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Blog de La Casa de la Paraula

Beatriz Janin, psicoanalista: «En esta época de urgencias, los tratamientos cognitivo conductuales y la medicación aparecen como panaceas: acallamos el síntoma, ese niño deja de molestar, y todo es fantástico.»

Beatriz Janin, nacida en Buenos Aires, maestra, psicóloga y psicoanalista es suficientemente conocida por su labor como docente y articulista. Su último libro: Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños. Hemos tenido ocasión de entrevistarla en Barcelona, donde ha acudido invitada por la Escola de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes e impartió una conferencia organizada por Espai Freud (La Casa de la Paraula).

Entrevista efectuada por Magne Fernández-Marban, para La Casa de la Paraula.

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Santiago Castellanos, psicoanalista: “La medicina aborda el cuerpo como si se tratara de una máquina sin tener en cuenta la subjetividad”

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<li>Publicado por <a title=»Marta Berenguer» href=»http://about.me/martaberenguer» target=»_blank»>Marta Berenguer</a>. Autor de las fotografías: <a title=»Albert Roig» href=»http://iamroig.com/» target=»_blank»>Albert Roig</a>.</li>
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<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-4.jpg»><img class=»size-large wp-image-1191″ alt=»Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-4-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<i>¿Qué es el cuerpo para el psicoanálisis? ¿Cómo se entiende la enfermedad desde esta práctica? ¿Enfermedad y sufrimiento pueden estar anudados? </i><a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/llibreria/psicoanalisis/11687-el-dolor-y-los-lenguajes-del-cuerpo.html»><b><i>‘El dolor y los lenguajes del cuerpo’</i></b></a><b><i> </i></b><i>es<b> </b>un libro que supone, de algún modo, el testigo que significó para el psicoanalista y médico <b>Santiago Castellanos</b> pasar del discurso de la medicina al discurso psicoanalítico. La medicina, como los propios sujetos, a menudo también se cruza con impasses, con imposibles, con interrogantes que no tienen respuesta. Esa frontera quizá fue la que impulsó a Santiago Castellanos, gracias también a su propia experiencia analítica, a encontrar un espacio para que la medicina dialogara con el psicoanálisis. Un lugar que encontró por la vía de la fenomenología del dolor y más en concreto por una enfermedad que se ha bautizado como “fibromialgia”. Lo que en realidad habita debajo de esa palabra es una complejidad que Santiago Castellanos ha investigado desde la clínica. Tras años de tratar y escuchar a pacientes que padecen de fibromialgia su experiencia se transforma en una cartografía para auscultar de cerca los interrogantes del “síndrome de fatiga crónica”. Desde <b>La Casa de la Paraula</b> hemos querido conversar con él acerca de su libro y de cómo medicina y psicoanálisis se dan la mano. </i>

<b>La medicina y el psicoanálisis tienen discursos diferentes sobre qué es el cuerpo. ¿Cómo entiende el cuerpo el psicoanálisis?</b>

Sí, es un tema que se aborda en el libro. El paradigma vigente hoy día en la medicina y el discurso de la ciencia sigue siendo el del cuerpo como una máquina. En esto hay una diferencia muy importante en relación al psicoanálisis porque en el modelo de la medicina, que surge a partir del siglo XVII con el discurso de la ciencia, el problema que se plantea, y que en el tratamiento de los casos de fibromialgia se pone muy en evidencia, es que se excluye la subjetividad. Para el psicoanálisis el cuerpo es producto del encuentro del organismo con el lenguaje. Lo propio del ser humano no es el cuerpo en el sentido de lo viviente, del órgano o de los aparatos que lo constituyen, sino que el cuerpo está afectado por el lenguaje. Ese cuerpo sintomático con el que tanto la medicina como el psicoanálisis operan no se trata solamente de órganos, de funcionamientos neurofisiológicos, hormonales o bioquímicos sino de la incidencia de la palabra en ese organismo y en ese cuerpo. Todo esto divide mucho las aguas y lo hace particularmente en el caso del tratamiento del dolor. La medicina define el dolor como una experiencia subjetiva, una experiencia sensorial que va más allá incluso de si hay lesión o no que justifique el dolor. Es un hecho de la clínica que pueda haber dolor sin que aparentemente exista una causa orgánica conocida. A pesar de ello la medicina insiste en seguir abordando el cuerpo del dolor como si de una máquina se tratara sin tener en cuenta la subjetividad.

<b>La mirada se ha convertido en un amo de nuestra época. También para la medicina donde la imagen parece que casi quiera atravesar el cuerpo como si fuera una transparencia para saber qué le pasa a un sujeto. Este tema lo trata muy bien Gérard Wajcman en ‘El ojo absoluto’. ¿Qué puede decirnos al respecto? </b>

Sí, es muy relevante lo que dices. Hoy en día el desarrollo de la tecnología ha avanzado mucho, ha alcanzado varios niveles y hay que reconocer lo positivo que esto potencialmente puede tener para la ciencia, para el tratamiento, para determinadas enfermedades. Sin embargo, efectivamente, por mucho que la tecnología avance lo que no puede atrapar en una imagen es ese lugar de la subjetividad. Todos los intentos de la tecnología médica para querer atrapar algo de la subjetividad en determinadas enfermedades o padecimientos se encuentran con un imposible. Es por ello que en mi trabajo de investigación sobre la fibromialgia, una enfermedad que se caracteriza por el dolor como tal, describo como esta dolencia se escapa a la lógica de la ciencia, a este intento de atraparlo todo. En el libro se cuestiona este mismo discurso y este es el punto crucial donde la mirada de la ciencia fracasa.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-11.jpg»><img class=» wp-image-1192 » alt=»Entrevista con el psicoanalista Santiago Castellanos en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-11-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Entrevista con el psicoanalista Santiago Castellanos en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>Hay una frase suya en el libro ‘El dolor y los lenguajes del cuerpo’: “No hay enfermedades sino pacientes”. ¿Por qué eligió estas palabras? </b>

Es una frase planteada desde la lógica que comentaba antes. Puedo hablar de esta frase ahora siendo médico pero también desde el lado del discurso psicoanalítico. Aunque no necesariamente hay que ser psicoanalista para decir esto, lo tengo más claro ahora que lo podía tener hace 30 o 40 años cuando me inicié en el ejercicio de la medicina. Todavía hay sectores de la medicina que piensan que hay enfermedad pero que para cada paciente es diferente. En estos ambientes es donde los psicoanalistas podemos estar de acuerdo en defender esa función clásica del médico como aquél que escucha, acoge al paciente, lo interpreta y lo aloja, algo que tiende a perderse. Para tratar de buscar una cierta alianza con los sectores de la medicina, tenemos organizada una red que se llama Psicoanálisis y medicina. La misma enfermedad puede ser experimentada por cada uno de una manera completamente distinta y los mismos tratamientos, los mismos fármacos, incluso en enfermedades que son claramente orgánicas también tienen efectos distintos. Esto es un hecho de la clínica que se tiende a perder cada vez más. Una de las razones es por la aparición de los protocolos de uso generalizado que se sostienen en “todos los pacientes tomados por igual”, a todos con el mismo protocolo. Esta es la rigidez en la que opera hoy día el discurso de la medicina pero hay médicos, hay sectores de la medicina que se resisten, se dividen, se dan cuenta que esto no funciona así.

<b>¿Cómo ha sido su recorrido? ¿Cómo llega un médico a ser psicoanalista?</b>

Yo tenía una vocación por la medicina desde la más tierna infancia, desde muy niño. Después de haber realizado un análisis largo puedo decir que, entre otras cosas, esto estaba en la lógica de curar al padre. No solamente me hice médico por eso pero una de las razones que alimentaba este deseo de curar era, en realidad, el deseo de curar al padre. En un momento de mi vida me encontré con determinados problemas de la vida amorosa por los cuales inicié un análisis y a partir de allí hago todo un recorrido. Mi aproximación al psicoanálisis viene por los enredos de la vida amorosa. Rápidamente me intereso por esta práctica porque junto con la medicina son dos discursos que aún siendo diferentes se mueven en una frontera común: el tratamiento del cuerpo y sus enfermedades. Mi propio recorrido analítico se prolonga durante algo más de veinte años y finalmente me conduce al ejercicio de la práctica del psicoanálisis. Estuve un tiempo navegando entre dos discursos: el de la medicina y el del psicoanálisis. Ahora puedo decir que desde el discurso del psicoanálisis trato de hacer algo también hacia el discurso de la medicina. Ya no navego por dos discursos. Finalmente trato de buscar entre sectores de la medicina conexiones y diálogos con el psicoanálisis.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-24.jpg»><img class=»size-large wp-image-1193″ alt=»Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-24-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>¿El deseo de curar más bien propio de la medicina y el deseo del analista son compatibles? </b>

Sí, efectivamente el psicoanálisis tiene efectos terapéuticos. No es que el psicoanálisis no quiera curar. Es una orientación que tiene una cura con efectos terapéuticos pero la experiencia de un análisis va más allá de la cura. Así pues, más que compatibilizar o no una cosa con la otra, puedo decir que es durante el recorrido de mi propio análisis donde este deseo de curar como tal se orienta de otra manera, en la lógica del discurso analítico. Lacan dice que más que del deseo de curar se trata de ir al encuentro con el propio síntoma y de que el analizante pueda hacer algo con eso. Para mí en particular cuando en un momento dado, tras diez años de análisis y formación, me autorizo en la práctica del psicoanálisis eso era fuente de angustia. Estaba especialmente preocupado en realizar esta práctica por la cura de los pacientes porque navegaba todavía entre dos discursos. Eran los impasses de mi propio análisis que finalmente a lo largo del tiempo de alguna manera se resuelven. El deseo del analista es otra cosa.

<b>¿De qué se trata? ¿Da cuenta de ello en sus testimonios de pase de analizante a analista?</b>

He venido a Barcelona a hacer un testimonio de pase. En el psicoanálisis de orientación lacaniana, cuando alguien considera que ha finalizado su análisis y lo da por terminado, hay un procedimiento en la misma Escuela donde el analizante da cuenta de este análisis a unas personas que lo escuchan, los pasadores, y después existe un cártel del pase que escucha ese análisis y lo da por concluido o no. El pase es un testimonio singular de cómo se resolvió la experiencia neurótica de cada uno y de cada una, una forma para que el psicoanálisis pueda extraer de ese testimonio alguna enseñanza para su práctica. Es el procedimiento por el cual la Escuela autoriza de alguna forma el pasaje de analizante a analista. En el psicoanálisis de orientación lacaniana hay un fin de análisis. No hay una promesa de felicidad para resolver la neurosis pero hay un recorrido lo suficientemente largo como para que se pueda hablar de un fin de análisis y esto se pueda conversar con el conjunto de la comunidad psicoanalítica.

<b>¿Y qué puede aprender el psicoanálisis de su experiencia analítica? </b>

Como lo podría resumir…

<b>Veinte años de análisis en una respuesta breve, entiendo que es difícil. </b>

Veinte años de análisis es un tiempo largo y en un análisis tan largo suceden muchas cosas pero podría decir que inicié mi primer análisis en un momento de mi vida en el que estaba muy embrollado por la vida amorosa. No podía separarme de una relación que me producía sufrimiento, dolor y era fuente de malestar. La pregunta era: ¿Por qué no podía separarme? Realmente estaba en un momento de mi vida donde las cosas me iban bien en general pero en el amor me iba muy mal. El sentido común me decía que aparentemente tenía que resolver el tema de alguna forma pero no podía hacerlo. ¿Por qué? ¿Qué quería decir ese síntoma de no querer separarse? Finalmente me di cuenta de que en esta dificultad para la separación había una satisfacción en juego de mi parte. Había un funcionamiento, había un goce, no era casual. De este síntoma yo obtenía una satisfacción. Podemos decir que es una satisfacción paradójica: es fuente de malestar y de sufrimiento pero también de satisfacción. En esa relación había, lo que en psicoanálisis llamamos, un modo de goce particular en juego. En mi vida había en ese aspecto un punto mortificante que se pudo resolver en el análisis sino en su totalidad, porque siempre hay restos sintomáticos, sí lo suficiente como para darlo por finalizado y poder vivir el amor en una lógica un poco diferente. Una lógica en la que uno se embrolla y se desembrolla pero de otra manera como para poder resolverlo y hacer algo diferente con mi vida.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-7.jpg»><img class=» wp-image-1199 » alt=»‘El dolor y los lenguajes del cuerpo’ de Santiago Castellanos, psicoanalista. Entrevista realizada en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-7-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> ‘El dolor y los lenguajes del cuerpo’ de Santiago Castellanos, psicoanalista. Entrevista realizada en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>Volviendo al tema del libro…</b>

No es casual que yo hiciera un libro sobre el dolor. El dolor fue un tema de investigación en el campo médico. Primero me dediqué a los cuidados paliativos, estuve interesado en el tema del dolor. Tiempo después en el psicoanálisis estuve interesado también en el campo del dolor y en el de la fibromialgia en particular. Fue un trabajo de investigación en el que estuve seis o siete años largos. En el transcurso del análisis pude darme cuenta que me había interesado por el tema del dolor ajeno como una metáfora de tratar el dolor propio. Este dolor propio que también se manifestaba en el amor y en otros aspectos de mi vida está vinculado a lo que es la constitución de mi neurosis, de mi novela familiar. El libro lo escribo en un momento en el que yo estaba en plena investigación de esta cuestión desde el punto de vista analítico. Era ya el tramo final de mi análisis. Todo este trabajo se condensa, de alguna manera, en este libro. Tiempo después, en el testimonio del pase de mi fin de análisis, doy una vuelta más a ese libro donde ya el dolor queda como un resto que sigue estando. Hay algo del dolor en mi vida que sigue estando presente pero que ya no opera en la misma lógica que antes de iniciar el análisis. En lugar de escribir una tesis decido presentarme al dispositivo del pase.

<b>“El dolor es todo aquello que el paciente dice que lo es”. ¿Nos comenta esta frase de Sternbach? </b>

Existe una discusión sobre este tema porque no hay en medicina un “dolorimétro”, un aparato para medir el dolor.

<b>¡Menos mal!</b>

¡Menos mal!. El dolor es una experiencia sensorial, una experiencia sensitiva. Pío Baroja en 1895 publica una tesis sobre el dolor que es muy interesante. En este trabajo habla de cenestesia, de lo que el cuerpo experimenta como tal, como el dolor, más allá de si hay lesiones o si hay causas orgánicas. Podríamos decir que, por un lado está el dolor puramente orgánico, cuando uno se fractura algo por ejemplo; y por otro también está la experiencia subjetiva del dolor que a veces se experimenta directamente en el cuerpo, no en el campo de los afectos, sino como si se tratara de un cortocircuito y pasara al cuerpo. Esta frase de Sterbanch es una respuesta a sectores de la medicina que tratan de objetivar el dolor y si a alguien por ejemplo le duele la rodilla, se hace una radiografía y no hay lesiones entonces se pone sobre la mesa la versión de que el dolor es imaginario. Esto en el mismo campo médico se establece de otra manera. Pío Baroja habla de la cenestesia del dolor. Como decía también Shopenhauer el dolor nos hace sentir vivos, nos despierta. Es una visión un poco trágica de la vida pero es una experiencia que se experimenta en el cuerpo, no es imaginaria, es real. Otra cuestión es cómo se puede tratar todo esto.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-28.jpg»><img class=»size-large wp-image-1195″ alt=»Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-28-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>¿Qué factores psicológicos o contextuales influyen en la experiencia dolorosa?</b>

Quizá no se trata exactamente de factores psicológicos. Si hablamos del dolor de la fibromialgia podríamos decir que hay algo en la vida del sujeto que en un determinado momento sucede y que desestabiliza completamente la homeostasis del cuerpo. Esa desestabilización es experimentada como un síntoma bajo la forma del dolor. Un dolor particular, un dolor generalizado. No es un dolor focalizado en una parte del cuerpo. El síntoma elemental de la fibromialgia es el síntoma cardinal, que tiene la característica que es más bien un dolor generalizado que ocurre en el cuerpo, en las extremidades y esto es lo particular de la fibromialgia. Hay algo de esta experiencia del dolor que se manifiesta de una manera invasiva e invalidante hasta el punto de que estas pacientes tienen una afectación muy importante de lo corporal. Después en cada caso es distinto: ¿cuál es la circunstancia que desequilibra su homeostasis?; ¿por qué existen esos desequilibrios que antes no estaban?; ¿en qué condiciones aparecen?; ¿de qué se trata?; ¿se trata de un caso de neurosis, de un caso de psicosis?. Cada paciente es diferente.

Lo que he podido comprobar en la clínica es que en los casos de fibromialgia siempre hay un factor emocional en juego. Hay algo en la vida del sujeto que acontece, marca un antes y un después y esto es posible poder hablarlo, tratarlo. Eso no quiere decir que ese factor emocional sea la causa de la enfermedad. Yo no me atrevería a decir que la causa de la fibromialgia es un problema emocional, la medicina tampoco puede decir que la causa de la fibromialgia es un problema de tipo físico u orgánico porque no hay ninguna causa conocida o establecida. Lo que sí puedo decir con rotundidad es que el factor emocional o de la subjetividad es determinante. Hasta el punto de que en alguno de los casos que recojo en el libro se puede comprobar que es posible una curación del padecimiento en un tratamiento con la palabra.<b> </b>Que sea posible la curación del padecimiento no quiere decir que la causalidad sea estrictamente emocional. Evidentemente hay un terreno a explorar: la relación entre el cuerpo, el organismo, el lenguaje, etc.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-17.jpg»><img class=» wp-image-1196″ alt=»Entrevista Santiago Castellano-17″ src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-17-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Entrevista al psicoanalista Santiago Castellanos. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>En el libro también cuenta que Freud trató en 1895 en su clínica a una paciente, Isabel R., que hoy sería diagnosticada de fibromialgia. ¿Muchos médicos que han firmado ese diagnóstico a sus pacientes quizá se sorprenderían?</b>

Yo creo que sí, se sorprenderían. Efectivamente el caso de Freud es un caso de neurosis, de una mujer de estructura histérica que por los síntomas que presenta podría considerarse como un caso de fibromialgia de la actualidad. En el texto de Freud este es un caso muy detallado en el que se explica muy claramente como él procede en el tratamiento del síntoma y lo considera como un síntoma de conversión. Viene a decir que la paciente, para evitar un dolor de tipo moral, desplaza este síntoma al cuerpo y aparece allí en forma de dolor. El psicoanálisis puede interpretar el sentido de este dolor y resolverlo. Casos como los que cuenta Freud me los he encontrado en la clínica. Habría otros casos diferentes que no son tan sencillos, no se ubican del lado de la neurosis de conversión o la neurosis histérica. Precisamente lo que planteo en el libro es la tesis, y esta es la novedad, de que la fibromialgia se puede pensar como un fenómeno transclínico. Se puede dar en casos de neurosis pero también en las psicosis o en todos aquellos pacientes que no pueden ser encasillados en una estructura subjetiva concreta. El trabajo es un poco más complejo.

<b>Teniendo en cuenta que ya Freud en 1895 trató con una mujer que hoy podría ser diagnosticada de fibromialgia esto demuestra que evidentemente detrás de esta palabra hay algo más. ¿Pero por qué ahora hay tantos casos? </b>

Efectivamente hay un millón de casos registrados en este país y es evidente que ha tomado un carácter “epidémico” entre comillas. La fibromialgia es un diagnóstico médico no analítico pero para seguir con ese significante que viene de la medicina realmente ha tomado unas dimensiones enormes. Ocurre también con otros trastornos como la anorexia, el trastorno bipolar, las depresiones, los trastornos obsesivos compulsivos, los trastornos de atención y de hiperactividad, o finalmente el autismo. Creo que la fibromialgia también hay que ubicarla en esta lógica. Cuando una mujer -digo una mujer porque la mayoría de las pacientes son mujeres- consulta al médico por una serie de síntomas cuya causa no es conocida, si esos síntomas toman un carácter un poco desbordante en la lógica de la clínica médica clásica y además aparece el tema del dolor, no es muy difícil que termine encasillada o diagnosticada como una mujer con fibromialgia. Podemos pensar la fibromialgia y el dolor como una forma de lenguaje del cuerpo. El cuerpo habla a través del dolor, crea un cortocircuito cuando la subjetividad no puede hacerlo. Es decir cuando algo del lado de la subjetividad, de las emociones o de los afectos, no puede ser tramitado simbólicamente, el cuerpo manifiesta los síntomas directamente.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-20.jpg»><img class=»size-large wp-image-1197″ alt=»Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-20-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>En los casos clínicos que cuenta en su libro se entrevé que el dolor crónico, la fibromialgia se anuda en gran parte a las vivencias amorosas de las pacientes. ¿Qué papel juega el deseo en estos casos? </b>

La dificultad con el deseo es uno de los elementos que yo me he encontrado en la clínica. Inicialmente en mi investigación consideré que la fibromialgia era la manifestación sintomática, bajo la forma del dolor, de una problemática del deseo y del amor en las mujeres. Por un lado me encontraba con la modalidad de la relación estrago con su <i>partenaire</i>. Esto lo encontré y llegué a formular la hipótesis que este era el problema central. Participé en grupos con mujeres durante un tiempo. Se reunían siete u ocho mujeres cada quince días y al final todas terminaban hablando de la sexualidad o de las distintas dificultades del deseo con su <i>partenaire</i>, con su marido. Finalmente tuve que dejar de organizar los grupos porque no se llegaba a ningún lado. Cuando en un grupo se empieza a hablar de la sexualidad se acaba por no decir nada porque no se habla verdaderamente de lo que a cada mujer le pasa. Eso es algo que, probablemente, sea completamente distinto a lo que digan en grupo. El tema del deseo es importante en la clínica de casos de fibromialgia, pero no el único. También me encontré casos en los que aparecían cuestiones que se vinculaban con la relación de estrago con la madre. Hay una gran complejidad en la clínica y hay que considerar cada caso en su singularidad.

<b>Sobre este tema hay un caso que cuenta en el libro muy revelador.  </b>

Es el caso más corto que recuerdo porque se resuelve el síntoma en muy poco tiempo. Cuando ella puede resolver algo de la encrucijada en la que estaba respecto a su madre, prácticamente se resuelve el síntoma. Pero a lo largo de mi experiencia clínica también me encontré con un caso de melancolía, del lado de la psicosis. Y entonces me cuestioné y descarté la hipótesis de que todo gira alrededor del deseo. Descubrí que la clínica de la fibromialgia estaba más en el campo de mujeres y que era un fenómeno transclínico. En el caso de la melancolía, por ejemplo, la estructura de la psicosis está particularmente presente. El dolor de existir, propio de la melancolía, toma una forma casi delirante pero no en la modalidad del delirio de auto injuria, que podría ser el más propio de la melancolía, sino de la vivencia del cuerpo como algo muerto, como algo del lado de lo mortificante. Se podían escuchar relatos como: “me duele hasta la carne” o “me duelen las cejas de los ojos”. Hay algunos relatos de pacientes que hablan de cómo se experimenta el cuerpo que podrían ser delirios de tipo cenestésico muy difíciles de etiquetar en el campo de la psicosis que requieren de una clínica más fina y prolongada donde uno puede observar que hay una estructura que es algo distinto de la neurosis. Esto supuso un cambio muy grande en la manera de abordar el tema. Se supone que una de las cosas que hay que verificar en cada paciente desde el principio es la modalidad particular de su estructura porque la orientación de la cura es completamente distinta.  Hay pues que tomarse un tiempo. No se puede dar nada por supuesto, siempre es una cuestión a verificar.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-25.jpg»><img class=»size-large wp-image-1202″ alt=»Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-25-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Santiago Castellanos, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<b>¿La precipitación es enemiga de la clínica?</b>

Sí. No solamente hay que tener en cuenta de qué modalidad de estructura se trata para una orientación de la cura sino también la función que tiene el diagnóstico de “fibromialgia” para esa paciente. En algunas pacientes esta posibilidad de identificarse con el padecimiento: “soy fibromiálgica” es algo que hay que respetar porque tiene una función de anudamiento en su estructura y, en los casos de pacientes con estructura de psicosis, eso no se puede mover mientras no se busque otra solución. En los casos de neurosis cuando alguien dice “soy fibromiálgica” puede ser completamente diferente. Se trata más bien de una identificación demasiado sólida de la que hay que intentar salir para poder trabajar analíticamente lo que hay detrás de esa identificación. En otros casos es más bien lo opuesto, esa identificación hay que respetarla. Actualmente, por ejemplo, hay un gran debate sobre la posibilidad de que a estas mujeres se les reconozca la incapacidad por invalidez. En general los tribunales médicos valoran a todas las mujeres por igual y en base a ello tienden a no reconocer su incapacidad porque no distinguen a cada mujer. Pero en muchos casos hay que reconocer esta incapacidad porque es una enfermedad muy seria, muy grave, que puede colocar a una mujer en un estado realmente difícil donde no puede trabajar, donde no puede llevar una vida y hay que sostenerla, hay que apoyarla, tiene el derecho a poder recibir las prestaciones que cualquier ciudadano tiene cuando se trata de otro tipo de enfermedades. Sin embargo se les niega automáticamente. Hay mujeres que se pueden tratar y curar. El psicoanálisis puede abordar esta clínica del diagnóstico diferenciado, esta es su particularidad.

<b>¿Por qué dice que la medicina se encuentra en un impasse en relación a la comprensión del padecimiento de la fibromialgia?</b>

Porque todos los intentos que ha habido del lado de la medicina de buscar una causalidad genética, neuroendocrina o de otro tipo, son intentos que se encuentran con un imposible. Hay mucho dinero en juego en esto. Se han invertido cantidades ingentes de dinero en la investigación de este padecimiento sobre todo en el campo de la genética y ahí hay un impasse.

<b>¿Cómo pueden dialogar medicina y psicoanálisis? </b>

Los síntomas corporales de la fibromialgia son tan masivos que exigen la colaboración de las dos disciplinas. Desde la atención a estas pacientes es de donde surgió en mi centro de trabajo un proyecto para intentar que los médicos me derivaran a las pacientes diagnosticadas de fibromialgia. A partir de ahí, mantenía una discusión sobre lo que había que hacer y lo que no había que hacer con ellas. Porque no olvidemos que no se trata solo del problema del dolor. Hay síntomas digestivos, síntomas respiratorios, síntomas neurológicos, trastornos del sueño, tienen que tomar medicación, hay que ayudarlas a dormir… Es decir hay un trabajo que entra en el campo de la medicina también. Pero la medicina es un campo que se queda corto. En el libro describo, precisamente, esta experiencia de colaboración y de alianza que inventamos entre psicoanálisis y medicina. Hoy día cualquier protocolo que desde el campo de la medicina trate la fibromialgia incluye el tratamiento psicológico como algo complementario al médico. En general se recomiendan las terapias cognitivo-conductuales, las que están de moda, y ahí hay una diferencia muy grande entre lo que se postula desde una orientación psicoanalítica y desde las terapias cognitivo-conductuales. Estas últimas básicamente lo que vienen a decir es la necesidad de hacer un tratamiento psicológico para encontrar una vía de adaptación al dolor. En el impasse donde la medicina ya no puede responder para tratar el dolor, la función del psicólogo cognitivo-conductual es que el paciente acepte esta especie de destino irremediable. En la experiencia que iniciamos con la orientación psicoanalítica se trata de otra cosa, no tanto de adaptarse al dolor, sino de tratar de buscar en el relato de las pacientes el síntoma qué hay detrás, tratar de movilizarlo, tratar de curarlo. Hay casos que se curan, que se resuelven, en los que el síntoma pasa a ser otra cosa. Pero todo hay que decirlo: el psicoanálisis no tiene tampoco una respuesta para todo, hay casos muy graves donde de lo que se trata no es tanto de resolver el síntoma sino de poder hacer otra cosa con eso y conseguir un alivio suficiente.

<b>Supongo que a veces también entra en juego la resistencia del propio sujeto. Un análisis a veces es como abrir una caja de Pandora. </b>

Por supuesto. Esto es una elección de cada paciente. Uno puede decidir instalarse cómodamente en un síntoma que le produce, como decía Freud, algún beneficio secundario. Freud lo llamaba el beneficio secundario de la enfermedad porque se termina convirtiendo en una forma de vivir la vida en relación al otro que le da un lugar. Pero tengo que decir también que eso es excepcional en los casos que yo me he encontrado. La fibromialgia es un síntoma tan severo y que produce tal grado de incapacidad y dificultad con la vida que gran parte de las mujeres buscan encontrar una salida. La buscan primero en el campo de la medicina y dan muchas vueltas hasta llegar al psicoanálisis pero cuando llegan quizá sea para ellas una vía para salir de allí. Obviamente también hay casos en los que a veces la propia vida resuelve el tema. Uno se desestabiliza, entra en esto y también a veces sale de la vía del dolor por sus propios medios pero cuando esto se instala, en general, buscan una salida. Y el psicoanálisis tiene mucho que decir al respecto.

<a href=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-8.jpg»><img class=» wp-image-1194 » alt=»Entrevista al psicoanalista Santiago Castellanos en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.» src=»https://www.lacasadelaparaula.com/wp-content/uploads/2014/03/Entrevista-Santiago-Castellano-8-1024×682.jpg» width=»640″ height=»426″ /></a> Entrevista al psicoanalista Santiago Castellanos en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. Autor de las fotografías: Albert Roig.

<em><strong>Santiago Castellanos</strong> es psicoanalista y médico. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP-España) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).</em>

Víctor Korman, psicoanalista: “El analista es un artesano; artesano de la palabra y de la transferencia.”

Víctor Korman, psiquiatra y psicoanalista, fundador del Espacio Abierto de Trabajo en Psicoanálisis de Barcelona, añade a sus varios libros publicados una nueva edición -revisada, corregida y ampliada- de El oficio de analista. Por ese motivo dialogamos con él en su domicilio de Barcelona, ciudad en la que reside desde 1977, para La Casa de la Paraula.

No fue una entrevista en el sentido formal del término; se trató más bien de una conversación cordial, amistosa: un ir y venir de preguntas y respuestas en que las primeras no esperaban contestaciones certeras sino, simplemente, buscaban relanzar el diálogo; las respuestas, a su turno, iban despertando nuevos interrogantes. Al ser suficientemente conocido el contenido de El oficio de analista, el coloquio se distanció en parte de las ideas y conceptos en él vertidos, para hablar acerca de ciertos aspectos biográficos del autor y conocer, también, sus opiniones sobre la situación actual del psicoanálisis.

Entrevista realizada por Magne Fdez-Marban

 

                                Fotografías:  Pat Díaz http://www.2mentesdistintas.com/

¿Por qué Barcelona?

Me sorprende que esta sea la primera pregunta, aunque tal vez sea válida desde una perspectiva cronológica; sin duda, la radicación en Barcelona marcó en mí un antes y un después. No sé a ciencia cierta si la mía fue una emigración forzada o un exilio voluntario; seguramente hubo una mezcla de las dos cosas. En ese aspecto, al llegar aquí quise ser sincero conmigo mismo y con los demás: no me puse los oropeles de un exilio político, que en aquel entonces era bien visto en las ciudades europeas que acogieron a muchos que combatieron las dictaduras en América Latina. En mi caso se trató de un exilio voluntario; en buena medida fue una elección personal, pero estoy seguro que ella se vio empujada por el General Videla y los suyos. Llegué a sentirme un exilado en Buenos Aires. Entre un exilio interno y uno externo, elegí este último. Vinimos a Barcelona en barco; algunas vivencias de esa peripecia las relaté en el prólogo de Trencadis. Gaudianas psicoanalíticas. Creo innecesario repetirlas ahora, pero sí me gustaría decir que al poco tiempo de llegar decidí que, si de mí dependía, no volvería a vivir nunca jamás bajo una dictadura. Por eso la noche del 23 F, la del “golpe de Tejero”, fue un cimbronazo personal muy intenso.

Pero tu pregunta retorna: ¿Por qué precisamente Barcelona?  En 1974, tres años antes de radicarme en esta ciudad, había hecho un viaje turístico por Europa, tal como solía hacerlo un cierto sector de los jóvenes argentinos titulados en diversas carreras universitarias. Europa y EE. UU. eran los destinos más frecuentes. Estuve trabajando durante muchos años para poder realizarlo. Llegué a Barcelona al final de un largo recorrido, tras visitar Lisboa, Madrid, París, Londres, Copenhague, Milán, Florencia, Roma, etc.; un viaje de casi dos meses. Barcelona me encantó; su barrio gótico, el mar, el esplendor de sus edificios, el bullicio de Las Ramblas.

Me viene a la memoria una comida en un restaurante de la Barceloneta, que tal vez haya tenido alguna importancia sobre mi decisión de instalarme aquí. Mapa en mano pregunté a una señora de la mesa vecina por una calle; me la señaló con precisión. ¡Ah!, dije yo, entonces está muy cerca de la Avenida del Generalísimo. Me susurro: “nosotros la llamamos Diagonal” y siguió hablando un buen rato sobre la opresión política y sobre Franco, que todavía no se había muerto. Encontré que en Barcelona se respiraba un ambiente más antifranquista que en algunas ciudades españolas que había visitado; al menos, a nivel de los indicios visibles para un turista. Es una anécdota, sin duda, pero me llevó a decirle a mi pareja que, en caso de radicarnos en Europa, elegiría Barcelona. Influyó también la cuestión del idioma: hablar castellano facilitaría, pensaba, mi inserción. En aquella época, en Argentina, la visión que se tenía de España se basaba en la que daba el régimen; tarde algún tiempo en darme cuenta que la realidad catalana -y también la española- era diferente de esa estampa. Las lenguas, que siempre son un don, eran además un conflicto aquí.

Es cierto que no había abandonado totalmente otra opción: París. El proyecto en aquel entonces era emigrar unos años y luego volver a Buenos Aires. Postergamos tres años la partida a Barcelona porque al regresar del viaje turístico supimos que mi mujer estaba embarazada; el nacimiento de nuestro hijo nos hizo tomar esa decisión. Mientras tanto, varios amigos y conocidos se habían establecido aquí y la situación política en Argentina se fue agravando, cosa que actuó como un factor determinante de la emigración. De estas aventuras se sabe algo acerca de cómo empiezan, pero no cómo terminan: llevo más de treinta y seis años viviendo en esta ciudad.

Leí en tu libro que en Argentina te habías formado como psiquiatra en el Policlínico de Lanús. ¿Qué te impulsó hacia el psicoanálisis?

Hice la residencia en Psiquiatría en el Hospital Gregorio Aráoz Alfaro -hoy, Policlínico Evita-, que está en Lanús, una localidad de las afueras de la ciudad de Buenos Aires. Allá asimilé desde muy joven que la clínica exigía una implicación personal muy grande, sea en la asistencia pública, sea en el ámbito privado. Fue una experiencia en la interfase psiquiatría-psicoanálisis y lo que aprendí en ese contexto hospitalario está aún influyendo en mi práctica. Me facilitó una inmersión en las problemáticas psicóticas y una tarea con un tipo de patología que no es frecuente atender en la consulta privada. Los pacientes ingresados y sus estancias en las salas de internación -que duraban entre uno y dos meses-, permitía que hablásemos mucho con ellos y, a la par, observar como interactuaban, durante casi diez horas diarias.Además, estaban las sesiones individuales que hacíamos junto a psicoterapeutas más experimentados. Aprendí a percibir la psicosis en los pequeños detalles. Lo quefacilitó ese acercamiento estrecho a los pacientes fue la existencia de un numeroso equipo de profesionales para asistir a una treintena de pacientes ingresados.

En segundo y tercer año de residencia atendíamos a pacientes ambulatorios con quienes llevábamos a cabo psicoterapias; también medicábamos, pero aún en esos casos siempre creábamos un ambiente psicoterapéutico en el sentido amplio del término. Contábamos con supervisores internos y externos. La inmensa mayoría de mis compañeros de hospital se psicoanalizaba y había una conciencia extendida acerca de lo importante que era eso, tanto para lo personal como para ejercer la práctica clínica. Había un saludable “empuje ambiental” para analizarse. Por otra parte, el tratamiento de los pacientes siempre se basó en la teoría psicoanalítica. De forma casi natural me vi llevado al análisis personal -problemas psíquicos no me faltaban- y al estudio teórico.

Creo que nunca más volví a experimentar un aumento tan grande de los conocimientos como en aquellos tres años de residencia. Hoy estoy procesando algunas ideas respecto de la formación de psicoanalistas –no de psiquiatras– a partir de algunas conclusiones que he extraído de esa experiencia hospitalaria; especialmente, de la inmersión clínica que implicó. También me permitió vivenciar una verdad elemental e indiscutible, válida tanto para la práctica privada como en las instituciones públicas, estén donde estén: todas las personas que consultan son portadoras de una subjetividad singular; de un sufrimiento engarzado en su historia personal, que se manifiesta a través de síntomas creados ydesplegados en contextos familiares y sociales determinados. Ello obliga a reflexionar con seriedad sobre la situación creada en Cataluña hoy en día en la asistencia “psi” en el ámbito público. Lo digo de forma esquemática, pero no por ello deja de ser cierto: en ella predominan en la actualidad dos tendencias nocivas: la falta de consideración hacia lo subjetivo y la farmacologización de la psique. Ambas son cuestiones muy preocupantes que además se agravaron en los últimos años a partir de los recortes presupuestarios.

Entre la psiquiatría platense y la catalana, ¿notaste alguna diferencia al llegar a Barcelona?

En la psiquiatría de consulta privada, no. En el ámbito de la asistencia psiquiátrica pública o de la atención en salud mental en la comunidad, sí. En honor a la verdad también cabría decir que en Argentina no toda la asistencia “psi” en la pública era del tipo que se dispensaba en el Hospital de Lanús. También estaba la psiquiatría manicomial y los psiquiatras muy biologistas, grandes adeptos a los psicofármacos de aquel entonces y a los electroshocks. Tampoco hay que perder de vista el contexto porteño y argentino; una experiencia al “estilo Lanús” no es replicable en Europa, porque en ese servicio de psicopatología éramos -en los comienzos de los años setenta- unos doscientos profesionales y sólo una décima parte tenía un contrato laboral. El resto de colegas -psiquiatras, psicólogos, musicoterapeutas, laborterapistas, trabajadores sociales, etc.- concurrían gratuitamente al hospital 3, 4 o 5 mañanas a la semana, intercambiando asistencia por formación y experiencia. Esto es algo impensable en Europa dados los derechos adquiridos por los profesionales y trabajadores.

Cuando llegué a esta ciudad comenzaba la expansión de la asistencia primaria. Fue un momento muy interesante, de mucho entusiasmo, porque se crearon nuevos centros que configuraron una red muy amplia. Muchos psicólogos de orientación psicoanalítica se incorporaron a la misma, además de psiquiatras, enfermeras, trabajadores y educadores sociales. Hoy sabemos que  ese fervor duró apenas unas décadas: entre las privatizaciones, las concertaciones, los recortes y el aumento de las demandas, se fue imponiendo la psicofarmacología y en las psicoterapias comenzaron a espaciarse las visitas de los pacientes. La consideración por la subjetividad de cada usuario se fue reduciendo.

Pienso que alguna cuota de responsabilidad nos cabe a los analistas en el estado actual de la asistencia “psi” en el ámbito público. Salvo honrosas excepciones, los psicoanalistas perdimos, en múltiples ocasiones y momentos, esa amplitud de miras que caracterizó a los pioneros del psicoanálisis. No supimos adaptar nuestros instrumentos a la práctica institucional. Habría mucho para hablar respecto de este asunto, pero prefiero dejarlo en este punto.

En Buenos Aires habías estudiado con Oscar Masotta…

Tomé contacto con él en 1970, dos años después de acabar la carrera de medicina. Ya había empezado mi residencia en psiquiatría y en el hospital conocí a Juan-David Nasio con quién decidí iniciar mi primer grupo de estudios sobre teoría psicoanalítica. Al poco tiempo él emigró a París y al irse me sugirió que fuese a ver a Oscar Masotta, para estudiar con él.  Me incorporé a uno de sus primeros grupos porteños; con él abordamos la obra de Freud desde una perspectiva lacaniana. Fue también la época en que empecé a leer, con muchas dificultades, los Écrits y seminarios de Lacan, prácticamente desconocidos al inicio de la década de los años setenta en Buenos Aires. Ni siquiera habían sido traducidos al castellano. Luego, Masotta se marchó a Londres y acabó viniendo a Barcelona, donde volví a reiniciar el estudio teórico con él, apenas llegué. Lamentablemente falleció al poco tiempo; creo recordar que fue en 1979.

De esos dos momentos rescato el primero, tal vez por lo que tuvo de apertura en épocas de fulgor del kleinismo en Buenos Aires. Describo esta situación al principio de El oficio de analista y, con una mayor perspectiva temporal, en el nuevo capítulo que agregué a la segunda edición de ese libro, que se titula “Remontar el desencanto”. Así, pues, empecé a dele­trear los textos de Lacan con Oscar Massotta y, aunque por entonces me faltaba un conocimiento profundo de la teoría psicoanalítica, podía reconocer las diferencias de perspectiva que tenía con la obra de Klein y también con la de Freud. Lacan planteaba otra teoría y otra clínica.

París: Lacan, Aulagnier, Leclaire, Mannoni, Safouan, Nasio, Zigouri, Laplanche, Roustang, ¿qué influencia tuvieron en tu trabajo?

Al poco tiempo de llegar a Barcelona pude continuar mi formación en París. Fue un gran esfuerzo en todos los órdenes; viajaba quincenalmente para analizarme, supervisar, escuchar conferencias, participar en cartels. La experiencia fue más allá de lo estrictamente psicoanalítico: visitaba las exposiciones de pintura y escultura; paseaba por las calles de esa ciudad; frecuenté conciertos y teatros. Conocí a muchos colegas de allí e hice amigos que aún conservo. Fue una experiencia muy rica; por eso, en relación a los esfuerzos hechos, solía decir: sarna con gusto no pica.

Las  ideas de Lacan y las de sus discípulos más directos eran muy novedosas y yo  intentaba hacerlas mías, como ya dije, no sin aprietos. Lo que pasó más tarde con la teoría lacaniana es bastante conocido, como también lo es mi posición contraria a todo dogmatismo en psicoanálisis. Tampoco quiero  reiterarme en este aspecto. En cambio, sí me gustaría comentar que, el retorno a Freud impulsado por Lacan me encontró en un buen lugar, porque no tuve que de­sandar otros caminos: la obra del vie­nés había sido mi refugio. Diferentes tareas con los primeros discípulos directos de Lacan -clínicos veteranos, sólidos, con pensamiento propio, colegas dotados de finura psicoanalítica y personal- me permitieron profundizar no sólo en el conoci­miento de la teoría de Lacan sino y también las formas con que cada uno de ellos ejercía la clínica. Con otros me  relacioné a través de sus publicaciones; Laplanche fue uno de ellos. Su obra me permitió un acercamiento más freudiano al pensamiento de Freud; su diccionario de psicoanálisis, escrito junto a Pontalis, me fue tremendamente útil y me acompañó a lo largo de todas estas décadas. En la excelente colección de cincuenta volúmenes de la Nouvelle Revue de la psychanalyse encontré siempre artículos de analistas menos conocidos que me inspiraron.

Siempre que viene a colación reitero mi deuda personal con Lacan; deuda compleja y en múltiples planos, co­mo se refleja palmariamente en El oficio de analista y en prácticamente todos mis libros; en especial, en El espacio psicoanalítico. Digo esto porque muchos de los analistas que se alejaron de Lacan, renegaron de sus fuentes y en lo que a mí atañe, pienso que es importante reconocerlas. Con él pude realizar una particular lectura de Freud que revelaba aspectos esenciales de esos textos fundantes. Sus primeros seminarios y los Escritos fueron esenciales para esa tarea. Su severa fustigación a las desviaciones posfreudianas incidió no sólo en mi práctica clínica sino y también en el desarrollo de mi sentido crítico. Eso me sirvió para evaluar la literatura psicoanalítica y lo que acontecía en los me­dios analíticos, incluido el lacaniano. Junto al reconocimiento de importantísimos aportes de Lacan que hice míos, mantenía algunas reservas frente a otras facetas de dicha teo­ría, en tanto no veía muy clara su aplicación en mi clínica. Me llamaba también la atención la relación de muchos colegas con la obra de Lacan y con su persona. La idealización y el ardor con que se de­fendían sus postulados tornaban -como en la época de la hegemonía kleiniana porteña- a inquietarme: el “movimiento lacaniano” estaba en marcha. Quiero diferenciar esa corriente, a veces fue arrebatada, de lo que es estrictamente la obra de Lacan, aunque sé que son indisociables. Siempre creí imposible que alguien -sea quien fuere- pudiese detentar la summa del conocimiento y las certidumbres respec­to de todo lo que se procesa en nuestra praxis. Hoy, a más de treinta años de su muerte, quiero exponer dos ideas: pienso que la lectura que el psicoanalista francés hizo de los textos de Freud, más que una interpretación de los mismos debe considerarse como una  parte de la obra del propio Lacan; especialmente si se tiene en cuenta los prismas que él utilizó en sus últimas décadas de su enseñanza para leer al vienés. El segundo aspecto: el actual es otro momento histórico del psicoanálisis; ahora no sólo estamos sufriendo las consecuencias de los grandes cambios sociales habidos en los últimos cuarenta años sino y también, las ocasionadas por muchas rencillas internas entre psicoanalistas y escuelas. Subsanar esas secuelas nos costará mucho; también, las producidas por una especie de corte generacional: hoy son muy pocos los jóvenes titulados que deciden iniciar una formación psicoanalítica.

Sea como sea, la experiencia parisina, además de darme otra concepción de la clínica, de las instituciones psicoanalíticas  y de la formación del analista, me permitió apreciar que hay determinaciones locales que singularizan lo general del psicoanálisis en cada ciudad. La inclusión de París en mi horizonte creó, junto con Buenos Aires y Barcelona, un triángulo con vértices bien discriminados. Eso me posibilitó apreciar semejanzas y diferencias en la formación, en los inicios de la práctica clínica y en las relaciones entre analistas. La diplomacia de las controversias -antiguas y actuales- entre psicoanalistas ingleses nada tiene que ver con el “sacar chispas” que caracterizan las discusiones entre nuestros colegas franceses.  . Fui, por ejemplo, testigo presencial del encuentro en que por votación se discutía la disolución legal de la “escuela de Lacan” y pude percibir cómo se empleaba la fuerza de la transferencia en favor de tal o cual idea o de tal o cual persona. Pero también sé que algunas instituciones de Barcelona o Madrid han vetado a ciertos y determinados analistas a hacer uso de la palabra en actividades programadas en su seno. Los  comisarios políticos no se acabaron, parece, con la caída del bolcheviquismo.

Tras las muchas disputas entre los analistas de Barcelona de los años noventa, entreví que, en buena parte, las instituciones psicoanalíticas se sostienen en base a los  aspectos no analizados de las transferencias de los candidatos. En algunas instituciones se incuban ciertos elementos que atentan contra los fundamentos del psicoanálisis.Más  que ayudar a pensar psicoanalíticamente tenían -y tienen- algo de fábricas de pensamiento único que exigen fidelidad al maestro correspondiente.

El Oficio de analista recoge tus intervenciones en El espacio Abierto de Trabajo en Psicoanálisis. ¿Cómo surgió ese espacio y qué aportó?

Lo que acabo de comentar puede ser una primera respuesta a tu pregunta. Buscaba encuentros entre colegas que pudieran soslayar -aunque más no fuera- algunas de las manifestaciones de la pulsión de muerte en las instituciones. La gestación del Espacio Abierto comenzó cuando di por terminado un primer ciclo parisino que había durado casi diez años.

Por aquel entonces me preocupaba también el  hiperteoricismo reinante en el mundillo psicoanalítico de Barcelona, que implicaba un relegamiento de los temas clínicos; también ocurría por aquella época una excesiva reiteración del discurso de Lacan y la imitación de sus modismos. Formaba parte de aquel contexto un psicoanálisis que parecía detenido en el tiempo; como si nada se hubiera producido desde los años sesenta. Eran -y son- los obstinados, los que prefieren no mover ficha; los que actúan como si nada hubiera cambiado en el mundo y en la sociedad; los que no sienten la necesidad de renovar el psicoanálisis. Completaba el paisaje psicoanalítico de esos años -finales de los ochenta- cierto freudismo con grandes dificultades para leer la obra del vienés entre líneas o en la «letra pequeña», aproximaciones éstas que son imprescindibles para revelar otros ejes de su pensamiento. Jergas, repeticiones machaconas de conceptos, clichés y una cierta fosilización estaban presentes entonces en el seno de una comunidad analítica parcelada, ensimismada, cuando no, en plena disputa pre o post-fraccionamiento y que, sin embargo, a pesar de los pesares, seguía produciendo meritoriamente.

Cuando con Aurelio Gracia decidimos poner en marcha el proyecto, queríamos  un espacio donde la gente pudiera escuchar cómo cada uno de los ponentes entendía la teoría y la práctica psicoanalítica. Nos preguntábamos si seríamos capaces de lograr esos objetivos; si podríamos sortear los narcisismos de las pequeñas diferencias o los conflictos de poder entre analistas. Tenía una pequeña dosis de esperanza al respecto y una convicción: sólo conseguiríamos esos objetivos si llevábamos adelante un proyecto amplioplural, que diera voz a las distintas formas de pensar el psicoanálisis. Y, si fuera posible, ir un poco a contracorriente de lo negativo que percibíamos en el contexto. Los colegas respondieron muy bien a la propuesta. Nos ayudó, creo, la mayor tolerancia que sobrevino después de las batallas por la hegemonía, las herencias y el reparto de poder.

Invitamos a colegas pertenecientes a diferentes instituciones y a otros sin pertenencia a grupos; queríamos que la pluralidad del psicoanálisis que existía en la realidad tuviera su reflejo en el Espacio Abierto. No todas las instituciones aceptaron la invitación. La infraestructura que teníamos era mínima y nunca nos interesó conformar una nueva institución. Fue una experiencia muy satisfactoria; logramos que fuera un punto de encuentro y de debate en el que participaron muchos colegas y también personas dedicadas a otras disciplinas. En ese Espacio, el auditorio y los debates posteriores jugaron un papel fundamental.

El carácter polémico de El oficio de analista se debe a que las conferencias recopiladas en él tomaron como referencias no sólo lo escrito por otros analistas sobre los diversos temas que se tratan en ellas  -inconsciente, transferencia, cura analítica,  pulsiones, deseo, fantasma, identificación, repetición, el fin del análisis, los resortes de la cura, el humor, etc.-  sino y también, las peculiaridades que traslucían las prácticas clínicas realizadas en los medios que frecuentaba y conocía. Muchas ideas expresadas en las conferencias eran elaboraciones que tenían como punto de partida mis discrepancias con ciertas consignas sobre las que parecían asentarse algunas formas de dirigir los tratamientos.La práctica clínica -y el psicoanálisis en general- son lo suficientemente complejos como para creer que exista una única verdad y que ésta haya sido revelada a alguien.

Lo dicho en este libro fue, en cierta manera, un anticipo de lo que más tarde se conformó como mi identidad psicoanalítica y que creo haberla expresado en el prólogo de Trencadís. Gaudianas psicoanalíticas en términos parecidos a los siguientes: me considero un analista freudiano, post-lacaniano; laico -es decir, no religioso-, no militante, alejado de los fundamentalismos psicoanalíticos y que cree posible cierto diálogo entre las diversas maneras de ejercer muestra praxis. Lo de freudiano post-lacaniano implica haberme tomado el trabajo de leer la obra de Lacan y las de otros analistas -Klein, Laplanche, Piera Aulagnier, Dor, Winnicott, Green y muchos otros- para hacer luego mi personal vuelta a Freud con esos bagajes y con algunas elaboraciones personales. La laicidad tiene que ver con que pienso que el psicoanálisis no es una religión.

La concreción de la primera etapa del proyecto Espacio Abierto no salió mal; en todo caso, me­jor de lo que esperábamos. La respuesta habida nos llevó a continuar con la experiencia e integramos a la coordinación del mismo a Adolfo Berenstein y Jorge Belinski. Contamos con la valiosísima presencia de muchos colegas en el auditorio y con la colaboración de todos aquellos que concretaron la propuesta de diálogo tomando la palabra en los diversos encuentros. Desde el inicio y prácticamente como axioma, estuvo presente la idea de no perpetuar su funcionamiento y así lo hicimos. Considero que la posterior aparición de la revista Tres al Cuarto -Actualidad, Psicoanálisis y Cultura- fue un vástago del Espai Obert. Nos permitió seguir trabajando los cuatro juntos pero en una dimensión totalmente diferente. En la segunda etapa de la revista se sumaron otros colegas al comité de redacción de la misma.

En esta nueva edición de El oficio de analista añades un nuevo capítulo: “Remontar el desencanto”. ¿Alguna vez hubo encanto? ¿Por qué el desencanto? ¿Cuál es la situación actual del psicoanálisis?

Hubo encanto cuando Freud inventó el psicoanálisis y duró un par o tres de décadas. Reapareció siempre que ha habido renovaciones conceptuales que implicaron avances clínicos. Lo hubo cuando se extendió la práctica del psicoanálisis a niños y psicóticos a partir de la teoría de Klein y cuando Lacan irrumpió con sus seminarios. Pero, es bien sabido que una vez que las teorías se difunden y alcanzan su cenit, comienzan a perder el carácter subversivo que poseían al principio; pierden algo del filo con que actuaban en las etapas previas, aumentan los epígonos y los fe­nómenos de inercia teóricos. Mientras critican lo establecido son muy creativas; cuando ocupan el primer plano en el escenario, pierden una parte de la chispa cuestionadora. Suele aparecer entonces una bifurcación de caminos: hacia un lado, una producción seria, madura, más bien solitaria y alejada de los focos de poder, realizada  por aquellos que -una vez que asimilaron los conceptos fundamentales- pueden hacerlos operar en la clínica y en la teoría con originalidad; quiero decir: introduciendo algunas inflexiones personales. Por el otro sendero marchan los portadores de convicciones “profundas”, los imbuidos de una se­guridad total respecto de sus teorías, a las que sienten incuestionables. Por esa vía se hace difícil avanzar porque las ideas se vuelven más rígidas. Suele haber más de lo segundo que de lo primero; aunque siempre existen otros caminos alternativos.

El desencanto que percibo en la actualidad entre los colegas me parece que obedece a múltiples factores; uno es el recién comentado desgaste de las teorías; otro muy importante tiene que ver con los cambios sociales  habidos en las últimas décadas, que dejaron al psicoanálisis en situación de crisis. Existen más motivos para el desencanto: buena parte de los pacientes que nos consultan en la actualidad piden, con mayor frecuencia que antes, soluciones rápidas a sus problemas psíquicos; les cuesta implicarse con sus síntomas y asumir la responsabilidad sobre sus padecimientos; tienden a posicionarse como víctimas y no pueden o no quieren dedicar tiempo, energía, dinero ni poner en juego su deseo en tratamientos psíquicos que consideran prolongados.Estas son las demandas más habituales, aunque hay también excepciones. Los factores sociales y personales recién comentados no son sólo externos al dispositivo analítico; están muy adentro; inciden en él y son determinantes frecuentes de los abandono de los análisis, de la reducción de sesiones o del no acudir a las mismas.La situación social de hoy en día -alta tasa de paro,  marginación con sus secuelas de violencia, las injusticias y el aumento de las desigualdades-, agrava lo ya comentado y tiene consecuencias múltiples; también, sobre la calidad y cantidad de nuestro trabajo. A esto se suma un reduccionismo biologista que explica todos los padecimientos psíquicos como producto de anomalías genéticas o bioquímicas, que presuntamente se resolverían con la pastilla milagrosa. Viejo oscurantismo en nuevos envases. Y, sin embargo, esas ideas han calado hondo en el imaginario social, que ha cambiado mucho en los últimos tiempos.Podríamos añadir, también, la presencia de una amplia gama de terapias que se ofrecen en el mercado, que compiten con el psicoanálisis ofreciendo la 4 B -bueno, barato, bonito y breve-, y hacen creer que la mente es como un guante, que puede darse vuelta en un plis-plas: ¡cambia tus pensamientos negativos por otros positivos!, es su consigna. En ese contexto, atendemos a menos pacientes; eso nos pasa a todos, aunque muchos no lo digan abiertamente. Estos factores, potenciados entre sí, han generado cierto desánimo entre los colegas, una especie de decaimiento, que nos condujo a dar pocas respuestas a los nuevos retos que se le presentan a nuestra disciplina.

En “Remontar el desencanto” te refieres a una necesaria transformación del psicoanálisis. ¿En qué consistiría?

La modalidad tradicional del análisis -cuatro, tres y hasta los de dos sesiones semanales- fue disminuyendo o desapareciendo de las consultas y, según parece, quedó confinado -en calidad de exigencia curricular- en algunos institutos de formación psicoanalítica o para situaciones muy excepcionales. ¿Significa esto que el psicoanálisis esté muerto, como muchos predican o quisieran? Yo pienso que no; pero lo que sí es cierto que esta nueva situación nos genera mayores obstáculos e incomodidades en la tarea clínica. Considero que estamos en el final de una época: el de la versión clásica del psicoanálisis, valorado en función del número de sesiones por semana y los años de duración del mismo; variables éstas que para algunos devinieron, incluso, una medida de la “profundidad analítica” alcanzada.

La desaparición de esas modalidades de análisis comenzó hace diez o quince años; es por lo tanto muy anterior a la actual crisis económica. Me parece fundamental diferenciar las dos crisis: está aquélla de la que se habla cada día en los diarios, radio, televisión, etc. y está la propia del psicoanálisis. Tenemos que reconocer que ambas existen y se imbrican. Sin duda, la primera potencia a la segunda.Sin embargo, mis reflexiones acerca de la necesaria transformación del análisis no parten de los efectos que está teniendo sobre nuestra tarea la presente coyuntura social y económica.Pienso incluso que si esa crisis no existiera, el psicoanálisis y las psicoterapias de él derivadas, deberían igualmente renovarse.

El contexto social es, sin duda, desalentador. Pero, como afirmo en “Remontar el desencanto”, no podemos estar siempre echando balones fuera; alguna responsabilidad nos cabe a los psicoanalistas en la situación actual que vivimos en nuestro oficio. Mantuvimos demasiadas disputas y debates internos; muchos de ellos al margen de lo que estaba aconteciendo en nuestra sociedad.Ahora, estamos sufriendo las consecuencias; además, nos está costando reaccionar. Las primeras respuestas -las más rápidas, pero no las mejores- han sido rebajar los objetivos clínicos del psicoanálisis y de las psicoterapias analíticas. Y añorar los tiempos pasados, como si la rueda de la historia pudiera dar marcha atrás.Tendríamos que crear otras alternativas, pero ellas requieren cambios de actitud: deberíamos declarar caducos algunos conceptos psicoanalíticos, renovar otros, inventar nuevos y modificar las modalidades de intervención, para hacerlas más acordes a los nuevos desafíos que clínica nos hace hoy. Quiero insistir en un punto: pienso que el psicoanálisis necesita transformarse, pero no por la crisis económica ni por la disminución de nuestro trabajo. Innovar no significa rebajarlo, recortarlo, ni limar su filo. En varios capítulos de El oficio de analista expuse acerca de qué es para mí un psicoanálisis y qué es una psicoterapia psicoanalítica; lo desarrollé más extensamente en Trencadís y mantengo lo que expresé en ambas ocasiones. Creo que la renovación pasa más bien por desplegar la gran potencialidad de sus conceptos. Porque, en su origen, el psicoanálisis fue concebido como una red de articuladores teórico-clínicos dúctiles, maleables, con capacidad de admitir nuevas inflexiones. Y a pesar de haber nacido con esa vocación de cambios, no siempre, creo yo, esas mutaciones se dirigieron hacia las direcciones adecuadas. Asumir esta tarea de remozamiento sería actuar en consonancia con el futuro que anhelamos para él.

La renovación es necesaria por varios motivos: porque -como a toda disciplina- le corresponde cuestionar de tanto en tanto sus fundamentos; en segundo término, porque tiene que afinar de nuevo sus instrumentos y en tercer lugar, porque debe hacer frente a los retos de los tiempos actuales.Estas propuestas no deberían sorprender, porque el psicoanálisis, en su historia centenaria, ya se ha remozado en varias ocasiones y pienso que en esta época le toca otra vez. Y con lo que queda tras esa nueva remoción, ¡a seguir avanzando!

Me atrevo a vaticinar que, entre otras cosas, esa transformación exigirá a los analistas exponer con claridad y sinceridad lo que se piensa, oponerse a lo que no agrada, buscar nuevos rumbos, criticar cuando corresponde, enfrentarse con las resistencias al psicoanálisis incrustadas en las instituciones analíticas y en nosotros mismos; ironizar un poco sobre las excesivas citas de autores de moda, trabajar creativamente, asumir con fundamentos y valentía las proposiciones propias, renunciar a la creación de nuevas escuelas -las que tenemos son más que suficientes-, tomar ideas de aquí y de allá para aplicarlas en prácticas clínicas originales.

Pienso que esos cambios no serán realizados por un nuevo genio del psicoanálisis que, por otra parte, no se le ve asomar por ningún sitio. Más bien, debemos construirlas entre todos. Es probable que las nuevas generaciones de analistas estén mejor posicionados que nosotros -los de la vieja guardia-, para llevar a cabo esos cambios. Sé que ese relevo generacional ya está en marcha; eso suele ocurrir casi espontáneamente. Pero pienso que corresponde explicitar y catalizar esa tendencia. La conducción de este proceso vivificante la deben asumir las nuevas generaciones de analistas, sabiendo que pueden contar con la colaboración de los veteranos. Ellos sabrán interpretar mejor los cambios que están aconteciendo, en estos tiempos, en todos los órdenes de la vida.

Reinventar el psicoanálisis del siglo XXI no es una tarea descomunal; tampoco, de sencillo bricolaje teórico:cambiar no significa “cortar” y “pegar” fragmentos de concepciones ya conocidas. Se trata más bien de dar carta de ciudadanía a muchas cosas originales que ya estamos haciendo diariamente en nuestras consultas; trasmitirnos cómo trabajamos las transferencias y resistencias novedosas que se generan actualmente en la clínica. Deberíamos crear espacios para debatir lo nuevo que vamos introduciendo en nuestra práctica cotidiana y evaluar -entre todos- los resultados obtenidos.

Ya que hablamos de la situación actual, ¿qué opinión tienes respecto del uso de las nuevas tecnologías en la práctica psicoanalítica? Me refiero a la atención telefónica o por internet.

No tengo experiencia en ese terreno. Todo depende de lo que pase en las sesiones. ¿Podría haber trabajo analítico sin sesiones presenciales? Pienso que es probable que pueda haberlo si se estableció previamente la transferencia analítica. Me han comentado algunas experiencias interesantes con pacientes que ya habían empezado una experiencia terapéutica y tuvieron que marcharse a ciudades lejanas. Se decidió, entonces, reemplazar las sesiones presenciales por las telefónicas o por Skipe. Esa situación me parece distinta a las ofertas de iniciar un psicoanálisis o una psicoterapia por esas vías. Pienso que la transferencia es más difícil de establecer a través de artilugios tecnológicos. Cabe tomar algunas precauciones para que no se transforme en una mera promoción y venta de servicios. Si la transferencia se ha instalado, creo que lo mejor es que el analista y su paciente decidan lo que se hace, en función del deseo y… la honestidad. Por el momento he resuelto no abrir esa puerta en mi clínica, aunque  considero que puede haber cambios en el futuro, siempre y cuando ellos afecten a lo que considero medular de la experiencia analítica.

El ordenador, internet, los teléfonos móviles, el whatsApp, el correo electrónico son instrumentos útiles, sin duda, en la vida cotidiana y no podemos darles la espalda. Sin embargo la tecnología no nos hace más inteligentes ni creativos; no incide en lo más mínimo en la calidad de un análisis, cuya creatividad sigue habitualmente por otros senderos. Siempre debe haber algo creativo en toda experiencia analítica. Si eso ocurre, no se deberá a las telecomunicaciones. Por otro lado, permíteme decirlo, creo que se ha generado un gran abismo entre los avances científico-tecnológicos y la ética; los progresos de ambos no fueron similares. Tenemos que tenerlo presente.

Haciendo un paréntesis en este asunto…, alguna vez habrás ofrecido a algún paciente que te llamara por teléfono en una situación de emergencia. Qué pasa si te llaman…

Sí, efectivamente; eso lo hice -y hago- muchas veces. En ocasiones lo ofrezco yo; en ocasiones lo piden ellos. Creo que eso me ayudó a desacartonar el análisis, a ser más flexible, a ejercer nuestro oficio de una manera más natural, más abierta, más amplia. Lo más importante de un análisis no pasa por las cuestiones formales. Por otra parte, fundamento teóricamente esas actitudes por medio de una concepción topológica de la transferencia; concibo que esta última opera más allá de las cuatro paredes de mi consulta. Pero en todo caso, esas intervenciones telefónicas siempre han sido puntuales, circunscritas; a los pocos días retomábamos las sesiones en la consulta. Ayer le dije a una paciente que está pasando un periodo crítico que la próxima semana no estaré en Barcelona; pero, si necesitaba de mi escucha, podría localizarme en el móvil. “Si necesita hablar conmigo, puede llamarme”. Creo que, por suerte, ese tipo de intervenciones no son tan esporádicas entre los analistas como en otras épocas ni se las vive como “trasgresiones al encuadre”. Muchos analistas las hacemos. Constato que si las cosas se plantean de esa manera, en general, la mayoría no utiliza esa oferta; se tranquilizan sólo con saber que pueden comunicarse con nosotros.  (Continuación de la entrevista)

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Neri Daurella, psicoanalista: «Siempre he pensado que la verdad no se encuentra en una sola disciplina.»

La obra y el legado de Michael Balint (Budapest, 1896 – Londres, 1970) son sobradamente conocidos en el mundo anglosajón, pero tal vez menos en los paises latinos y en Sudamérica. Neri Daurella de Nadal, psicòloga y psicoanalista, miembro de la SEP-IPA y de la IARPP, es una de las introductoras de los Grupos Balint en Catalunya y España. Acaba de publicar Falla básica y relación terapéutica. La aportación de Michael Balint a la concepción relacional del Psicoanálisis,,  motivo por el cual la entrevistamos para La Casa de la Paraula.

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Joseph Knobel Freud, psicoanalista: “La trampa es pensar que uno hace en función de lo que la sociedad exige y no de lo que uno desea: soy más porque produzco más, es una trampa del discurso capitalista”.

 joeknobel1Joseph Knobel Freud combina su labor como psicoanalista y psicólogo clínico en Barcelona con la docencia en la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de la que es miembro fundador. También es miembro de AEN y de la Asociación Europea de Historia del Psicoanálisis y actualmente forma parte de la Junta Directiva de la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas (FEAP). Ha publicado Análisis psicológico de los mitos, cuentos y sueños, Clínica psicoanalítica con niños y, recientemente, El reto de ser padres, motivo por el cual Magne Fdez.-Marban le entrevista para La Casa de la Paraula.

¿Por qué psicoanálisis de niños y adolescentes?

En realidad, ningún psicoanalista puede atender únicamente a niños y adolescentes porque se quedaría  sin una parte importante del proceso de un análisis. En el de los adultos, vemos la infancia y la adolescencia que han vivido; cuando se atiende a un niño en la consulta  es fascinante  ver cómo construye su infancia hacia su adolescencia mediante el uso de todas sus posibilidades discursivas.

Los niños hablan mucho, ya sea jugando, dibujando o mediante la palabra. Nos muestran que en la consulta se trata casi de transcribir, traducir, hablar otros idiomas, como el lúdico o el pictográfico, para poder comunicarnos mejor con ese mundo inconsciente infantil. Por su parte,  el adolescente comunica mucho con sus silencios o su mirada.

Hablar otros idiomas. En su libro anterior, Clínica psicoanalítica con niños, distingue  técnicas: sueños, dibujo, juego. ¿Son técnicas o idiomas?

Podríamos hablar de la técnica como aquello que es fundamental si la entendemos como  una herramienta que enseña al analista a entender esos idiomas. Es una definición peculiar de técnica pero lo que quiero decir es que el niño se expresa de distintos modos y el terapeuta debe crear su propia técnica para poder dialogar con él con todas esas formas de expresión. Por ejemplo, no puede no jugar. No comparto lo que hacen algunos analistas de niños que observan a los niños cuando juegan y emiten interpretaciones incluso con un lenguaje adulto y sin meterse en el juego, aún tratándose de niños de cuatro o cinco años.

He defendido en mis libros que es fundamental poder meterse en los distintos discursos del juego, del dibujo o del sueño y he elegido, a veces con otros autores, tratarlo como una cuestión técnica porque son recursos que van  juntos: en una misma sesión un pacientito puede hablar, jugar, dibujar, explicar un sueño, volver a jugar, dibujarlo… El analista tiene que entrar y salir cada vez de estos  distintos discursos. En realidad consiste en pensar el encuentro con un paciente como un espacio transicional que otro. Es de ambos y es el encuentro entre dos inconscientes que van a trabajar juntos en busca de algo. Es una teoría de Winnicott que uso tanto en el psicoanálisis de niños como en el de adultos.

¿La interpretación, en qué idioma la hace? ¿Hay alguna diferencia?

Si, hay diferencias. Si un niño me cuenta o me expresa cosas jugando, muy probablemente yo también interpretaré  en el terreno del juego. Me es mucho más fácil hablar desde el perrito que estaba mamando del pecho de la cerdita, y estoy tratando un niño adoptado que se asusta mucho cuando descubre que hay un perrito que puede mamar de la teta de la cerdita. Con su miedo y sus ganas y su posibilidad de jugar a  que un perro pueda mamar de una cerdita, está claro que está hablando de la adopción y yo puedo entrar en el juego y hablar desde ahí. Me parece una violencia del adulto si yo me saliera de ese lugar y le dijera: «Te has asustado cuando has descubierto que el perrito ha sido adoptado por la cerdita». Prefiero ser el perrito y decir que tengo miedo; ponerlo en el juego, hacerlo juego.

Eso sin quitar importancia a la palabra, en este caso como una forma más de jugar, como algo que acompaña el juego. Los niños juegan mucho y a veces los profesionales jugamos con los niños como una forma de acompañar la palabra. Es lo que los analistas clásicos explicaban sobre la personificación de los objetos, de los animales; los niños hacen hablar a todos los juguetes. Estarían más cerca de una idea de la cultura infantil los patitos o los ratoncitos que hablan, pero el niño hace hablar a tacitas, cacerolas, ollas, tomatitos o cualquier otra de las cosas que construye con plastilina. y un niño puede incluso no hablar y contar cantidad de cosas a través de lo que está modelando. Por eso a veces dialogar con él es ponerse a modelar con él. Imaginemos a un niño obsesivo, o con características  obsesivas, mejor,  porque no me gusta clasificar: si juega con tomatitos y los hace con plastilina roja y tiene que hacer tomates perfectos, bolitas rojas perfectas, y el analista  hace tomates imperfectos con su parte de plastilina e  intercambia con  él tomates perfectos por imperfectos, están manteniendo un diálogo. No están hablando de la imperfección de los tomates. Es terapéutico decirle que yo estoy contento con mis tomates imperfectos y que se los puedo vender al mismo precio que sus tomates perfectos. Y así, algo que pasa por el registro del juego va quedando en la relación entre él y yo. Luego se encuentra a los adultos: mamá está esperando fuera y le pregunta qué ha hecho con el señor Knobel y el niño le dice: “Estuve jugando con tomatitos de plastilina” y a la madre se le pone cara de “¿Y yo pago para eso?” Pero el hech0 es que el niño cuenta así muchas cosas y eso es complicado transmitirlo a los padres. Los padres te dicen: “Oiga. 10 sesiones jugando al parchís; ¿mi hijo viene aquí a jugar al parchís?” Y como tienes un secreto con el paciente no le dirás que mientras juegas al parchís el niño te cuenta los miedos a ser comido y comer, a rivalizar, a competir, a perder o que, entre otras cosas, mientras está desesperado por ver qué le sale en el dado, está contando lo que  le pasa en el cole, con los amigos, con los padres, y en realidad el parchís es un objeto que ayuda a que pueda hablar, que acompaña. Pero, claro, lo que le dice a la madre es “estuve jugando al parchís con el psicólogo”.

joeknobel4¿Por qué no le gusta clasificar?

Toda mi vida he sido un luchador contra los diagnósticos estadísticos y  toda clasificación me parece un diagnóstico estadístico. Como psicoanalista el diagnóstico es fundamental para trabajar, pero siempre caso por caso. Y  nunca he visto en mis treinta años de trabajo a un niño igual que otro, como no he visto a un adulto igual que otro. La forma de hablar, unida al ambiente en que nos movemos, es de una singularidad tal que da un resultado que me costaría clasificar. Decir, por ejemplo, «este niño tiene un déficit de desarrollo.» El diagnóstico me ayuda a  dirigir la cura, pero nunca será una clasificación, no un diagnóstico de etiqueta. Mantengo el diagnóstico freudiano, pero no estructural. Me interesa distinguir si trabajo con un niño psicótico o con uno neurótico, pero hay muchos niños neuróticos que tienen momentos psicóticos. Si usara estructuras, debería pensar en estructuras tan permeables entre ellas que dejarían de ser estructuras. Y no creo mucho en las estructuras inamovibles; de otra manera no plantearía que el psicoanálisis es, en toda regla, un método terapéutico.

Comentaba el episodio del niño que le cuenta a su madre que juega al parchís. El pago. ¿Puede haber análisis en instituciones sin pago?

Sí. Hace más de veinte años planteé la necesidad de un pago simbólico con los niños. Porque el niño no paga porque no tiene idea del dinero como los adultos ni tiene por qué tenerla. Estará dentro de un circuito simbólico, pero es distinto. Entonces, se puede atender perfectamente a los niños en un circuito público sin que medie pago alguno ya que el compromiso del paciente con el tratamiento pasa por otro lado. Evidentemente, en tal caso tiene que haber un compromiso con el tratamiento, tiene que costar, pero que algo me cueste no significa que tenga que pagar dinero. Puedo pagar con mi tiempo, con mis ganas y con mi compromiso: me comprometo a trabajar contigo. Los psicoanalistas con niños debemos tener muy claro que los niños no pagan, pagan las madres y los padres. Ellos pagan para jugar al parchís, los niños pagan con su tiempo: el niño sabe que podría estar jugando, viendo la tele o con los amiguitos, pero ha ido a la consulta. Está siguiendo un pacto, un trato que les ha hecho comprometerse con un tratamiento o con un terapeuta.

¿Y a veces le pagan con canicas, o con algo que hayan ganado?

Cuando establezco un pago simbólico, sí. Yo acuerdo con el niño con qué me paga, no es con cualquier cosa. Son ideas que he ido tomando de autores como Dolto,  hago una mezcla entre psicoanálisis  contemporáneo, por ejemplo, Green, por la importancia del encuadre, y algunas ideas de Dolto por la importancia de lo simbólico. El niño tiene que pagar con algo, pero no con cualquier cosa, cuando es con cualquier cosa hay que pensar si hay un compromiso.

¿Son iguales los padres de ahora que los de hace 20 o 30 años?

En absoluto. Para mí los padres son lo más complicado del psicoanálisis del niño. Cuando se trabaja con niños, a diferencia de cuando se hace con adultos, como mínimo se tienen tres frentes abiertos: niño, papá y mamá. Si el niño no se trata por un problema escolar puedes cerrar el tema escolar, un niño encoprético, enurético o bulímico, por ejemplo  En fin, hay que trabajar con distintas transferencias.

Hoy en día hay una cuestión que tiene que ver con que la maternidad y  la paternidad son mucho más permisivas que  hace veinte años con respecto a los límites y, en consecuencia, los niños están más desorientados, hay más miedo, porque los padres hicieron dejación de sus funciones de ordenarlos a partir de poner límites, digámoslo así. Los seres humanos en general nos ordenamos a partir de los limites que nos ponen desde fuera, si no existen, nos desorganizamos. Es decir, si quien debe poner los límites no lo hace, no permite al niño organizarse. Recuerdo  que escribí sobre el caso de  un niño que mordía a los otros niños. Cuando investigamos, descubrimos que los  padres, muy modernos y relacionados con el diseño, vivían en una casa donde cada habitación tenía su color. La habitación verde, la roja, la azul… El niño no sabia en qué habitación dormiría cada noche porque, como decía el padre, “donde se quedaba dormido, dormía.”  ¡Y lo encontraba divertido!  No es una película, está pasando, hay  quien ha organizado su casa por colores y el niño se duerme donde se queda dormido: en cada sala hay  una cama del mismo color que la pared y una televisión, y un día el niño duerme con papá, un día con mamá, un día solo. Es un caso exagerado pero en el último libro, donde aparezco dando consejos sobre ello, es porque sí es importante que el niño duerma a la misma hora y en el mismo lugar, y hoy en día es absolutamente necesario decirlo. Y es función de un psicoterapeuta o de un psicoanalista orientar a los padres para que comprendan que un niño necesita una organización en casa para tener organización mental. Deben evitarse las cosas que fomenten el desorden y, de hecho, hay un desorden familiar continuado que tiene que ver con la cultura actual. Cualquier padre se excusa con “qué quiere que haga, si termino de trabajar a las nueve y tengo que ver a mis hijos… y tengo que verlos a distintas horas…”. En fin,  mejor que los vea el fin de semana si le apetece.

¿Por qué estos cambios?

Creo que están como desprestigiadas la paternidad y la maternidad. Porque ser padre es poner límites, no es divertido. Yo veo, y lo comento en mi nuevo libro El reto de ser padres, que a menudo los padres no se autorizan a ser padres Ya no saben por qué quieren tener hijos. Es bastante preocupante cuando te encuentras parejas que te cuentan que han tenido ese hijo porque tocaba, la mujer tenía 35 años… Pero, ¿fue autorizada a ser madre? ¿Lo deseaba? Son cosas que se mezclan con una modernidad mal entendida. Hay madres y feministas que dicen «yo no pienso renunciar a mi vida como mujer para hacer de madre.» Pero qué mal ha entendido la femineidad, es un placer enorme para la mujer dar el pecho a un hijo  y dedicarle dos años de la vida. Argumentan: es que quiero trabajar, mi lugar en la empresa, en la sociedad…. Pero hay ahí un discurso trampa.

¿Cuál sería la trampa?

La trampa es pensar que uno hace en función de lo que la sociedad exige y no de lo que uno desea: que se es más porque se produce más es una trampa del discurso capitalista. Y lo digo como psicoanalista pero puedo buscar avales en la filosofía contemporánea, la modernidad líquida, que dice Baumann: si soy más por lo que produzco que por lo que soy, en la familia, por ejemplo, tenemos que producir mucho para traer regalitos por Reyes. Y eso es ser padre, supuestamente. A eso le llamo trampa. «Yo no pienso renunciar a mi femineidad». Pero quizá usted no ha comprendido que maternidad y femineidad van ligadas, por lo menos como psicoanalista lo tengo claro. Insisto, la gran diferencia es que las funciones paternas y maternas están desprestigiadas en la sociedad de hoy. ¿El éxito lo tengo porque tengo trabajo o por otras cosas? O, en mi casa, ¿estoy contento por el dinero que llevo o por los dibujitos que hacen mis hijos?

¿Qué síntomas ha creado todo eso?

Este panorama ha generado un yo ideal brutal: Los niños tienen que ser perfectitos para los padres, no se acepta la falta por ningún lado. ¿Qué ha comportado eso? Que hay más fracaso, más imperfección que nunca. ¿Qué quiero ser, qué quiero estudiar? Todo eso ha quedado como fuera de lugar. Hace poco hice un trabajo que se llama Análisis en los límites del análisis porque trabajo mucho con personas con trastornos narcisistas no psicóticos, lo que algunos llaman personalidades límite, que están relacionados con ese déficit de madre, de funciones paternas y maternas. Son chicos que están en los límites de su organización mental porque hay una función base en su estructuración que ha fallado, la función que tenía que sostener no sostuvo, hay una falta de narcisización y de sostenimiento inicial importante y eso puede tener que ver con esas madres que dicen: «tenía que volver rápido a trabajar y dije en la maternidad que retiraran la leche para dar el biberón». El desprestigio de la función materna puede haber aumentado el problema de esos niños que no tienen brazos para ser sostenidos sino una madre sin ganas que hace que su desgana haga que el niño se caiga. Entonces el niño tiene que autohacerse, como diria Winnicott, y sin esa importantísima ayuda de la función materna se genera ese falso self. Y ello incluso afecta a lo evolutivo; Vigotsky, el famoso psicólogo y psicoanalista, planteaba la importancia de la organización mental a partir de prácticas cotidianas de los padres: dar de comer no es cualquier cosa, si dar de comer a un niño pequeño lo vamos a transformar en una visita al McDonald’s, algo de lo que en psicología evolutiva se denomina zona de desarrollo próximo se deteriora de entrada: dar la teta no es cualquier cosa, no es un trámite rápido, es un proceso que debería ser agradable para la madre, pero la madre, en esta sociedad, dejó de disfrutar por el hecho de ser madre, por meterse ahí en esa célula narcisista madre-bebé, como si estuviera mal vista.

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¿Y los hiperactivos tendrían que ver con eso?

Los hiperactivos se mueven por muchos motivos, fundamentalmente puede que llamen la atención de los padres porque están asustados, preocupados. Hay fallos en la pareja, hay muchas cosas que fallan en la sociedad actual y no es que las parejas valoren lo que es estar en pareja, estar enamorado, que son cosas importantes para el niño. El niño hiperactivo, con su movimiento, está diciendo que hay algo que le mueve, que le agita. Los hiperactivos existen, hay. Lo que digo que no existe es el trastorno, porque no me creo la palabra trastorno. Claro que hay chicos que se mueven pero ¿qué hacemos los psicoanalistas con eso? Buscar los motivos. Esos chicos quieren despertar a la madre, si está dormida, o despertar a todo el mundo para decir «oye, que está pasando algo.» Pero no lo hacen porque haya un desequilibrio psíquico ni químico que hace que tengan que tomar anfetaminas. Hay que medicar a ciertos niños muy enfermos, pero no a los chicos  que se mueven. Primero hay que buscar los orígenes. Como psicoanalista, si luego hay que medicar, no estoy en contra de toda medicación, estoy en contra de dar anfetaminas; no contra el tratamiento farmacológico cuando es necesario. Y a los llamados trastornos límites ¿para qué se les va a medicar?

Una cosa difícil para trabajar con los padres es que tampoco como psicoanalistas podemos creer que curar es integrar a una persona en la sociedad de consumo para que consuma más y consuma universidades, por ejemplo, porque las universidades, hoy en día, la mayoría no funcionan para satisfacer la pulsión de saber sino para consumir créditos: tantos créditos, tantos papelitos y con tantos papelitos un papelito más grande, casi como un perro de Pavlov, más papelitos significan más comida. En psicoanálisis, curar un trastorno narcisista no es hacer que el chico estudie, a lo mejor es aceptar que el niño  crezca de otra manera. En un adolescente puedo decir que he curado o que su cura ha avanzado mucho cuando es creativo, y como psicoanalista me da igual si eso entra en contraposición con lo establecido. Muchos pacientes con trastornos narcisistas que he atendido son grandes artistas o artesanos: escritores, pintores, carpinteros, es decir, luego del tratamiento han tenido que luchar contra lo establecido; niños que antes de nacer ya estaban programados como grandes abogados, establecer que pueden ser buenos carpinteros o cristaleros es difícil de aceptar dentro de una estructura familiar.

Me viene a la memoria un trabajo que presenté sobre un chico al que atendí, del que sus padres, profesionales liberales, esperaban que fuera un buen médico. Sin embargo, él no  pretendía estudiar, ni mucho menos. Le fascinaba ser grafitero y era un espectacular grafitero de trenes y en realidad no quería hablar. La primera parte de su tratamiento consistió en trabajar sobre las fotos de los trenes que pintaba y que me traía a las sesiones. Qué formas pictográficas podíamos encontrar en sus grafitis que nos pudieran dar cuenta de su historia. Historizamos a partir de lo que él pintaba, que era lo único que le interesaba socialmente; estaba visto casi como un psicópata, pero para mí era un gran artista. Simplemente tenía un gran problema y es que le borraban lo que pintaba porque los trenes los limpian. Cuando él aprendió eso, aprendió a pasar del tren a la tela y hoy es un brillante pintor, pero sufría más que nada en silencio porque su obra no podía permanecer. La trampa que él se había hecho, la trampa límite, en los límites de su funcionamiento mental, tenía que ver con que pintaba en una superficie que iba a ser borrada. Entonces vivía en una permanente frustración; cuando se dio cuenta, cambió el lugar de pintar en lugar de cambiar su arte. Además lo tuvo que adaptar a las nuevas pinturas, porque no es lo mismo pintar con aerosol que al óleo. Pero se dedicó a eso, lo cual lo organizó mucho más y además le hizo sentirse más creativo, claro. Y como ese podría contar bastantes casos más. Los padres con los adolescentes muchas veces se quedan preocupados porque, como el niño va a ser rechazado por la sociedad, ellos ya viven el rechazo en el seno familiar y de ese modo el niño es echado antes de que lo echen. A otro chico que yo atendí, cuando se sentía perdido, le gustaba pasar la noche fuera de casa recorriendo las líneas de autobuses nocturnos de la ciudad. Hoy es un maquinista de tren. Al pasar toda la noche en la red de autobuses recorriendo la ciudad estaba intentando decir algo. Ahora bien, si lo entendemos únicamente como un discurso que va contra los padres y que muestra su rebeldía y no vamos más allá para escuchar lo que quiere el paciente, igual perdemos la oportunidad de escuchar que el paciente quiere conducir, conducir su vida.

Planteaba el tema de las madres poco madres. ¿Qué le sugiere la posible reforma de la ley del aborto?

La actual discusión sobre el tema me parece que es más bien una representación clarísima de cómo cierta mentalidad demasiado fascista quiere imponerse en un funcionamiento ya instalado. No me detendría en el actual cambio porque es entrar en la locura de esa gente. Creo que las mujeres, si quieren ser madres, tienen que poder serlo y, por supuesto, tendríamos que permitir que, si una mujer no quiere serlo no engendre, porque si no tendremos un niño que no estará en los límites, sino que no estará en el mundo, porque el niño empieza a estar en el mundo en el deseo de la madre. Esto, que parece algo demasiado dicho, es una verdad que constatamos permanentemente en la clínica. Como especialista diría: dejen que una madre decida qué quiere tener, simplemente.

Domenico Cosenza, psicoanalista: “La anoréxica tiene una relación con el espejo que está al límite de la persecución”

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

Para el psicoanalista italiano Domenico Cosenza su encuentro con personas que sufren de anorexia le interrogó desde ya muy joven. Este interrogante le encaminó a realizar una tesis, El rechazo en la anorexia, por la Universidad de Paris VIII para doctorarse tiempo después en Investigación en Psicoanálisis. Lleva más de diez años como director científico de instituciones terapéuticas para el cuidado de personas que sufren trastornos alimentarios como la anorexia o la bulimia. Dirige en su país natal el Instituto Freudiano y es también miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Acaba de publicar la edición en castellano de su libro El muro de la anorexia donde nos relata el enigma del síntoma anoréxico y aporta luces para su tratamiento en la clínica contemporánea. El viernes 17 de enero presentó en la sede de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona su nuevo libro, ocasión para conversar con él sobre su dilatada experiencia en este campo.

¿Por qué eligió el tema de la anorexia para hacer su tesis? ¿Tiene algo que ver esta decisión con su marca singular descubierta en su propio análisis?

En realidad la elección tiene una relación más fuerte con el acontecimiento de mi recorrido profesional, es decir, el encuentro precoz cuando era joven y empezaba a trabajar en este campo con una institución de Milán que atiende desde hace mucho tiempo a personas con trastornos alimentarios. Fue la primera institución italiana que trabajó en este campo desde una orientación psicoanalítica. Desde que yo era un chaval de 15 años he tenido amigos que, como psicoanalistas, ya empezaban a trabajar con este tipo de pacientes y muy pronto empecé yo también a andar este camino. Lo que se produjo en este encuentro con los sujetos anoréxicos fue, efectivamente, un efecto de sorpresa y de enigma relacionado sobre todo con la modalidad de goce que desarrollan en la construcción del síntoma. Este punto de sorpresa continúa interrogándome y es alrededor de esta primera interrogación enigmática que se desarrolló mi recorrido en la clínica tanto en mi trabajo institucional en comunidades terapéuticas como en la consulta y también en mis estudios de investigación, algo que mantengo desde hace muchos años.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

La comida, la experiencia alimenticia no es solo un acto para que las personas nos nutramos sino también, según Roland Barthes, un “medio de comunicación” que ordena, organiza y orienta al sujeto en su dimensión socio-cultural. ¿Qué relación tiene la comida con el inconsciente?

Sí. Es una relación muy compleja porque tenemos que ubicarla en diferentes niveles de la experiencia. Como nos dice Freud en Tres ensayos sobre la teoría sexual el objeto oral por excelencia, la comida, tiene diferentes niveles de funcionamiento: por un lado el nivel más evidente es el de una dimensión nutricional que responde a la necesidad, pero para el sujeto humano la comida no se reduce nunca a esto ya que ésta pertenece, al mismo tiempo, a una dimensión de satisfacción pulsional. La comida es el primer don que el sujeto recibe de la mano del Otro, es por ello que tiene un valor simbólico y por tanto se pone en juego también la dimensión del deseo. Esto Freud lo explica de manera muy clara cuando nos dice que el niño cuando se orienta hacia el pecho de la madre continúa su experiencia de satisfacción más allá de sus necesidades y exigencias nutricionales. Ya ahí se ve como la introducción del objeto oral se apoya en la necesidad pero también más allá de ésta. Se trata de una experiencia muy compleja que comporta una dimensión de identificación del sujeto con la comida. Esto es muy claro, por ejemplo, en relación a la cocina y las tradiciones alimentarias de las familias.

Hace unos años entorno a una mesa de un hogar cualquiera se sucedían muchas escenas que hablaban de la historia de una familia. Ahora esa imagen parece estar cada vez más en declive. Estamos en otra época. ¿Cómo afecta este cambio a la subjetividad?

Yo creo que el declive de la comensalidad manifiesta el declive del Otro simbólico en la experiencia del sujeto contemporáneo, es una muestra del efecto de erosión de caída de la dimensión simbólica que caracteriza la vida actual. Lacan, ya desde los años 30, hablaba de una caída de la imago paterna, algo que ha retomado también Jacques-Alain Miller en su lectura de Lacan. Actualmente asistimos a un declive del Otro simbólico y a una subida al cénit de la dimensión del goce. Esto se ve también respecto a cómo los sujetos se ordenan alrededor de la alimentación. Lo que tiende a prevalecer hoy es una relación no ritual con la comida. En el día a día de la vida cotidiana asistimos a una caída de la relación con el alimento como ritual y, además, a un vínculo cada vez más solitario. En un sujeto que tiene una estructura neurótica esto es algo que se puede sostener porque el neurótico nunca está verdaderamente solo, de alguna manera, siempre está con el Otro aunque no esté delante de él. Pero existe toda una dimensión de la clínica contemporánea donde el sujeto experimenta un rechazo del Otro y una relación exclusiva con el objeto de goce. Y esto lo hemos aprendido sobre todo en el campo de las toxicomanías pero también en el de los llamados trastornos alimentarios donde este tipo de problemas se manifiestan de forma evidente. El sujeto pierde su relación con el objeto comida, tiene la ilusión de controlarlo cuando en realidad no lo hace y acaba siendo esclavo de éste. Algo parecido ocurre en la experiencia del toxicómano: con la ilusión de controlar la droga deviene un esclavo de ella.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

Quizá no siempre sucede como sigue pero podríamos decir que la primera experiencia con la nutrición, el primer don que recibimos del Otro, es la comida de la madre. ¿Qué nos puedes decir, según tu experiencia clínica, de esta primera relación madre-hijo?

Podemos decir que siempre hay una dificultad del niño o de la niña para articular una separación del Otro materno. Esta experiencia no es simplemente un destete de la madre, es una separación de una parte de sí mismo. En sus primeras experiencias vitales el niño no percibe una diferencia entre el seno de la madre y sí mismo, hay que articular una operación de separación en la cual el sujeto es como si perdiera un trozo de sí mismo. El problema es que ésta es una operación que no siempre sale bien. En la clínica de la anorexia lo vemos. No en todos, pero en la mayoría de los casos el sujeto no quiere perder esta parte que encuentra en el cuerpo del Otro materno y en lugar de ir en la dirección de esta separación se queda como atrapado al objeto primero. Claramente, cuando esto ocurre el niño o la niña encontrarán, durante el recorrido de su existencia, una dificultad extrema respecto a situaciones contingentes de la vida donde se introduce algo del orden de la pérdida, del acontecimiento traumático, del exceso, del encuentro con algo incontrolable. Cada vez que esto se presenta en la existencia aparece el hecho que no se ha producido esta separación del objeto primero y esto lleva consigo toda una serie de consecuencias importantes que sobre todo en la pubertad conducen, en muchos casos, a desarrollar síntomas como pueden ser la anorexia o la bulimia. Si el sujeto no ha podido producir un proceso de separación del Otro materno durante el destete, cuando llegue el momento de la pubertad -momento donde las transformaciones pulsionales del cuerpo convocan al sujeto a ocupar cierta posición respecto al Otro, respecto a su cuerpo y respecto al deseo- tendrá dificultades para poder asumir una posición sexuada. Ante esta coyuntura, al no poder tratarla de otra manera, el sujeto se inventa una respuesta que en muchos casos, sobre todo en las chicas, es la respuesta anoréxica. En lugar de tomar una posición sexuada, la respuesta a la que llega es la construcción de un síntoma como la anorexia que introduce una marcha atrás respecto a dicha posición. No es casual que los efectos de la anorexia se muestren en el cuerpo en la dirección de un retroceso. Vemos entonces la cancelación de todos los efectos de transformación del cuerpo que van en la dirección de una posición sexuada como por ejemplo los caracteres sexuales secundarios o la no aparición, en la mayoría de los casos, del ciclo menstrual.

Hemos hablado de la dimensión social, de la familiar y ahora podríamos entrar ya en la dimensión individual, subjetiva. ¿La anorexia según el psicoanálisis es un trastorno o un síntoma?

Yo creo que es más interesante leerlo como un síntoma siempre y cuando entendamos la anorexia no como un síntoma en el sentido Freudiano. En la mayoría de los casos el síntoma anoréxico no tiene que ver con una metáfora de otra cosa, tampoco es un mensaje mudo que el sujeto orienta hacia el Otro, ni un mensaje que toma el lugar de la palabra imposible de articular. En la mayoría de los casos esta dimensión metafórica del síntoma freudiano no la encontramos en la anorexia verdadera. Éste sería, por ejemplo, el síntoma histérico que nos presenta de manera evidente, también en sus somatizaciones, un rasgo de mensaje, un rasgo de demanda inconsciente. En estos casos cuando llega la interpretación del analista respecto a la dimensión inconsciente de la somatización ésta desaparece. Era la experiencia que Freud encontraba en la clínica de las pacientes histéricas. En el caso de la anorexia mental solo podemos hablar de algo parecido en los casos de anorexia histérica donde este rasgo de mensaje en el síntoma está presente, es decir, donde la anorexia se estructura como una demanda implícita que la chica orienta, sin saberlo, hacia el Otro. Pero la clínica de la anorexia histérica es tan solo una parte de la clínica de la anorexia mental, quizá no la más importante. En la mayoría de los casos en esta clínica nos encontramos más allá del campo de la neurosis y la función de la anorexia está más relacionada con una función de defensa respecto del Otro, respecto a un goce excesivo del Otro, que con algo del orden de una demanda inconsciente.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

En tus libros y artículos comentas que “los trastornos alimentarios tienen que ver con un rechazo del Otro”. ¿Qué quieres decir? ¿Quién es este Otro?

El Otro puede tomar varias formas. Seguramente en la experiencia concreta este Otro es el Otro materno, el otro primordial, la primera encarnación del Otro que el sujeto encuentra en su existencia. Pero no es simplemente un rechazo del Otro materno es también un rechazo del Otro simbólico, es decir, un rechazo del significante, un rechazo del encuentro con algo que proviene del Otro y que introduce un límite en su relación con la pulsión. Freud cuando habla del lazo social, por ejemplo, ¿qué nos dice? Que el sujeto tiene que pagar un precio para insertarse en el lazo social. Tiene que experimentar una pérdida de goce, es el precio que paga por estar en el lazo social, así lo hace el niño cuando gracias a la educación de los padres empieza a aprender que no puede hacer todo lo que quiere en cualquier lugar. Por un lado el efecto de esta limitación es una pérdida de goce y por otro, una posibilidad de mejor inserción social. La misma cuestión vale también para estos pacientes. Freud decía que el psicótico, por ejemplo, tiene un problema de estructura respecto a esta operación, prefiere no perder goce y quedarse fuera del lazo social. La cuestión acerca de los trastornos alimentarios es que tienen algo de esta dimensión en su estructura. El toxicómano, la anoréxica o bulímica no histérica, eligen una modalidad de goce que se caracteriza por presentarse como un goce absoluto que rechaza el encuentro con la ley simbólica del Otro. Entonces el sujeto prefiere gozar al máximo de su síntoma y quedarse fuera del lazo con el Otro. El problema es cómo esto ha podido estructurarse en la experiencia de un sujeto. La tesis que expongo en mis libros es que tenemos que leer la frase del rechazo del Otro en su doble vertiente. Es decir, hay una dimensión de rechazo del Otro, la más evidente, donde es el sujeto anoréxico, por ejemplo, quien rechaza al Otro pero hay también en la historia clínica de estos sujetos una dimensión en la cual este Otro no ha hecho un espacio para la singularidad del sujeto; se trataría, en este caso, de la parte de un rechazo que también proviene del Otro. En este sentido hay que entender la fórmula “rechazo del Otro” en la doble vertiente que condensa.

¿Qué relación tiene el sujeto que sufre anorexia con el espejo?

Ésta es una de las manifestaciones de la anorexia que no se presenta, simplemente, como una relación de alienación como ocurre en el caso de la neurosis. Podríamos decir que un sujeto neurótico mantiene siempre una relación de alienación con el espejo. En realidad, el espejo no restituye nunca al sujeto respecto a su posición de deseo. Siempre hay algo esencial que se queda fuera. Pero en el caso de la anorexia no tenemos una simple relación de alienación con el espejo, hay una relación que está al límite de la persecución. Cada vez que un sujeto anoréxico se mira recibe del espejo una experiencia maligna, un juicio de condena, de descualificación, un juicio negativo.

¿Pero se trata de una mirada “dictada” previamente por otro?

Es una mirada dictada por el Otro pero que está en el corazón del sujeto mismo. Es una relación con la mirada que no ha encontrado la posibilidad de un tratamiento simbólico. Es así como vuelve al sujeto anoréxico de una manera persecutoria. Esta mirada es un trauma pero, al mismo tiempo, el sujeto no puede dejar de acudir a la cita con el espejo. Este es el punto particular. Hay un circuito de goce que el sujeto experimenta respecto a esta mirada maligna que el espejo le destituye puntualmente.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

Nos hablas del síntoma de la anoréxica como una “luna de miel”, casi como una adicción que es muy difícil de dejar. ¿Qué significa para un sujeto anoréxico dejar de comer o “comer nada”?

Lo que se ve en la clínica de la anorexia no es que, simplemente, el sujeto deja de comer sino que empieza a comer “otra cosa”. La particularidad de la anorexia, a diferencia de la bulimia o de la obesidad donde parece que el objeto fenomenológico es la comida, es que esta “otra cosa” es invisible pero es un objeto que constituye para la anoréxica el objeto exclusivo de su goce. Es un objeto que está en el cuerpo de la anoréxica, está en el interior y se alimenta precisamente del rechazo de la comida, del rechazo a alimentarse. Cuanto más rechaza la comida más experimenta un goce especial que tiene un rasgo de absoluto. El nivel de goce que el sujeto siente es tal que es incomparablemente superior a cualquier otro tipo de goce. Es por eso que cuando el síntoma empieza se constituye, efectivamente, una especie de “luna de miel” comparable en algunos aspectos con lo que le sucede al toxicómano. Se estructura respecto al síntoma una relación egosintónica muy fuerte y el sujeto empieza a amar a su síntoma más que a sí mismo. Por eso llega en muchos casos a la muerte. No porque quiera suicidarse sino porque goza de su síntoma a un nivel tan fuerte que nunca se plantea el problema de la muerte. Existe una relación con el objeto de goce donde el sujeto pierde la medida, está sin límites. Si en estos momentos cruciales nadie interviene y pone el límite que le falta al sujeto, la muerte es la perspectiva más cercana. Este es el lado más trágico de esta clínica.

El libro que nos presentas en Barcelona se titula ‘El muro de la anorexia’. Entiendo que, como tu mismo cuentas, te refieres al reto que para el psicoanálisis supone tratar con anoréxicas. ¿Queda alguna brecha en este muro para poder enfocar este tema?

Sí, claro que hay una brecha. En la mayoría de los casos hay que esperar un poco para empezar a ver esta brecha que abre una posibilidad de intervención. Tengamos en cuenta que habitualmente el sujeto viene a partir de la demanda del Otro familiar: del padre, de la madre, de alguien que tiene una relación de cuidado con el sujeto y que está angustiado por lo que le pasa. A la consulta no llega un paciente por una demanda propia porque el sujeto ya tiene su síntoma que es, precisamente, su respuesta al problema. La brecha se puede producir a partir del momento en el que el sujeto experimenta que esta respuesta ya no es suficiente para tratar lo que le angustia, cuando empieza a encontrar algo incontrolable en su experiencia, cuando empieza a encontrar una falta en el saber, algo que se le escapa cuando vuelve a tener una experiencia de angustia. Cuando el síntoma está instalado de manera fuerte la posición del sujeto anoréxico es más bien la de angustiar al Otro pero parece casi indiferente a todo lo que le pasa porque un efecto del síntoma, también a nivel fisiológico, es el de anestesia, de alexitimia, el sujeto no experimenta las emociones y parece que cualquier cosa que pueda ocurrir no produzca efectos sobre él. El problema que nos encontramos en nuestro trabajo en la clínica es cómo podemos conducir al sujeto a que salga de la anestesia en la cual se ha instalado con el desarrollo de la anorexia.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

Antes comentabas que el síntoma es, en el caso de la anorexia, una especie de defensa. ¿Querer erradicar el síntoma, como se proponen algunas prácticas, sería contraproducente?

Yo creo que eso es muy peligroso sobre todo en casos graves con una estructura de personalidad frágil del orden de la psicosis donde la anorexia no es algo que tenemos que eliminar sino limitar y moderar para ayudar al sujeto a construir, al lado de la anorexia, otra solución más subjetiva, más singular. Pero sobre todo en los casos muy graves no hay que empezar una lucha contra el síntoma porque esto sería un riesgo mortal. Si la solución anoréxica cae, existe el peligro de que algo mucho más tenebroso se desencadene en el sujeto. Podría ser que entonces la psicosis de un sujeto, en caso que sea esa su estructura, explotara. Hay que tener mucho cuidado respecto al síntoma. La solución no es eliminarlo sino moderarlo.

La publicidad, la extrema delgadez que vemos en la pasarela, la obsesión por la “alimentación sana”, por “cuidarse”, el cientificismo entorno a los alimentos, el ideal de belleza… ¿Contribuyen este tipo de fenómenos a la “epidemia” de los trastornos alimentarios o no únicamente?

Yo diría que respecto a la anorexia verdadera estos fenómenos no tocan lo esencial de la cuestión. Lo esencial en la anorexia es lo contrario de lo que pasa en la delgadez de la moda, por ejemplo, donde nos encontramos con sujetos con los cuales la ecuación cuerpo-falo funciona, es decir, tener cierto cuerpo funciona como causa de deseo en el Otro. Pero en la anorexia mental tenemos lo contrario: nos encontramos con un fracaso de la ecuación cuerpo-falo y por tanto el cuerpo anoréxico no funciona como causa de deseo sino como causa de angustia. En el caso de la anorexia verdadera nos situamos en un lugar muy diferente de lo que puede pasar cuando hablamos del carácter seductor del cuerpo delgado. El cuerpo delgado como seductor es algo que podemos encontrar en sujetos que pueden tener también un síntoma anoréxico pero con un funcionamiento más histérico-neurótico donde el cuerpo funciona como causa de deseo. Aunque existen casos de modelos que han caído en la anorexia hay que diferenciar muy bien esto y no pensar que podemos comparar la delgadez de la modelo con el síntoma anoréxico. Son cosas muy diferentes.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.

Lacan cita en uno de sus seminarios una frase de un poema de Guillaume Apollinaire: “el que come ya no está solo”. ¿La soledad y la comida se dan la mano?

Yo pienso que esta frase es verdadera pero cuando hablamos de síntomas como la anorexia mental o la obesidad en su forma psicógena encontramos algo que es del orden de una dimensión un poco diferente. En estas posiciones el sujeto tiene una tendencia a quedarse fuera del otro, en una relación con el objeto que está fuera del discurso, que no está regulada. En estos casos la dimensión metafórico-simbólica se queda a un lado. En este sentido en uno de los artículos del libro La comida y el inconsciente he dado una definición de los trastornos alimentarios como muerte del convivium de la comensalidad. En estas posiciones el sujeto se pone en una situación de aislamiento respecto el objeto de goce y deja al Otro fuera de la escena.

En la época que vivimos no podemos olvidar que internet también está en juego en un mundo globalizado y que la anorexia deja ya de ser un problema exclusivamente de países occidentales. Prueba de ello son las comunidades virtuales que se generan entorno a la identificación con la anorexia. ¿Qué nos puedes decir al respecto?

Yo pienso que no es precisamente un tema occidental, es un tema del capitalismo adelantado porque lo encontramos ya en los años 70 en Japón, por ejemplo, también en países que no tienen una cultura occidental pero sí han empezado un desarrollo económico en un sistema social capitalista donde la producción de objetos de goce está en el centro del funcionamiento del sistema. No es casual, entonces, que estos síntomas se desarrollen sobre todo en estos países donde la cuestión no es tanto étnica sino relacionada con las características que toma la dimensión social con un discurso del capitalismo avanzado y que gira alrededor de la producción de objetos de goce y empuja al sujeto continuamente a gozar de ellos.

¿Cuál es la principal enseñanza de Lacan sobre la anorexia y los trastornos de la alimentación?

Diría que el discurso de Lacan en este campo pertenece básicamente a la anorexia. Él tuvo una intuición que nadie ha tenido: pensar que la anorexia es una experiencia de goce afirmativa, muy particular, donde el objeto de goce de la anoréxica es “la nada”, el objeto nada, un objeto que no se ve pero que se alimenta precisamente del rechazo de la comida. Cuanto más el sujeto rechaza la comida tanto más goza. Eso en la clínica se puede apreciar bien en los ojos de las pacientes, su cara está completamente emergida en esta operación. A este respecto Lacan tiene diferentes momentos en su enseñanza donde habla sobre la anorexia. Lo menos conocido sobre este tema es el último Lacan que dice algo muy interesante: en la anorexia hay un rechazo del inconsciente, del saber inconsciente. Todo el síntoma anoréxico se construye para que el sujeto logre evitar el encuentro con la dimensión del inconsciente y cuando encuentra algo de éste se angustia. Es por ello que no quiere saber nada de todo esto. Creo que ésta es la enseñanza más importante de Lacan en cuanto a la anorexia.

Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
Entrevista a Domenico Cosenza, psicoanalista. Autora de las fotografías: Sònia Arias.
https://www.lacasadelaparaula.com/llibreria/es/xoroi-edicions/19277-el-muro-de-la-anorexia.html

José María Álvarez, psicoanalista: “El delirio de la locura es una defensa, un intento de reequilibrio del sujeto”

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

‘Estudios sobre la psicosis’ no es necesariamente un libro únicamente para psicoanalistas, aunque es obvio que uno tiene que tener un mínimo de interés o curiosidad por la psicosis para leerlo. Esa curiosidad, quizá forzada porque algo de la locura reside en los laberintos de mi constelación familiar, es la que me llevó sin pausa a adentrarme desde la primera página hasta la última de este libro. Y en ellas descubrí muchas cosas, como por ejemplo que la locura ya le interesó a los clásicos, como a Cicerón, y que los locos, aunque muchos se empeñen en categorizarlos como enfermos mentales y se amparen en la genética o en el cientificismo para tratar su enigma, también son responsables de lo que les ocurre. Así es que esta obra de José María Álvarez, psicoanalista lacaniano, reescrita, ampliada y reeditada por Xoroi Edicions, si bien es recomendable para todos aquellos a quien les interese la locura, las mujeres y los hombres que escuchan la pueden incorporar entre sus libros de cabecera sobre la psicosis. No en vano Jacques Lacan empezó a interesarse por la locura con su tesis sobre la paranoia. Curiosamente José Maria Álvarez empezó también por aquí. Quizá porque los que deliran, como los artistas, son capaces de avanzarse y aventurarse como nadie en lo indecible que tiene la vida. A ese tapiz de palabras, desfragmentado en muchos casos, hay que ofrecerle un lugar para decir y saber escucharlo. Ardua tarea que sin duda Álvarez realiza con una posición ética y un espíritu combativo desde hace muchos años. En esta conversación destacan algunas de las columnas en las que se sostiene su texto: la psicopatología clásica, la obsesión diagnóstica, la responsabilidad de los sujetos psicóticos, las psicosis ordinarias, la relación entre James Joyce y su hija Lucia o las fronteras entre la cordura y la locura. Si alguna virtud, entre muchas, tiene este libro es que su autor logra transmitirnos algo de la locura con palabras llanas, familiares y comprensibles para todos. Por su defensa de la locura vale realmente la pena acomodarse y disfrutar de su prosa.

En uno de los capítulos de Estudios sobre la psicosis citas un sentimiento que te acompañó a lo largo de tu infancia, cuando se hablaba del manicomio de Santa Isabel en León: “Aún recuerdo con claridad que al oír las palabras ‘manicomio’ o ‘locura’ me sobrecogía de inmediato una mezcla lacerante de espanto y curiosidad”. Años más tarde, quizá todavía sin saberlo, deveniste analista. ¿Venció la curiosidad?

Sí. La curiosidad venció y pervive. Yo creo que es necesaria para nuestro trabajo. Nuestro trabajo es muy duro, más de lo que parece. Sobre todo para quienes tratamos con personas enfermas. Cuando trabajas en hospitales, cuando en la consulta privada recibes también a gente que está fastidiada, a trastornados, a locos o que están muy enfermos, entonces el trabajo tiene sus complicaciones. De no ser por el entusiasmo es difícil de soportar. Tienes que tener deseo, tener buena compañía y estar bien orientado. Cuando era joven tenía mucho entusiasmo y lo conservo aún; enseñar a los jóvenes contribuye a ello. Quizá con el tiempo se pierde un poquito de entusiasmo pero se gana en saber hacer, cosa que se agradece porque al principio uno es más impetuoso y comete ciertos errores. Con el paso de los años se aprende a estar y se aprende, como los deportistas de alta competición, a gastar menos energías y no hacer demasiados esfuerzos cuando no conviene. Lo mismo sucede con nosotros. En realidad yo estudié una carrera muy técnica: matemáticas, estadística, neurofisiología; nada de eso tiene que ver con la clínica ni con la condición humana, prácticamente nada. Aunque tengo una formación científica de base, aquellos estudios, en realidad, me parecían ciencia ficción cuando se pretendían extrapolar a la subjetividad. Estudié en una facultad experimental y aprendí mucho acerca de la metodología de la ciencia y de los diseños propiamente científicos, pero de personas aprendí muy poco. Las personas somos mucho más complicadas que aquellos animales de laboratorio, entre otras cosas porque a aquellos animales las perrerías se las hacíamos nosotros, mientras que en la especie humana somos nosotros mismos los que mordemos el veneno de algo que tanto más nos hace gozar, tanto peor nos sienta; de algo que no se deja así como así. Este tipo de veneno no tiene ninguna consideración en otras perspectivas psicológicas. Para el cognitivismo la mirada sobre la persona, sobre el hombre, sobre el sujeto es muy chata. Según esta perspectiva la mente es como una especie de ordenador al que hay que introducir información adecuada para que todo funcione. Con los pacientes esto no funciona en absoluto. Y si vamos a esquemas más simplificados, como el conductismo, en realidad su utilidad se limita al adiestramiento de animales, pero cuando saltamos al ámbito humano, lamentablemente eso sirve muy poco. Me acerqué al psicoanálisis más como enfermo que como curioso, aunque también me llamaba el querer saber algo de la complejidad humana. Fue una suerte caer allí porque, tras esa puerta descubrí un amplísimo continente. A mí me gustaba estudiar y a través de esa puerta me acerqué a la filosofía, la literatura, la lingüística, la historia de la clínica y la psicopatología clásica, incluso a las matemáticas; a mí me ha servido todo eso. Creo que si me hubiera dedicado a la pseudociencia o a la ciencia ficción de la psicología o de la neuropsicología, en realidad me hubiera aburrido muchísimo porque eso es: sota, caballo y rey. No hay mucho que estudiar allí y menos aún que reflexionar. Ese tipo de conocimientos se aprenden; no hay más secreto. Ahora bien, para formarte como psicoterapeuta o como psicoanalista, en ese caso vete preparándote para dedicarle toda la vida. Un amigo que se acaba de jubilar después de ejercer cuarenta años la psiquiatría me decía que para formar a un psiquiatra expendedor de comprimidos bastaba con adiestrar a un mono durante dos meses, al cabo de los cuales ya sabría recetar. Pero si quieres saber hablar con un paciente, si pretendes entrevistarlo como conviene, callar la boca cuando la tienes que callar, decir lo que tienes que decir cuando tienes que decirlo, entonces las cosas son más complicadas, entonces vete preparándote para dedicarle muchos años de estudio y de práctica. Mi visión del psicoanálisis es fundamentalmente clínica. Fui un buen estudiante teórico; me interesaba mucho estudiar, conocer los detalles de las teorías. A medida que pasan los años selecciono mucho más las lecturas y no suelo gastar mucho tiempo en cuestiones absurdas que me aportan poco al quehacer diario. Me he escorado cada vez más hacia la clínica en su estado más puro y me interesa mucho sacar a los pacientes adelante. Una parte de la formación del psicoanalista debe ser, en mi opinión, esencialmente clínica. Al mismo tiempo, es necesario pasar por el análisis personal y por hacerse con algunos saberes. En mi caso, con el paso de los años, cosa que me sorprende al echar la vista atrás, cada vez me he ido escorando más hacia estudios de filosofía. Desde hace años me interesa mucho la filosofía antigua, en especial las escuelas helenísticas, sobre todo Epicuro, también los estoicos. Encuentro ahí una permanente reflexión sobre la ética. Y, pese a los siglos que nos separan, sus reflexiones me parecen cercanas a nuestro mundo y útiles para mi trabajo. Me he ido haciendo de esta manera.

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

En tu libro destacas una pasión envidiable por los autores clásicos, ya no únicamente de la psiquiatría sino también de la filosófica práctica. Me entusiasmó especialmente la tríada que describes entre Cicerón, Pinel y Freud. ¿Qué podrías decir que une y diferencia el saber de dichos autores?

Cicerón representa al mundo antiguo. Es el gran compilador del saber antiguo y el autor de Conversaciones en Túsculo, una de las primeras obras de psicopatología, cuyo objeto de estudio son las pasiones y su tratamiento. Por esas dos razones hablo de Cicerón, no tanto por la originalidad de su pensamiento, a veces muy escasa. Como sabemos, Cicerón es uno de los personajes más conocidos del mundo antiguo y sobre todo uno de quienes más se escribe. De ahí que siga siendo tan polémico y controvertido. Mientras Theodor Mommsen lo califica de ególatra, en la reciente biografía de Anthony Everitt sobre Cicerón se le reconocen esos méritos de compilar y ordenar la tradición clásica. Aunque Cicerón no sea justo con Epicuro, pues le repugna toda esa cosa del placer y del cuerpo, coincide con él y con todos aquellos pensadores en la tendencia a moderar las pasiones, a dominarlas, y en el hecho de considerar que el sujeto es responsable, que lo que hace o no hace debe atribuírsele a él mismo y no a la ofuscación pasional. Es el denominador común del mundo antiguo respecto a la ética, al ethos. Por encima de todo está la responsabilidad: el sujeto es el que se mete en líos y el que puede salir de ellos. Fíjate que alguien tan materialista como Epicuro, alguien que se hace eco de la física atomística de la Leucipo y Demócrito, alguien que da la espalda a los dioses con tanta elegancia, mantiene sin embargo abierta la puerta a la responsabilidad subjetiva mediante lo que llama “el azar”. Epicuro introduce la posibilidad del azar en el movimiento de los átomos, con lo cual salva la libertad, la decisión, de cada sujeto, pues cada uno de nosotros siempre está en condiciones de elegir. No está todo determinado, siempre cabe la posibilidad de la elección. Después de este breve apunte nos trasladamos casi veinte siglos después. Comprobamos que, ya en el mundo de la ciencia, Philippe Pinel sigue conservando algo de aquella perspectiva ética. Lo comprobamos al leer su monografía sobre la manía, donde sostiene que incluso en los ataques de manía, de furia maníaca, cuando el sujeto está más loco y descontrolado, Pinel sigue cosiderando que, así y todo, el sujeto es responsable. Freud piensa lo mismo. Y Freud no ha leído a Cicerón apenas –lo menciona en alguna ocasión en La Interpretación de los sueños– y a Pinel tampoco. Freud es un genio y en el caso de los grandes genios, de las grandes mentes, en realidad no se trata tanto de lo que han leído más bien que ellos son capaces de desbrozar las problemáticas eternas del ser humano. Entonces, Cicerón, el representante del mundo antiguo, Pinel, a caballo entre la antigüedad y la ciencia, y Freud, van a dar en lo mismo, coinciden en que la responsabilidad subjetiva es irrenunciable. ¿En qué más coinciden? En que el lenguaje es útil para la terapéutica, para reblandecer las pasiones y apaciguar los conflictos. Los tres están de acuerdo con eso. ¿En qué no están de acuerdo? A nadie hasta Freud se le había ocurrido pensar que el lenguaje es la materia del alma, y que los síntomas están hechos conforme a las leyes del lenguaje. Esta perspectiva es absolutamente nueva en la historia de la cultura. Nunca se había pensado así, y Freud lo escucha de esa manera ya desde sus primeros trabajos a caballo entre la neurología y la psicopatología. Aunque Freud da un salto cualitativo al introducir esta perspectiva, sigue no obstante conservando el punto de vista de la ética, la responsabilidad, la decisión. Y en eso se da la mano con Epicuro, con Platón, con Cicerón, con Séneca, etc. La historia de la psicología clínica, del psicoanálisis y de la psiquiatría tiene que comenzar naturalmente hablando de Epicuro, Platón, Aristóteles, Epiecteto, Cicerón, etc. En realidad estos pensadores eran los que trataban los problemas anímicos que sufrían los sujetos. Como sabemos, Foucault, a medida que va madurando se dedicó más al estudio del mundo antiguo, y con respecto a lo que trató de mostrar dijo en La hermenéutica del sujeto que las escuelas de los filósofos antiguos eran dispensarios de salud mental. El sufriente, el doliente, acudía allí para que el maestro filósofo le aliviara las penas del alma. Es lo que hacemos nosotros ahora con una teoría mejorada.

¿Qué ha ocurrido para que la psiquiatría y la psicología se olvidaran tan rápidamente de la tradición filosófica y psicoanalítica, para convertirse en terreno abonado para el determinismo, para la obsesión por los diagnósticos y para la obediencia ciega a una serie de técnicas y protocolos?

Desde el siglo XVII-XVIII un veneno que se llama la ciencia se adueñó paulatinamente de la forma de pensar y representar el mundo, primero en las personas de más elevada formación y más tarde entre la gente de la calle. Aunque todos tenemos una mentalidad científica, lo que hay que saber es que la ciencia sirve para lo que sirve. Su poderío se limita al ámbito de las ciencias naturales, pero ni siquiera en todas las especialidades médicas se puede hablar stricto sensu de ciencia. Y en el caso de la psiquiatría o la psicología, hay que echarse a temblar cuando suenan los ecos de la ciencia. Así y todo, el discurso científico tiene tal poderío que eclipsó la figura de Dios hasta el punto que lo jubiló. Con anterioridad perecía imposible explicar nada sin echar mano de Dios. Pero la ciencia es un discurso tan potente desde el punto de vista heurístico, interpretativo y explicativo que de pronto los referentes del hombre se contrabalancean cuando aparece ese discurso capaz de explicar algunas cosas, especialmente cosmológicas, pero que ambiciona explicarlo todo. Cuando la psiquiatría da sus primeros pasos –inicialmente con Pinel, con Esquirol– mantiene aún el referente filosófico, humano y ético. Pero poco después todo esto se oscurece mediante la obnubilación que trae consigo el ideal de la nueva ciencia, en el cual la psiquiatría se postula para ser una rama más de la medicina. En este proceso intervienen al menos dos factores: por un lado, la inercia del discurso científico y sus logros en otros ámbitos, y, por otro, cierta vanidad de los propios alienistas que, de esa forma, se incorporan con pleno derecho al mundo médico y científico. Con la incorporación de la visión científica a la patología mental, es decir, al territorio de las heridas del alma, se elimina todo un saber antiguo. Durante más de veinte siglos el concepto fundamental para entender la patología mental fue la melancolía. Tan pronto la psiquiatría se pone en marcha, lo primero que proponen, en este caso Esquirol, es eliminar el término ‘melancolía’ (y con él la tradición clásica) y dejársela a los filósofos y a los poetas, pues “nosotros, los médicos, estamos obligados a usar los términos con mayor precisión”. Con la melancolía, aunque no sólo con ella, se observa un rechazo de la gran tradición cultural y humanística. La psiquiatría y la psicología se construyen de este modo, afianzándose sobre una serie de pilares muy endebles, cuya fortaleza se busca en observar, pesar, medir y comprobar. Pero, claro, lo que se puede observar, pesar, medir y comprobar a veces no sirve para nada. En mi opinión el desarrollo de la psicología y de la psiquiatría científica se ha hecho para justificar que no hay que hablar con los locos. Si pensamos que la locura es una enfermedad o que un delirante es alguien que ha perdido la razón, entonces llegaremos a la conclusión de que los locos lo único que dicen son bobadas, por tanto hay que tratarlos como enfermos, adormecerlos con pastillas, apartarlos, intentar curarlos y punto. Pero hablar con ellos, no.

Este es el momento en el que estamos. Pero creo que el péndulo cambiará y volverá de nuevo a imponerse la antigua tradición de la que vengo hablando. La pobreza teórica de la psiquiatría y de la psicología clínica actual es de tal magnitud que compromete seriamente su utilidad. En cambio, mientras son escasamente útiles para muchos pacientes, resultan utilísimas para el gran capitalismo, a quien lo que le va es lo contante y sonante, el dinero de los medicamentos al precio incluso de la salud. Probablemente venga otro cambio y otra inflexión, un giro hacia el otro lado. La psiquiatría se ha hecho científica para justificar que no hay que hablar con los locos, que los locos son enfermos y no hay más que hacer. ¡Es impresionante porque es un discurso que excluye su propio objeto!.

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El psicoanalista José María Álvarez conversando con la periodista Marta Berenguer. Autor de las fotografías: Albert Roig.

La palabra ‘locura’ sufre una suerte de anacronismo, ya no entre especialistas, sino que parece estar como marginada de nuestro vocabulario. En tu libro reivindicas el buen uso de esta palabra. ¿Qué es la locura para el psicoanálisis?

A mí me parece más patético e hiriente, incluso más insultante, hablar de enfermedad mental que de locura. ¿Por qué razón? Porque cuando alguien dice que tal persona es un enfermo mental, lo que está diciendo con ese término médico tan rotundo es que esa persona está manejada por algo que no es él mismo. Y esto a mí me parece terrible. A alguien que tiene una enfermedad mental, una esquizofrenia o una paranoia, por ejemplo, se le supone que tiene un problema del cerebro o un problema genético. Pues bien, eso no es más que una creencia. En realidad no hay nada concreto con respecto a la causa orgánica de la esquizofrenia ni de la depresión. Llevamos dos siglos atribuyendo al organismo enfermo los malestares anímicos y por el momento seguimos en el terreno de la especulación. Si alguna vez se descubre realmente alguna causa orgánica en alguna de estas enfermedades, en ese caso dejarán de ser enfermedades psiquiátricas y pasarán al dominio de la medicina, del médico de familia, con lo que la especialidad se irá reduciendo tanto más cuanto que consiga sus objetivos. Pero bueno, todo el mundo tan feliz.

Hay mucha gente confundida, incluidos algunos especialistas, con respecto a estas cuestiones. Se dice, por ejemplo, que fulano oye voces, que tiene alucinaciones. Con frecuencia se confunde lo que es propiamente una alucinación verbal, es decir, la alucinación psicótica por excelencia, de otro tipo de fenómenos semejantes en apariencia pero muy distintos en esencia, como por ejemplo las ilusiones o las alucinosis. En este escenario de oscuridad, a mí me parece más sensato y respetuoso hablar de locura que de enfermedad mental. La gente en realidad piensa que la locura es una especie de enfermedad o de maldición que le cae a uno encima. El delirio de la locura es una defensa, un intento de reequilibrio del sujeto. Cuando alguien alucina, delira y hace cosas raras, en realidad está echando mano de determinado tipo de protecciones que crean una adicción terrible. El delirio es muy adictivo porque quien delira sabe muy bien que existe algo mucho peor. El sujeto no quiere soltar eso, no quiere soltar la convicción que es el pecio al que agarrarse en medio del océano, aunque sepa que agarrado a él acabará solo en medio del mar. Sabe que antes que el delirio hay una angustia terrible, un vacío y una perplejidad oceánica que es mucho peor. ¿Qué es la locura? Pues es una experiencia dramática muy solitaria e intensa, a la que no hay que idealizar. La locura es una dimensión que entraña determinado tipo de experiencias muy concretas, por ejemplo, la convicción o la certeza. Nosotros podemos tener opiniones, creencias, hablamos, podemos estar de acuerdo o no estar de acuerdo, pero la rotundidad, la densidad de la locura se manifiesta en aquello que se llama la convicción o la certeza. Nietzsche, que acabó sus días bastante chiflado, lo decía con una precisión pasmosa: «No es la duda lo que vuelve locos a los hombres sino la certeza». Aparte de la certeza, un loco es alguien para quien todo gira a su alrededor, alguien que siente que las cosas están referidas a él; es el solitario por excelencia, pues lo que dice no engancha con el resto; su discurso  está cerrado sobre sí mismo. En los manicomios, para ponerte un ejemplo, los neologismos que inventan los locos no sirven para crear un argot distinto, al contrario, cada uno tiene sus neologismos, sus propias palabras. Creo que la soledad, la intensidad de la locura, la certeza, el prejuicio, la autoreferencia son maneras de acercarse a un tipo de experiencia dramática que no cabe idealizar pero que tampoco cabe segregar. Es complicado hablar de la locura. A veces se habla de ella como si fuera una pérdida de la realidad, cosa que es una bobada porque hay gente que está loca y dice cosas más reales que cualquiera de nosotros.

Quizá el delirio o la alucinación sean las respuestas del sujeto que más asociamos a la psicosis, pero según comentas en el libro éstos son productos secundarios que el sujeto construye. Previo a ello existe una especie de ‘vacío de significación’ para después pasar a la idea delirante. ¿Qué puede desencadenar una psicosis? 

Entramos en un plano más teórico y más especulativo. Desde luego, nadie ha ido más lejos en este terreno y con más fundamento que Lacan, un hombre especialmente dotado para la cuestión de la psicosis. Él construye una teoría, que no voy a explicar ahora, pero sí voy a citar una referencia suya que es muy sabia del texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis donde habla de coyunturas dramáticas. Lo que desencadena la psicosis es, por decirlo así, un mal encuentro que incide sobre un defecto simbólico. Algo no funciona bien o no se ha constituido con la suficiente fortaleza como para que en determinada coyuntura compleja eso que falta o eso que no funciona se descoloque, se desequilibre. Lacan lo vincula naturalmente con la función del padre, con el significante del Nombre del Padre, es decir, lo relaciona con lo que correspondería a la normalización del sujeto, esto es, que el sujeto respete la ley, se constituya como deseante, en fin, ese tipo de cosas. El sujeto puede ir tirando con determinadas muletillas pero en un momento determinado, en determinado tipo de coyunturas dramáticas: un desamor, perder un trabajo, un enfrentamiento con alguien a raíz de una oposición… Hay sujetos que pasamos por ellas con un simple duelo, con angustia, con cierta conmoción, pero hay gente que se rompe. A partir de allí empieza una dimensión de la experiencia distinta: el sujeto ya no es el que era antes. En los primeros momentos el sujeto se sume en  la perplejidad, es decir, en una falta de significación donde se pierden completamente los referentes con los que te has sostenido hasta entonces, tus engaños –los que tenemos todos y que son necesarios–, de pronto el mundo se ha desarmado. Se pierde la protección del lenguaje y de repente el lenguaje se vuelve muy amenazante; es el mundo el que te habla a ti, el que se dirige a ti y te interpela. Es muy interesante el protagonismo que tienen las alucinaciones verbales a lo largo del siglo XIX, no solamente en la historia de la clínica mental, sino de la concepción que tenemos del sujeto. Actualmente no se podría pensar la existencia de escritores como William Faulkner, Virginia Wolf, James Joyce, o incluso Luis Martín-Santos –por decir a alguien más cercano– si no hubiera sido por un cambio en la subjetividad moderna. Eso no tiene nada que ver con el hombre del siglo XVII, con el hombre renacentista y mucho menos con el hombre antiguo. ¿Cuál es el cambio fundamental? Que de pronto, con la emergencia de la ciencia y la desaparición de Dios, se crea una soledad distinta en el sujeto y ese tipo de soledad se convierte en una experiencia muy angustiosa. El filósofo Blaise Pascal dice una frase estremecedora: “Me aterra profundamente la soledad de los espacios infinitos”. ¿Qué quiere decir con eso? Que de buenas a primeras Dios ya no está y el hombre no puede echar mano de una explicación que le vale para todo, que de pronto estamos aquí solos y este tipo de soledad, en mi opinión, incide en las experiencias del sujeto y en la relación que tiene consigo mismo. El lenguaje que aparece a lo largo de la historia como un instrumento para entendernos, para escribir, para describir la realidad, de pronto adquiere un tono amenazante. Los locos son los primeros en percatarse de ello, se anticipan, van delante y tienen experiencias novedosas, sobre todo las alucinaciones verbales. El lenguaje, el Otro, empieza a hablar solo. Esto tiene una relación directa con la historia de la filosofía del siglo XIX. Wittgenstein lo dice a su manera cuando afirma que no se puede conocer el mundo si uno no conoce el lenguaje, que gracias al lenguaje nos representamos y construimos el mundo. Heidegger, que no tiene nada que ver con Wittgenstein, también dice algo parecido: “La lengua habla”. Lo mismo Joyce, en el campo de la literatura, y luego y sobre todo Lacan. Los protagonistas de Ulises o de Finnegans Wake ya no son personajes a quienes les ocurren cosas; el lenguaje es el protagonista del proceso. La experiencia que tenemos es nueva y es una experiencia muy siniestra. Parece que nosotros usemos el lenguaje cuando en realidad nosotros somos usados por él.

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Antes de seguir deberíamos detenernos y plantear una cuestión esencial: ¿Qué se entiende por lenguaje? ¿Es una facultad destinada a la comunicación y por lo tanto la persona dispone a voluntad de este instrumento para entender y ser entendido o se trataría más bien de un medio que nos precede, nos habita y determina?

Claro que el lenguaje es un instrumento para conocer, para representar el mundo, para entenderlo –o para no entenderlo–, un instrumento que nos sirve para vincularnos. El lenguaje es lo que nos da la identidad, nos conforma de acuerdo a lo que nos ha precedido. Dependiendo del lenguaje que nos han inoculado somos de una manera o de otra. Pero hay otro tipo de lenguaje, un lenguaje más interior en el que de repente nosotros nos sentimos hablados. El lenguaje nos enferma y nos sirve incluso para curarnos. Desde esta perspectiva el lenguaje es un medio terapéutico porque, entre otras cosas, hablando la gente se alivia. Con Freud las palabras toman un sesgo patogénico, es decir, hay algo del lenguaje que no solo enferma al sujeto sino que da forma a los síntomas. Los síntomas tienen la forma del lenguaje.

Las personas neuróticas o “normales” creemos que somos nosotros los que usamos el lenguaje, los que pensamos. La conformación mental o psíquica de un sujeto ha obedecido a determinados mecanismos de defensa en los cuales se han ido poniendo como capas y éste ha dejado que el periodo más primitivo de lalangue, del caos sonoro, de la subjetividad, se vaya armando con determinado tipo de ley, con determinadas representaciones del yo donde el sujeto acaba por pensar que lo que piensa lo piensa él. El lenguaje no es tanto un fin sino un medio en el que estamos y con eso tenemos que ir haciendo. En el caso de la locura, cuando un sujeto enloquece se desarma y lo que vemos son, sobre todo al inicio, trastornos del lenguaje. Si se desarma el lenguaje, en realidad se desarma todo. Se desarma la relación con el espacio, con el tiempo, con los otros y con el propio cuerpo. Toda nuestra profesión es una profesión de palabras y cuando se desarma este tapiz del mundo los sujetos, a falta de una red protectora, se estrellan irremediablemente.

En tu conferencia ‘La locura para principiantes’ nos introduces en algunos testimonios de locos muy célebres: el premio Nobel John Forbes Nash, los filósofos Fredrich Nietzsche y Jean-Jacques Rosseau. ¿Qué nos pueden enseñar estos ‘maestros de la locura’?

Como ocurre con todas las cosas, hay locos más brillantes y locos menos brillantes, locos que son buenas personas y locos que son malos hasta decir basta. En la antigüedad se discutió mucho acerca de si los locos son más creativos. Hay psicóticos que son más capaces de dar un testimonio especial por sus experiencias, como sería el caso de Rosseau, Nietzsche o Nash. Los locos normalmente no dicen bobadas y no andan mintiendo. Ojalá los esquizofrénicos pudieran mentir. Cuando hablas con ellos, a veces, te dicen cosas que son verdades como puños. Por eso la locura tiene un atractivo terrible. Muchos locos dicen que se está mejor enloquecido que siendo un vulgar mediocre más. Este tipo de cosas, si les dejas hablar, te las dicen casi todos. A partir de la escucha empiezas a tener una perspectiva de la locura totalmente distinta.

Queramos o no, en las universidades y en los hospitales nos han enseñado que la locura es una enfermedad más, una enfermedad que se llama esquizofrenia o psicosis maníaco-depresiva. La enfermedad está asociada a la desgracia, a la pérdida de facultades. Pero cuando a los locos se les deja hablar, te dicen una cosa completamente distinta. Te dicen que es verdad, que la locura es un fracaso, pero que hay algo que tiene un tirón muy fuerte, un tirón tan terrible que no lo quieren soltar. Algunos esconden debajo de la alfombra ciertas cuestiones delirantes para que les dejemos en paz, pero la locura es de una densidad terrible. Las personas a menudo nos agarramos a lo que hemos medio conquistado y no lo queremos soltar ni para atrás. Este tipo de cuestiones las podemos entender gracias a que en un momento determinado Freud dijo cosas sobre la locura que no las había dicho nunca nadie. Freud dice que el delirio, al que algunos equivocadamente consideran la enfermedad, es un intento de solución, de reequilibrio. De pronto la perspectiva sobre la psicosis, sobre la locura, es completamente otra. Tanto es así que incluso gracias a esta frase se distinguen dos campos que son totalmente irreconciliables: por un lado, los que están de acuerdo en que el síntoma tiene una función, es decir, que el delirio no es la enfermedad sino el intento de reequilibrio; y por otro, los que no lo creen en absoluto y por lo tanto tratan al delirio como una manifestación enfermiza a la que, como primera opción, hay que silenciar. Pero ¿por qué hay más intentos de suicidio y aumentan las depresiones cuando los locos dejan de delirar? ¿Por qué se deprimen los locos cuando pierden el delirio? Pues porque se les ha privado de la herramienta que tenían para sobrevivir. Es cierto que están locos, pero siguen en el mundo. Y ahí se ve muy claro. Se habla mucho de las depresiones postpsicóticas. ¡No son depresiones postpsicóticas! El sujeto al que se le priva de su herramienta delirante se queda de pronto indefenso, desprotegido, tan aterrorizado como decía Pascal ante la contemplación de un infinito innombrable.

En el libro citas también el caso del dramaturgo Ernst Wagner, paranoico que asesinó a su propia familia, como él mismo lo declaró ante el juez. Un testimonio que contrasta con el caso del filósofo Louis Althusser quien, de algún modo, tras haber sido declarado inimputable por locura del asesinato de su esposa Hélène escribe un libro de memorias donde parece reclamar su responsabilidad en tales actos. ¿Dónde queda la responsabilidad de los sujetos psicóticos?

Nosotros –Fernando Colina y yo mismo– hemos sido entusiastas defensores de la responsabilidad. La hemos defendido desde el punto de vista teórico y desde el punto de vista clínico. Eso trae a veces algunos problemas. Que recuerde, sólo he tenido en una ocasión un conflicto por algo que haya dicho y fue que unas asociaciones de enfermos mentales se encararon conmigo y me amenazaron con ponerme una demanda. Ellos no soportan, y tienen muchas razones para no soportarlo, que la gente diga que los enfermos son locos y que los locos son responsables. Se lo toman muy mal porque el concepto de enfermedad mental justifica que eso no tiene que ver con la familia ni tampoco con la persona. Según ellos se trataría más bien de una tara genética, de un exceso o defecto de dopamina, de una alteración de la amígdala. Es decir que la locura no tiene nada que ver con la persona ni mucho menos con la familia. Es cierto que eso descarga mucho a los implicados. Es verdad que estas asociaciones se adhieren con fuerza a este tipo de discurso. Bien, hay que respetarlo. Pero en realidad la perspectiva psicoanalítica –incluso de otros clínicos que sin ser psicoanalistas están muy cerca– invita a que tomemos partido por ese grano de razón, de responsabilidad y de decisión irrenunciable en cualquier sujeto. Es una cuestión ideológica. Obviamente es un asunto que no se puede demostrar mediante un escáner cerebral, por ejemplo, pero yo prefiero pensar eso a creer en un determinismo completo de la materia o del organismo. ¿Qué favorece el hecho de pensar así? Que puedo trabajar con los sujetos locos, pedirles algunas cuentas y comprometerlos con encontrar una solución a su drama, con encontrar su buen camino. El caso Wagner enseña algo importante que a veces se confunde: una cosa es la patología y otra cosa bien distinta es la ética, es decir, la psicopatología no es lo mismo que la catadura moral. Se puede ser loco y buena persona, y se puede ser loco y a la vez ser un canalla integral. Hay personas que en un momento dado están completamente enloquecidas y rápidamente te llaman para pedirte un ingreso. Esto nos muestra de algún modo que existe un punto donde hay siempre una decisión. Es verdad que en algunos momentos de locura el sujeto pierde bastante los referentes, por ejemplo cuando hay alucinaciones imperativas o cuando la trama persecutoria se cierra sobre sí misma. En esos y otros casos la responsabilidad del sujeto se achica considerablemente. Pero dicho esto, a mi manera de ver, en la mayor parte de los estados de la locura considero que el sujeto es responsable y que por ello posee la grandeza que le otorga esa responsabilidad, esto es, la posibilidad de rectificar y sanarse. Entonces creo que hay que saber distinguir entre la patología mental –la esquizofrenia, la paranoia– y la maldad. Son cosas que no tienen nada que ver. Desde el siglo XX, sobre todo con Lombroso y los degeneracionistas, la clínica psiquiátrica ha intentado explicar todo lo que es raro como enfermedad: la homosexualidad, la locura, la maldad, etc. Se ha pretendido explicar que ser malo es una enfermedad cerebral que deriva de la amígdala. De ser así, seamos consecuentes y cuando algún malvado se lleve por delante a media docena de paseantes, le hacemos un informe para que solicite una pensión porque está enfermo de maldad.

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Parece que socialmente, y lo vemos a menudo a través de los medios de comunicación, ante actos tales como asesinatos múltiples por ejemplo -me viene a la memoria el caso del noruego que disfrazado de policía mató a 68 personas- entre las primeras sospechas de las causas de asesinato está la locura. ¿Con ella parece que se justifiquen a menudo los actos más atroces?

Exacto. Esa es la tendencia de los medios de comunicación, que se hacen eco y potencian el discurso dominante. En cambio no solemos leer en la prensa que fulanito de tal se llevó la pasta de una gran empresa, les dejó a todos pelados y ahora está viviendo en Honolulu a cuerpo de rey; y que, claro, no es de extrañar, porque el tal fulanito está en tratamiento psiquiátrico y es esquizofrénico. Lo patológico, la enfermedad, como reconocía Jaspers, tiene siempre una connotación “nociva, indeseable, inferior”. Sin embargo, en terreno anímico las cosas son más complejas, entre otras cosas porque muchos llamados enfermos se consideran a sí mismos sanos, incluso felices. Este hecho ha llamado mucho la atención. Kurt Schneider reflexiona sobre esto al inicio de su monografía Las personalidades psicopáticas.

Tampoco solemos leer en los periódicos que al doctor tal le han dado el premio Nobel porque, claro, era paranoico-esquizofrénico y eso es jugar con ventaja a la hora de dedicarse a las matemáticas. ¿Verdad que no leemos cosas de esas? Pues aunque no las leamos, también son ciertas. En cambio, cuando alguien hace alguna cosa rara sí, entonces es esquizofrénico o está en tratamiento psicológico o psiquiátrico. ¡Pero si en tratamiento psiquiátrico está todo el mundo! No olvidemos que para la familia es muy tranquilizador pensar que la enfermedad de sus hijos o que la locura no tiene que ver con ellos, es decir, que no tiene que ver con los padres porque es una cuestión orgánica o genética. Esa misma lógica se traslada también a la sociedad. Es muy tranquilizador pensar que cualquier disturbio o anormalidad tiene una explicación científica. Y de este modo, a los anormales, como señala Foucualt, se les pone en serie: homosexuales, locos, malos, etc. En el fondo, mientras se lo endosamos al otro, mientras ponemos la locura, la maldad, la homosexualidad o la violencia en los otros, nosotros nos quedamos tan oreados: “yo no, es el otro”. No hace falta ser freudiano para pensar que cuanto más se segrega, más se reconoce uno en eso que rechaza. Cuanto más desprecia uno a los locos, más se reconoce a sí mismo como loco. Todo esto obedece a determinado tipo de patrones de pensamiento conformados por mecanismos defensivos que inducen tranquilidad social, aunque al precio de un engaño o ceguera acaban creando un malestar mayor.

Como decía, hoy día se pretende diagnosticar todo y a la maldad se le supone una enfermedad subyacente. También podemos leer algo de eso entre algunos psicoanalistas, donde se observa asimismo una tendencia a la patologización, sea mediante la psicosis latente o la psicosis normalizada. Bueno, puede que sea así o puede que no. Creo que son campos que no hay que confundir. La gente puede ser mala, puede elegir mal, puede dejarse llevar por algo pulsional sin poner el mínimo freno ni cuestionárselo siquiera. En el caso de Wagner, por ejemplo, es importante destacar que cuando asesina es precisamente porque no ató bien el delirio; no es porque estuviera loco y delirara, sino porque, precisamente, no lo hacía, porque no conseguía elaborar un delirio apaciguador. Cuando ya estaba ingresado en el manicomio de Winnental y se puso a delirar, se volvió un ser mucho más pacífico. De manera que relacionar sin más el crimen con el delirio es tendencioso. El caso Wagner, según lo entiendo, muestra precisamente lo contrario: mató porque le faltaba el soporte del delirio. Tanto es así que mientras redactaba sus obras dramáticas y su autobiografía, consiguió posponer el paso al acto. Pero cuando concluyó la autobiografía, mató a sus hijos y a su mujer, y a unos cuantos antiguos vecinos. De matar a sus hijos jamás se arrepintió. Los paranoicos a menudo justifican un crimen como un acto necesario. La propia estructura de la paranoia puede conllevar esto. Wagner en realidad tuvo que llevarse por delante a sus propios hijos para borrar la maldición de la degeneración que él consideraba que llevaba dentro: se consideraba un degenerado, un bestialista (y seguramente lo era). Y para que sus hijos no fueran unos degenerados, los degolló; y también a su mujer, pero por pena, según dijo más tarde.

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

En algún momento comentas que más que existir una frontera entre la cordura y la locura, como si se tratase de una línea recta, se trata más bien de un litoral, algo que viene y va. ¿Dónde queda, si es que realmente existe, la frontera entre la cordura y la locura?

La metáfora del litoral es una expresión que usó Jacques-Alain Miller y me parece muy acertada para el asunto del que tratamos. Te daré mi opinión a día de hoy. Al inicio de nuestra formación ayudan mucho las referencias a categorías o estructuras o enfermedades, es decir, oposiciones. Hoy día nuestro pensamiento es así de rígido. Posiblemente lo fue menos en el mundo antiguo. Quizá para un griego de la época de Platón era más fácil pensar a la vez cosas que hoy suponemos contrapuestas, por ejemplo lo uno y lo múltiple, y cosas así. Pero nosotros necesitamos las categorías, necesitamos las oposiciones: esto es negro, esto es blanco, esto es loco, esto es sano. De manera que nosotros nos formamos inicialmente siempre con categorías, enfermedades, trastornos, estructuras, etc. Nos da seguridad agarrarnos a ese tipo de taxonomías o de clasificaciones para hacer frente un poco mejor al trabajo diario. A medida que van pasando los años, por lo general necesitamos menos las clasificaciones. Todas ellas son invenciones, algunas con escaso fundamento. Todas las clasificaciones son artificiales. Todas. Las nuestras y las de los otros. Aunque las necesitemos para apuntalar cierto tipo de saber, no quiere decir que existan como hechos de la naturaleza. Cuando pensamos la locura, tenemos dos maneras de hacerlo: hay una locura o hay muchas locuras. Hay continuum o hay discontinuidad. Lacan incialmente era totalmente discontinuista. A medida que maduró en experiencia, con los años, él mismo se fue olvidando de esas cuestiones y en el Seminario 23 en concreto, con toda la propuesta de los nudos borromeos, creo que no piensa de manera tan categórica. A Freud le pasaba lo mismo. A Kraepelin, también. Y a tantos otros, cuyos inicios son continuistas y sus finales son discontinuistas, elásticos. Yo creo que a medida que ganamos en experiencia y maduramos, necesitamos menos las categorías. Inicialmente nuestra formación pasa por aprender las categorías para, en cierto modo, olvidarlas después. Tenemos dos maneras de pensar la locura. Por una parte, la locura se separa de la cordura y existe una línea que las separa; cosa que es cierta. Pero se puede pensar también de otro modo: todos tenemos algo de locos o de delirantes. Si pensamos así, pronto caemos en la cuenta de que los locos del manicomio se distinguen bastante de los locos lúcidos o normalizados que jamás visitarán a un especialista. Entonces, si creemos que hay la continuidad tarde o temprano volvemos a echar mano de la discontinuidad. Si creemos en la discontinuidad acabaremos por considerar que de alguna manera los locos y los cuerdos están unidos, que algo los vincula, que la condición humana nos une a locos y cuerdos, con lo cual recuperamos de nuevo la perspectiva continuista. Se trata, por tanto, de un movimiento pendular. Colina y yo hemos escrito algunos artículos sobre este asunto, dando a entender que necesitamos aplicar a la vez los dos modelos –continuo y discontinuo- porque, en realidad, son modelos, no son hechos de la naturaleza. A veces caemos en la ingenuidad de pensar que existen de verdad trastornos mentales que se definen por sus síntomas o sus signos, su evolución, su terminación, etc. En realidad eso son construcciones, artificios. Pero necesitamos esos artificios para nuestro trabajo diario.

Sería como un mapa. El mapa no es el territorio pero necesitas el mapa para orientarte.

Voilà. Te voy a copiar. El mapa no es el territorio (risas).

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

La estructura psicótica no tiene porque siempre desencadenarse y mucho menos en un delirio. ¿Estarías de acuerdo con esta afirmación?

Eso creemos. La clínica ha progresado muchísimo. Clérambault o Neisser fueron clínicos muy brillantes porque estudiaron a los locos en el momento en que estaban enloqueciendo. Ellos detectaron una serie de signos. Con respecto a la paranoia, por ejemplo, veían lo que llaman “autoreferencia enfermiza”. Había una serie de signos o fenómenos elementales que daban cuenta de lo que subyacía en una estructura, de tal manera que si se producía una crisis, esos signos prodrómicos o fenómenos elementales se volvían aparatosos, estridentes, como sucede con una orquesta sinfónica cuando comienza a interpretar tras unos minutos de afinar los instrumentos. Por seguir con la metáfora, sería algo parecido al sonido tenue de los violines. De pronto, cuando comienza la sinfonía, todos los instrumentos suenan, y entre ellos, también aquellos violines que ya habíamos escuchado antes interpretando parte de esa partitura, la cual nos resulta algo conocida por lo que nos hacemos una pequeña idea de sus movimientos y evoluciones. Es necesario ser cautos con esta cuestión de los signos mínimos o fenómenos elementales, pues pueden convertirse en un peligro si nos aventuramos a diagnosticar a troche y moche. En realidad, nuestra garantía de un diagnóstico correcto sólo nos la aporta la crisis. Por eso hay que andar con mucho cuidado. Lo mismo que hay que andar con mucho cuidado también con todo este barullo que existe actualmente con las psicosis ordinarias, porque más que una solución se está convirtiendo en un problema.

¿Por qué?

Yo trabajo con pacientes que están locos de verdad, y me parece que cuanto más estrechemos el perímetro de la psicosis o locura, mejor. No conviene diagnosticar a todo el mundo y menos aún de psicosis. Eso creo. Además, los diagnósticos psiquiátricos son inseguros, tienen una incidencia demasiado gravosa sobre el futuro de la persona, hasta el punto que a veces marcan su destino. Si le endosas a tal sujeto un diagnóstico de paranoia, de melancolía o de esquizofrenia, lo arrastra de por vida y eso constituye una losa muy grande. Aunque los diagnósticos nos sirven de orientación y no podemos renunciar a ellos, es necesario manejarlos con mucho cuidado y, en mi opinión, no debemos ampliar demasiado el campo de la psicosis. Eso es una decisión nuestra. ¿Quiénes son los que diagnostican con más frecuencia psicosis ordinarias? Por lo general, quienes menos contacto tienen con psicóticos. ¿Quiénes son los que menos diagnostican psicosis ordinarias? Los que estamos en contacto diario con los locos de verdad. Prefiero pecar de prudente que de atrevido. Es mejor dejar un caso sin diagnosticar, incluso en tu fuero interno, que ponerle la etiqueta o la plantilla de psicosis ordinaria. Sé que lo que estoy diciendo no gusta a muchos de mis colegas, pero hoy por hoy lo creo así. Quizá estamos pretendiendo solucionar un problema, que deriva del propio modelo de las estructuras, creando un nuevo problema. Hay que replantearse de nuevo qué hacemos con esa zona de penumbra situada entre la psicosis y la neurosis, esa zona en la que se situaron a los medio-locos, locos razonantes, locos lúcidos, esquizofrénicos latentes, melancólicos simples, y un larguísimo etcétera. Una zona en la que hoy día muchos sitúan los trastornos límite de la personalidad, los borderline, etc.

En el año 2009 la cadena británica BBC creó un programa reality llamado How mad are you? en el que varios reputados psiquiatras son retados a “diagnosticar” a diez participantes que –algunos sí y otros no- son considerados como enfermos mentales. El resultado del experimento es totalmente esperpéntico y pone en evidencia los prejuicios tanto de la audiencia como de los propios psiquiatras que actúan como jurado del programa. ¿Los diagnósticos son cuestionables?

La cuestión de los diagnósticos da cuenta de una dificultad consustancial a nuestra disciplina, al psicoanálisis y también a la psicología clínica y la psiquiatría. El terreno en el que nos movemos pertenece a la ciencia ficción y a veces son hasta patraña. Con la publicación de On being sane in insane places, el profesor de psicología norteamericano David Rosenhan puso patas arriba las taxonomías psiquiátricas y sacudió un buen sopapo a la prepotencia psiquiátrica. En su experimento, él y otros colegas se hicieron ingresar en distintos hospitales alegando que oían voces. Si no recuerdo mal, a todos les diagnosticaron de esquizofrenia. A partir de ese momento, no volvieron a decir nada de lo que les pasaba. Les dieron medicación, que por supuesto no tomaban, y al cabo de un tiempo les dieron el alta. Fruto de este experimento Rosenhan escribió y publicó este artículo. El amor propio, la vanidad, el narcisismo de la psiquiatría quedó muy en entredicho. ¿Cómo es posible que diagnosticaran una cosa tan seria como la esquizofrenia a gente que iba fingiendo y que además eso se publicara en una revista muy prestigiosa como Nature? No es difícil hacerse pasar por loco, por lo que parece. Y tampoco es difícil que te endosen un diagnóstico de esquizofrenia manifestando tan sólo que oyes voces y repitiendo las palabras “vacío”, “hueco” y “golpe”. Pero es necesario tener en cuenta además que muchos locos quieren pasar desapercibidos, con lo que se comportan y actuan como todo el mundo, de ahí que yo prefiera llamarle locura normalizada, un término que me gusta más que el de psicosis ordinaria, que en castellano suena muy mal. Porque ese tipo de sujetos, además, suelen mostrarse demasiado normales, es decir, son la hipernormalidad por excelencia. De manera que, insisto, conviene ser muy prudentes con los diagnósticos –más aún cuando tenemos que ponerlos en los informes– puesto que unos nos parecen esquizofrénicos y no lo son, y otros que están locos se muestran hipernormales. Para examinar con buen tino todo esto hay que tener una formación clínica importante y sobre todo creer que los diagnósticos son cosas artificiales y lo que interesa, por encima de todo, es saber hablar con las personas y escuchar lo que tienen que decir.

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José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Volvamos a Estudios sobre la psicosis. Una de las delicias del libro es el capítulo en el que hablas de James Joyce y de Lucia, su hija. ¿A qué conclusiones llegas después de analizar, casi como si de un cirujano literario se tratara, la relación entre ambos?

Joyce principalmente es un artista, es un escritor de primer orden. Todo lo que se diga desde el punto de vista psicológico y psicopatológico de Joyce es muy secundario e irrelevante comparado con el hecho de que Joyce fue el autor de una obra como Ulises. Si estaba loco o no es algo secundario con respecto a la talla de su creación. Ahora bien, dicho esto es necesario tener en cuenta que la locura y la creación están articuladas en la obra y la persona de Joyce. ¿Por qué interesó inicialmente Joyce a la comunidad “psi”? Pues porque Joyce tenía una hija, Lucia, que estaba loca de remate. Joyce se gastó la gran parte del dinero que ganaba consultando con muchos médicos acerca de Lucia. Uno de ellos fue Jung, un discípulo de Freud y también de Bleuler, creador del término esquizofrenia. Jung, por su propia experiencia y formación, sabía bastante de la locura y su conocimiento de la clínica psiquiátrica era extraordinario. Se malogró –es una pena- cuando se metió a profeta, pero como psiquiatra era brillante. Jung conoció a Lucia y a Joyce, y captó claramente que la locura de Lucia estaba relacionada con la de su padre. Fue Jung quien propuso aquella metáfora tan hermosa, relacionada con la novela Finnegans Wake, que dice: “donde Lucia se hunde al fondo, Joyce aún flota”. Jung y Lacan coinciden en muchas cuestiones con respecto a Joyce, por ejemplo que algo de “psicosis latente” de Joyce se traslada a su hija, y que gracias al genio creativo Joyce se salva de la esquizofrenia pero no su hija. Estas cuestiones fueron desarrolladas por Lacan de forma elegante y con un tacto exquisito en el Seminario 23, donde propone que algo del síntoma de Joyce se prolonga en Lucia. ¿Cuál era el síntoma de Joyce según Lacan? Las palabras impuestas. Joyce tenía una relación con el lenguaje muy especial. El lenguaje estaba demasiado vivo para él, era demasiado real; lo simbólico era en él demasiado real. Demasiado vivo quiere decir que era amenazante y que, por tanto, tenía que hacer un gran esfuerzo para volver inocuo el lenguaje. Este esfuerzo que hace es, precisamente, lo que le permitió escribir. A Joyce lo que le gustaban eran los sonidos, no el sentido de las palabras. Probablemente Joyce estaba mucho más loco de lo que pensamos y tuvo más crisis o más desequilibrios. Eso pienso después de leer buena parte de la literatura que se ha publicado sobre él, en especial las últimas biografías de Shloss y de Maddox. Su historia vital pasa por momentos críticos, a los que seguramente el consumo habitual de alcohol le sirvió de bálsamo, lo mismo que la relación que mantuvo con su mujer o con su hermano Stanislaus y le procuraron una importante estabilidad. Al conocerlo un poco de cerca se intuye que necesita demasiadas muletas para andar por el mundo. Pero bueno, él es un artista, un creador, alguien que logró hacer algo con su síntoma, algo creativo y estabilizador. Su hija, en cambio, no. Estaba completamente loca, tanto que se la diagnosticó sobre todo de esquizofrenia, a veces de hebefrenia y otras de catatonía. Con esos diagnósticos, pocas dudas caben. Lucia estaba muy loca y Joyce un poco loco. Lo que trato de demostrar en este capítulo del libro es que esas dos locuras están muy relacionadas. El diagnóstico que Joyce le da a su hija es “clarividente”, por eso la llamó Lucia, es decir, “la que porta la luz”. Joyce, a medida que pierde la vista y se queda más ciego, atribuye más clarividencia a su hija. De manera que podríamos decir que Joyce ve a través de los ojos de su hija. Lacan sigue otra pista, la de la telepatía. Lacan dice de Lucia que era “telépata”. Para Joyce, en cambio, su hija era clarividente. Yo intento seguir esa pista y he creído despejar el delirio de observación de Lucia. Siguiendo la pista de la clarividencia me cuadran más las cosas. Ya veremos si dentro de cinco años digo lo mismo o he cambiado de opinión.

Comentas en el libro: “Ha sido a través de la psicosis como he podido entender los conceptos fundamentales del psicoanálisis”. ¿Estudios sobre la psicosis es un libro sobre psicosis o más bien sobre psicoanálisis?

Las dos cosas. No se pueden separar. A cualquiera que le interese la psicosis o la locura no puede dejar de usar como herramienta interpretativa el psicoanálisis. Porque en este terreno el psicoanálisis va muy avanzado. Tanto es así que quien quiera saber algo de esta materia, forzosamente acabará leyendo a Freud y especialmente a Lacan. Respecto al conocimiento de la psicosis, Lacan introduce un avance que antes nunca se había dado. Empieza con una tesis sobre la paranoia sobre el caso Aimée, pero la idea que él se va haciendo de la subjetividad es que el sujeto es hablado por el Otro, precisamente lo que les pasa a muchos locos. Para decirlo de una manera muy sencilla, Lacan crea una teoría de la subjetividad que está iluminada desde la perspectiva de la locura. No está hecha desde la neurosis, como hace Freud, sino desde la locura, desde la psicosis. Todo lo que pudo escribir, las intuiciones que tuvo, los comentarios que hace sobre las alucinaciones, es muy superior a todo cuanto se había dicho sobre el tema. Lacan en ese sentido estaba educado en las mejores escuelas psiquiátricas, conocía al detalle la gran clínica clásica. Nosotros hemos tenido la desgracia, en nuestra formación, de que esa gran clínica se había perdido, de manera que hemos tenido que recuperarla, volver a estudiarla, familiarizarnos con lo que gente que ahora tendría 150 años estudiaba en su formación clínica. Todo eso se perdió y tenemos que recuperarlo con nuestros trabajos y con las publicaciones que hacemos, para que la gente lea de primera mano a esos autores que convivían con los locos. Lacan eso lo conocía al dedillo. A partir de aquí es incontestable que psicoanálisis y psicosis van de la mano. Lo mismo ocurre en mi libro, donde psicoanálisis y psicosis no se pueden separar.

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El psicoanalista José María Álvarez conversando con la periodista Marta Berenguer. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Mercedes de Francisco, psicoanalista: “El amor es una elección absolutamente inconsciente, no eres dueño en tu elección”

Marta Berenguer. Barcelona. Diciembre 2013.

La música, el cine y la literatura han escrito páginas y páginas sobre el amor. El amor siempre tiene algo de enigmático. ¿Por qué elegimos amar a quien amamos? ¿Lo elegimos de manera consciente? La psicoanalista lacaniana Mercedes de Francisco parte de estas y muchas otras preguntas para presentarnos ‘Un nuevo amor’, un libro que el lector puede hacer suyo a medida que se adentra en sus páginas. Una lectura que no necesariamente tiene porque ser lineal, cada capítulo tiene su autonomía y a la vez forma parte de un universo que nos interroga sobre el amor y también sobre nuestra forma de amar. Sus múltiples referencias literarias y cinematográficas empujaran a buen seguro a los lectores más inquietos a encontrar o descubrir escenas de películas y fragmentos de libros que intentan atrapar o acercarse a aquello de imposible que tienen las relaciones entre hombres y mujeres. Desde La Casa de la Paraula hemos querido entrevistar a su autora que presentó su libro el lunes dos de diciembre en la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona. En la entrevista conversamos sobre este nuevo amor que ella nos propone a través de la enseñanza del psicoanalista Jacques Lacan, su propia experiencia analítica y las palabras que escucha en su clínica. Hemos intentado encontrar alguna respuesta. No todas, por supuesto. Eso sería otro imposible, otra ilusión.

mercedesdef¿Nacer un 14 de febrero –el día de los enamorados- es una marca para escribir un libro que habla del amor?

Sí, es una marca que además en la niñez tienes presente siempre pero a la que no das ningún valor especial. Es un tema que se comenta, se hacen chascarrillos, tu misma haces chistes. Una cosa buena que tiene es que es una fecha señalada con lo cual todo el mundo se acuerda de ella. Eso es muy bueno para que te feliciten el cumpleaños (risas). Aunque siempre te encuentras con eso lo vives como algo que no tiene importancia y que deviene muy cotidiano, sin darle ningún valor. Fue en el trabajo analítico donde eso tomó otro sesgo. Lo hizo, además, de manera imprevista. Empecé a trabajar, a interesarme por ciertos textos. Estos temas los leía con un interés mayor. En un momento me encontré con la lectura del homenaje de Lacan a Marguerite Duras –en Otros escritos– me interesó mucho por como ella aborda estos temas hasta que en un momento dado me di cuenta que había algo de esa marca de nacimiento que yo había pasado por alto pero que estaba ahí. Ahora puedo decir: algo debe tener que ver mi interés por este tema al que siempre estoy dándole vueltas con este dato absolutamente casual, azaroso. Cuando escribí ‘Un nuevo amor’ pensé que seguramente hay algo de esta marca que inevitablemente ha tenido su peso. En el pequeño preámbulo que he titulado “Sin ton ni son” también cuento mi interés por el nombre y por la cifra. Para mi siempre fue muy enigmática la letra. Cuando de niña, ya de muy pequeñita, todavía no sabía leer para mí era un enigma: ¿Qué era eso? ¿Qué eran esas formas que querían decir algo y que yo no podía captar?. Todas esas cuestiones me llevaron a darle vueltas a todo esto, también a la cifra de un cumpleaños o a un nombre. Y así, devine analista.

¿Cómo han ido cambiando a lo largo de la historia las formas del amor?

Como plantea Lacan, existe una envoltura formal del síntoma. El amor también tiene una envoltura formal que a lo largo de las épocas ha ido variando. En realidad hay algo transversal, hay algo que atraviesa el amor que no ha variado, se mantiene y se trata de ese punto fundamental y más esencial que nosotros [los analistas] abordamos. De esas formas que han cambiado a lo largo de la época quedan restos, no es que desaparezcan, se van quedando unos sedimentos. Eso ocurre por ejemplo en el amor cortés, este amor imposible como el de Romeo y Julieta. La mayoría de las películas de amor ya muestran esta cuestión de la imposibilidad. El otro día estaba dando una charla a jóvenes de 20 años, estudiantes de derecho, para hablar del amor y el capitalismo. Les comenté que fueran diciendo cada uno qué definición tenían en su cabeza de lo que podía ser el amor. Me hizo gracia porque fui anotando en la pizarra sus definiciones y empezaron a salir las que ya encuentras en El Banquete’ de Platón: uno decía que el amor era una cuestión de interés, el otro que el amor era una cuestión de hacer de dos uno, etc. Yo les dije: no sé si lo sabéis pero entre todos hemos conseguido que surjan los temas que ya hace 2.500 años aparecían para hablar del amor. La influencia platónica es evidente.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 21.57.11Pero contestando a tu pregunta es verdad que lo que realmente ahora es un poco distinto es que el discurso capitalista no da la posibilidad de una nueva forma de amor lo que hace es tocarlo en el sentido de su valor. El valor del amor ha quedado sesgado, reducido a términos contractuales. Se trata de hacer una serie de explicaciones neurogenetistas del amor. Se transforma en una mercancía, como casi todo, igual que ocurre con los cuerpos o los sujetos. Lo que todo eso provoca es una afectación del amor, una desvalorización, una degradación entre comillas. Por eso ahora habrás visto las numerosas publicaciones de sociólogos o filósofos que se ocupan de este tema. Hay una preocupación por esta afectación que para todos, o casi, es un problema.

Hace unos días leyendo la prensa me encontré esta frase: “científicos alemanes desarrollaron una sustancia basada en la «hormona del amor» que aseguraría la fidelidad del sexo masculino”. ¿Los delirios sobre el amor también existen en nuestra contemporaneidad?

Está muy bien como planteas la pregunta porque una cosa es el delirio de amor -que también lo hay- y otra cosa es el delirio sobre el amor. Esta frase creo que es más bien un delirio pseudo-cientificista muy acorde con el capitalismo. En un capítulo del libro hablo, precisamente, de un tema que se le acerca mucho: la psicología evolutiva. En el diario El País publicaron hace dos o tres años una noticia sobre unos experimentos con topillos de campo. El experimento consistía en comparar dos grupos para averiguar cuales eran más fieles y porque. Es esa idea de “animalizar” al ser humano, al hombre, a la mujer. Tomar el modelo animal y aplicarlo. En eso hay, evidentemente, un error y claro está, un delirio. Suena muy chistoso pero es un discurso que va calando.

¿Por qué crees que este tipo de discurso, aunque pueda sonar casi a broma, cala tan profundamente?

Cala sobre todo porque cada uno de nosotros nos tenemos que enfrentar a eso que, más allá de cada época, es transversal. Se trata de lo que Jacques Lacan plantea muy bien: hay algo de imposible en las relaciones entre hombres y mujeres que tiene que ver con su manera de gozar y con su sexualidad. Ante eso el amor es una suplencia, una construcción que tiene que ver con la cultura, con la palabra, con el lenguaje. El problema aparece cuando nos cuesta afrontar esa imposibilidad. Te enamoras de alguien y existe como un momento de ilusión en el que parece que eso imposible se ha hecho posible. Pero al mismo tiempo se empieza a captar la cuestión de esa imposibilidad, de que no hay ese acuerdo, ni esa complementariedad, ni ese hacer de dos uno, ni esa armonía. Frente a eso este discurso pseudo-cientificista viene fenomenal. En lugar de pensar o entender qué hacer, hacerse preguntas: ¿Por qué los hombres tienden a cierta manera en su sexualidad? o ¿Cómo se enfrentan ellos a lo femenino? Pues no, vamos a encontrar una hormona que los haga fieles.

¿Sería como pasar gran parte de la responsabilidad de eso en lo que el sujeto está implicado a una causa externa?

Claro, por supuesto. En el caso de los hombres, pero también en el caso de las mujeres. Se quiere tratar siempre de que sean como no son. Lo que los hombres se juegan en la sexualidad y lo que se juegan las mujeres es distinto. Esa diferencia radical es la que hace imposible la complementariedad. A pesar de ello las relaciones siguen siendo posibles por los lazos amorosos. Si no andaría cada uno con su goce. Una tendencia que, por otro lado, ocurre cada vez más.

¿Cuándo dices goce qué quieres decir?

Lacan tiene una definición de goce muy interesante. Uno goza de su propio cuerpo, son esos acontecimientos en el cuerpo. Estamos tan afectados por la palabra que ya no podemos ser como los animales.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 21.56.55Como decía ya muy tempranamente Lacan es ese goce que experimentamos en el cuerpo y no es nada homeostático, tiene que ver con el exceso, con el gasto. Ese goce primero es singular para cada sujeto, es diferente en cada uno. Y después, claro, hay una marca distinta si uno está en una posición masculina o si está en una posición femenina. Éste es un tema importante porque la presencia del cuerpo femenino en el mundo, esta diferencia y esta relación con el cuerpo marca, introduce una alteridad que siempre ha estado presente y siempre ha habido mucha dificultad en cómo tratarla. Eso es muy palpable en la historia de las mujeres, por ejemplo. Ahora estoy releyendo ‘El segundo sexo’ de Simone de Beauvoir en el que se habla de cómo el derecho trató la cuestión de las mujeres. El hecho de lo femenino en el mundo implica una alteridad. Y no sólo para los hombres, también para las propias mujeres. Lo que pasa que no es lo mismo que una mujer con el cuerpo que tiene que portar se enfrente con esa alteridad a un hombre que a su vez está en relación con otro cuerpo. Lacan habla en su seminario ‘Encore’ [Aun] del goce de lo femenino en el sentido de algo que algunas mujeres sienten pero que no pueden terminar de decir. Eso es lo imposible de pasar a la palabra. El goce masculino tiene mucha mayor referencia al órgano, su goce es mucho más parcializado. Su forma de elección o de causa de deseo es mucho más fetichista. También por eso se plantea que en el caso de un hombre es mucho más fácil que sustituya a su partenaire. Para un hombre el amor va por un lado pero el deseo y la sexualidad pueden ir por otro.  El hombre, en principio, no goza a través del amor como puede hacerlo una mujer. Eso no quiere decir que los hombres no amen, pueden amar y mucho. Sin embargo, para la mujer su goce sexual está muy enlazado al amor, a ser amada, a amar. Esta diferencia ya marca un problema porque un hombre puede amar realmente a una mujer, mantener intocable el amor y sin embargo puede tener una relación con otras.

¿El amor y el deseo están divididos? ¿Se pueden dar simultáneamente?

Se pueden dar simultáneamente y también se pueden desconectar. Con los pacientes, en la clínica se ve claramente cuando te hablan de sus situaciones de pareja. La sociología incluso para este tema ya se atreve a poner cifras y todo: a los cinco años la pareja ya empieza a entrar en “crisis”, dicen, por ejemplo. En el libro comento que una ministra alemana propuso de cara al matrimonio crear una especie de contrato de cinco años porque transcurrido este tiempo se veía que la cosa empezaba a flaquear. La ministra proponía que ya que los sociólogos dicen que dura cinco años, pues hagamos contratos matrimoniales de cinco años y gastemos menos en divorcios (risas). Bromas aparte, es verdad que hay algo del deseo en las relaciones amorosas que con el tiempo puede empezar a flaquear. Y tiene que ver con todas estas imposibilidades que se ponen en juego a pesar del amor.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 21.56.45Aunque dos personas se amen mucho hay algo de la imposibilidad de coordinar la complementariedad en esos goces que va a afectar al deseo. Ahora bien, si un sujeto ha podido analizar ciertas cuestiones está, al menos, más advertido y puede llegar a tener cierta comprensión de la imposibilidad. Como decía Lacan: aunque no lo parezca “todos tenemos la experiencia de que la relación sexual es imposible” lo que pasa es que luego se necesita comprenderlo. Todo el mundo si hurga un poco en su historia se da cuenta que eso está allí.

Por otro lado lo que sí que existe es la presión social ante este tema que no acepta esta imposibilidad estructural. Para ponerte un ejemplo, hay ahora un anuncio para los hombres que tienen eyaculación precoz. Lo anuncian dos cerillas. Una se prende antes que la otra y la otra se queda como apartada. En la siguiente imagen –se entiende que después del tratamiento- las dos se prenden a la vez. Está muy bien pensado por los publicistas. Esto evidencia que todo el tiempo, todos los mensajes publicitarios y los mensajes sociales nos hacen creer que esa imposibilidad no existe. Vas a la terapia sexológica, vas a hacer esto para resolver el tema de la erección, vas a lograr que esas diferencias en la manera de gozar, esa diferencia que introduce lo femenino, no esté. Pero esas diferencias existen, no es posible la complementariedad, insistir en este tipo de mensajes provoca una frustración permanente.

¿Aunque existe ese imposible, se puede lograr amar de una manera digna?

Claro. Lo imposible es la relación sexual en el sentido de complementariedad, de hacer de dos uno. Amar no es imposible. Cuando el sujeto más sabe de estas cuestiones y las puede  entrever es más probable que el amor con el otro tenga un lugar más digno, que ponga esta imposibilidad en su justo lugar y no se convierta en una impotencia. El problema de no afrontar la imposibilidad, de no hacer la experiencia de esta imposibilidad, de no vivirla y aceptarla de alguna manera, es que eso se transforma en un discurso de la impotencia: se ha fracasado, se es impotente, la pareja no salió, no se logró encontrar la pareja que convenía, etc.

Supongo que no es lo mismo un nuevo amor que un amor nuevo. Cambiar de partenaire no garantiza tampoco que sea posible. ¿Por qué has titulado este libro ‘Un nuevo amor’?

A veces es inevitable cambiar de partenaire porque con esa persona no se puede jugar el juego que uno elige inconscientemente. Eso son cuestiones más complejas. Pero no, no se trata de que cambiamos de pareja. No se trata de que terminamos con una, empezamos con otra y entonces esto va a resolver el tema. Sino se cambia el paradigma, se va a seguir repitiendo. Lo que probablemente pase es que al principio sea algo bueno, empezamos, es el momento álgido del amor, ese momento ilusorio en el que, como plantea Lacan, creemos que esta relación imposible sí que es posible. Pero ese momento es temporal, desfallece y volvemos a encontrarnos con los mismos síntomas, las mismas cuestiones una y otra vez. Entonces no se trata de un amor nuevo sino de un nuevo amor, es decir, de una nueva forma de amar.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 21.56.30Todas las formas históricas del amor que plantea Lacan en sus recorridos, son formas de tratar esta imposibilidad pero olvidándola, alejándola. El amor cortés es el que más cerca está de poner en primer plano lo imposible, pero pone fuera esta imposibilidad. Los amantes no pueden encontrarse porque hay algo externo que se lo impide: las circunstancias, la sociedad, las familias. Cuando dice Julieta a Romeo: “cámbiate el nombre. Si así fuera quizás nuestra amor podría ser posible”. ¡Pues ni por esas!

Ahora que citas a Romeo y Julieta. Hay una frase de Julio Cortázar en ‘Rayuela’ que dice:  “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque la aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.”

¿El amor es un encuentro contingente? ¿De qué depende ese encuentro?

Es genial esta frase de Cortázar. Está bien planteado su cuestionamiento de la elección. Pero claro es tan poética que todo lo que diga a partir de ahora va a ser para destrozar esta magnífica forma de hablar del amor. Por eso me cuesta. Creo que cuando dice que no se la elige es en este sentido de creer que uno elige a alguien conscientemente, que es una elección consciente, que es el ‘yo’ el que elige. No se trata de ese tipo de elección, es una elección absolutamente inconsciente, no eres dueño en tu elección, en eso estoy totalmente de acuerdo con Cortázar.

Por eso en el primer capítulo del libro cuando comento la frase de Philippe Sollers en la que dice que “el amor es clandestino” es en este sentido. Hay algo absolutamente no sabido en el momento que eso ocurre. El sujeto no lo tiene en su mano, ni lo puede manejar, ni lo puede elegir como quien elige comprase un IPhone o un coche. Y es precisamente en esta época donde se pretende pensar la cuestión de la elección amorosa de esta manera, como quien elige un sofá. Por eso es muy interesante como Cortázar lo expresa: “creen que la eligen y luego la aman, cuando en realidad es un rayo que te parte”. Este tema hay que separarlo de lo matrimonial porque es a partir del siglo XVIII-XIX cuando se empieza a juntar amor y matrimonio. Hasta ese momento el amor era una cosa y el matrimonio era otra. A veces el sujeto cree que está enamorado y a veces, simplemente, va a seguir los cauces que le indican los años o la sociedad. Se encuentra y se junta con una mujer o con un hombre a quien quiere, quizás no exageradamente pero tiene una familia y ahí sigue. El amor puede ser de muchas manera, no digo que el amor tenga que ser siempre una cosa.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 22.09.38A donde apuntan muchos sociólogos en la actualidad es precisamente a indicar que la que está tocada es la intensidad del amor. Algo que verdaderamente es un rayo, que produce un verdadero cimbronazo a un sujeto. Por eso Lacan incluso decía que “el amor es lo que permite cambiar de discurso”. En el caso de la relación analítica, por ejemplo, hay algo de ese amor. Hay algo del amor en la relación con el analista, lo que en términos psicoanalíticos nombramos como transferencia. Freud decía que esta relación es un amor de pleno derecho, es un amor sin la cuestión de los cuerpos, justamente, dejando fuera el encuentro sexual. Es un amor de pleno derecho y por tanto una experiencia. La intensidad de esa experiencia es lo fundamental y es lo que le permite al sujeto cambiar de discurso, pasar de un discurso a otro, verdaderamente un viraje. Cuando un analizante viene y te va contando como está con una pareja en la actualidad y de repente dice: bueno pero hay una historia que tuve que fue terrible, desastrosa. Y resulta que la historia desastrosa terminó mal o como sea, pero es esa historia lo que le tiene totalmente enganchado desde hace años y cualquier cosa que aparezca va a quedar tocada por eso. Para que ese sujeto pueda seguir en su vida encontrándose y volviendo a amar, tiene que ver qué se trató allí, tiene que ver qué pasó con ese rayo que le partió. Quizás de eso no quiere saber nada, porque ya lo terminó, fue desastroso, mejor pasar página, me voy a otra experiencia… Pero pueden pasar muchos años, llegar a ser una persona mayor y de repente darse cuenta que todo eso que vivió, en realidad, tiene mucho que ver con eso qué tiene pendiente desde los 20 años, de los 30, desde que aconteció.

¿Qué aspectos del sujeto tienen que ver con la elección amorosa? ¿Por qué elegimos a quien elegimos como partenaire? ¿Qué papel juega nuestro inconsciente en eso?

Por ejemplo las marcas de cada sujeto tienen un papel importante. Pero la elección se trata más bien de una mezcla. Porque por un lado está el encuentro, hay algo azaroso, y luego existen las determinaciones inconscientes. Esas determinaciones marcan mucho. Lo que pasa es que hay elecciones que van por el lado de las determinaciones edípicas: el papá, la mamá. Y hay otro lado de la cuestión, que es un poco distinto, que es lo que justamente hace que este nuevo amor sea de otro orden. Que ya no tiene que ver con las determinaciones edípicas, sino que tiene que ver con esa marca singular e irrepetible del sujeto, con esa respuesta que uno ha dado a la imposibilidad. Cada uno de nosotros nos hemos encontrado con esa imposibilidad, la hemos captado, la hemos vivido y entonces respondemos construyendo algo de una u otra manera. Con esa construcción vamos por la vida. Lacan dice en ‘Encore’ [Aun] que se trata del encuentro entre dos exilios. Mi marca del exilio de la relación sexual encuentra una sintonía con la marca del exilio de la relación sexual del otro. No se sabe muy bien porque ocurre así, pero no es con cualquiera que eso sucede. Y ahí está la diferencia por ejemplo entre el amor y el deseo. Uno puede desear y puede cambiar de un objeto a otro.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 22.11.07El deseo tiene muchas posibilidades de sustituir un objeto por otro, por eso el capitalismo va muy bien, te dan un Iphone3, y después quieres un 4 y un 5… Como dice Lacan se trata de una metonimia, va de uno a otro, de uno a otro. ¿Pero cuándo se fija ese deseo? ¿Por qué con uno ese deseo se transforma en amor? ¿Por qué con esa persona y no con otra? Ese es el punto milagroso de la transferencia, del amor y también es su punto enigmático. Por eso ese encuentro tiene que ver con la marca, con la marca singular, ya no tanto con las determinaciones edípicas que es más fácil que caigan en la dependencia. La marca singular de cada uno es la que es más difícil de entrever, de poder captar, es a lo que Lacan llama sinthome, es decir es ese singular de cada uno, es una manera de respuesta de cada uno, mucho más fija y que insiste en escribirse de la misma manera una y otra vez.

¿En qué contribuye el propio análisis en la posición amorosa? ¿La forma de amar puede transformarse gracias a un análisis?  

Se transforma. Ocurre con personas que no son psicoanalistas y que ni tan siquiera lo van a ser, vienen a la consulta y realmente hay transformaciones increíbles. Personas que llegan con una historia, un matrimonio, y de repente al cabo de un tiempo descubren que estaban ahí por miedo, que estuvieron allí pero que no se trata de eso. Y por el camino se encuentran con otro hombre y pueden entrar en otra sintonía. Aunque con ese hombre ocurren cosas muy distintas y realmente está en juego el amor de otra manera, vuelven a aparecer las repeticiones, se trata de las repeticiones edípicas que dificultan, que entorpecen. Por eso el análisis se trata de una escucha para ir despejando todo ese panorama con la intervención del analista. El sujeto va entreviendo las cosas propias. Quizás se de cuenta de que a lo que aspira repentinamente deja de tener sentido, o que quiere tener al hombre que le haga caso continuamente porque sino se tambalea. Esto es muy típico de las mujeres en su posición histérica. Tiene que ver también con algo de lo femenino porque la mujer necesita un signo del otro para amar. Jacques-Alain Miller lo trabaja magníficamente en un seminario que se titula El partenaire-síntomaPara que una mujer ame está más en juego el signo del otro. El otro le tiene que hacer signo del amor. El hombre, en cambio, puede amar a una mujer de una vez por todas sin estar pendiente del signo. El hombre no necesita eso para poder estar, para poder encontrarse con el cuerpo del otro, por ejemplo. La mujer, sí. Por eso muchas veces las mujeres no quieren tener relaciones sexuales. Pero no porque no les guste o no disfruten. No quieren tener relaciones sexuales porque les falta ese signo porque no pueden sostenerse en el encuentro con el otro sin eso. Y te lo dicen de alguna u otra manera: “después que no me hace caso quiere que tengamos relaciones sexuales”. Al hombre no le hace falta eso para poder desear a la mujer, estar con ella y tener un encuentro sexual. Para una mujer sí, en ese momento de cuerpo a cuerpo sí. Todo eso se puede ir entreviendo en la propia experiencia analítica.

¿El amor y el enamoramiento se llevan bien? ¿Se dan siempre de manera sincronizada o no tiene por qué?

Si la relación sexual es imposible, la pregunta sería: ¿Por qué nos enamoramos? ¿Cómo es que necesitamos otro cuerpo y a otro? En un momento dado lo necesitamos. Toda la poesía muestra eso. Las canciones románticas, la literatura, el cine… hay algo en ello de milagroso, de “loco” entre comillas, porque las pasiones amorosas a veces también pueden ser delirios. La socióloga Eva Illouz dice en uno de sus libros que el flechazo está desapareciendo. Cuando habla de flechazo se refiere de alguna manera a la frase que comentábamos de Cortázar, ese rayo que te atraviesa, eso que yo no elijo, eso que no sabes bien qué es pero que ocurre. Evidentemente todo flechazo tiene un aprés-coup, es retroactivamente, echando la vista atrás, como se puede ubicar ese primer instante que nos arrebató. En un primer momento se puede tener una afinidad con alguien y que eso no vaya a ningún lado. Otras veces esa afinidad puede llevar a algo muy intenso. En el comienzo se puede dar el deseo y luego eso no se transforma en amor, esta transformación ocurre unas veces y otras no. Por eso es una cuestión de azar y de contingencia. A lo mejor ha pasado por delante tuyo un hombre a quien hubiera sido magnifico amarle y que te amara pero no, aunque haya habido esto no ha habido nada más después. En las primeras entrevistas los pacientes cuando hablan del amor o de la pareja es interesante lo que dicen sobre el encuentro. Porque ahí se ponen en juego importantes claves y ellos mismos se sorprenden de sus propios relatos. A menudo a ese encuentro no le dan importancia pero cuando empiezan a indagar resulta que tiene más peso de lo que parece. El encuentro es algo azaroso y también contingente. Tiene que ver con nuestras marcas. Algo que no se puede escribir, la relación sexual, de repente, contingentemente “cesa de no escribirse” y se tiene la ilusión de la posibilidad, de que es posible. Y si de ese instante se pasa a querer seguir escribiéndolo, querer eternizarlo a través de esa escritura, a no cesar de escribir ese amor. Ante eso Lacan es muy claro: “valentía ante fatal destino”.

¿Cómo nos explicarías de manera resumida –porque de ello podríamos hablar largo y tendido- como entiende el amor Freud y como lo entiende Lacan?

Jacques-Alain Miller ha hecho un enorme trabajo sobre estos temas y le agradezco especialmente su orientación. Tiene un seminario que se titula ‘Los divinos detalles’ en el que habla de esos divinos detalles que encuentras en el otro. Y nos habla de Beatriz y Dante, del coup de foudre, del flechazo. Para mi en ese seminario Miller hace un trabajo magnifico que puede orientar a quien quiera trabajar el tema del amor de Freud a Lacan. Hace un trabajo sobre los planteamientos freudianos del amor y que saltos dio Lacan. Miller nos habla, por ejemplo, de como uno ama a quien le supone el saber sobre uno mismo. Lacan da en otro momento de su enseñanza, en ‘Encore’ [Aun], un salto y claramente se desprende de alguna manera de Freud definitivamente. En distintos lugares Lacan va mostrando que incluso en algún momento “hay que dejar de dormir en el mismo lecho que heredamos de los padres”. En este punto se refiere de alguna manera a Freud. Hay algo de la idea del amor en Freud que termina siendo un amor que tiene que ver con la repetición. La repetición que lleva la marca del Edipo. Con ese punto de repetición no hay manera de salir de las determinaciones, es muy difícil. Por eso Lacan introduce algo distinto. Va a seguir habiendo repetición pero ésta tiene que ver con una escritura del sujeto, una repetición que tiene que ver con su marca, con su marca más singular que ya no es dependiente del Otro, que ya no es referida al papá o la mamá.

Captura de pantalla 2013-12-11 a las 22.13.11Hay momentos en un análisis muy interesantes en los que el propio analizante se va desprendiendo de su “mito individual de neurótico”. A partir de entonces ya se trata de otra cosa. Esto se va haciendo desde el principio, del lado del analista, el analista interviene para que el sujeto vaya encontrando esto. No se trata de ir aconsejando nada, sino con la escucha interviene para hacer aparecer la diferencia entre esas determinaciones edípicas y lo más propio. Y en ese momento el sujeto ya no puede volver atrás. Ya no es que mi papá, mi mamá, mi hermano, mi hermana… es algo suyo, se trata de una invención que cada uno ha hecho.

En el libro haces muchas referencias al cine y a la literatura. ¿Qué amores del cine o de la literatura podrían responder a ese nuevo amor del que hablas en tu libro?

Es interesante tu pregunta. Efectivamente en el cine o la literatura vemos o leemos una narración, hay algo de eso que no se puede captar. Y este nuevo amor tiene que ver con la imposibilidad de decir. Entonces más que ponerte un ejemplo de qué película o qué libro serían un ejemplo de este nuevo amor, se trataría más bien de qué escritor, qué escritores, qué cineastas tratan o pueden encarnar mejor esta imposibilidad. Y eso depende. Cada uno tiene sus preferencias. No es para darte un ejemplo de este nuevo amor, pero en Los puentes de Madison, que es una película contemporánea, se nos muestra, por ejemplo, una típica relación imposible. Imposible no porque ella no se pueda ir con él, se puede ir con él perfectamente. En la película de Clint Eastwood está el cuerpo y luego está esa decisión entre comillas. Se muestra bien la diferencia entre su matrimonio, donde ella quiere a ese hombre que, además, es el padre de sus hijos; y este amor que la parte en dos, que no lo elige, que es un encuentro, que es puro azar y que compromete su cuerpo. Ahí está este punto fundamental. La película transmite, de alguna u otra manera, que con ese hombre al que quiere, con el que se va a quedar, con el padre de sus hijos, hay algo del cuerpo a cuerpo que no la atravesó de esa manera, no tocó ese punto en ella. Creo que quizás hay momentos en las películas, momentos en las historias donde esa imposibilidad puede mostrarse. Pero se trata de eso de cómo cada película bordea mejor ese imposible de decir, como cada película o libro logran enmarcar mejor la imposibilidad.

El amor también tiene algo de dolor y de pérdida.

Ya que introduces este tema de la pérdida. Yo creo que habiendo entrevisto en un análisis algo de esta cuestión de lo imposible una pérdida en el amor no va a dejar de tocarte el cuerpo, si ha sido un amor intenso, no va a dejar de tener efectos en tu cuerpo y en tu vida pero no va a ser devastador. El problema es cuando eso de lo imposible está forcluido. La socióloga Eva Illouz en sus libros, -de los cuales me interesan sus descripciones de campo más que su visión en la que tenemos opiniones muy distintas-, lo describe bien. Illouz habla de como todo se ha psicologizado y se cree en una elección como si se tratara de una decisión consciente y voluntariosa, lo contrario de lo que plantea Cortázar. Se repudia toda la idea de inconsciente y se trata entonces de elegir bien, como si eligieras el mejor sofá. Y teniendo eso como referencia, comenta ella, cualquier pérdida en el amor, cualquier historia que termina se acaba convirtiendo en un fracaso para “el yo”, se termina traduciendo en un fracaso de orden vital. La pregunta es siempre. ¿Por qué has fracasado? Se centra en el paradigma de que los sujetos no “han sabido hacerlo bien”, no han sabido elegir, es una mala elección, etc. Pero puede que haya sido una experiencia magnifica, puede haber sido un amor muy intenso que te deja cosas muy importantes para la vida, una experiencia que te ha lanzado a hacer otras cosas y te abrió otros campos y, sin embargo, que en un momento dado se termine y tener que sufrir el final de eso y aceptarlo e incluso de ahí también sacar consecuencias y encontrar fórmulas. No se trata de psicologizar la pérdida en el sentido de: igual que viene usted a curarse de la falta de erección o de la eyaculación precoz, venga usted a curarse de sus malas elecciones, y conéctese en la página de Meetic que tenemos unos perfiles estupendos que vienen muy bien para su “yo ideal”. Ese estilo de elecciones buenas para que la cosa salga bien es una absoluta falsedad, pero sobre esa falsedad se sostiene todo eso.

Como he comentado antes uno encuentra algo en el otro que tiene que ver con tu propia marca, algo tuyo lo encuentras en otro, cuando a ese otro lo pierdes te planteas ¿qué hago ahora con esta ausencia? Esto mío pero que lo había puesto en otro cuerpo. Era con ese cuerpo y no con otro, y eso ya no está. Eso tiene unos efectos importantes. Y no hay que quitarle nada de su intensidad, ni de su fuerza. Creo que esa intensidad y ese dolor si uno en su experiencia analítica ha logrado entrever todo esto de lo que venimos hablando se vive de otra manera, o al menos de mejor manera que si sólo se trata de la pura pérdida y el puro desconocimiento.

¿Y cómo se llega a descubrir o a descifrar esta marca singular? 

Con un análisis, claro.

Llúcia Viloca: “Carrilet va ser el primer centre d’Espanya amb la idea de començar la intervenció amb nens autistes tan aviat com fos possible.”

Magne Fdez.-Marban, de La Casa de la Paraula, entrevista a Llúcia Viloca, fundadora de Carrilet i a Balbina Alcàcer, actual presidenta de la Cooperativa.

carrilet

40 ANYS DE LA FUNDACIÓ DE CARRILET

L’any 1974 el Centre Especial Carrilet de Barcelona dedicat al tractament de nens i nenes autistes va començar el seu camí. Durant aquests 40 anys Carrilet ha ampliat les seves activitats afegint un centre de tractaments i una unitat de formació i recerca. D’altra banda la taula rodona sobre autisme amb que la Societat Espanyola de Psicoanàlisi inaugurava el seu curs va haver de canviar de seu per atendre el nombrós públic que volia assistir-hi. Bon moment, doncs, per entrevistar la fundadora de Carrilet, Llúcia Viloca, psiquiatra i psicoanalista (SEP-IPA) i  Balbina Alcàcer, psicòloga clínica, pedagoga i presidenta de la Cooperativa Carrilet.

Com va començar Carrilet?

Llúcia Viloca (LL. V.) Va començar l’any 1974 i es va crear perquè vaig estar tres anys a Ginebra fent la formació com a psiquiatra infantil i vaig conèixer en un hospital de dia com es tractava i es treballava amb infants autistes a partir dels dos o tres anys fins els dotze.

Hi havia un estil d’acolliment, una estructura i quan vaig tornar a Barcelona em vaig trobar amb un grup d’educadors i amb la doctora Pérez Simó i el doctor Angulo a Sant Joan de Deu.  Ells em van facilitar supervisar en una residència per a psicòtics a Les Corts i al Poble Sec la qual cosa em va facilitar el contacte amb d’altres educadors com la Pilar Sàrries i em va portar a crear un centre com el de Ginebra.

La doctora Pérez Simó que s´havia format a Paris amb Serge Lebovici, va connectar amb un grup de Mataró. Allà es va voler fer un centre d’higiene mental amb un hospital de dia per autistes.

Al cap de dos anys vàrem constatar que el projecte no acabava de funcionar i com que tots els nens eren de Barcelona vàrem buscar un espai a Barcelona, una torre a La Rabassada. Al 1977 va entrar a treballar la Balbina Alcàcer i la doctora Subirana.

Va ser el primer centre d’atenció precoç per a nens petits autistes,  tot i que també existia Guru, que atenien pacients autistes i psicòtics i altres trastorns. Carrilet va ser el primer centre d’Espanya amb la idea de començar la intervenció amb aquests nens tan aviat com fos possible. Inicialment també hi havia nens més grans, llavors vàrem optar per treballar amb els petits en un marc molt estructurat: espai, temps, activitats, treballar l’anticipació i el record, verbalitzar les sensacions connectades amb les emocions, valorar l’atenció i la interrelació amb les famílies… que són punts dels que els cognitius també parlen i que nosaltres des de fa anys vàrem anticipar.

Balbina Alcàcer (B.A.) La relació amb les famílies ha estat sempre molt intensa; és clau per estimular la comunicació amb el fill i la comprensió del seu funcionament. La perspectiva que aporten els pares des de casa i la que aporten els professionals permet entendre el funcionament del nen i ajustar els objectius de la intervenció.

Hi va ajudar que com que no teníem autocar, les famílies acompanyaven el nen a l’escola. Aquest contacte informal que es donava tant a l’entrada com a la sortida, era de gran valor terapèutic tant pel que feia al nen com al vincle de confiança i treball que s’establia i encara ara, amb els professionals. La família ve pel matí, i explica fets del dia a dia com per exemple que ha passat a casa aquell matí, com s’ha enfadat per no voler menjar o com ha pogut anar dret al metro sense enfadar-se, fets que recullen les tutores, la psicòloga o la  psiquiatra, i que es comenten en presencia del nen per treballar-ho després a l’aula. I a l’inrevés, al final de la jornada les tutores parlen amb els familiars del que ha fet o com s`ha sentit al llarg de la jornada.

Com sosteníeu les activitats?

LL.V. Al començament tot era ple de bona voluntat, amb recursos miserables i gràcies a les famílies i a la subvenció del SEREM.

B.A. Les famílies que podien econòmicament aportaven més per les que no podien. Feien el que fos per aconseguir diners per un projecte en el que creien que era el millor pels seus viloca1fills i si calia vendre productes Avon per exemple, doncs els venien. I hi havia professionals que no cobraven o parelles que treballant els dos al centre i nomes cobrava un. En resum, amb il·lusió i moltes ganes de tirar en davant per part de tots, famílies i professionals, un projecte en comú.

S´ha fet molt de camí. L’any 1978 vàrem constituir una cooperativa de professionals. Era una diferència perquè la majoria de cooperatives eren i són de pares. Nosaltres enteníem que la part tècnica però també la organitzativa i de gestió depenia del treball i la reflexió sobre la pròpia pràctica per part dels professionals, de plantejar perquès i de buscar respostes tot i que evidentment no s’entenia ni s’entén la nostra feina a banda de les famílies. Avui en dia hi ha molts llibres i molta documentació, molta oferta però en aquells moments, no. Si que hi havia professionals, sovint des de la psicoanàlisi com la doctora Júlia Corominas que va ser clau a l’hora d’entendre i d’establir el nostre  model de treball .

El model en què consisteix?

LL.V. Bé, al començament ens va subvencionar el SÉREM que pertanyia a l’INSERSO, a Mataró. Després vàrem anar a Madrid, i un inspector es va interessar pel nostre treball i  li vàrem explicar el model Carrilet i això va fer que publiquéssim un article a la seva revista l’any 1977: La vida del autista en un hospital de dia.

El va llegir l’Angel Riviere  i ens va convidar al primer congres internacional d’autisme que va tenir lloc a Madrid. Vàrem intervenir amb una ponència la doctora Subirana i jo mateixa. En Riviere investigava sobre les alteracions genètiques i en aquell moment es va mostrar interessat pel nostre treball perquè érem un centre petit on els espais de cada nen estaven definits i molt estructurats: cada nen tenia el seu calaix, el seu seient,… es valorava que el nen es pogués trobar amb ell mateix i organitzar i descobrir la seva identitat, distingir qui era ell i qui era l’altre.. Aquest es el model

En aquell temps existien Carrilet, Guru, Bellaire, Alba, i Cerac. La diferencia és que bona part d’aquestes institucions a Catalunya eren psicodinàmiques i a Espanya la línia de treball era conductual. Penso que en Riviere va passar d’un model més conductista a un viloca2cognitivista i va començar a explorar nens petits. En determinat congrés va dir que després de veure nens petits ens havia de donar la raó a la doctora Subirana i a mi mateixa. Era una persona amb un pensament molt científic i per tant molt obert. Durant anys vàrem anar a congressos, però després vàrem deixar d’anar-hi perquè en ser uns psicodinàmics i els altres cognitius costava més que hi hagués interrelació.  Ens vàrem centrar a Catalunya en part perquè també ens van comença a demanar supervisió, assessorament…

Nosaltres hem rebut formació a través de la doctora Corominas, i de gent vinculada a la Societat Espanyola de Psicoanàlisi com la doctora Eulàlia Torras de Beà. A través de la doctora Subirana que tenia contactes professionals a Londres, va venir, entrats els 80 la doctora Frances Tustin. Vàrem fer un  acte que va aplegar 400 persones. També anàvem a Roma a rebre formació i supervisió amb la Tustin perquè ella feia formació allí.

Quin any?

Els 80, 82-85.

LL.V. Recordo que després de la tornada del President Josep Tarradellas ens van citar al Palau de la Generalitat. Paga la pena recordar que fins aquell moment funcionàvem sense estar reconeguts com a centre específic i ens van dir que a partir d’aquell moment, el departament d’Ensenyament ens donaria la possibilitat d’una subvenció si passàvem a ser centre d’educació especial.

B.A. Qualsevol nen de sis anys era i és obligatori que estès escolaritza, per tant havíem de passar de centre de dia a centre d’educació especial.

LL.V. La Generalitat va començar a organitzar l’estructura de psiquiatria i d’ensenyament amb professionals designats tant per la administracions com de representants de les associacions de professionals.

Ens van donar la possibilitat de constituir-nos com centre d’educació especial i també van oferir la col·laboració de serveis socials. Després la coordinadora de centres dedicats al tractament d’autistes i psicòtics va aconseguir que sanitat ens acabes acollint i que l’autisme fos reconegut com un trastorn mental. Posteriorment es va constituir ACTTAPI (Associació Catalana de Tècnics i Terapeutes de l’Autisme i les Psicosis Infantils, format entre d’altres per Carrilet, Bellaire, l’Alba, Guru, Balmes i Mas Casadevall a Banyoles) que va organitzar congressos i xerrades i va impulsar una certa formació a Catalunya.

Quins moments són significatius en aquests 40 anys ?

B. A. Primer l’any 1974 quan es constitueix Carrilet; després 1978 quan passem a ser una entitat jurídica sense afany de lucre. Posar una data en concret pot ser difícil, però els 80 i els 90 van ser anys de desenvolupar, d’afiançar les bases teòriques del nostre model de treball, i això encara ara, perquè la intervenció, la pràctica i la mentalització d’aquesta sempre dur a canvis constants.  L’any 1985, moment en que l’entitat adquireix una torre, seu actual del centre d’educació especial al carrer Campoamor. A partir del 2000 es època de creixement. I el 2010-11 moment de consolidació i ampliació dels serveis amb la construcció del servei d’atenció ambulatòria i el servei de recerca i investigació al carrer Horta.

Hem canviat algunes coses perquè hi ha coses que han anat canviant com també l’entorn ho ha fet i la realitat social.  Vàrem començar com a centre de dia, després com a centre d’educació especial específic per infants amb TEA reconegut també com a servei específic viloca3per part del CatSalut, vam ampliar amb el servei de tractaments externs i últimament amb el servei de recerca cosa que fa quaranta anys era impensable.

Actualment a l’escola  atenem 49 nens d’entre 3 i 12 anys amb diagnòstic de TEA, i al servei de tractaments 180 nens i adolescents setmanalment, amb modalitats terapèutiques i d’intervenció diferents com psicoteràpia, psicomotricitat, logopèdia, artteràpia o musicoteràpia i atenció a les famílies. També hi ha grup de germans, grup de pares, tutories terapèutiques, i puntualment s’ha fet reunió d’avis perquè són els que de vegades es fan càrrec dels nens.

B.A. Anem a les escoles i assessorem a mestres i d’altres professionals des de fa molts anys. En som pioners, vàrem començar als anys 80 supervisant tant a escoles ordinàries com a escoles d’educació especial, centres d’atenció primerenca, centres de salut mental i professionals com psicòlegs o psicoterapeutes.  Actualment som proactius organitzant cursos i jornades que fins ara han tingut molt bona acollida entre els professionals de la xarxa socio-sanitaria i educativa de Catalunya.

I amb llars d’infants?

LL.V. Mes aviat ara. Hem supervisat CDIAPS i CSMIJ i a Carrilet se li han demanat moltes vegades supervisions especifiques pel tractament de nens autistes, per això es va organitzar el centre de formació Carrilet. De fet actualment estem col·laborant en un màster de la universitat de Barcelona, amb Blanquerna, amb un màster d’atenció precoç a la universitat de València i un altre a Blanquerna, amb l’ACPP, amb la SEP, amb gent de treball social, de pedagogia, de psicologia…

Tenim obertes vàries línies d’investigació.

Quines línies d’investigació?

B.A. Hi ha diverses línies de recerca pròpies de Carrilet. Una es centra en l’avaluació cognitiva dels infants amb TEA premiada en la I Edició del Premi Pearson- Psicofundación.

Una altra es centra en l’estudi observacional dels programes d’intervenció a partir de viloca4l’anàlisi de la interacció. Es va iniciar amb una intervenció breu de psicoteràpia individual basada en la conducta imitativa per part del terapeuta i fonamentada en la descoberta de les neurones mirall i impulsada per les II Jornades de Carrilet. Actualment s’estudien dos intervencions més: les tutories terapèutiques de l’escola i un grup de germans del servei ambulatori.

Per altra banda es col·labora en recerques que es proposen des d’altres institucions con la Fundació Catalana del Síndrome de Down o l’Hospital Sant Rafael.

En aquest anys, amb el que heu après, heu canviat algun aspecte del vostre treball de manera significativa?

LL. V. Al començament teníem la idea, potser influïts pel treball a Ginebra, de que el nen autista s´havia de relacionar amb una tutora i així passar de l’autisme a la simbiosi, però alguns pares ens van dir: amb vosaltres el nen està molt be però a casa no. I ens vàrem donar compte de que havíem de treballar amb els pares per tal de que establissin un vincle amb el seu fill. Quan els pares ja es podien relacionar amb el seu fill llavors s’introduïa la tutora i el nen poc a poc s’incorporava al grup. Això va millorar amb la creació dels CDIAPs perquè feien aquest treball amb els pares. Als inicis de Carrilet arribaven nens molt afectats i amb pares amb total desconeixement de què li passava al seu fill i de com poder-se apropar a ell, però ara gràcies als CDIAPs són nens que tenen tot un treball d’estimulació fet.

B. A. Penso que a nivell de tècnica hem afiançat i millorat la intervenció, hem ampliat els nostres coneixements i la comprensió del funcionament i del món del nen amb autisme. En un altre sentit, els nens  arriben a consultar més petits, el que ha fet que la seva evolució sigui més bona. És per això que sempre hem apostat per intervenir el més aviat possible, per un treball molt precoç. Aquest fet també ha estat un tret diferencial de la institució. Pensem que aquesta etapa de la vida és fonamental perquè la plasticitat cerebral és més gran i la reversibilitat de la situació personal de cada nen, també.

Ara els nens arriben més petits i treballats com ja hem dit. Abans es mantenia la idea  de que calia esperar a que fossin una mica més grans, que ja madurarien, que ja parlarien, però ara és tot al contrari: no han d’esperar, no hem d’alarmar a les famílies, però si hem de poder intervenir el més precoçment possible.

LL. V. A nivell de tècnica,  les aportacions de les doctores Corominas i Tustin ens han ajudat a treballar amb el món sensorial de l’infant amb autisme i ens han donat estratègies per possibilitar la connexió d’aquest món sensorial amb el procés de conscienciació i mentalització de  les emociones. El que facilita molt el desenvolupament del llenguatge i la simbolització.  Tot plegat ens ha ajudat a interessar-nos més pels aspectes interactius de la comunicació, de la sintonia,  de l’empatia, de la dramatització, de la gesticulació i de la imitació que coincideixen amb les investigacions neurològiques que parlen de dificultats de relació i de connexió neuronal i de la disminució o afebliment de les neurones mirall.

B.A. Potser abans es treballava més des de les incapacitats, i ara des de les potencialitats. Es parteix dels seus interessos, del que pot fer, del que pot modificar i  no sobre el que no fa… La perspectiva del treball del nen amb autisme ha canviat. viloca5

LL.V.  També la pràctica i l’experiència ens ha permès sistematitzar el nostre treball. He publicat un llibre que em va demanar CEAC i a l’any 2012, l’equip de Carrilet va publicar un llibre amb l’editorial Horsori, on es recull i transmet la forma de fer i entendre aquest treball.

Perquè fins els 12 anys?

B.A. Perquè és un període de la vida on el nen té més plasticitat cerebral, més potencialitat i més capacitat d’aprenentatge i de canvi. L’adolescència és un moment complicat en molts sentits i on els objectius de treball s’han de replantejar i fer-los més funcionals atenent a les diferents capacitats dels nois i noies.

LL.V. I també perquè administrativament correspon a la etapa de primària que acaba als 12 anys.

I quan acaben on van?

B.A. Depèn de l’evolució del nen: a l’escola ordinària o un centre d’educació especial, o a un centre de dia per autistes. També es té en compte les característiques del centre i sempre que es possible, es busca que estiguin prop de casa seva per afavorir la inserció en el barri.

 

 

Enric Berenguer, psicoanalista: “Sobre el autismo se dicen muchas cosas supuestamente científicas, y todas estrictamente contradictorias”

Marta Berenguer. Barcelona, octubre de 2013

Estadísticas que hablan de que en algunos países el autismo se ha convertido en una auténtica epidemia. Diagnósticos que se amplían cada vez más. Parece que el autismo ha adquirido una presencia social como nunca antes se había conocido. Pero, ¿qué es realmente el autismo? ¿Existe solo un tipo? ¿Qué podemos aprender de los sujetos autistas?. Desde La Casa de la Paraula hemos querido aproximarnos con esta entrevista al enfoque que el psicoanálisis lacaniano da a esta temática. Hablamos con Enric Berenguer, psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Barcelona (ELP).

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Podríamos decir que Cataluña ha sido un territorio pionero o, como mínimo, destacable en el tratamiento del autismo desde el psicoanálisis. Me refiero al trabajo realizado por los centros de atención precoz, las escuelas especiales, la atención privada, el trabajo con los padres… ¿Qué valoración hace del trabajo realizado en los últimos 30 años?

Ha habido instituciones que hacen un trabajo importante desde hace muchos años: Carrilet o la Escuela Alba en Barcelona, el centro Balmes en Sant Boi. Me dejo muchos espacios que han hecho un trabajo muy intenso, ahora no los puedo citar a todos. Hace muchos años que se trabaja en el campo del autismo y no sólo desde el psicoanálisis. Por parte del psicoanálisis nunca ha habido la pretensión de apoderarse de este campo. El enfoque siempre ha sido de colaboración y pluridisciplinario, cosa que a veces parece que se niegue. Des de orientaciones, abordajes y opiniones distintas ha habido un frente común que ha permitido encontrar formas de trabajo y debate con mucho respeto mutuo. Es una manera de hacer que empieza a echarse en falta.

Según datos de los Departamentos de Salut, Ensenyament y Benestar Social, durante el año 2012 se diagnosticaron 780 casos de trastornos del espectro autista (TEA) en los centros de salud infantil y juvenil lo cual supone un aumento del 340% desde el año 2006. ¿Qué le sugieren a un psicoanalista como usted estos datos?

Las estadísticas son muy relativas porque el diagnóstico cambia según los criterios. Hasta hace unos años el diagnóstico de autismo era más restrictivo mientras que últimamente se ha ampliado esa categoría. En parte por un conocimiento más profundo del autismo al que han contribuido los propios autistas. Gran parte del conocimiento que tenemos hoy en día del autismo proviene de autistas que han publicado sus testimonios, ellos son quienes más nos han enseñado. Nos ayudan a ver que el autismo es un tipo de problemática subjetiva más amplia de lo que se suponía en otra época. Pero eso no lo sabemos ni por la psicología ni por la “ciencia”, lo sabemos sobre todo porque los propios autistas han empezado a escribir testimonios

Captura de pantalla 2013-11-01 a las 13.07.49Des del psicoanálisis lacaniano Rosine i Robert Lefort hicieron mucho por ampliar el campo del autismo, convirtiéndolo en una entidad clínica importante para su estudio y tratamiento. Ampliaron mucho nuestro conocimiento de esta condición humana.

El aumento de los casos de autismo en las estadísticas guarda relación con los cambios de las escalas de diagnóstico bajo este régimen tan peculiar que son los DSM: unos sistemas consensuados para establecer criterios de cara al diagnóstico a partir de comités que en cada momento deciden que es normal, que es patológico y cuales son las divisiones fundamentales que estructuran el campo de la clínica. Todo ello está sometido a presiones muy diversas. El diagnóstico de autismo se ha convertido en un argumento para destinar recursos y justificar intervenciones que parten del supuesto de que el autismo es un déficit tratable con métodos educativos y cognitivos, fundamentalmente. Sería legítimo que la categoría de “autismo” se ampliase, pero cuando se hincha demasiado empieza a ser un problema. Creo que hay corrientes de la psicología y también de la neurología que han visto en el autismo una suerte de terreno del que se pueden apropiar.

Algunos países como Estados Unidos o Francia por poner dos ejemplos, con la complicidad acrítica de los medios de comunicación y ante el incremento de los casos de autismo que muestran las estadísticas han calificado el TEA como “epidemia”. Algunos pueden pensar que este aumento se debe a un mejor diagnóstico. Pero, ¿nos pueden hacer sospechar alguna cosa las cifras de las estadísticas?

Muchas cosas, claramente. Es un fenómeno muy complejo. Quien analiza esto de una manera clara, detallada y luminosa es Eric Laurent en ‘La batalla del autismo’. Como todo, es un fenómeno multifactorial. En primer lugar el DSM –el comité de expertos que fijan los criterios diagnósticos- es manipulable políticamente mediante el uso de la presión. Hay factores económicos en juego porque, lógicamente, las familias de determinadas personas que tienen una serie de problemas presionaban para obtener una etiqueta diagnóstica que permitía acceder a diversos recursos. En segundo lugar existe una presión profesional por parte de un sector de psicólogos, educadores, neurólogos o investigadores genetistas que dicen: “éste es nuestro campo”. Todo eso ha producido una epidemia que ha llegado a su límite. Justamente ahora, con el DSM-5, en los Estados Unidos han intentado dar marcha atrás y restringir otra vez el diagnóstico de autismo. ¿Por qué? Porque finalmente era un problema económico insostenible para el estado. Lo han frenado porque han visto que eso era su ruina, y tal vez también porque ahora en Estados Unidos los demócratas quieren ampliar el ámbito de la medicina pública.

Captura de pantalla 2013-11-01 a las 13.07.49Pero es un fenómeno muy del siglo XXI. Ian Hacking, por ejemplo, es un sociólogo y antropólogo que habla de este tema y estudia la dinámica de lo que sucede hoy en día con los diagnósticos. Son epidémicos porque generan una dinámica de identificaciones. Según Hacking, actualmente se produce una apropiación de categorías diagnósticas que en el pasado habían quedado marginadas o vividas como una condena.

El diagnóstico de obesidad, por ejemplo, genera una epidemia de obesos porque la gente se identifica. Si hoy en día a una familia les dices que su hijo es esquizofrénico se lo toman muy mal, pero si es autista es algo mas aceptable. Se ha convertido en una identidad más asumible. Vivimos en una época de búsqueda de identidades. Vemos que alrededor de la identificación “mi hijo es autista” hay un alivio, es un término socialmente más aceptable que otros, y genera una dinámica asociativa. ¿Eso está mal?. No necesariamente. Está bien si el uso es el adecuado. Pero es peligroso, incluso perjudicial, si la angustia de los padres es manipulada por lobbies, como ahora sucede, y tiene un impacto político en el mal sentido: presiones sobre los profesionales, leyes ad hoc hechas a medida de grupos de interés, guerra descarada por recursos limitados, etc. En cualquier caso, parto de la base de que parte de la ampliación de la categoría de autismo es legítima y compatible con lo que hace años plantearon Rosine y Robert Lefort de manera totalmente independiente a partir de su clínica.

¿Convendría ser más prudentes con los diagnósticos?

No se trata de que como psicoanalistas digamos que los diagnósticos o su ampliación son falsos. No se trata de eso porque Rosine y Robert Lefort ya lo habían anticipado. Lo que es muy peligroso es cuando determinadas categorías clínicas son consideradas como patrimonio exclusivo de profesiones o de orientaciones. A partir de aquí no podemos confiar en que el uso de esas categorías solo sea científico. Conviene ser muy prudentes.

A menudo se cree en la categoría de autismo como un déficit y solo se consideran factores cognitivos. Ese prejuicio autoriza a ignorar, incluso a atacar, todo aquello que el sujeto ha construido como si fuera negativo, mal hecho, deficitario, lo cual ha provocado en determinados casos situaciones realmente dramáticas. En los Estados Unidos, que es donde empieza esa ola calificada de epidemia, ya se han detectado los efectos negativos y muy dramáticos de ese tipo de orientaciones agresivas. Y ahora, aquí, como siempre vamos con retraso, estamos descubriendo la sopa de ajo, pero esta sopa está demostrado que repite y provoca ardor de estómago.

A veces el diagnóstico de autismo se hace con criterios demasiado inclusivos, confundiendo muchas cosas, lo cual puede tener consecuencias porque el diagnóstico ya implica un tipo de tratamiento que en determinados casos puede ser francamente nocivo. A menudo se margina la angustia del sujeto. Conviene tener presente que determinado tipo de mecanismos de separación respecto al otro son una defensa muy profunda contra la angustia. Y hay que respetarlo.

Le leo algunos titulares del diario El País, titulares que, por otro lado, también encontraríamos en otros medios de comunicación

  • Nuevas claves sobre las raíces genéticas del autismo
  • Un estudio de Harvard vincula el autismo con la contaminación
  • Un estudio norteamericano relaciona la obesidad con el autismo
  • Científicos británicos vinculan los altos niveles de testosterona en el líquido amniótico de las embarazadas con el desorden

¿La ciencia tiene respuesta para todo?

Tiene tantas respuestas que son todas contradictorias. Es un poco como el PP y Rajoy. Lo único que tendrían que hacer para demostrar sus contradicciones poner en una valla publicitaria todas las cosas que dicen. El diario El País, por ejemplo, tiene una orientación clásica sobre este tema que consiste en apuntarse al último descubrimiento. En este diario solucionan definitivamente la esquizofrenia cada diez años. Con el autismo sucede lo mismo.

Es necesario un cuestionamiento, por tanto.

No se cuestiona nada. No se cuestiona que una semana publiquen una noticia totalmente contradictoria con la publicada la semana anterior. Justamente el libro de Eric Laurent muestra la inconsistencia. Sobre el autismo se dicen muchas cosas: todas ellas muy “científicas” y todas ellas contradictorias entre sí. Y no solo des de la medicina, desde la genética un día es un gen determinado, después otro, más tarde son cuatro, luego una combinación de siete. El conjunto es claramente inconsistente y justamente debemos exigir a los científicos que sean eso: científicos

¿El autismo continúa siendo un misterio, un enigma?

Claro que sí. Pero es que la condición humana es un enigma. ¿Hay algo que no sea un enigma en el ser humano?. El ser humano es un misterio y, si, el autismo también es un misterio que estamos conociendo mejor pero al que ni tan solo podemos reducir a una sola causa. Es totalmente enigmático. Por mucho que haya factores que en un momento determinado favorezcan, en el caso de un niño concreto, una respuesta autística, eso no se puede confundir con una sola “causa”, aunque encontremos factores que la hayan podido favorecer. En realidad, la causa siempre se escapa. La causa es un misterio. Podemos ver cosas que tienen cierta correlación, pero no que la causa sea una. Debemos ser humildes y admitir que no podemos asilar una causa, que podemos ver una serie de factores que pueden haber formado parte, pero saber porque un niño responderá de una u otra manera es un enigma. Pero si un niño ha producido este tipo de respuesta, independientemente de posibles condicionantes, es fundamental entender que para él ha de tener una función, y es muy importante saber cual es para ayudarlo. Los psicoanalistas aceptamos que la causa es un enigma, y nos concentramos en la pregunta por la función, por la dinámica de lo que aquella persona en concreto hace, para ayudarlo partiendo de su realidad.

¿Cómo definiría el autismo –si es que se trata de un solo autismo- o, que designa la palabra autismo?

Muchas veces la palabra autismo designa la fantasía que tenemos ante un autista. El autista, principalmente cuando se trata de un niño, es un ser humano que se opone de manera frontal a algunas cosas que esperamos de un ser humano y sobre todo de un niño. Pensamos que para el autista no hay un otro, pero es falso. Para el autista hay un otro, el problema es que hay demasiado y por eso tiene que protegerse. Es el primer prejuicio  que debemos evitar. No podemos dejarnos engañar por la sensación de que para él no estamos. Claro que estamos, pero el sujeto autista está tan poco protegido de esta presencia que, de alguna manera, tiene que construir una barrera. Por eso debemos ser autocríticos. A menudo con nuestras categorías clínicas manifestamos nuestros prejuicios. Solo cuando nosotros mismos atravesamos estos prejuicios podemos pensar de verdad que es ser autista y empezar a entender determinados mecanismos que de entrada parecen muy extraños pero que tienen una lógica propia. No se trata de un déficit en el sentido de que lo que hace aquella persona no sirve para nada y hay que eliminarlo. Al contrario, es un intento de construir un modo de funcionamiento. No se trata de que le dejemos tal cual, sino de que intentemos aproximarnos a él para modificar a partir de sus propias potencialidades.

Captura de pantalla 2013-11-01 a las 13.07.49El psicoanalista Jacques Lacan se refirió al autismo como el estado original del ser humano y a la “insondable decisión del ser”. ¿El autismo es una elección por parte del sujeto?. O es una afirmación muy arriesgada?

Podemos decirlo, pero con prudencia. Es una manera de decir que en última instancia cuanto más nos acercamos a la experiencia misma del autista vemos que hay cierta elección, no en el sentido usual, aunque sí que hay respuestas que habrían podido ser diferentes y que nunca hay una determinación “objetiva” completa, siempre hubiera podido haber  otra orientación, incluso en niños muy pequeños. Lo vemos, por ejemplo, en los testimonios de autistas. Donna Williams comenta en su libro que ella escogía su mundo y rechazaba el de los demás. Ahora bien, ¿hasta donde podemos llevar esta elección?. ¿Cuán primaria es?. Cuando Lacan habla de “insondable” (lo hace en general, no específicamente del autismo), quiere decir que en el sitio donde quisiéramos encontrar una “causa”, siempre hay un agujero, algo falta, hay un punto de indeterminación. Y que en este espacio de indeterminación lo que hay es el sujeto en su singularidad al que no podemos reducir a los factores que podrían favorecer el autismo o hacerlo más probable. En última instancia siempre hay un elemento que es una respuesta, una orientación que tomó el sujeto sin que sepamos porque. Y es muy difícil saberlo. Es una especie de real que no se sabe por dónde saldrá y que no es del orden de una reflexión o de una decisión. Es una suerte de orientación. Tiene relación con lo que Sigmund Freud denominaba “defensa”: una especie de orientación del sujeto que es casi pre-subjetiva. No es que haya un sujeto que tome una decisión sino que hay un sujeto que se constituye en aquel momento. Por otro lado, cuando Lacan dice que el autismo es el estado original del ser humano, se refiere a que, cuanto más conocemos a los humanos, lo que más nos extraña es que seamos capaces de mantener una relación. Estamos habitados por algo que siempre es bastante autista, lo que Freud denominó como “la pulsión”. Lo enigmático en los niños pequeños es que eso no impide, en la mayoría de los casos, establecer un vínculo con el otro. Pero no podemos dar por supuesto ese vínculo con el otro. Es el resultado de una serie de operaciones sutiles, complejas; el vínculo con el otro se construye y no siempre tienen porque salir igual y tampoco está libre de accidentes.

Cuando un niño con autismo –o no- llega a la consulta de un psicoanalista, a menudo lo hace de la mano de sus padres. ¿Con eso basta para iniciar un tratamiento?

Un tratamiento no consiste en llevar un niño a una habitación en un centro. El tratamiento comienza cuando el niño de una u otra manera consiente que aquel sitio, aquel espacio, aquellas personas nuevas con las que se encuentra, suponen una diferencia en su vida. Aquí comienza un tratamiento. Empieza en el momento en que el niño, por muy autista que sea o que nos lo parezca, puede encontrar en ese espacio o en esos encuentros nuevos una oportunidad de, por ejemplo, acoger lo que hace. Que las respuestas que son percibidas como anómalas, enfermas o insoportables en otro ámbito, ahora encuentran un lugar. Muchas veces eso ya produce efectos. El niño sabe que aquello es un espacio diferente y puede reconocer esa diferencia. Y a veces a partir de ahí vemos como se producen pequeños cambios que indican que ante esa nueva acogida el niño puede empezar a asumir riesgos que normalmente en otros espacios de vida no podía asumir. A partir de ahí se van construyendo cosas que pueden dar resultados bastante espectaculares.

Si en psicoanálisis es importante la palabra, qué se puede hacer con personas para las cuales a menudo la palabra es un silencio?

Si la palabra es un silencio tenemos que aprender a callar con ellos. Justamente porque la palabra es importante hemos de saber callar con un autista. Es muy importante. Ante un niño que no dice nada la respuesta normal es poner palabras. Ponemos las palabras que él no pone. Suponemos lo que quiere, suponemos lo que no quiere. Le decimos que tiene que hacer eso o aquello. Es inevitable. No es que los psicoanalistas digamos que no hay que hacer estas cosas porque lógicamente los niños autistas tienen vida propia en otros lugares y espacios. Tendrán otros interlocutores que querrán educarlo, ojalá lo hagan respetando sus condiciones, sus elecciones. Los que hemos pasado por un análisis sabemos que la vida no es lo que sucede con tu analista. Tienes un trabajo, estudias o no, tendrás pareja o no, hay muchos otros y en cada relación con un otro pasan cosas distintas, hay discursos distintos. El autista también tendrá interlocutores que intentarán educarlo, los padres también deberán delimitar determinado tipo de comportamientos de los niños porque no pueden dejar que el hijo ocupe toda su vida, pero pueden crear un espacio donde eso no esté sometido a una desaprobación generalizada ni al presupuesto de que es una cosa enferma. Por tanto, respetamos el silencio del autista. Que no hable no implica que nos esté haciendo algo horrible, ni que esté incumpliendo un estándar. Le reconocemos radicalmente el derecho a no hablar lo cual, aunque parezca extraño, es lo que puede conseguir que quiera hablar, aunque empiece a hacerlo de maneras atípicas, indirectas, que son sus vías de acceso a la palabra. Y ante eso el analista puede decidir callar un poco más y crear un silencio que a veces puede ser muy importante.

Captura de pantalla 2013-11-01 a las 13.11.58Discutiendo sobre un caso clínico muy interesante con una colega me explicaba como el niño había ido espontáneamente a buscarla en el sitio más silencioso del centro. Era un niño que necesitaba un silencio, y a partir de ese momento empieza a hacer ruidos. Ha evolucionado muy bien y a partir de aquí comienza a tener la capacidad de hablar. A veces se trata de soportar el silencio incluso de crearlo para favorecer que el sujeto hable, pero no porque se sienta obligado, sino porque lo puede empezar a asumir.

Lo cual disminuye también el sufrimiento de los padres.

Los padres encuentran una manera de entender lo que le pasa a su hijo y lo que le sucede cada día, lo cual para empezar desangustia mucho. Un niño autista puede hacer muchas cosas que son difíciles de entender porque son distintas a lo que la gente espera de un niño y ponen a prueba las expectativas de los padres, que pueden sentirse decepcionados. A partir del psicoanálisis del niño muchas de esas cosas pueden ser entendidas y ofrecer otro tipo de respuestas. Estos cambios también permiten resistir mejor el peso de vivir una situación que socialmente implica cierta marginalidad. Esta comprensión permite a los padres presentarse ante la familia, los amigos y el entorno social y poder explicar que lo que sucede no es culpa suya ni tampoco supone que el niño sea malo. Pueden pasar de una posición pasiva a empezar a participar. Los padres de niños autistas también necesitan instituciones, espacios de acogida. Supone socializar, en la medida de lo posible, esa responsabilidad. La enfermedad y el sufrimiento no es algo privado, también es una cuestión social. Tenemos una responsabilidad social hacia las personas con dificultades. Los padres son los primeros en hacerse cargo de sus hijos, pero no deben estar solos. También necesitan espacios de socialización para que los niños puedan estar sin padres y los padres sin sus hijos. Así el tiempo que pasen juntos mejorará en calidad.

¿Qué triunfos puede compartir el psicoanálisis ante la batalla contra el autismo?

Muchos. Suceden en las consultas, en las escuelas, en las instituciones. Hablamos muchas veces de casos que nos dejan intrigados y sorprendidos.

Muchos estudios de casos demuestran que uno por uno hay muchas cosas por decir y hacer con los autistas y que a menudo conseguimos entendernos lo cual les da la opción a arriesgarse para salir de su mundo. Un tratamiento es una combinación entre las acciones del propio sujeto y las oportunidades que encuentra en el mundo a partir de determinados otros que son capaces de acogerle. Estos otros pueden ser un psicoanalista, un educador, un vecino… Finalmente quien acaba decidiendo que hace con ello es el propio sujeto. Recomiendo el libro de Donna Williams ‘Alguien en algún lugar’, donde todo eso se percibe claramente. El gran problema es no entender que también un autista decide y decide en el día a día, y que también decide cuando se queda embobado mirando un ventilador. Nosotros podemos hacer cosas para mostrar que respetamos eso, pero también podemos proponerle, por ejemplo, conectar ese ventilador con otros objetos.

Captura de pantalla 2013-11-01 a las 13.14.05Una colega me explicaba el caso de un niño al cual la familia presentaba como obsesionado mirando la lavadora porque daba vueltas. La colega descubre que no solo le interesaba porque daba vueltas sino porque tenía una puerta y dentro se podían poner y sacar objetos. El niño empezó a llamar “lavadora” a cosas que no eran lavadoras: una cocina y otros objetos que, curiosamente, tenían la misma estructura: un marco para poner y sacar objetos. La colega percibe eso y empieza a incitar al niño a encontrar objetos que sigan la lógica de ser un marco para poner y sacar un objeto. La evolución de ese niño es espectacular. Lo relevante es no obcecarse con el “siempre está mirando una lavadora”. De acuerdo. ¿Qué es una lavadora para ese niño? No lo sabes. Puede que tres niños miren una lavadora, pero para cada uno de ellos será algo distinto. Los psicoanalistas podemos ir más allá de la primera impresión y preguntarnos: ¿Qué supone eso para el niño?

¿Qué nos puede enseñar o mostrar el autismo sobre nosotros mismos?

Creo que mucho. Recuerdo a un niño que estaba muy enganchado a una computadora y la pregunta era porque, que le pasa con esta computadora, que busca, ¿qué hacer con eso? Lo que hacía ese niño parecía muy extraño pero si uno piensa en la vida de una persona aparentemente normal ya no parece tan extraño. Hoy en día no nos podemos separar del móvil. Los humanos vivimos rodeados de dispositivos. Vivimos en un mundo sumamente artificioso que compartimos con otra gente que hace la misma rareza que nosotros. Debemos entender que los llamados autistas hacen algunas cosas muy parecidas a las que hacemos nosotros: por ejemplo, intentar calmarse con objetos, regularse. ¿Por qué vemos la televisión? Visto desde fuera puede parecer muy loco pasarse horas ante una televisión, una consola o una computadora, tal como hacen o hacemos muchas personas. Y lo es, porque los seres humanos somos enfermos, no hay otro animal que necesite esas extrañas prótesis que “nos completan”

El ser humano tiene que estar haciendo algo para tapar un cierto vacío. Porque podría decir: No, yo prefiero leer. En realidad es lo mismo, se tapa un vacío. En última instancia estamos haciendo una serie de cosas con objetos y necesitamos hacerlo. Puede ser un cigarrillo, comer… vivimos en unas construcciones y algunos objetos tienen la función de regular algo nuestro. Eso nos parece evidente porque lo compartimos con muchas otras personas. Un autista construye otras cosas, ahora bien, no sigue el guión establecido.

En el fondo nuestra construcción compartida también puede ser bastante rara. Ellos están sin un guión y de manera individual porque están solos y por tanto han de construir una manera de regular la dimensión pulsional.

Por ejemplo ¿por qué un niño autista solo podría comer cosas de determinado color?. Nosotros también tenemos una relación con la comida muy peculiar y estructurada. Está forjada por la cultura. Los objetos que comemos están estructurados por un discurso muy poderoso que nos permite afrontar ese objeto de una manera no amenazadora, pero si no estás preparado, abrir la nevera y ver determinado alimento puede resultar algo bien extraño. No tienes un significante para nombrarlo, no tienes una serie de elementos simbólicos para localizarlo. A partir de aquí podemos empezar a entender que tal vez podemos ayudar al niño autista a construir muchas cosas. En el fondo nosotros vivimos en un mundo mucho más artificioso de lo que parece. Y estamos habitados por algo más que siempre es bastante autistas.

Grabación en audio del primer «Diàleg en el llindar»

dialegsllindar03072013
Diàlegs en el Llindar I
La subversió en la política. Revolta i Esquerda

 Palau Robert, Barcelona – 03/07/2013

‘Trauma y transmisión’, una bibliografía

traumaitransmissiofotografiaImagen: Arxiu Fotogràfic de Barcelona.

¿Qué efectos tiene la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad? ¿De qué manera la historia violenta de un tiempo y un lugar se introduce en la vida y en el destino de los sujetos? Este es el trabajo de investigación que las psicoanalistas Anna Miñarro y Teresa Morandi han elaborado en “Trauma y Transmisión en las generaciones”, el primer estudio empírico cualitativo en el campo del psicoanálisis y la salud mental sobre los efectos de la guerra publicados en Quaderns de Salut Mental. Fruto de esa investigación nació el libro ‘Trauma y transmisión’ editado por Xoroi edicions. Esta es gran parte de la bibliografía en la que se inspira este documento. Aquí os dejamos con las referencias que podréis encontrar también en la librería Xoroi.

Diàlegs en el llindar. Subversions en la política, subversions en la cultura.

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Diàlegs en el llindar.

Subversions en la política, subversions en la cultura.

 

Una selección de novedades sobre autismo

LibrosAutismo

El autismo ha adquirido una presencia social sin precedentes. Pero más allá de las cifras de los casos de personas con autismo, este es todavía un misterio sin resolver. Hoy os queremos ofrecer una lista de 10 libros que podéis encontrar en la librería Xoroi y que hablan sobre este tema. Todos ellos ofrecen un enfoque desde el psicoanálisis; compilan casos y experiencias o se dirigen a educadores, profesionales de la salud mental o padres de niños autistas. Seguramente ninguno de ellos ofrece una solución o una respuesta concreta en el tratamiento del autismo pero sí ofrecen luces y caminos diversos para dar una orientación sobre esta temática. Así como no hay dos personas con autismo iguales estos libros también son diferentes entre sí.


·         Comprensión y abordaje educativo y terapéutico del TEA. Centre Educatiu i Terapèutic Carrilet. Horsori editorial. 2012.

·         No todo sobre el autismo. Neus Carbonell, Iván Ruiz. I. Gredos. 2013.

·         El tratamiento del niño autista. Martin Egge. Ed. Gredos. 2008.

·         Pensar en imágenes: mi vida con el autismo. Ed. Alba. Temple Grandin. 2012.

·         Vivir con el autismo, una experiencia relacional. Juan Larbán. Guía para educadores.

·         La batalla del autismo. De la clínica a la política. Eric Laurent. Ed. Grama. 2013.

·         El autista y su voz. Jean Claude Maleval. Ed. Gredos. 2012.

·         Una clínica posible del autismo infantil. Edit Tendlarz. (comp.), Ed. Grama. 2012.

·         El niño autista. Llúcia Viloca.  Ed. Carrilet. 2012.

·         Alguien en algún lugar. Donna Williams. Need ediciones. 2012.

 

La cultura pren la paraula I

culuraparlaencap

Espai Freud convoca una jornada de testimonis, reflexions i propostes sobre la situació política actual i el seu efecte en els àmbits de la cultura i la subjectivitat. Des d’òptiques molt diverses (filosofia, història, sociologia, escriptura, política, psicoanàlisi, art, arqueologia, comunicació…), intentarem aportar elements per a un debat necessari. Debats que tindran continuïtat en La Casa de la Paraula, un nou espai que presentarem en aquest acte.

dia 14 de juny de 2013

de 17:30 a 20:30 hores

ARTS SANTA MÒNICA

 La Rambla, 7.

BCN

organitza:

ESPAI FREUD

Dia del libro: Xoroi en La Rambla

xoroirambla

DIA DEL LLIBRE

23 D’ABRIL

Xoroi a La Rambla, 140 (davant de Canaletes).



Mostra un mapa més gran

La Casa de la Paraula

lacasadelaparaulalogopt

Un nou espai cultural a Barcelona.

Un espai generador de debats, de confluències i de crítica.

Un espai d’intervenció en la cultura de la Ciutat.

La Casa de la Paraula.

Com participar-hi?

1- Inscrivint-te a l’Associació.

2- Comprant accions de La Casa de la Paraula

Informació: nouprojectexoroi@gmail.com

932.116.921

Un nuevo espacio cultural en Barcelona.
Un espacio generador de debates, de confluencias y de crítica.
Un espacio de intervención en la cultura de la Ciudad.
La Casa de la Palabra.

Cómo participar?

1 – Inscribiéndote en la Asociación.

2 – Comprando acciones de La Casa de la Palabra

Información: nouprojectexoroi@gmail.com

932.116.921

 

Sobre la oportunidad. Héctor García

togunaToguna (Casa de la Palabra) en Mali

Texto escrito por Héctor García y leído por él mismo en la Asamblea de la Asociación Cultural Amigos de la Librería Xoroi:

SOBRE LA OPORTUNIDAD’,

O ‘PORQUÉ ES EL MOMENTO DE APOSTAR POR UNA “CASA DE LA PARAULA”’.

La crisis no puede ser una excusa para ceder en el deseo. Es, si se quiere, una primera lectura que el psicoanálisis puede transmitir a la contemporaneidad indignada, escandalizada ante lo inmoral de la corrupción y del desvarío especulativo del nuevo capitalismo.

La crisis, es el instante en que la angustia social puede acontecer. Ha acontecido, está en las calles. Es quizás también, para el psicoanálisis, la invitación a un acto. El tiempo parece exigir una toma de decisión, política, que puede oscilar entre polos extremos. Desde la no implicación, la neutralidad, la estricta referencia al marco del consultorio y a los colegas próximos; hasta tomar parte activa en las manifestaciones de reproche, ira y reclamo de cambio de sistema geopolítico y económico.

Lateralmente a esta coyuntura, surge un proyecto. ‘La casa de la paraula’, cuyo deseo de existencia bien real encarna Salvador Foraster. Es una apuesta que no necesita ubicarse en ninguno de estos dos polos. El psicoanálisis, a lo largo de su historia, jamás ha sido un movimiento de protesta. Tampoco es una invitación a la soledad, ni al aislamiento. Es una praxis, una clínica, una episteme, una ética.

‘La casa de la paraula’ será, pensamos, un espacio vivo, y un aliado del psicoanálisis en Barcelona. Abrirá muy pronto sus puertas a muchos sin olvidar su pasado: la librería Xoroi, aquello que nos convoca a todos hoy aquí.

‘La casa de la paraula’ existe hoy mismo. Existirá con o sin el apoyo de cada uno. Existirá porque la anima un deseo decidido. Pero también porque será un proyecto sostenible económicamente. Su propósito es uno, y claro: acercar a Barcelona el pensamiento y la praxis nacidos de la agudeza y la valentía de Sigmund Freud, en estos tiempos en que se recupera a Marx, y muy acertadamente. En ambos hay una verdad que el presente no puede ahogar.

La invención freudiana cambió el discurso del siglo XX. Su valor de transgresión resulta, en el siglo XXI, más necesario aún.

Pero este nuevo emplazamiento no tendrá sólo el propósito de ser la casa de la palabra del psicoanálisis. No será una fortaleza, tampoco un gueto intelectual.

El psicoanálisis es hijo no de su tiempo, pues por hablar corre más deprisa que el pensamiento; nace de la subversión de la buena fe. Si piensa la contemporaneidad, la piensa con otros discursos; más aún: con otros nombres propios. Es hora de dialogar con aquellos que se reclaman de Heidegger, de Foucault, de Nietzsche, de Webber, de Popper. Pero porqué no, también, con los que se reclaman de la física cuántica, de la biología molecular, de la epigenética, de la modelización neuronal computerizada, de la filosofía analítica. Será una forma de enriquecer el discurso analítico, pero también de contrastar lo que decimos, argumentándolo delante de sujetos formados y no intransigentes.

El psicoanálisis reveló al mundo que en lo que concierne al encuentro con el cuerpo de otro, no todo es posible. También que, en la vida social, hay sujetos que pierden el paso. Y puso sobre la mesa que nadie está a salvo de eso. Por suerte, hay síntoma. No somos ovejas. Es el acto de separación de la inercia, la propia y la de la época, lo que nos orienta. El psicoanálisis lee en el malestar. Ahí, revela la singularidad de cada cual para enfrentarse con lo que la contingencia y las elecciones le han deparado, sin eximirle jamás de su responsabilidad, sin adoctrinarle. Por ello, la política entre psicoanalistas es complicada, y las rupturas en la historia del psicoanálisis son norma y no excepción.

Salvador Foraster ha sabido llevarse bien con las diferentes comunidades psicoanalíticas de esta ciudad. Tiene mérito. Un numeroso colectivo de psicoanalistas acudió en su ayuda en momentos difíciles para Xoroi, hace bien poco. Fue un gesto importante para que Xoroi pudiera continuar con sus actividades. Pero pensamos que es posible dar otro paso. Que no consiste en dar o pedir auxilio. Consiste, más bien, en entrar en la contemporaneidad de forma precisa, orientada, pero sin amilanarse. Apostando por una idea que está siendo muy bien recibida por los interlocutores que la han escuchado.

‘La casa de la paraula’ será un lugar que contribuirá a que el decir psicoanalítico arraigue en Barcelona en este nuevo siglo. Quiere apostar en acto por la vida del discurso freudiano, pues no  ha llegado el día de enterrarlo, de silenciarlo. Es el momento justo para que colectivos nuevos, asamblearios, reivindicativos o no, con ganas de hacer política, o perdidos en la barbarie contemporánea, descubran que hay un más allá de su queja. Es decir, que se puede leer algo en lo que dicen. Entre líneas: su libido. ¿Acaso no situamos, aquellos que hemos pasado por la experiencia analítica, que algo se está moviendo en la sociedad? ‘La casa de la Paraula’ pretende esbozar un interlocutor diferente. Cauto, capaz de leer de forma impensada lo que está pasando.

La nueva Xoroi estará en pleno centro de Barcelona. Existirá en un local más luminoso, más grande, más elegante. Tendrá espacio para cafetería, con su propia editorial, con sala para conferencias, con un espacio en la red funcional y activo. Generará, en definitiva, nuevas transferencias, y desempolvará las antiguas. Xoroi está y estará más cerca del colegio de psicólogos. Buscará interlocutores en la universidad, en la política de la ciudad, en la vida intelectual. Podrá amar y armar al psicoanálisis desde un lugar distinto.

Será también un espacio para debatir, entre psicoanalistas pero especialmente con otros colectivos y sujetos, de forma civilizada, respetando las diferencias. Desde un lugar externo a todas las escuelas y asociaciones de psicoanálisis, ‘La casa de la Paraula’ será un lapso para oxigenar a cada grupo analítico, sirviendo de mediador con los debates actuales. Será también una herramienta para combatir los ataques al psicoanálisis, que no por necios son menos virulentos. Sería una lástima dejar pasar una oportunidad así. ‘La casa de la Paraula’ está en marcha, y tiene vocación, contactos y confianza para ser un ágora en la polis.

Es, realmente, un proyecto tan sólido como ilusionante. Por supuesto, a algunos les parecerá incauto, poco razonable, o que precisaría de un período de bonanza económica. Al contrario: es momento de aprovechar la oportunidad que se presenta.

El riesgo que permite el psicoanálisis es el de aventurarse, siempre que uno sepa algo del deseo que motiva la partida. ‘La casa de la Paraula’ nace de un deseo decidido; pero además ha calculado la trayectoria. Contamos con todos los amigos de Xoroi. Pronto, seremos muchos más.

Héctor García

Vocalía de La Casa de la Paraula

Associació Cultural Amics de la Llibreria Xoroi