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Presentación de “La Bruja” (The VVitch, 2015), de Robert Eggers.

Intervención de José Carlos Palma en el ciclo Fantasmagories del desig (La casa de la paraula – Filmoteca de Catalunya)

“Mi infancia transcurrió en Nueva Inglaterra y la historia de esta región siempre ha estado presente en mi conciencia, sobre todo durante mi niñez. Crecí en una zona rural caracterizada por sus antiguas casas en ruinas. En el colegio, siempre aprendíamos las mismas lecciones y estábamos tan obsesionados con las historias sobre brujas que siempre formaron parte de los juegosque imaginaba de niño. Los primeros sueños que puedo recordar son pesadillas relacionadas con las brujas (…) La mayoría de las pesadillas relacionadas con brujas que tuve cuando era pequeño se parecían al personaje de El mago de Oz. Esa bruja me daba miedo cuando tenía cuatro años. (…) Mi idea era crear la típica historia de terror sobre brujas ambientada en Nueva Inglaterra, algo que llevase a la gente al pasado. Cómo si pudieras introducirte en la pesadilla de un puritano y hacer que la audiencia quede inmersa en ella.”

Robert Eggers, director de la película.

Dos ejes que cruzan la película: la pesadilla y el juego.

En un texto de 1907 titulado El creador literario y el fantaseo, Sigmund Freud sostiene: “¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? [Sustituyamos aquí “quehacer poético” por “realización de películas”] (…) todo niño que juega se comporta como un poeta [sustituyámoslo por “director de cine”], pues se crea un mundo propio o, mejor dicho inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada.”[1]

Según nos dice Freud, la equivalencia del juego infantil en la vida adulta es el fantaseo. Si las fantasías son para la mayor parte de adultos motivo de vergüenza, la excepción la consituyen el poeta y el novelista -añadámosle el realizador cinematográfico-, que  hacen de sus fantasías la base de sus obras. Es a través de la creación artística que las fantasías dejan de ser secretas y esdevienen motivo de deleite estético para cierto púbico. En La bruja, Robert Eggers parte de la figura causante de pesadillas y juegos en su niñez para construir su primera película. Qué mejor modo de aúnar los miedos y los juegos infantiles con un filme de género fantástico, género que hace del terror un entretenimiento. Tengamos en cuenta además: el molde del que se sirve el Eggers niño para las brujas de sus pesadillas es una bruja cinematográfica. Filmes y productos del inconsciente se retroalimentan: una película da lugar a una pesadilla y viceversa.

-La pesadilla

En La pesadilla (1910), el psicoanalista británicoErnest Jones investiga la relación entre ciertas figuras vinculadas a supersticiones medievales y las pesadillas. La figura de la bruja ocupa todo un capítulo en el ensayo de Jones.

“Las maléficas actividades de las brujas variaban entre los fastidios más triviales y los más graves daños, incluyendo la muerte misma. Un examen cuidadoso de daños revela, en mi opinión, que el temor escondido tras la creencia en el maleficio era el miedo, fundamental para la humanidad, de llegar a la incapacidado elfracaso en las relaciones sexuales.”[2] Esta afirmación de Jones tiene su reflejo en el film que nos ocupa: cuando su propia familia la toma por bruja,Thomasin reprocha al padre su impotencia como causa de los males que a ella se le imputan. Le acusa de no ser sincero ante la madre y de no saber hacer nada para alimentarles salvo cortar leña.

Un padre impotente frente a su mujer, puesto que no se hace lo bastante presente como para apaciguar los celos de ella hacia Thomasin, y frente a la naturaleza, ya que fracasa al intentar conquistar la tierra en la que han ido a vivir. En ese sentido, cuando finalmente el Diablo se presente ante Thomasin, las satisfacciones que le promete a la muchacha apuntan sutilmente a su goce sexual: saborear la mantequilla no sólo hace alusión a la obtención de alimentos naturales sino también a la fertilidad masculina.

Al final del capítulo que Jones dedica a las brujas, ofrece una definición que nos sirve igualmente para ilustrar aspectos clave en la película: “El concepto de bruja es una exteriorización de lasimágenes inconscientesde una mujer acerca de ella misma y de la madre, y ésta es una de las razones por las cuales las brujas, en su mayoría, eran muy viejas o bien muy jóvenes y hermosas. (…) en relación con el festín sabático, la fornicación con el Diablorepresenta una fantasía inconsciente de incesto.”[3]

Siguiendo a Jones, no parece casual que en el último tramo del filme, la bruja con apariencia de mujer vieja y la madre -tras haber sellado su pacto con el Diablo- rían maléficamente al unísono. Después, una vez el padre haya sido derribado por el macho cabrío, la madre tomará definitivamente como rival a Thomasin e intentará asesinarla. “¿Crees que no te he visto mirarlo, hechizándolo como una puta [a su hermano Caleb]?” (…) “¡Y a tu padre!”, dice la madre mientras forcejea con su hija mayor. En efecto, con su juventud y su belleza, Thomasin ha arrebatado a la madre su lugar privilegiado de mujer frente a su marido y su hijo adolescente. Esto es a lo que la madre hace referencia realmente cuando después le grite: “¡Me los has quitado!”, más que acusar a Thomasin de causar la muerte del padre y de Caleb. Librada de la madre, Thomasin hará suya la condición de bruja y acudirá al encuentro con el Diablo. Ahora puede desear libremente aquello que le habían prohibido y sumarse al aquelarre que un padre potente le ofrece.

El deseo incestuoso atraviesa las relaciones entre los personajes:

.El de Caleb hacia su hermana Thomasin, que encontrará una suerte de realización en el encuentro de Caleb con una bruja joven y hermosa -como Thomasin-, que ofrece con su escote lo que Caleb anhela ver en su hermana. Tras el encuentro, será Thomasin quien halle a Caleb desnudo, embrujado por la pulsión.

.El de la madre hacia Caleb: aquello que la madre desea, y que el Diablo usará para convertirla en su sierva, es la imagen de Caleb en el lugar del padre, con el pequeño Sam en el regazo.

.El de Thomasin hacia su padre (recordemos cómo le desviste) y hacia Caleb: advierte sus miradas de lascivia y genera un momento de arrumacos y cosquillas.

La premisa freudiana, el sueño es un cumplimiento de deseo, no se produce en las pesadillas. Pues el deseo no encuentra representación en imágenes y lo que surge en su lugar es la angustia, que termina despertando abruptamente al soñante. Sin embargo, podemos decir que La Bruja es una pesadilla que concluye con la realización del deseo de Thomasin, no sin antes haber pasado por la angustia. O quizá el final del filme es el sueño de Thomasin frente a la pesadilla que supone su propia existencia.

-El juego

Retomando la cita de Eggers que abre este texto, las brujas estuvieron también presentes desde el principio en sus juegos infantiles. Precisamente, en La Bruja los únicos personajes que no están tocados por la desgracia (significante que usa el padre para referirse a la desaparición de Sam, y primero de una serie de eventos traumáticos que van a poner en jaque a la familia en su exilio), son los niños, los mellizos Mercy y Jonas.

La madre aparece marcadamente melancolizada tras la desaparición de su hijo, apenas hace otra cosa que rezar en un susurro agónico. Ha dimitido de su función materna y exige a Thomasin que la cumpla por ella. El padre queda sin respuestas, la fe en la voluntad de Dios no alcanza para explicar lo que están viviendo, y es incapaz de enunciar la verdad frente a su mujer. Por su lado, Caleb trata de encarnar al padre para su hermana mayor. Pero es demasiado joven -el deseo apenas ha empezado a manifestarse en él- como para cumplir tal función.

Los mellizos Mercy y Jonas parecen conjurar el miedo que atenaza a su familia con sus canciones y juegos alrededor del macho cabrío, al que llaman Black Phillip. Estos juegos son otra manera de nombrar aquello a lo que los padres no pueden enfrentarse y tratan de atribuir a un mal diabólico o a la voluntad divina. Como Black Phillip, que había pasado inadvertido hasta ahora, pero se convierte en una presencia siniestra tras la desaparición de Sam pues se sospecha que el Maligno habita en él.  Lo que permanecía desapercibido en esta familia, y que el paso de una vida cómoda en Inglaterra al exilio hostil en las colonias americanas hace insoportablemente presente, es el deseo incestuoso entre sus miembros. Un deseo como efecto del aislamiento y el encierro, no sólo geográfico sino también el que suponen creencias religiosas tan férreas que eluden toda responsabilidad subjetiva.

Prestemos atención a las consecuencias que tienen los momentos de juego en este filme, y cómo se vinculan a lo maléfico.

En primer lugar, el pequeño Sam desaparece en medio del “cucú-tras” que su hermana mayor le hace. Un momento de risas y júbilo queda interrumpido de forma abrupta cuando Thomasin hace alegremente de madre (y esposa).

En segundo lugar, Mercy interrumpe el juego de cosquillas entre Caleb y Thomasin. Ofendida como si la hubiesen sorprendido con su amante, Thomasin asusta a su hermana pequeña asegurándole ser “la bruja”. Afirmación que hará suya en el tercio final tras matar a la madre, lista para realizar su deseo incestuoso con el Padre-Diablo.

En tercer lugar, cuando la muerte de Caleb desencadene una serie de acusaciones cruzadas entre los miembros de la familia, el padre asegurará entre risas negadoras “no estar para juegos de niños”. Los juegos de niños, con su alusión a Black Phillip, equivaldrán finalmente a pactos con el diablo. Después de haber encerrado a Thomasin y a los mellizos, el padre los disculpará en su desesperada oración a Dios, asegurando que “no pueden domar sus maldades naturales”. Con sus juegos, los hijos tratan de defenderse de la culpabilidad y el goce en el sufrimiento que aplasta a sus padres. Están más cerca del deseo. Pero para la pareja parental, el juego y el deseo son sinónimos de un mal que sólo trae desgracias.

A modo de conclusión, recordemos que La Bruja comienza con unos susurros. Más tarde, comprobaremos que corresponden a los melancólicos rezos de la madre. Al final del filme, esos susurros evolucionarán hasta los gritos del aquelarre a los que se suma Thomasin como nueva bruja. Así, la película de Robert Eggers traza un arco desde la culpa que aplasta al deseo hasta la realización del mismo. Un deseo inaceptable, pero precisamente por ello es un deseo.

José Carlos Palma, psicólogo clínico. Trabaja en el ámbito del autismo y la psicosis en la infancia.

Barcelona, 12 de febrero de 2019


[1] Freud, S. “El creador literario y el fantaseo” (1907). Disponible en http://gruposclinicos.com/el-creador-literario-y-el-fantaseo-sigmund-freud-1907/2013/08/

[2] Jones, E. “La pesadilla”, en “Obras escogidas”, RBA, Barcelona, 2006.

[3] Jones, E. “La pesadilla”, en “Obras escogidas”, RBA, Barcelona, 2006.

Mariana Freijomil: Sobre un choque entre Nuit et Brouillard (1955) y La sang des bêtes (1949)

Apuntes sobre la proyección de ambas películas en el ciclo “Fantasmagories del Desig”, Filmoteca de Catalunya,  28 de enero de 2016

Desde los muros de Auschwitz, Alain Resnais filmaba el primer documental que miraba de frente el holocausto. Las imágenes en color de los edificios abandonados entre la hierba desafían al espectador alentándole a evocar todo lo que ocurrió allí, de lo que, aparentemente, no ha quedado rastro. La respuesta a este vacío es un trabajo de archivo en el que las imágenes tomadas por los SS y, posteriormente, por los aliados reconstruyen la vida diaria del campo, con la complicidad del guionista Jean Cayrol, que sufrió la deportación en primera persona. Nuit et Brouillard (1955) se erige así como un documento no sólo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, sino de cómo opera nuestra memoria al tratar de retener la historia ante la amenaza constante del olvido.

Entre los planos de las fotos fijas de los campos a pleno rendimiento y las filmaciones de los cuerpos huesudos cayendo a las fosas comunes nuestra mirada es interpelada: hemos llenado el recinto vacío de Auschwitz con la información que nos proporcionan los testimonios, exponiéndose así los mecanismos científicos y fríos que regían la ejecución del exterminio y de trabajo.

Y sin embargo los vacíos siguen ahí, entre las rendijas de los fotogramas que no dejamos de revisar cuando, cada año las efemérides de los periódicos, los telediarios y los post de las redes sociales nos recuerdan con exactitud estudiada que tal día como hoy aquello terminó. Nuestros constantes intentos de preservar el pasado, contándolo una y otra vez nos recuerdan que en Auschwitz la hierba sigue creciendo y que nunca la veremos como aquellos que dejaron su vida allí.

La imagen histórica nace desde un abismo imposible de cruzar pero irresistible a la vez. Si no hay imágenes donde ver el pasado, no importará: las haremos o las encontraremos en otras. Las montaremos dialécticamente como Godard en Histoire(s) du cinéma, las recrearemos como Peter Watkins o Rithy Panh, hurgaremos en los archivos como el propio Resnais o Chris Marker. O quizás  un día veremos una película que hará ese vacío más pequeño. No tenemos la imagen del interior de una cámara de gas ni la de los comandantes leyendo la orden de acelerar las ejecuciones al final de la guerra, pero sí tenemos el golpe preciso del matarife en la cabeza de un caballo blanco en La sang des bêtes (1949) de Georges Franju.  En ese instante nuestra imaginación actúa como la bisagra de una puerta y lo que vemos nos responde furibundo: ¿acaso no es este orden y precisión de matarife el que no veíamos en las imágenes de los campos de concentración? ¿no es la cadencia ordenada al cortar las patas de los corderos degollados el gesto que no se pudo retener sobre los cuerpos de Auschwitz? ¿no es un gesto horriblemente familiar en el que resuena la responsabilidad colectiva que clama el final de Nuit et Brouillard?

Image 17No podemos evitar vernos como las monjas que acuden en busca de grasa al matadero de París que retrata Franju, como parte de un engranaje que trasciende a los campos de exterminio y salpica nuestro tiempo. Al igual que el protagonista de La cuestión humana (2007),  responsable de recursos humanos, nos encaramos a que las reglas y métodos que implementamos y aceptamos en nuestro ámbito laboral siguen la misma sistematización de la explotación del matadero y del campo.  Así, la relectura del pasado operada desde las imágenes de Nuit et Brouillard y Le Sang des Bêtes se hace escritura, en un movimiento y proceso que nos asimila a la máquina de Hayao en Sans Soleil (1983) de Chris Marker. No podemos evitar mezclarlas y crear patrones entre ellas, regidos por lo que ya sabemos, por nuestro presente y por la experiencia del choque entre los fotogramas. Las montañas de pelo, la piel humana que se usaba como papel en los campos de exterminio son los huesos de las vacas atesorados para hacer maquillaje en el matadero de París, pero también son ser la cifra de desempleo anunciada en las noticias o la última balsa de inmigrantes naufragada, porque todo obedece al mismo sistema: el capitalismo. En la reescritura de la memoria desde la imagen al final estamos nosotros, entre lo que queda hoy de Auschwitz en nosotros.

 Mariana Freijomil

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