde falla ese buen control de la transparencia y de la intimidad, donde aparece la verdad del sujeto: en sus síntomas, en sus lapsus.
¿Qué es un lapsus?
Por ahí empezó Freud a escuchar el inconsciente como un efecto de lenguaje. Es aquello que nos traiciona en la intimidad, es nuestro hacker más ingenioso. Es aquello que hace aparecer algo que yo no quería decir pero que acabo diciendo en una verdad más allá de lo que yo pensaba decir. Esa intimidad es la que importa y la que está en juego en la verdad del inconsciente. Si uno escucha así los discursos sociales, incluso los políticos, lo que hace aparecer el goce del sujeto es esa intimidad no calculada, esa intimidad opaca para el propio sujeto que es efecto de su inconsciente.
¿De dónde le viene su afición por la lectura de clásicos de la literatura catalana como Ausiàs March o Ramon Llull? ¿Qué relación tienen estos autores con la palabra?
Son precisamente dos autores para quienes la relación con la palabra y con la letra es fundamental. Son también dos textos que me atravesaron, y no fue por un interés especial por la literatura. Diré mejor que tanto Ausiàs March como Ramon Llull me encontraron trabajando con la palabra y con la letra. Para mí había un interés previo en conocer la historia de mi lengua materna, la lengua que me habla de manera más cercana y que es el catalán. Interesándome por la lengua llegué a encontrar en esos dos autores temas muy interesantes para el estudio del psicoanálisis, para la experiencia analítica.
Ausiàs March tiene una particularidad que ha sido señalada y estudiada. En pleno siglo XV, alguien al estilo de François Villon en Francia, introduce una dimensión distinta de lo escrito en la tradición trovadoresca y juglar. Se puede decir que lo escrito empieza a tomar en su obra un lugar primordial en la elaboración de la lengua. En Ausiàs March se ve que ya no se trata de la poesía cantada de los trovadores y de los juglares sino que empieza a haber un texto que se dirige en primer lugar al sujeto mismo que es su autor. Es una letra que empieza a tener un valor de mensaje para el sujeto mismo. En ese sentido Ausiàs March es un momento muy original en el sentido más fuerte de la palabra, no sólo por el cambio que supone en el discurso del amor sino porque marca un origen en la relación del sujeto con la letra, con la escritura de la palabra de amor, con la letra que se escribe en la palabra hablada. Es un tema de largo recorrido en la enseñanza de Lacan.
Por otro lado, está Ramon Llull, autor polifacético donde los haya. Mi encuentro con el texto de Llull fue también un encuentro hecho de contingencias, a través de ‘El llibre d’Amic e Amat’ en primer lugar. Se considera a Llull el padre de la literatura catalana, parece ocupar el lugar del Nombre del Padre para la lengua y la cultura catalana. Si algo me interesó en mi lectura de Llull fue precisamente la relación de la lengua con el Nombre del Padre. Sin duda, eso tiene también que ver con mi historia y con mi encuentro con el psicoanálisis. Llull es un autor en el que hay continuamente una reflexión sobre el lenguaje, sobre la significación, sobre el signo, sobre la letra, sobre lo escrito. Su preocupación por intentar entender qué es el lenguaje es continua hasta el punto de que entiende el lenguaje del Ars magna como algo que le ha sido transmitido por revelación divina. Se trata en realidad de una revelación de la estructura misma del lenguaje. Mi interés por Llull, pues, no ha sido un interés literario ni filosófico sino un interés por la experiencia subjetiva de alguien que escribe sobre su relación con el lenguaje, con la palabra y con la letra, siempre marcada por los arrebatos del amor y del goce, por la ‘amortificació’, como escribe en un precioso neologismo. En la experiencia de Ramon Llull hay momentos realmente dramáticos, de crisis subjetivas muy interesantes de estudiar. Tanto Ausiàs March como Ramon Llull me vinieron así, no los fui a buscar, pero en esos encuentros me di cuenta de que eran textos de trabajo de gran interés para la experiencia analítica y para lo que yo aprendía del psicoanálisis.
Le han llegado así muchos libros, parece. Freud le llegó gracias al regalo de una hermana.
Sí, las mejores lecturas son las que uno encuentra de manera imprevista. Mi primera lectura de Freud fue gracias a mi hermana que me regaló ‘La psicopatología de la vida cotidiana’. Me pareció un libro absolutamente fascinante y en seguida me puse a indagar en la lectura de sus otros textos. También un texto, como el propio lenguaje, nos viene de fuera. Un día nos atrapa algo y nos atraviesa. Ante eso hay dos posibilidades: una es dejarlo pasar; otra no dejarlo pasar, agarrarlo y ver hacia donde te lleva. A mí me ha llevado a practicar y trabajar el psicoanálisis. Para mí fue principalmente una experiencia de palabra y de lenguaje. En realidad el psicoanálisis es eso: una experiencia de palabra. No tenemos otro instrumento y trabajamos a través de la palabra. Por lo tanto todo lo que sea estudiar seriamente y hasta el límite de lo inefable la relación del sujeto con el lenguaje es algo que nos conduce inmediatamente a lo más vivo de la experiencia psicoanalítica.
Hablando de lenguaje y de palabras… Un poeta que usted también cita a menudo es Gabriel Ferrater. ¿De él también le llegó un libro suyo o lo fue a buscar?
Sí, otro que me cayó encima en la misma época. Gabriel Ferrater ha sido de los mejores estudiosos del lenguaje que hemos tenido en este país. Quien lea a Gabriel Ferrater en serio podrá defender muy bien esta idea también. Como lingüista estaba preparando una gramática generativa del catalán que hubiera sido realmente una obra importante. Ferrater era alguien que tenía también una lucidez sobre la estructura del lenguaje. Siempre me he preguntado cómo es que Ferrater no se encontró con el texto de Lacan porque tenía casi todas las coordenadas para hacerlo: conocía el estructuralismo, fue uno de sus introductores en España, conocía a Lévi-Strauss, era un apasionado lector de Freud. Un día le pregunté a Dolors Oller, una de las personas que estuvo muy cerca de Gabriel Ferrater, si ella sabía por qué no se había encontrado Ferrater con Lacan. Me dijo que no lo sabía pero es una verdadera pregunta. En todo caso, aunque Gabriel Ferrater partiera de una perspectiva más chomskyana y de la gramática generativa, muchas de sus ideas en seguida se ponen en contacto con el Lacan de los años 50 y con la idea de una estructura del lenguaje que determina al sujeto, en una concepción nada ‘psicológica’. Del sujeto de la palabra. ‘No debemos creer lo que se nos dice pero debemos saber escuchar lo que se nos dice a través suyo’, escribe en su prólogo al ‘Nabí’ de Josep Carner. Tenía intuiciones sobre el lenguaje impresionantes. Gabriel Ferrater me llegó sobre todo a través de la poesía. Así como él dice al principio de ‘In memoriam’ que se encontró con la poesía gracias a ‘Les Fleurs du Mal’ de Baudelaire, para mí fue ‘Les dones i els dies’ de Gabriel Ferrater lo que me hizo encontrar con la poiesis de la palabra. Y fue otro gran mazazo del lenguaje con el que hice lo que pude. Ahora se está recuperando a Gabriel Ferrater y yo me alegro, no porque se le esté colocando en su lugar; más bien Ferrater era un outsider dentro de la literatura y de la cultura catalana, pero sí es una oportunidad para que mucha gente se pueda encontrar con su texto, con su poesía, también con sus estudios sobre lenguaje y sobre arte que son igualmente excelentes y siguen teniendo toda la vigencia.
Pasemos del lenguaje escrito al lenguaje musical. En su banda sonora favorita seguro que encontramos varios temas de Chet Baker o Miles Davis. ¿Una sesión psicoanalítica tendría algo de jam session?
Hay una disciplina en la música que se llama improvisación dirigida. La encuentro una disciplina muy interesante en la que se trata de improvisar, hacer una jam session diríamos en términos jazzísticos, para intentar deducir del azar de una improvisación ciertas leyes internas, no para seguirlas sino para escapar a ellas. Es como intentar hacer una lawless sequence, es decir, una secuencia sin ley para, a partir de ahí, deducir algunas leyes. Tiene mucho que ver con lo que es la asociación libre en una sesión de análisis. Allí pedimos al sujeto que diga todo lo que se le ocurra sin dirigir su atención a nada en particular para ver después cuales son las leyes internas que se deducen de ese discurso aparentemente azaroso. Es todo un tema de debate que de hecho introdujo Eugenio Trias muy bien en sus últimos libros sobre el tema del lenguaje musical. Tuvimos la ocasión de debatir con él en la Biblioteca de la Escuela, de la que fue de hecho uno de sus socios fundadores.
¿Qué relación hay entre lenguaje y música?
No es simple. No creo que se pueda hablar de lenguaje musical en el sentido fuerte. Eso habría que discutirlo pero creo que es un problema que hay que abordar sin el prejuicio de que la música es la expresión de sentimientos, de un sentido o de un significado. No, la música es algo que escapa a esa lógica y que introduce algo distinto. Sin duda la música no existiría sin el lenguaje. La idea de que la música es anterior al lenguaje es uno más de los mitos que se generan con respecto al falso problema de los orígenes del lenguaje. En todo caso lo que hay que ver es qué puntos de intersección hay entre lo que llamamos la experiencia musical y la experiencia del lenguaje. Hay algo así en lo que Lacan elabora al final de su enseñanza cuando lleva la idea del lenguaje hacia lalangue. Lalengua no es el lenguaje como estructura simbólica ni la lengua en su sentido lingüístico sino que se trata del laleo que constituye el sonido mismo de la lengua: aquello que es su materia fónica más real, el substrato gozante de la lengua como tal. Es con ese laleo con el que el sujeto trabaja también en su experiencia analítica. Es por eso que un análisis no puede hacerse por escrito, tiene que hacerse con la palabra hablada, pasando por esa relación con la lengua en tanto materia fónica que atraviesa el cuerpo y que resuena en el cuerpo. Desde esta perspectiva el sujeto que habla en análisis está atravesado por la música de su lengua, por las resonancias y los ecos de la propia lengua. Cada sujeto tiene su propia lengua, su propia música, sus propias resonancias de las palabras que han ido sedimentándose en su historia. Un análisis es el recorrido, lo más exhaustivo posible, por las resonancias de la lengua sobre el cuerpo. Lacan tiene una definición de pulsión muy curiosa que últimamente se está citando bastante: la pulsión como el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. La pulsión es lo que ha impactado en mi cuerpo de la lengua de los otros, por supuesto de mis padres, mis familiares, mis parejas, de cada una de mis experiencias subjetivas. La pulsión sería pues la resonancia en mi cuerpo de ese laleo del lenguaje, de esa lalangue que es singular para cada sujeto. Ahí yo encuentro, en efecto, un acercamiento a lo que podríamos llamar la música de la lengua, la música del síntoma en cada sujeto.
Es bien curioso por ejemplo la primera vez que escuchamos nuestra voz grabada en un magnetófono. A menudo no nos reconocemos.
Sí, es un fenómeno que se vincula con lo que Freud llamaba lo siniestro, cuando escuchamos la propia voz grabada fuera de las resonancias que produce en nuestro cuerpo. Nos extrañamos hasta el punto de no reconocer esa voz como propia. Nos acercamos por ahí a lo que Lacan elaboró con la voz como objeto a, como un objeto que se puede separar del propio cuerpo. A veces tenemos esa percepción en momentos como el que ahora evocas y que no son ajenos a la experiencia de lo siniestro que Freud ya elaboró en su momento: lo más familiar y lo más extraño a la vez.
Siguiendo con la música, acaba de tomar la batuta de la presidencia de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Sí. No es una metáfora. Ahí la tengo. El anterior presidente Leonardo Gorostiza, en el momento del traspaso de la función, tuvo la buena idea de regalarme una batuta que tengo aquí bien a la vista para tenerla presente.
¿Cuál sería el diagnóstico del psicoanálisis de orientación lacaniana en la actualidad?
En primer lugar debo decir que la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) es realmente una creación impresionante. Es una creación que debemos a Jacques-Alain Miller como el resultado de su trabajo sobre la enseñanza de Jacques Lacan. No se puede entender la AMP sin entender las consecuencias de lo que es la Escuela en la enseñanza de Lacan: un quinto concepto, más allá de los cuatro que aisló [inconsciente, repetición, transferencia, pulsión]. Cuando Jacques-Alain Miller crea la AMP lo hace pensándola, fundamentalmente, como una experiencia subjetiva. Por eso habla de la Escuela sujeto. De modo que no es simplemente una institución sino que intenta seguir la experiencia del sujeto de la Escuela como una experiencia subjetiva à part entière, es decir, con todas sus consecuencias. Es una apuesta muy fuerte y, en efecto, encontrarme ahora como presidente de la AMP es una responsabilidad no solo institucional, no solo de organización de un aparato muy complejo como es la AMP: son siete escuelas en distintas partes del mundo con más de 1.700 miembros. Pero no es solo eso. Lo que más importa es esa experiencia subjetiva de la Escuela que Lacan introduce como algo absolutamente nuevo, radical, no solo en la historia del psicoanálisis con respecto a la IPA [Asociación Psicoanalítica Internacional] sino también como una experiencia muy singular en nuestra civilización. La experiencia de Escuela, si se entienden bien sus consecuencias tal como Miller las ha leído en Lacan, es una experiencia ética y subjetiva de una elaboración de trabajo colectivo, en una comunidad que a mí me gusta decir, según la expresión de Maurice Blanchot, que está hecha por aquellos que no tienen comunidad; aquellos que han atravesado su identificación con una profesión, con una corporación, también con su ejercicio a partir de un título universitario. Vista desde esta perspectiva, la AMP es una experiencia inédita que requiere todo el cuidado y toda la atención en los detalles, siguiendo las consecuencias de la lógica de la experiencia de un análisis. Estamos en continuidad con eso, no son lógicas distintas.
Desde este punto de vista ¿qué diagnóstico para el psicoanálisis? Tal vez una mala salud de hierro, como se suele decir. El inconsciente se abre un momento para volver a cerrarse de inmediato, y nada asegura que no pueda hacerlo para siempre. Lacan no creía que eso fuera eterno: veremos hasta cuándo. Él sostenía más bien que la religión ganará la partida. ‘El triunfo de la religión’ es el título de un librito publicado por Jacques-Alain Miller de una conferencia de Jacques Lacan en los años 70, muy anticipadora de lo que está ocurriendo. Actualmente asistimos a un nuevo vínculo entre la religión y el cientificismo. La ciencia, lo que nos llega hoy bajo ese nombre, ha venido a ocupar en muchos casos el lugar de la religión. Pero no hay que olvidar que el psicoanálisis surgió de la ciencia moderna, que es un producto hijo de la ciencia moderna. De hecho, es más bien una hija un poco protestona que pone en cuestión algunos presupuestos previos de la ciencia del siglo XVII. En este sentido podemos decir que el psicoanálisis surgió con la polémica. La obra de Freud fue polémica, la enseñanza de Lacan ha sido polémica y en el mejor de los casos continuará siendo así. No veo cómo el psicoanálisis podría dejar de ser polémico, cómo podría dejar de ser una piedra en el zapato del mundo contemporáneo, de la cultura post o hipermoderna, como se la quiera llamar. Con todo, el psicoanálisis no es un síntoma, lo que es un síntoma de la época moderna es el psicoanalista. Se construye como un síntoma que hace retornar algo del orden de lo reprimido y que también encarna esa forma en la que el síntoma se hace presente en cada cultura: aquello que no va, aquello que se presenta siempre como un tropiezo. Lacan llamó ‘lo real’ a eso que nos hace tropezar en el saber, y ha sido el tema del reciente Congreso de la AMP. Si tenemos que diagnosticar al psicoanálisis diría que es una experiencia que tiene un gusto por lo real, un gusto por aquello que no anda, por aquello que siempre aparece como un tropiezo pero que tiene una función que también nos permite andar. Es por eso que Lacan decía que el psicoanálisis puede morir de éxito, precisamente, porque está siempre del lado de aquello que fracasa en el buen sentido de la palabra, de aquello que apunta a la dimensión del fracaso en los ideales contemporáneos. Este es ya un diagnóstico del psicoanálisis: aquello que fracasa de la buena manera, que introduce la dimensión de lo que no va en los ideales terapéuticos, en los ideales de integración, en los ideales comunitarios, en los ideales pedagógicos… El psicoanálisis necesariamente estará ahí donde algo no anda, donde algo hace síntoma para mostrar que tiene una función y que puede transformarse en lo más útil para cada sujeto. En este sentido creo que tenemos buenas perspectivas: hay tantas cosas que no andan y tantas cosas que no van a andar… Está claro que lo real va ganando terreno cuanto más lo simbólico del saber y lo imaginario del culto al cuerpo intentan atraparlo. Y también está claro que no hay ningún signo de que esa carrera imposible quiera detenerse. De modo que va a haber cada vez más problemas, es mejor saberlo. Especialmente por lo que respecta a la relación entre los sexos y a las nuevas formas de goce, las formas culturales, religiosas, que se hacen más incompatibles cuanto más nuestra civilización empuja hacia su homogenización, hacia su normalización en nombre de una supuesta eficacia.
¿Qué papel juega el psicoanalista en este escenario?
Se me ocurrió un día hablar del psicoanalista como un artificiero de lo real. Ese real del síntoma con el que tratamos es una especie de bomba que el sujeto trae a veces sin saberlo, en todo caso sin saber qué hacer con ella, con su angustia o con su malestar. Es también la bomba que hoy puede estallar en cualquier momento, en cualquier esquina de nuestra realidad. El psicoanalista es una suerte de artificiero para desactivar la bomba de lo real o para producir su explosión controlada en condiciones más o menos soportables bajo lo que llamamos transferencia. A diferencia de otras prácticas que actúan por la vía de añadir sentido a lo real, para intentar evitar esa bomba, para desplazarla segregándola finalmente a otro lugar pensando que así nos curamos de ella, cuando en realidad se aumenta así a veces su carga explosiva, el psicoanálisis actúa más bien por una reducción del sentido, per via di levare como decía Freud. Como el escultor que hace aparecer la escultura contenida en la piedra informe, se trata de hacer aparecer el objeto contenido para cada sujeto en la bomba de su síntoma, no de pretender su desaparición. Una vez desactivada de sentido, su mecanismo pierde su capacidad devastadora y puede ser utilizado para otros fines, a veces muy productivos. Con todo, no hay que ser optimistas, la especie humana se ha hecho experta en la construcción de bombas, cada vez más sofisticadas.
Veo que no trae muy buenas noticias.
La peor noticia sería que nos olvidáramos de eso. El avance del malestar en el síntoma no nos permite soñar con un optimismo de la especie humana, somos una epidemia que se quiere curar de sí misma. El psicoanálisis no es tampoco pesimista, es un realismo del objeto. Como decía Lacan de manera un tanto enigmática: ‘el psicoanálisis es la realidad’.
Conociendo este diagnóstico. ¿Qué retos le plantea presidir una asociación mundial con escuelas ubicadas en países tan diferentes como España, Francia, Argentina o Brasil?
Es una tarea que tiene su sentido si se refiere a la lógica con la que se ha construido la propia Asociación Mundial de Psicoanálisis. Hay ahora siete escuelas que se han ido creando a lo largo del tiempo. La primera fue la École de la Cause freudienne, en Francia, que Lacan apadrinó y desde la que Jacques-Alain Miller impulsó las siguientes escuelas en el marco del Campo Freudiano. Así, fruto de un largo trabajo, se han ido construyendo las otra seis: la Escuela de Orientación Lacaniana, en Argentina, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, en España, la Scuola Lacaniana de Psicoanalisi, en Italia, la Escola Brasileira de Psicanalise, en Brasil, la Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, en varios países de América Latina, y la New Lacanian School, en otros países europeos y de habla inglesa. Es una diversidad no solo geográfica sino también de la historia del lacanismo en cada país y lengua.
El problema es cómo mantenemos la unidad de la experiencia analítica sabiendo que, por otra parte, históricamente cambia. El psicoanálisis de hoy no es el mismo que el psicoanálisis de Freud. Tampoco es el mismo que el de la época de Lacan. Estamos ya en otro momento. La práctica del psicoanálisis cambia pero mantiene una unidad en su lógica que es la que hay que saber transmitir, trabajar y elaborar en la multiplicidad de lugares, de culturas, de lenguas, de tradiciones. Contamos para ello con un concepto y una experiencia muy singular que llamamos la Escuela Una, una suerte de lugar vacío que es a la vez el motor activo que se hace presente en cada Escuela a través de iniciativas y muy especialmente de la experiencia del Pase, cuyo dispositivo fue inventado por Lacan para investigar y dar lugar a la autorización del analista y a la pregunta por su producción a partir de un análisis llevado a su término. Todo ello en un mosaico de lenguas y países que tiene coyunturas y apuestas diversas. Hay que ver cómo se mantiene la unidad de la experiencia analítica en coyunturas que, aunque globalmente tiendan a homogeneizarse, son muy distintas. El reto fundamental de la política de la AMP es pues cómo articular lo Múltiple y lo Uno. Cómo articular lo múltiple de las experiencias singulares en la coyuntura de cada país con lo Uno de la Escuela en la enseñanza de Lacan que tiene una lógica muy precisa y que no se deshilvana en distintas formas, como ha ocurrido en otros momentos de la historia del psicoanálisis. Hay una especificidad del psicoanálisis que no se confunde con el paisaje variopinto de las psicoterapias y que se deduce de la enseñanza de Lacan. Aquí en España teníamos también la experiencia de un mosaico de grupos, de lenguas, de tradiciones distintas. En la ELP y en el marco europeo se ha planteado ya la cuestión de la articulación entre lo Múltiple y lo Uno, es una experiencia que he conocido y que me es extremadamente valiosa ahora. Esta articulación recorre la historia misma del Campo Freudiano fundado por Lacan. Para mí, esta es la referencia para el trabajo que voy a llevar a cabo en estos años de presidencia.
Una de las críticas que se le hace al psicoanálisis, o más que al psicoanálisis a las escuelas, es que a veces son espacios muy endogámicos. ¿Ese puede ser un peligro?
Una Escuela cerrada sobre sí misma está destinada a la extinción o a su reducción a un colegio profesional. La Escuela inventada por Lacan es más bien una suerte de extimidad, una vocación de exterioridad en el vínculo social donde se inserta. No es solo un problema de interlocución con los otros saberes sino de hacer presente el Otro social en sus distintas formas y discursos en el interior de las escuelas. En este sentido las escuelas de la AMP, cada una a su manera, tienen una gran vitalidad en actividades vinculadas con sus respectivos contextos, ya sea en el ámbito del campo de la salud mental como en el de la cultura, la ciencia, la política y los distintos vínculos sociales. Hay lo que hemos llamado la ‘acción lacaniana’ para designar distintos modos de intervención de los analistas de la AMP en la realidad social de cada lugar. La acción lacaniana lleva a cabo una política que no es una política de partido, es una política que se orienta por lo que Lacan definió como la política del síntoma en sus diversas incidencias sociales. Lo hemos visto recientemente, por ejemplo, en relación a las políticas sobre el tratamiento del autismo o también sobre la ordenación legal de las psicoterapias. Miembros de la AMP acaban de ganar una batalla en Bélgica sobre este tema distinguiendo muy bien la especificidad del psicoanálisis. Podríamos hablar también de la liberación hace un tiempo, gracias a la acción decidida de Jacques-Alain Miller, de Rafah Nached en Siria, o de Mitra Kadivar en Irán, colegas psicoanalistas que habían sido retenidas y privadas, no solo del ejercicio del psicoanálisis, sino de su propia libertad personal. Son algunos ejemplos de acontecimientos en los últimos años donde ha habido una acción directa de la escuela lacaniana en el ámbito social y político. Esta dimensión no es circunstancial, responde a la brújula misma de la experiencia de Escuela. Una Escuela fuera de esa brújula no tendría ningún sentido.
Lacan decía que “las mejores psicoanalistas eran mujeres. También las peores”. ¿La mujer será importante para sostener, ya no sólo la práctica analítica, sino también otros discursos del siglo XXI?
Con respecto al psicoanálisis está clarísimo: el propio lugar del psicoanalista fue indicado por Lacan como un lugar más bien femenino. Digamos que los tres lugares que han sufrido la mayor segregación en nuestra cultura: la infancia, la locura y la feminidad, han ido cambiando de lugar. En el siglo XX el lugar de la mujer ha cambiado no solo en la familia, sino en todo el ámbito social, en la cultura, en la ciencia. La feminización del mundo contemporáneo es un tema de trabajo recurrente para nosotros y es algo que alcanza todos los ámbitos de la realidad. Hay una feminización que, leída según la lógica de la sexuación elaborada por Lacan, da cuenta de este cambio, entendiendo lo femenino como aquello que introduce en el discurso contemporáneo una lógica no fálica. La feminización introduce una nueva lógica que tiene que ver también con lo que hablábamos ahora sobre lo Uno y lo Múltiple. Es una forma de reintroducción de lo Múltiple en lo homogéneo. Y estamos viendo múltiples fenómenos en la actualidad de la dificultad que tenemos hombres y mujeres para entender y hacer algo con la feminización del mundo contemporáneo. Uno de los temas sobre el que últimamente ha intervenido la AMP en el marco de la ONU —la AMP es un órgano consultivo suyo— ha sido el de la violencia contra las mujeres, un tema que preocupa internacionalmente como una verdadera epidemia. No hablo ya de España donde es un tema de primera página de los periódicos de cada día. Es un fenómeno que toma un carácter nuevo precisamente por las dificultades que los vínculos sociales, familiares, y también profesionales, tienen con la aparición del fenómeno de la feminización del mundo. Estamos en un momento donde la presencia de lo femenino y de la mujer cambia los ejes de coordenadas del sujeto contemporáneo en su relación con el goce. Las próximas Jornadas de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) en Lima a las que asistiré tratarán sobre este tema: “Lo femenino no es solo asunto de mujeres”. Lo femenino no importa ni está solo en las mujeres, toca los vínculos entre los sexos y los de la relación de cada sujeto consigo mismo. En ese sentido, hay que recordar el lugar que Lacan encontraba en la mujer como Otra, no solo para el hombre, sino también como Otra para sí misma. Dicho de otra manera, el lugar de lo femenino se está revelando como un lugar fundamental donde cada sujeto se convierte en una alteridad para sí mismo, lo que no siempre es fácil de soportar.
¿Qué es lo que hay de femenino en cada sujeto que lo convierte en otro para sí mismo? Del lado masculino las cosas se plantean de manera distinta. En la historia del patriarcado, en la tradición más edípica y patriarcal, lo fálico, lo paterno, lo masculino imperaba con una homogeneización que implicaba una segregación de ese lugar de lo femenino. Es el psicoanálisis, en contra de lo que muchas veces se dice, el primero que se dio cuenta de eso. Freud entendió enseguida que ahí había algo que se cruzaba en la tradición patriarcal. Aunque no supiera muy bien cómo localizarlo, lo llamó “el continente negro”, dio cuenta ya de esta nueva geografía que se abría paso en el siglo XX.
¿Cuál sería el mapa de lo femenino en el siglo XXI?
Con el declive de la imago paterna y con la pluralización de los Nombres del Padre anunciada por Lacan más allá del Edipo freudiano, la geografía ha cambiado y seguirá cambiando. Cada vez existe menos la figura del padre como representante de la ley y de la autoridad simbólica, la ley del todo o nada, sostenida en la lógica binaria del uno y del cero. Si seguimos con la metáfora geográfica, el “continente negro” se va revelando hoy como un lugar que descompleta a cada país en sus fronteras simbólicas, por otro lado cada vez menos seguras y precisas. Inútil poner puertas al campo. Lo Otro penetra en lo Uno y el nuevo lugar de la feminidad y de la mujer, tanto en la familia como en los distintos ámbitos sociales, se hace absolutamente imprescindible para entender las nuevas coordenadas de la cultura contemporánea. La no paridad entre lo sexos es ya impensable en lo ‘políticamente correcto’. Para decirlo con los términos de la lógica lacaniana, nos introducimos en la lógica del no todo más allá de la lógica del todo. Eso plantea problemas muy nuevos porque a la vez persiste una inercia donde el discurso de la homogeneización, el discurso fálico, aprieta por otro lado de manera persistente. Algunas religiones, también algunas políticas identitarias, y muy especialmente las culturas islámicas reaccionan de modo cada vez más radicalizado. La añoranza del padre, que Freud igualó a la idea de Dios, no anuncia nada bueno. De modo que este es ya un tema fundamental, tanto en la clínica como en la política, y va a serlo cada vez más. Depende de cómo hombres y mujeres entendamos ese nuevo lugar de lo femenino en la experiencia subjetiva que podremos darle un destino u otro. Digamos que un análisis se puede definir también como la exploración en cada sujeto de esa zona del no todo, de esa zona de lo femenino en su vida, en su experiencia y en su vínculo con los otros. En ese punto la experiencia analítica es un laboratorio de investigación crucial para situarse frente a estas nuevas formaciones de la feminización del mundo contemporáneo. El inconsciente en el siglo XXI es eminentemente femenino, Eurídice dos veces perdida para Orfeo, para seguir el mito que Lacan retomó en su Seminario.
En este punto me gustaría distinguir y diferenciar qué es lo femenino porque hay muchos movimientos feministas que parten más de la lógica fálica o de la homogeneización que de lo femenino. ¿Habría que poner un interrogante para distinguir desde qué lógica parten fenómenos como las Femen u otros movimientos feministas, por ejemplo?
Sin duda. Las mujeres mismas han sido muchas veces las mejores portadoras del discurso fálico, a veces reivindicando una reciprocidad y una simetría entre lo sexos que el psicoanálisis siempre ha puesto en cuestión. Hay que estudiar cada movimiento feminista en su diferencia porque en el propio feminismo ha habido corrientes muy diversas. Por otra parte, el discurso de la igualdad es un discurso muy contemporáneo: “todos somos iguales”. Es ya una manera de cerrar el problema cuando, precisamente, se trata de saber de qué manera cada uno es diferente de los otros. Justamente lo femenino aparece como la diferencia radical. Hay discursos del feminismo que han sabido elaborar esta diferencia pero hay otros, en efecto, que se han quedado en la reivindicación de la lógica fálica, del “vale y debe valer para todos”. Nos encontramos aquí con una paradoja que viene ya de la Ilustración. La Ilustración, por fortuna por un parte, introdujo el “todos somos iguales ante la ley, todos tenemos los mismos derechos, los derechos humanos son universales”, pero a la vez se encuentra con un problema, con una paradoja ya que con eso se oblitera también la singularidad y la diferencia que introduce lo femenino. Es interesante seguir desde ahí la historia de la mujer y de lo femenino porque aparece siempre como un contrapunto a la lógica del “todos somos iguales”. La diferencia sexual es irreductible, eso es lo que descubrió el psicoanálisis desde sus orígenes. Cuando se trata ya no del sujeto representado por la ley civil sino del sujeto en relación al goce sexual, el problema no es entonces si somos todos iguales sino de qué manera cada uno se sitúa de manera singular en relación a la diferencia sexual. Ahí es donde la cuestión de lo femenino aparece como un obstáculo a cualquier lógica del todo. Hay que matizar muy bien esto porque a veces con el discurso de la reivindicación se reintroduce y refuerza aquello que se pretendía criticar. Por eso el discurso reivindicativo no es siempre el más efectivo. Hay que detenerse para ver en qué está uno implicado y en qué participa de aquello de lo que se queja. En los conflictos y malestares de la relación entre los sexos, los psicoanalistas lo escuchamos cada día.
¿El psicoanálisis tiene algún pecado confesable?
El primer pecado, el pecado original, fue Freud. (risas). Lacan hizo una lectura muy interesante de esta cuestión hablando en uno de sus primeros Seminarios de un Freud que dice sentirse culpable y que, en su famoso sueño sobre la inyección de Irma, pide perdón a la humanidad por haber descubierto el inconsciente, esa herida irreductible del ser que habla. Es un Freud que se siente en exceso responsable por haber descubierto un continente nada apacible, localizado precisamente en ese sueño en la garganta enferma de Irma. Si hablamos de pecados y de culpas confesadas del psicoanálisis, deberíamos empezar por ahí. Hay que conocer la historia del psicoanálisis para situar lo que Lacan llama el pecado original de Freud, del deseo de Freud que se situó también en la propia institución analítica en el lugar del padre. Y lo pagó a su manera.
Si vamos a la acepción que tal vez tú querías evocar y con la que también me siento implicado, sin duda los analistas somos responsables del destino del inconsciente en el mundo contemporáneo. Y la primera cuestión es que los analistas debemos saber ser más claros. El pecado de los propios psicoanalistas ha sido muchas veces guardar un secreto que era un secreto para ellos mismos, encerrándose entonces en su propio discurso, en su propio lenguaje, en su langue de bois.
“Creen comprender algo de psicoanálisis porque juegan con su argot”. Decía Freud en una entrevista en 1926.
Sí, el propio Freud fue ya muy sensible a esto. Cuando los psicoanalistas se comprenden demasiado bien entre ellos quiere decir que la cosa no va. Por eso siempre doy la bienvenida a aquel que viene y pregunta algo que se supone que todo el mundo sabe pero que una vez planteado nos damos cuenta de que no era así. Son los acuerdos tácitos que, por otra parte, son extensibles a toda comunidad de saber. La propia ciencia actual, como muy bien acaba de airear el último premio Nobel de medicina, Randy Sheckman, sufre de esto. Ha puesto así en cuestión de manera muy radical el funcionamiento actual de la transmisión del saber en la ciencia, con sus publicaciones e investigaciones. Y ha mostrado que las referencias mutuas, las supuestas comprensiones de lo que se cita y lo que se utiliza como puntaje para progresar y subir en el ranking de la ciencia, son demasiadas veces acuerdos tácitos que llevan a ignorar los verdaderos descubrimientos, que se suelen producir al margen del circuito de las publicaciones más prestigiosas. Los analistas, por supuesto, no somos ajenos a esto y si puede haber una deriva es justamente ahí donde creemos comprender demasiado rápido lo que escuchamos y lo que leemos. Lacan decía que, de entrada, el analista debe saber poner en suspenso la comprensión, no comprender demasiado rápido lo que está escuchando del analizante. Bien, a veces a los analistas les ocurre eso mismo entre ellos. Es entonces cuando el discurso se cierra sobre sí mismo y deja de producir algo nuevo. La cuestión es, como decía Paul Valery y como recordaba nuestro Carles Riba, “con las palabras siempre gastadas de la tribu, crear un estilo”. Precisamente la experiencia de la Escuela en Lacan debe servir para llevar al límite esa máxima, no quedarse sumergido en una langue de bois, creyendo que nos entendemos demasiado bien entre nosotros. Y especialmente cuando se trata de la pregunta sobre qué es un analista. Una Escuela parte del siguiente presupuesto: no sabemos qué es un analista. Eso que supuestamente sería tan obvio del lado del saber, del saber profesional o universitario, debe ser una pregunta reinstalada cada vez en el centro de una Escuela. Ese sería el primer antivirus para el pecado de comprender demasiado rápido. Una Escuela debe ser el lugar por excelencia en el que poner en suspenso los acuerdos tácitos sobre lo que es el deseo del analista. Esa es la apuesta de cada día. Y no hay descanso en eso.